25 de septiembre de 2009

Ante la pintura

Ante la pintura. Robert Walser, Siruela
Traducción de Rosa Pilar Blanco

Para los adeptos incondicionales del genial outsider de la literatura suizo, Siruela publica esta recopilación de escritos, cuentos, narraciones y algún que otro poema en versión bilingüe, con el denominador común de referirse a la pintura o al arte en general.

Todos los lectores que se sorprendieron con el minimalismo expresivo de El paseo (Der Spaziergang, 1917) y que siguieron con afán arqueológico la exhumación de los Microgramas I, II y III (Aus dem Bleistiftgebiet), no deberían perderse esta antología de fragmentos en la que Walser hace su personal repaso de la historia de la pintura en el formato breve en el que demostró, a lo largo de una dilatada carrera literaria, aunque insuficiente para sus admiradores, entre los que se cuenta este reseñista, su innegable maestría.
Vídeo: Animación basada en El Paseo: Un último paseo por la nieve

19 de septiembre de 2009

La hija del optimista

La hija del optimista. Eudora Welty, Impedimenta
Traducción de José C. Vales. Introducción de Félix Romeo

Traducció de Josefina Caball

Eudora Welty (1909-2001) es un personaje fundamental entre los escritores de los estados del Sur de Estados Unidos del siglo XX. Su narrativa se interesó, en sus primeras obras, en el aspecto más social de la literatura, centrando su atención en personajes marginados y en su relación con una tierra que les condiciona y de la que no pueden desprenderse. Con posterioridad, aun sin abandonar cierto experimentalismo, su narrativa desplazó su centro de gravedad y, con obras como Boda en el delta (Delta wedding, 1946) y, sobretodo, La hija del optimista (The optimist's daughter, 1972), se inscribió en los temas tradicionales de la literatura sureña: las sagas familiares, las relaciones humanas y la nostalgia de un mundo aristocrático en vías de desaparición.

Tal vez sea en La hija del optimista, ganadora del Premio Pulitzer en 1973, donde Welty materializa con más acierto la síntesis de su narrativa: la enfermedad y muerte de un ser querido, un "hijo del Sur" canónico, con las reacciones de una hija recuperada; la relación y en conflicto entre la protagonista y su madrastra a la hora de trasladar e inhumar el cadáver; y el entorno social en el que Laurel desarrolló su infancia, sus relaciones sociales y sus amistades y complicidades, perdido cuando lo abandonó en su dia para casarse e irse a vivir a otra parte, pero que se ha resistido a cambiar. Todo ello narrado con un detalle y una minuciosidad notables.

Muestra del trabajo fotográfico de la autora: The Photography of Eudora Welty

17 de septiembre de 2009

Villa Triste

Villa Triste. Patrick Modiano, Anagrama
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia
“Los mejores puntos de referencia son las guerras.”

En una estación termal situada al margen del espacio, por más que se ubique en la frontera franco-suiza, y del tiempo, a pesar de trascurrir la acción en els primeros años sesenta del pasado siglo; retrato de una sociedad que manifiesta su opulencia con maneras de decadencia y para la que el ocio es solamente una forma de acabar con el hastío; una suerte de paréntesis autocongruente y autosuficiente, en el que los individuos devienen personajes representando una pantomima irreal confeccionada con retazos de vidas imposibles, en el que encontramos a Yvonne Jacquet, una actriz novel de futuro profesional indescifrable; al enigmático y excesivo René Meinthe, autodenomiado como Reina Astrid; al inquietante Hendrickx, y a un conjunto de sombras cuyo único papel es pulular por pensiones folclóricas, salones desvencijados, pasillos solitarios, chalés amenazando ruina y jardines descuidados; incapaces de comprender que sus aspiraciones, cuando no al de lo imposible, pertenecen al dominio del pasado (“éramos livianos, tan livianos…”),

“Lo que nos hace caer más en la cuenta de que ha desaparecido una persona son las contraseñas que existían entre ella y nosotros, que, de pronto, se vuelven inútiles y vacías”,

y que serán evocados unos años después por el hipotético narrador, un joven que hace llamarse conde Víctor Chmara.

“Basta con doce años para que se nos olviden los datos de las personas que han tenido importancia en nuestra vidas.”

Las descripciones de Modiano nunca son exhaustivas ni producen el efecto descriptivo por acumulación. Se diría que toda situación a describir contiene unos elementos esenciales que la conforman, la determinan y le confieren individualidad, y otros elementos que podrían calificarse como accesorios, de relleno, que también aportan información pero que intefieren en el desarrollo de la acción. La maestría de Modiano administrando las descripciones es única: en realidad, los datos que aporta son pocos, pero nunca deja la sensación de que haya escatimado contenido importante: lo esencial ha sido descrito y la comprensión de la situación es total:

“Ella dormía, con la mejilla apoyada en el brazo derecho, estirado. La franja azulada que lanzaba la luna a través de la habitación le iluminaba la comisura de los labios, el cuello, la nalga izquierda y el talón. En la espalda, le formaba algo así como una banda rectilínea. Yo contenía la respiración.”

Y la memoria, como siempre en Modiano, tiene una importancia fundamental en sus textos, sea porque desencadena una resolución insospechada, sea porque constituye el verdadero motor de la acción, o porque puntea la trama con referencias a un pasado que se halla en situación de reposo esperando esa “chispa” que lo encienda:

“Hay seres misteriosos –siempre los mismos- que montan guardia en todas las encrucijadas de nuestras vidas.”

Como en la mayoría de sus obras, el verdadero protagonista de Villa Triste no es otro que el pasado, idealizado por la memoria, pero al que el presente se encarga de poner en su lugar. Se diría que los propios personajes y la trama son únicamente una excusa para mostrar cómo la memoria y el recuerdo se traicionan mutuamente y cómo jamás podremos recuperar aquello que hemos vivido en nuestra juventud y que adquirió el carácter de ausente inmediatamente después de haber ocurrido.

13 de septiembre de 2009

Un año sin DFW

David Foster Wallace. Ithaca, Nueva York, 21-2-1962; Claremont, California, 12-9-2008
Hoy se cumple un año desde que David Foster Wallace apareció ahorcado en el garaje de su casa de California; con su muerte desaparecía una de las voces más influyentes y originales de la literatura norteamericana actual, ensalzado por la crítica más progresista y, a la vez, idolatrado por el fervor de un público entusiasta. Gran parte de su obra ha sido traducida al castellano.
Su literatura ha sido calificada como eminentemente experimental, epítome de una postmodernidad de la que él mismo había renegado con acritud, y con un fuerte carácter adictivo, extremos que quedan justificados en su novela más emblemática, La broma infinita (The Infinite Jest, 1996), un inabarcable torrente narrativo de más de mil páginas que constituye, probablemente, el ejemplo paradigmático de su concepto de la literatura de ficción. Es autor también de los conjuntos de relatos La niña del pelo raro (Girl with Curious Hair, 1898), Entrevistas breves con hombres repulsivos (Brief Interviews with Hideous Men, 1999), y Extinción (Oblivion: Stories, 2004); y de las antologías de relatos, reportajes i entrevistas Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (A Supposedly Fun Thing I'll Never Do Again, 1997) y Hablemos de langostas (Consider the Lobster, 2003).

Nación Apache, http://www.nacionapache.com.ar/archives/2578, ofrecemos en su estupendo blog este cuento corto, típico de Wallace. Apareció en la revista Esquire, el 1º de noviembre de 2000 y es su primera versión en español, traducida por Nicolás González Varela.

Encarnaciones de Niños Quemados
David Foster Wallace
Papi estaba a un lado de la casa colocando una puerta para el inquilino cuando escuchó los gritos del niño, y la voz de Mami subiendo de tono entre ellos. Se pudo mover rápido, y la puerta de atrás del porche llevaba a la cocina, y antes que la pantalla de la puerta se hubiera cerrado fuertemente detrás de él, Papi había abarcado la escena en su totalidad, la olla boca abajo en el suelo ante la estufa y el quemador de gas jet azul y el charco de agua en el suelo todavía soltando vapor mientras sus muchos brazos se extendían, el niño con sus pañales cargados manteniéndose rígido con el vapor saliendo de su pelo y de su pecho, y sus hombros escarlatas, y sus ojos hacia atrás, y su ancha boca abierta y parecía de alguna forma separada del sonido que había exhalado, Mami agachada, sosteniéndose en una rodilla con el trapo de cocina apuntando sin sentido al niño, unido a sus gritos, histéricos, así que estaba casi congelada. Una de sus rodillas y los pequeños y suaves pies al desnudo estaban todavía en la piscina de vapor, y lo primero que hizo Papi fue coger al niño bajo sus brazos y llevarlo lejos del vapor, transportándolo a un aljibe donde le quitó las cubiertas y arrancó la tapa para dejar que la fría agua de pozo corriera a través de los pies del niño mientras con su mano recogía y tiraba más agua fría sobre la cabeza, los hombros y el pecho, queriendo primero ver que el vapor dejara de salir del muchacho, Mami por encima de sus hombros llamando a Dios, hasta que él la envió a por toallas y gasas si es que había, Papi se movía rápidamente y bien, y su mente de hombre, vacía de todo menos de propósito, sin estar del todo enterado que tan rápido se estaba moviendo o que había dejado de oír los fuertes gritos, porque al oírlos, se detendría, haciendo imposible lo que debía hacerse para ayudar a su hijo, cuyos gritos eran tan frecuentes como su respiración y continuaron así hasta que se habían convertido en un sonido típico de cocina, algo más para moverse deprisa. La puerta lateral de la ranchera estaba colgada de uno de los goznes y se movía un poco por el viento, mientras un pájaro en el roble al otro lado del camino aparecía para observar la puerta con actitud engreída mientras los llantos todavía venían desde el interior. Las peores quemaduras parecían ser las del brazo derecho y las del hombro, el color rojo estaba desapareciendo del pecho y del estómago, convirtiéndose en rosa bajo el agua fría, y la planta de sus pies no tenían ampollas, según veía Papi, pero el pequeño todavía golpeaba y gritaba, exceptuando que ahora lo hacía solamente por reflejo del temor que Papi sabía que pensaría más tarde, su pequeña cara hinchada y de la que aparecían venas marcadas en su sien, mientras Papi seguía diciendo “estoy aquí, estoy aquí”, mientras la adrenalina fluía y la rabia de Mami por dejar que esto ocurriera estaba empezando a reunirse en fragmentos dentro de su extremadamente silenciosa cabeza. Cuando Mami volvió, él no sabía si rodear la cabeza del niño en una toalla o no, pero mojó la toalla y lo hizo, envolviéndolo bien fuerte, y levantando a su bebé fuera del pozo, depositándolo sobre el filo de la mesa de la cocina para relajarlo, mientras Mami trataba de mirar las ampollas de los pies, pasando una mano por la zona de su boca y murmurando palabras sin sentido, mientras Papi se arrodilló, colocándose cara a cara con el niño en la mesa mientras el filo de la misma estorbaba, repitiendo que “estaba ahí” y tratando de calmar los llantos del pequeño, pero él mismo todavía gritaba casi sin aire, un fuerte, puro y brillante sonido que podía detener su corazón, mientras sus pequeños labios y sus encías eran iluminadas con el celeste de una pequeña llama que Papi pensó en llevar, gritando como si casi estuviera de nuevo bajo la olla inclinada dolorido. Un minuto, dos como éste hubieran parecido mucho más, con Mami al lado Papi, hablando de temas tontos y sin sentido en la cara del niño y la alondra sobre la rama caía sobre él, con su cabeza hacia un lado y la bisagra poniéndose blanca en una línea desde el peso de la puerta inclinada hasta la primera voluta de vapor saliendo vagamente desde debajo de la toalla, mientras los ojos de los Papis se encontraban, y se hacían cada vez más grandes - el pañal, el cual cuando abrieron la toalla e inclinaron a su pequeño sobre la tela a cuadros mientras desabrochaban las suaves lengüetas, tratando de quitarlo, el mismo se resistió un poco, con nuevos gritos y estaba ardiendo, el pañal de su niño estaba ardiendo en sus manos, mientras vieron donde había caído el agua real y se había estancado, quemando a su bebé todo éste tiempo mientras gritaba para que lo ayudaran, y no lo habían hecho, no se les había ocurrido, y cuando finalmente se lo sacaron y vieron el estado de lo que había ahí, Mami dijo el primer nombre de su Dios y se aferró de la mesa, tratando de mantenerse de pie mientras Papi se dio vuelta y soltó un insulto en la cocina, maldiciéndose tanto a sí mismo como al mundo por no haberse dado cuenta la última vez, mientras ahora mismo, su hijo podría estar prácticamente durmiendo, si no fuera por la velocidad de su respiración y las pequeñas contracciones de sus manos hacia el aire, arriba de donde yacía, manos del tamaño del pulgar de un hombre, que se habían aferrado al pulgar de Papi en la cuna mientras observaba como la boca de Papi se movía creando una canción, su cabeza martilleaba constantemente y parecía ver mas allá de él, algo en sus ojos hacia que la soledad de Papi se apaciguara de forma extraña. Si nunca has llorado a mares, ten un niño. Rompe tu corazón por dentro y algo que alegrará al niño es la tonta canción que Papi escucha de nuevo como si la dama estuviera casi a su lado con él, mirando lo que han hecho. Horas después lo que Papi nunca olvidará de esto eran las ganas que tenía de fumarse un cigarrillo en ese preciso momento mientras le cambiaban el pañal al niño de la mejor forma posible con gasas y dos toallas de mano cruzadas, mientras Papi lo levantó como un niño recién nacido con el cráneo del mismo en su mano y lo llevaba rápidamente hacia la furgoneta caliente y quemaba llantas hasta el pueblo, llegando a la UCI del hospital con la puerta de la ranchera abierta así todo el día hasta que el gozne cedió, pero entonces era demasiado tarde, cuando sucedió no podía parar y no podían llegar a tiempo. El niño aprendió a dejarse llevar y ver como todo se desenvolvía por lo alto y lo que se hubiera perdido de ahora en adelante no importaba, mientras el cuerpo del niño crecía y caminaba, atrayendo a sus iguales, viviendo su vacía vida, una cosa entre cosas, su propia alma desaparecía como el vapor, cayendo como la lluvia y surgiendo como el sol, arriba y abajo como un yoyo.

9 de septiembre de 2009

Disparad contra la Ilustración

Transcripción del artículo de Rafael Argullol publicado el 07/09/2009 en el Diario El País.

Disparad contra la Ilustración

En los últimos tiempos, algunos de los mejores profesores abandonan precipitadamente la Universidad acogiéndose a jubilaciones anticipadas. Con pocas excepciones, las causas acaban concretándose en dos: el desinterés intelectual de los estudiantes y la progresiva asfixia burocrática de la vida universitaria. La mayoría de los profesores aludidos son gentes que en su juventud apostaron por aquel ideal humanista e ilustrado que aconsejaba recurrir a la educación para mejorar a la sociedad y que ahora se baten en retirada, abatidos algunos y otros aparentemente aliviados ante la perspectiva de buscar refugio en opciones menos utópicas.
El primero de los factores es objeto de numerosos comentarios desde hace dos o tres lustros. Un amigo lo resumía con contundencia al considerar que los estudiantes universitarios eran el grupo con menos interés cultural de nuestra sociedad, y eso explicaba que no leyeran la prensa escrita, a no ser que fuera gratuita, que no acudieran a libros ajenos a las bibliografías obligatorias o que no asistieran a conferencias si no eran premiadas con créditos útiles para aprobar cursos. Aunque podría matizarse la afirmación de mi amigo, en términos generales responde a una realidad antipática pero cierta, por más que todos los implicados en el circuito de la enseñanza reconozcan que no se trata de la mayor o menor inteligencia o sensibilidad de los universitarios actuales con respecto a generaciones precedentes, sino de otra cosa.
Esta "otra cosa" es lo que ha desgastado irreparablemente a los profesores que optan por marcharse a casa. Éstos no se han sentido ofendidos tanto por la ignorancia como por el desinterés. Es decir, lo degradante no ha sido comprobar que la mayoría de estudiantes desconocen el teorema de Pitágoras -como sucede- o ignoran si Cristo pertenece al Nuevo o al Antiguo Testamento -como también sucede-, sino advertir que esos desconocimientos no representaban problema alguno para los ignorantes, los cuales, adiestrados en la impunidad ante la ignorancia, no creían en absoluto en el peso favorable que el conocimiento podía aportar a sus futuras existencias.
Naturalmente, esto es lo descorazonador para los veteranos ilustrados, quienes, tras los ojos ausentes -más soñolientos que soñadores- de sus jóvenes pupilos, advierten la abulia general de la sociedad frente a las antiguas promesas de la sabiduría. Los cachorros se limitan a poner provocativamente en escena lo que les han transmitido sus mayores, y si éstos, arrodillados en el altar del novorriquismo y la codicia, han proclamado que lo importante es la utilidad, y no la verdad, ¿para qué preferir el conocimiento, que es un camino largo y complejo, al utilitarismo de laposesión inmediata? Sería pedir milagros creer que la generación estudiantil actual no estuviera contagiada del clima antiilustrado que domina nuestra época, bien perceptible en los foros públicos, sobre todo los políticos. Ni bien ni verdad ni belleza, las antiguallas ilustradas, sino únicamente uso: la vida es uso de lo que uno tiene a su alrededor.
Esta atmósfera antiilustrada ha penetrado con fuerza también en el organismo supuestamente ilustrado y, con frecuencia, anacrónico de la Universidad. Ahí podríamos identificar la otra causa del descontento de algunos de los profesores que optan por el retiro, originando, en el caso de los mejores, una auténtica sangría intelectual para la Universidad pública, cuyo coste social nadie está evaluando. A este respecto, la renovación universitaria ha sido sumamente contradictoria en estos últimos decenios. De un lado ha existido una notable voluntad de adaptación a las nuevas circunstancias históricas, con particular énfasis en ciertas tecnologías e investigaciones de vanguardia como la biogenética; de otro lado, sin embargo, las viejas castas universitarias, rancios restos feudales del pasado, han sido sustituidos por nuevas castas burocráticas, que predican una hipotética eficacia que muchas veces roza peligrosamente el desprecio por la vertiente científica y cultural de la Universidad. En los mejores casos, por consiguiente, los centros universitarios se aproximan al funcionamiento empresarial eficaz, y en los peores, a una suerte de academia de tramposos.
Lógicamente, ni unos ni otros resultan satisfactorios para el profesor que quería adaptar el credo ilustrado al presente. Si la Universidad pública se articula sólo con intereses empresariales, está condenada a aceptar la ley de la oferta y la demanda hasta extremos insoportables desde el punto de vista científico. Los estudios clásicos o las matemáticas nunca suscitarán demandas masivas ni estarán en condiciones de competir con las carreras más utilitarias. Pero el día en que el consumo de tecnología no suscite ya ninguna curiosidad por los principios teóricos que posibilitaron el desarrollo de la técnica y la Universidad se pliegue a esa evidencia, lo más coherente será rendirse definitivamente y olvidarse de que en algún momento existió algo parecido a un deseo de verdad.
Mientras esto no suceda, al menos definitivamente, el riesgo de una Universidad excesivamente burocratizada es el triunfo de los tramposos. No me refiero, desde luego, a los tramposos ventajistas que siempre ha habido, sino a los tramposos que caen en su propia trampa. La Universidad actual, con sus mecanismos de promoción y selectividad, parece invitar a la caída. En consecuencia, los jóvenes profesores, sin duda los mejor preparados de la historia reciente y los que hubiesen podido dar un giro prometedor a nuestra Universidad, se ven atrapados en una telaraña burocrática que ofrece pocas escapatorias. Los más honestos observan con desesperanza la superioridad de la astucia administrativa sobre la calidad científica e intentan hacer sus investigaciones y escribir sus libros a contracorriente, a espaldas casi del medio académico. Los oportunistas, en cambio, lo tienen más fácil: saben que su futura estabilidad depende de una buena lectura de los boletines oficiales, de una buena selección de revistas de impacto donde escribir artículos que casi nadie leerá y de un buen criterio para asumir los cargos adecuados en los momentos adecuados. Todo eso puntúa, aun a costa de alejar de la creación intelectual y de la búsqueda científica. Pero, ¿verdaderamente tiene alguna importancia esto último en la Universidad antiilustrada que muchos se empeñan en proclamar como moderna y eficaz?
Los veteranos profesores de formación humanista que últimamente abandonan las aulas creen que sí. Por eso se retiran. No obstante, es dudoso que su gesto tenga repercusión alguna. Para tenerla debería encontrar alguna resonancia en el entorno en que se produce. No es así. Nuestra Universidad, como nuestra escuela, es un mero reflejo. La sociedad en la que vivimos no sólo no tiene intención de compartir los ideales ilustrados, juzgados ilusorios e inservibles, sino que dispara contra ellos siempre que puede. Desde el escaño, desde la pantalla, desde el estudio, desde donde sea. El pensamiento ilustrado no ha demostrado que proporcionara la felicidad. Y esto se paga.

© EDICIONES EL PAÍS S.L.