28 de octubre de 2016

Penitencia y rehabilitación

Penitencia y rehabilitación. Aforismos. Maximiliano de Habsburgo. Renacimiento, 2016
Prólogo de Alfonso Reyes. Edición y epílogo de Javier Perucho
Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena (1832-1867), Virrey de Lombardía-Venecia y Archiduque de Austria, fue encumbrado a Emperador del Segundo Imperio Mexicano por Napoleón III en una jugada estratégica que, desde Europa, buscaba la influencia en las nacientes repúblicas sudamericanas, tuteladas por proximidad tanto como por ideología por la política expansiva de los Estados Unidos de América. En 1863, alarmado porque el presidente republicano Benito Juárez suspendió el pago de deudas extranjeras provisionalmente, y aconsejado por la emperatriz Eugenia, Napoleón III decidió intervenir en México, y soñó con fundar un gran Imperio latino desde Texas hasta Panamá contra la progresiva influencia anglosajona, bajo un príncipe católico sostenido por las bayonetas francesas. Maximiliano de Habsburgo, conocido como Maximiliano I de México, animado de los ideales más nobles, deseoso de abolir todas las injusticias sociales, profesaba una fe vaga y romántica en el progreso, la democracia y el liberalismo, no aceptó ser Emperador sin un pleibiscito popular de México (adulterado por las tropas francesas), del que fue siempre un sincero enamorado. Los mismos mexicanos se burlaban de su empeño en vestir de charro, adoptar la cocina típica de su nuevo país, o aprender los innumerables dialectos indios existentes. Utópico y soñador, Maximiliano dedicó los primeros meses de su Imperio a redactar un tratado de etiqueta de seiscientas páginas, y, en la guerra final, pasaba gran parte del día cazando insectos y mariposas. Fusilado en 1867 en Querétaro por las tropas victoriosas de Benito Juárez, parece que habría podido huir pero no quiso hacerlo por no dejar solos en el suplicio a sus fieles seguidores Miguel Miramón y Tomás Mejía, ejecutados al mismo tiempo que él.
Exécution de l'Empereur Maximilien du Mexique, 1868, Édouard Manet. Wikimedia Commons
Maximiliano I dejó para la posteridad, entre otras obras de menor consideración, un libro de memorias, Recuerdos de mi vida. Memorias de Maximiliano (1862), cuya traducción al castellano de José Linares y Luis Méndez fue publicada, en dos volúmenes, en 1869. Estos Aforismos constituyen el Apéndice a esas memorias.

No es, por tanto, el Maximiliano Emperador sino el Maximiliano ilustrado el que recoge la tradición aforística europea, particularmente y por cercanía, pasada por el tamiz sajón de Lichtenberg, y redacta esas notas, más fruto de lo que ha observado y vivido que del trabajo intelectual, y que poseen la curiosidad de estar escritas por quien ostentaría, pocos años después de su publicación, una posición política relevante, un Imperio, al fin y al cabo, y cuyo desempeño validaría o inutilizaría aquellos propósitos enunciados en forma de aforismo; es cierto que se trata, en algunos casos, de un conservadurismo a ultranza pero, teniendo en cuenta el contexto histórico y personal, no cabría otra alternativa.

A título de ejemplo, transcribo algunos de esos aforismos relacionados con el poder y con su ejercicio.
"El miedo y la ambición son los motores de la rueda del mundo."
"La modestia en el que gobierna puede llegar a ser un defecto de los más graves y peligrosos y causar grandes desgracias en el mundo. Hay manifestaciones de sentimientos que en una condición humana son virtudes, crímenes en otra, y en otra más simplemente una comedia. Un soberano, en el interés de su mismo país, no debe mostrarse modesto respecto de su propia situación: hacerlo es olvidar la dignidad del Estado con la suya propia, y no puede ser modesto respecto de sus talentos y de sus méritos, porque ello sería disminuirlos a costa de su pueblo."
"Existe una gran diferencia entre gobernar y mandar: para gobernar se necesita arte, para mandar bastan la brutalidad y el hábito."
"La confianza pública es el aceite en los ejes del carro del Estado."
"Desgraciados los hombres que mirar a sus subordinados como medios para llegar a fines. ¡Oh, y cuántos hay de esos que pretenden ser grandes hombres, que consideran a las criaturas de Dios como un pedestal y como carne de cañón."
Todo parece indicar que el caso de Maximiliano sería una de las muchas refutaciones de la posibilidad real del príncipe ilustrado -o rey filósofo- aunque, al menos desde el punto de vista actual y con la perspectiva histórica de un siglo y medio, también da la impresión de que el México del siglo XIX era también el ejemplo del pueblo que no es digno de quien rige sus destinos.

La sede electrónica de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes alberga un archivo de la traducción de José Linares y Luis Méndez de Recuerdos de mi vida. Memorias de Maximiliano en los dos volúmenes originales.

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