3 de abril de 2023

Escribir no es una opción, sino un síntoma


A finales de 1990, con motivo de la publicación en francés de la totalidad de los Pequeños tratados (Petits traités), el autor concedió a Jean-Pierre Salgas, por cuenta de La Quinzaine Littéraire, la entrevista cuya traducción sigue.

«Escribir no es una elección, sino un síntoma»

Pascal Quignard

Entrevista con Jean-Pierre Salgas 

«En la novela, apreciaba la energía» (La Raison). Esta palabra debe entenderse en el sentido spinozista, me dice Pascal Quignard: Conatus, poder para actuar. Este otoño, Quignard publica once libros: ocho volúmenes de Pequeños Tradados (publicados por Maeght, incluyendo, en forma modificada, los tres primeros publicados por Clivages de 1981 a 1985); una novela, Albucius, publicada por POL, y una vida de Marcus Porcius Latron, La Raison, publicada por Promeneur; y, publicada por Michel Chandeigne, una traducción comentada de Gongsun Long: Sur le doigt qui montre cela. Pascal Quignard está de vuelta, tras las polémicas tentativas «novelísticas» de los últimos años: El Salón de Wurtenberg y Las escaleras de Chambord


La energía de Pascal Quignard es una melancolía invertida («¿Yo? El ángulo que este miedo y este lenguaje forman en el acto»). Su ley es la paradoja, la tensión es la regla, el «silencio que habla» o la comunidad de solitarios... Sobre todo, la desnudez y la violencia pasan al más calculado de los lenguajes. Leer a Quignard es experimentar un tiempo en el que las escenas primitivas de Lascaux y las reservas de la Biblioteca Nacional «dejan de percibirse contradictoriamente». 


Véase Albucius, escritor latino, y su definición de la novela: «La única posada  del mundo donde se ofrece hospitalidad a lo sordidísimo». Quignard comenta: «Un lugar en el mundo donde todo podría ser nombrado. No hay otro espejo del interior de una cabeza humana que una novela». Reconstruye rápidamente cincuenta y tres títulos desaparecidos de Albucius. 

Tomando el título de los Traités del jansenista Pierre Nicole, los Pequeños Tratados pueden agruparse bajo dos rúbricas. Unos especulan acerca de la antropología del lector y de la historia del libro. «¿Dónde se guardan los libros? En los cuerpos que los leen». Los otros son vidas breves, a la manera de John Aubrey, el inglés del siglo XVII: Sei Shonagon, Marcial, Guy Le Fèvre de La Boderie, Monsieur Hamon, Littré, Spinoza, Melle de Scudéry, Zhuangzi, Agustín... «Se dice que la lectura, como el inconsciente, no conoce el tiempo». La palabra contemporáneo que abre el octavo volumen —se trata de rechazar esta palabra y la idea de una orientación del tiempo, de progreso en el arte— tiene el valor de un manifiesto para una buena parte de la literatura actual (pienso en las seis variaciones del Hexaméron). 

 

Como Michel Chaillou, por ejemplo, Pascal Quignard escribe, desde el principio (sus libros sobre Scève, Sacher-Masoch, Lycophron), a partir de lo que lee. Un escritor de la lectura, como otros lo fueron de la escritura. ¿Por qué no comenzar nuestra serie de entrevistas sobre el estado del pensamiento literario en Francia con este creador crítico? Casi un siglo después de las páginas de Proust «contra Sainte Beuve», casi treinta años después de la querella Barthes-Picard, en un momento en que surgen grandes proyectos de síntesis (New history of french litterature de Harvard, Atlas Universalis des littératures, las Brèves littérature de Hatier...), quizá no carezca de interés medir el estado de los cauces de antaño: ¿paz, armisticio o desplazamiento de la línea del frente? 


Jean-Pierre Salgas: ¿De cuándo datan realmente los Pequeños Tratados que leemos hoy? 

Pascal Quignard: De la época de Carus, 1979-1981, aunque no se publiquen hoy exactamente como fueron escritos entonces. El proyecto inicial era el de ocho suites barrocas, consagradas respectivamente al silencio, a la letra, al libro, al lenguaje (IV y V), a la lectura silenciosa, al oído y a la fragmentación, al jucio del tiempo. Simplemente ha hecho falta todo este tiempo para encontrar un editor, Alain Veinstein, que aceptó publicar los ocho volúmenes a la vez, no de dos en dos, ni en un gran volumen. 


Alain Veinstein es mi amigo desde hace veinte años. Asumió la dirección literaria de Maeght en mayo y el primer contrato que firmó fueron estos ocho volúmenes. Gongsun Long ha tardado trece años en publicarse desde que me lo encargó Emmanuel Hocquard. Y fue necesaria la amistad de POL para que Albucius contuviera todo el latín que yo quería, y que le da su tono oriental... Pero ya sabe, cuando se es un fanático, las ventas o las malas ventas, el favor o el disgusto, el aplauso o el odio no afectan a lo que haces. No soporto que dos de mis libros se parezcan. Alexandra de Lycophron, que estoy seguro de que es uno de mis libros más necesarios, ha vendido sesenta y ocho ejemplares en diez años. Esto no me impedirá escribir un Gorgias. La pésima recepción sigue siendo constante y debo confesar que es una defensa  tranquilizadora para mí. 


Jean-Pierre Salgas: Desde cierto punto, todos sus libros se parecen: el rechazo de la «palabra contemporáneo», desarrollado en el volumen VIII. En gran parte gracias a usted, se ha convertido en un «lugar común» (eventualmente  en su forma inversa) en la literatura francesa posterior a las vanguardias (véase actualmente La Folie-Rabelais de François Bon)... 

Pascal Quignard: Hay pocos escritores que tengan la audacia de decir que no hay ordenación del tiempo, que no hay posteridad, que el baúl de Saint-Simon podría ser destruido, que la vendetta continúa... Y todos los textos que intento proponer son textos de desconocidos. No hay novedad si no hay novedad del pasado. Cicerón y Séneca están siendo sacados a la luz en este momento. Como buen mal estudiante, detesto a estos autores enfáticos cuyas funciones consulares o ministeriales los han convertido en académicos. No estoy interesado en «hacer revivir a los grandes muertos», es ridículo traer de vuelta a los romanos, resucitar a Adriano y hacerle pronunciar un ridículo  discurso decimonónico. La mayoría de los modernos se sienten como hijos  desprovistos de padre. Son rivales que sólo transmiten su envidia fratricida. Yo quiero cambiar de padre. Quiero perseverar en el arte, en el silencio líquido de la lengua escrita. Siento en mí algo que tenían los surrealistas, la furia coleccionista de un André Breton, si se quiere. Licofrón o Albucius, son  Lautréamont. 


Leo el Tratado del Vacío Perfecto, allí se menciona a Gongsun Long como demasiado difícil de traducir, me precipito hacia él, igual que me fascina Albucius porque Petronio lo desprecia. Los más censurados son a menudo los más cercanos al deseo. Voy a escribir un ensayo sobre Jacques Esprit, que fue el maestro de La Rochefoucauld y Saint-Cyran. Tengo la sensación muy melancólica de que la vida es muy corta, y que apenas tengo tiempo para recuperar mi aliento para avivar las llamas. Yo no «reflexiono» sobre la literatura,  soy expuesto incesantemente a su luz, me deslumbra la profusión de belleza negada. Cuanto más envejezco, más se agranda el pozo del asombro. Estoy sometido a la belleza, un sometimiento mezclado con una infidelidad  constante, porque el deseo se satisface casi de inmediato. Uno rivaliza menos con los que han escrito que con el sentimiento abrumador de descubrirlos. Estoy constantemente sometido a un secreto que no me han contado. Y me esfuerzo en vano en robarlo y en ponerlo bajo la mirada.


Jean-Pierre Salgas: Los surrealistas reconstruyeron la biblioteca al servicio de un futuro radiante para la literatura... 

Pascal Quignard: Estoy del lado del nihilismo, no de la profecía. Del lado de las noches a la manera de la pintura barroca. El tiempo no tiene dirección, como no tiene medida. Las cosas antiguas me conciernen. La comunidad de los vivos y los muertos. La comunidad del tiempo que libera de un modo inaudito. Pienso en Freud: no creía en hacer cosas nuevas... La palabra nuevo no me gusta, prefiero decir emergente. Una vez más, se trata de sacar a la superficie lo desconocido, y de acercarse a lo que no conocemos por la única vía posible: la vía que no conocemos es fustigar a la sangre. 


Jean-Pierre Salgas: Hay figuras conocidas en los Pequeños Tratados, Spinoza: Melle de Scudéry, Littré... 

Pascal Quignard: Spinoza por la Ética en su escritorio; Melle de Scudéry por su pasión por los camaleones, su biografía tan asombrosa detrás de su bestseller; Littré por la pánica petición a su madre para que le buscara una esposa en el contexto de una persistente depresión. Estará de acuerdo conmigo en que soy un coleccionista de tipos... 

Jean-Pierre Salgas: ¿A la Queneau, a la Foucault? 

Pascal Quignard: Me parece que les apasionaban las monomanías más calamburescas. 

Jean-Pierre Salgas: En el calculado desorden de las vidas que usted saca a la luz, se pueden distinguir periodos de predilección: el siglo XVII francés, el imperio de Augusto, el Japón medieval... En términos «surrealistas», ¿dónde dejan de percibirse como contradictorios? 

Pascal Quignard: En el jansenismo, en el rechazo del lenguaje cortesano, el sentimiento del vacío de todo, el odio al lenguaje que se miente a sí mismo. Lo cual es paradójico para un retórico de mi condición que busca un lenguaje patético. Una noética que estaría tan viva como un animal que respira y está a punto de abalanzarse... Todos ellos son solitarios, en la corte del rey de Francia, en el palacio de Tokio, bajo la autoridad de Augusto... Todos ellos pertenecen también a civilizaciones que no se imaginan en el origen, que se saben en el final, civilizaciones de tradición, que transmiten conocimientos ya muy antiguos, que no son ni originales ni escatológicos. Yo también me siento un transeúnte en este corto pasaje de vidas. Un frondista apasionadamente irreligioso. Estoy más cerca de la Fronda que de los surrealistas. 


Jean-Pierre Salgas: En los Pequeños Tratados, hay una frase suya muy citada: «Espero que me lean en 1640». En este rechazo de lo «contemporáneo», ¿se siente usted entre los contemporáneos? 

Pascal Quignard: Pienso que hay muchas personas con las que estoy encantado de encontrarme. Fuera de la literatura, mencionaría a Jordi Savall, Michèle Reverdy, Aki Kuroda... Somos unos cuantos los que hurgamos en los excedentes, haciendo regresar a los grandes fantasmas de las orillas de los muertos. Puedo multiplicar los nombres, pero la fe que uno tiene en su propia búsqueda le vuelve feroz. Puedo mencionar a Ransmayr, con quien me entendí como con pocos. A veces es difícil concretar a priori qué se tiene en común con personas próximas. Michel Chaillou y yo no compartimos el mismo siglo XVII. La diferencia de edad facilita la lista: Michel Leiris, Roger Caillois, Francis Ponge, André Pieyre de Mandiargues. 


Jean-Pierre Salgas: «Él escribe el objeto de sus lecturas», dice usted de La Bruyère. Y usted también. Publicó su primer trabajo sobre Scève en 1968, sobre Sacher-Masoch en 1969. ¿Qué recuerdos tiene de estos años en los que la nueva crítica se imponía a la nueva literatura? 

Pascal Quignard: Sentí una verdadera emulación filosófica. Los maestros que había tenido en la universidad eran Levinas y Ricoeur. Estaba fascinado por la retraducción heideggeriana de los griegos, por Lacan y por Derrida por razones similares. En cambio, en el plano literario, con Tel Quel, el periodo era de una pobreza formal atroz. La pasión intelectual lo había invadido todo, como en la posguerra. El período actual es formalmente mucho más envidiable. Para mí, Ponge, Bataille y Benveniste siguen contando, así como la manera en que Benveniste, en el Vocabulaire des institutions indo-Europeennes, fue capaz de recoger un problema filológico contando una pequeña historia digna de Zhuangzi. Dumézil intentará imitarle sin conseguirlo. La coincidencia de pensamiento y expresión de Benveniste estaba en un punto de perfección que la literatura estaba lejos de alcanzar en aquella época. La gravedad de conmover el lenguaje. ¿Ha visto las producciones de Peter Sellars? 


Jean-Pierre Salgas: No. 

Pascal Quignard: Es una buena ilustración de lo que muchos escritores franceses recientes han intentado hacer. Tomar una orquesta mediocre, elegir cantantes mediocres y escoger una tradición para socavarla. Y todo el mundo aplaude, muerto de risa. ¡Prefiero sin duda a Ariosto que a Cervantes, a Montaigne que a Rabelais, a Stendhal que a Flaubert, a Ponge que a Isidore Isou. Hay en todas estas destrucciones un sarcasmo que no sólo tiende hacia  la muerte, sino que no me parece vivo porque no aprovecha ninguna experiencia. 


Jean-Pierre Salgas: Me sorprende oírle acuchillar a la «postmodernidad». Lo que acaba de decir sobre la herencia de las civilizaciones, la comunicación de los tiempos de Albucius o de La Raison, ¿no implican un espacio vecino de ficción? 

Pascal Quignard: Para mí, el arte es algo serio. Es mi vida. O uno retoma la experiencia en su origen, como el sueño de la víspera, sin preocuparse del «post» o del «pre», y uno es constantemente emergente, constantemente un Renaciente. O uno es puro resentimiento o reacción, o caricatura. La destrucción es profundamente académica. La historia de la literatura no me interesa en abasoluto. 

Jean-Pierre Salgas: En 1984, Une gêne technique à l'égard des fragments, Essai sur Jean de La Bruyère, parece un manifiesto contra cierto estado de la literatura francesa, que no es exactamente lo mismo... 

Pascal Quignard: Le recuerdo que no había escrito casi nada que no fuera fragmentario: necesito escribir para ensamblarme a mí mismo. Este texto nació de la exasperación al descubrir los manuscritos sin recortes de Blanchot, que luego fragmentó. ¿Por qué era necesario dignificar el pensamiento recortándolo? Un discurso quietista acabó transformándose en un discurso profético. 

Jean-Pierre Salgas: ¿Qué lugar ocupan para el lector de Quignard los dos autores franceses que en este momento parecen constituir el «horizonte insuperable» del pensamiento literario en este país, Marcel Proust y Georges Perec? 

Pascal Quignard: A Perec, lo venero por su silencio, su manera de enterrar el secreto y de dejarlo aflorar, de dirigirse al agujero vacío de su infancia y no pestañear. Yo tuve una incomodidad retórica con él, pero admiro que escribiera directamente por encima del vacío, que en su caso era aterrador. ¿Proust? La obra no flota sobre el mismo vacío y el recuerdo del asunto Dreyfus no es el mismo que el de Perec sobre los campos. Cualquiera que sea la admiración que siento por sus páginas feroces (la muerte de la abuela), o por su lado Chrétien de Troyes, de novela bretona en el bosque proceloso, que no encuentro que sea Chrétien de Troyes. No lo encuentro suficientemente tormentoso, místico, abrupto, si se quiere. Es un escritor que no busca cambiar de cuerpo. Cree en la verdad de su búsqueda y cree en la instalación del pasado. Es un escritor sin acanaladuras y esta lisura es muy modern style


Jean-Pierre Salgas: Vuelvo a los Petqueños Tratados. El género dominante es la «vida breve» tomada de John Aubrey: Marcial, Guy Le Fèvre de la Boderie, etc. ¿Cómo lo definiría en relación con la novela Albucius, La Razón? ¿Lo vería relacionado con el retorno masivo, y ambivalente, del «sujeto» y de lo «biográfico»? 

Pascal Quignard: La regla de los Pequeños Tratados es no inventar nada. Hay más imprevisibilidad en atenerse a la realidad, contrariamente a lo que hacía Borges, que en ir hacia lo imaginario. Lo imaginario consuena demasiado. Necesito la realidad para convertirla en invención, es decir, en la imaginación más cruda. Como hacen los sueños con fragmentos de vida... Lo que me fascina es la elección de pocos detalles, de elementos que lo condensan todo. Lo que me conmueve es la arbitrariedad, la facticidad. Es raro que en una tesis de dos mil páginas no encuentre lo suficiente para escribir cuatro o cinco. Voy a la caza de lo abrupto, lo intrusivo, lo incongruente. Aubrey contra Balzac Creo, por supuesto, que este género no es ajeno a esos «retornos» de los que usted habla. En la época en que se liquidaba, por razones proustianas, a todo trabajo que vinculara obra y vida, hubo una publicación masiva de estudios de casos psicoanalíticos que recuperaron lo biográfico.


Hay un vínculo entre vida y obra que no está sujeto a objeción. Un vínculo que la inescrupulosidad clásica no puede descubrir, pero de la que también se echa en falta su negación. Pernette du Guillet no explica la Délie, pero no le es indiferente. Vida y obra, sí, si se coloca la obra menos arriba, y el sujeto menos en el centro. 


Jean-Pierre Salgas: ¿Lee usted estudios monográficos? ¿Otros libros para alimentar las vidas breves? 

Pascal Quignard: Estudios monográficos y novelas policíacas, también naturalistas, e incluso las más impactantes... He leído todo Konrad Lorenz. O a Hubert Montanier, cuyo «pensamiento» no soporto, pero que describe los gestos de los niños en las guarderías. Me baso en... 

Jean-Pierre Salgas: ¿Puede caber toda la literatura en una vida breve? 

Pascal Quignard: Desde luego. Mire Zhuangzi... o, muy cerca de nosotros, libros como Roland Barthes par Roland Barthes, o Charles Reznikoff o Le Verger de Harry Mathews. Nos acercamos al Malherbe de Racan, aún inédito en su versión completa. 

Jean-Pierre Salgas: Esta investigación se sitúa bajo la invocación del conflicto  Sainte-Beuve-Contre Sainte Beuve. Pascal Quignard admirador de Pierre Nicole, ¿es un lector de Sainte-Beuve más que de Proust? 

Pascal Quignard: Confieso que he leído con fervor y admiración casi constantes los cinco volúmenes de Port-Royal. Me habría pasado la vida desmintiendo lo que dice el libro y resucitando a los jansenistas que él olvida y, sin embargo, estos cinco volúmenes siguen pareciéndome una obra maestra. No se me ocurre ningún libro de crítica literaria moderna que pueda competir con él, salvo Bajtin si hubiera dispuesto de una biblioteca suficiente. 

 

Jean-Pierre Salgas: En Le Débat de primavera de 1989, usted publicó una reflexión sobre la desprogramación de la literatura: Essai sur l'après-modernité. Para usted, se trataba también de legitimar la novela que estaba por publicar, Les Escaliers de Chambord, que parece tomar nota de esta desprogramación, arriesgándose a una especie de cuadratura del círculo para enlazar la veta de los Pequeños Tratados con la novela de consumo... 


Pascal Quignard: Estoy completamente en desacuerdo con lo que dice. Por desgracia, sólo tengo una mano derecha. Y cada libro, mientras lo escribo, pone a prueba toda mi vida, reconfigurando un nuevo pasado. Mi primer libro fue sobre Delia de Scève, sobre la tentativa de nombrar a la persona que amas. Me parece que Las escaleras de Chambord ha seguido el mismo camino. De ahí estas escenas de «silencio», que viví efectivamente de niño. 

 

Jean-Pierre Salgas: En el mismo texto, el escritor flaubertiano que usted es toma a Stendhal como estandarte, recuperando, como forma de luchar contra la modernidad, nada menos que su herencia fuertemente hipotecada por los «húsares»… Podría equivocarme. 

Pascal Quignard: No hay ni un ápice de anti-intelectualismo en mi posición. Tengo el mayor placer en leer a Canetti, Bataille, Ricoeur, Redfield, Bourdieu, todas obras animadas por una gran pasión intelectual... Sólo seré antiteórico frente a pensamientos que se han desprendido de su objeto, para quienes pensar no es vivir. Entonces, Stendhal: el Stendhal que amo es el Stendhal que está en guerra abierta contra la melancolía. El que está enemistado con su tiempo, irreligioso, independiente, enamorado, politrópico. El Flaubert que no me gusta es el cortesano sin acanaladuras, el que tiene en la repisa de su chimenea un busto de Buda que conduce directamente a Leconte de Lisle y Marguerite Yourcenar. 


Jean-Pierre Salgas: ¿Le preocupan los actuales debates sobre el pensamiento en la novela, de Sartre a Deleuze, y de Musil a Kundera?  

Pascal Quignard. - En absoluto. Porque, incluso en los Pequeños Tratados, no creo que me incline por ningún género en particular. Como no sea para pervertirlo. Lo único que busco es el no-género que permite integrar lo noético, lo afectivo, etc. No hay un género valorado por encima de los demás.  Escribir no es una elección, sino un síntoma. No es mi oficio, es mi vida. El lenguaje es la autotraducción de todo. Si te permite librarte del peso de un nombre, de una cultura, de una sociedad, entonces desempeña su función de vida. No veo ninguna diferencia a este respecto entre un cuento infantil, Parménides o Las amistades peligrosas. Es la misma búsqueda para indagar en lo más profundo de la oscuridad. 

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Este artículo es la traducción al castellano de la entrevista de Jean-Pierre Salgas publicada originalmente en la revista La Quinzaine Littéraire n° 565 del 1 de noviembre de 1990 y reeditada en digital en: http://jeanpierresalgas.fr/pascal-quignard-ecrire-nest-pas-un-choix-mais-un-symptome/


La imagen de la cabecera procede de:  http://milecturadelasemana.blogspot.com/2012/10/retorica-especulativa-pascal-quignard.html

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