Una juventud. Patrick Modiano. Editorial Anagrama, 2015 Traducción de María Teresa Gallego Urrutia |
Cada época de la vida tiene sus hechos y sus circunstancias, pero también sus paisajes que, cuando forman parte del pasado, se ven alterados por los mecanismos del recuerdo: no solo cuenta lo que fuimos sino también dónde lo fuimos porque ambas eventualidades se solapan y se cumplimentan de forma inseparable. El pasado de la joven pareja es el lugar donde se desenvuelve la trama de Una juventud.
Louis, hijo de un ciclista famoso y de una bailarina de music-hall, ambos fallecidos, recién finalizado el servicio militar, conoce a un oscuro personaje, mezcla de espía y agente comercial, que se hace cargo de su manutención a la espera de entrevistarse con un amigo importante que le ofrecerá trabajo.
«Desde aquellos días interminables que había pasado en la enfermería del cuartel, no había perdido la costumbre de escuchar su transistor con funda de cuero verde. Acostado y mirando al techo, pensaba en el porvenir, es decir, en nada, mientras se iban sucediendo las noticias, las canciones y los concursos telefónicos. De vez en cuando, fumaba un cigarrillo, pero intentaba que le durase el paquete, porque aquellos cigarrilos eran caros. Ingleses y en cajas metálicas. Se habían metido mucho con él por eso en el cuartel, pero no le gustaba el tabaco negro».Odile, hija de padre desconocido y de una mujer de vida irregular con problemas durante la guerra que murió en el exilio, es reclutada por un cazatalentos musicales después de haber dejado un trabajo horroroso en una perfumería.
«Se le había olvidado comprar algo de comer, pero de todas formas no le quedaba casi nada del último sueldo. Desde que había dejado de trabajar en la perfumería de la calle Vignon se pasaba los días en el Palladium, igual que se queda uno mucho rato en la bañera. Puso un disco en el tocadiscos que estaba en el suelo, al pie de la cama. Luego apagó la lámpara de cabecera. Oía la música, tendida en la oscuridad, y enfrente tenía el cuadrado de la ventana, algo más claro. Como al radiador le faltaba la llave para regularlo, no se podía bajar la temperatura y siempre tenía abiertas de par en par las dos hojas de la ventana».Ambos desarrollan una especie de dependencia, tanto económica como emocional, de esas dos amistades, pero con la sospecha de que esos desinteresados mecenas, al tiempo que les ofrecen una especie de refugio, un lugar de descanso situado al margen del discurrir de los acontecimientos, como si les prepararan para sobrellevar unos sucesos que les van a ocurrir irremediablemente —en una ciudad llena de peligros pero cuyo deambular no puede evitarse, como si ambos estuvieran hipnotizados por un mentalista que los coloca, fuera de su voluntad, al borde de un abismo—, tienen algo que ocultar. El primer encuentro de los dos jóvenes tiene lugar en un bar, en ausencia de sus protectores y por azar pero en una situación personal excepcionalmente dispuesta para ello, en uno de esos momentos en que una soledad solo puede encontrar remedio juntándose con otra, pues eso es lo único que tienen ambas para compartir.
«Para no pasar demasiada hambre, dormían y se quedaban tendidos en la cama cuanto era posible. Perdían la noción del tiempo y si Brossier [uno de los mecenas] no hubiera vuelto no habrían vuelto a salir de aquella habitación ni de aquella cama donde oían música e iban poco a poco a la deriva. La última imagen del mundo exterior eran los copos de nieve que se pasaban todo el día cayendo en el marco de la ventana».A veces, el devenir, un camino que avanza sin remedio, delinea también, paradójicamente, trazos del pasado, un paraje acaso nunca transitado, como si solo a la mitad, y solo entonces, del recorrido de un puente colgante se materializara la parte del puente ya superada, la que lo une a la tierra firme que, no se sabe cómo, se ha dejado atrás. Sin embargo, a pesar de la posibilidad de ser visualizado, ese lugar no puede revisitarse porque, como siempre sucede con el pasado, ya no tiene existencia real más que en la mente del que recuerda, ya no está allí para responder a las preguntas ni para ayudar a comprender quiénes somos, y debe ser manipulado con mucho cuidado para que no se convierta en un sumidero cuya corriente nos haga desaparecer. Un lugar no visitable que es, sin embargo, el sitio donde fuimos forjados.
«Lo movió la curiosidad por el sitio en el que había trabajado su madre y buscó las señas de Le Tabarin, pero en ese número de la calle de Victor-Massé se encontró ante una fachada ciega. Habían debido de convertir el antiguo music-hall en salón de baile o en taller de automóviles. Era una aventura igual a aquella en que iba por primera vez bulevar Grenelle abajo y se disponía a contemplar el Velódromo de Invierno en recuerdo de su padre. Así que los dos lugares que habían sido algo así como los centros de gravedad de la vida de sus padres ya no existían. Una sensación de angustia lo dejó clavado en el suelo. Se desplomaban despacio sobre su padre y su madre lienzos de pared, y esa caídas interminable levantaba nubes de polvo que lo asfixiaban».Pero es posible que a medida que se va descubriendo ese pasado su contenido genere una inefable sensación de rechazo que puede extenderse, como una mancha que avanza imparable, hasta el mismo presente, un repudio que implica un cambio profundo en las predisposiciones y las actitudes: es la negación de uno mismo, y el cambio radical que demanda puede dirigirse a un destino cuyo éxito no está garantizado.
En todo caso, pueden entrar en juego algunas circunstancias que presten cierta consistencia a ese equilibro tan inseguro, si bien es imprescindible asumir que cualquier movimiento inesperado puede dar al traste con esa estabilización, como ese castillo de naipes tan firme en su inestabilidad pero susceptible de derrumbamiento ante la más mínima variación del aire.
«Estaban viviendo uno de esos momentos en que siente uno la necesidad de aferrarse a algo sólido y pedirle consejo a alguien. Pero no hay nadie. Salvo esas siluetas grises de las carteras negras que cruzan la calle de Réaumur bajo la lluvia, se meten en el café, toman algo en la barra y se van, y su trasiego aturde a Odile y a Louis. El suelo sube y baja».El estado perentorio en que se encuentran Louis y Odile, en la veintena, sin oficio ni beneficio y con unas perspectivas poco halagüeñas, les obliga a aceptar el padrinazgo de un individuo de dudosa moralidad que les consigue trabajo y medios de vida; es una época que se toman como un paréntesis en sus vidas, seguros de que no les sucederá nada memorable, y en la espera, ciertamente indolente y nada activa, de que un cambio en sus circunstancias, descartada variación de fortuna, acabe por otorgarles un destino que ellos mismos no son capaces de fijar.
«La luz de la lámpara iluminaba crudamente a Odile y a Louis y, en el sofá, estaban los dos muy juntos. Axter y Harold los observaban. Dos mariposas inmóviles pinchadas en una tela a las que contemplaban unos aficionados».Es ese mismo ennui, esa falta de perspectivas, lo que les lleva a aceptar la acción ilegal que les propone su mecenas, no tanto por inconsciencia de la gravedad que supone transgredir la ley como por indiferencia: en el momento, tal vez el primero de su vida adulta, en el que deben tomar una decisión trascendente, se dejan llevar por la inercia que, si bien no les conviene en absoluto —y bien conscientes que son de ello—, tiene un componente de comodidad que les apetece. Estar fuera del tiempo, en unas inesperadas vacaciones, y fuera del espacio, al sur de Inglaterra, es una situación inmejorable para su estado de ánimo, como un paréntesis o un compás de espera hasta que llegue el tiempo de las ineluctables decisiones.
«—Me pregunto qué estamos haciendo aquí —dijo Louis. Desde hacía unos momentos notaba en aquella habitación la misma sensación de dependencia y de asfixia que se había adueñado de él en el internado y en el ejército. Los días van pasando y uno se pregunta qué hace ahí y cuesta trabajo creer que no se va a quedar preso para siempre».¿Cómo es posible que personas con las que te has cruzado por azar, cuya amistad no has buscado y cuya ayuda jamás has solicitado, personas que has frecuentado durante un período de tiempo corto y sin ninguna significación, como una pesadilla, y que después desaparecen de tu vida súbitamente, con la misma premura con que aparecieron, acaben dejando una huella tan marcada que el resto de tu vida parece derivar de la relación mantenida con ellos? ¿Es debido a que esa relación contuvo instantes irrepetibles o a que coincidió con una predisposición personal que le abrió las puertas? ¿Es una cuestión de puro azar?
«Algo acerca de lo que se preguntó más adelante si no habría sido sencillamente su juventud, algo que había llevado como un peso hasta entonces, se estaba desprendiendo de él, igual que un trozo de roca cae despacio hacia el mar y desaparece entre un surtidor de espuma».Quien busque tramas absorbentes o fuegos artificiales estilísticos, se equivoca de autor. Leer Modiano no es el reto de salir en busca de aventuras, es volver a casa después de una larga ausencia.
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