29 de abril de 2016

Manifiesto incierto

Manifiesto incierto. Frédéric Pajak. Errata Naturae, 2016
Traducción de Regina López Muñoz
"El baño de las palabras, esas banalidades que me acarician la cabeza."
Toda ideología que se precie contiene en su seno el germen de la ideología opuesta, y ambas se retroalimentan mutuamente dando lugar a una sucesión de altercados que pueden preverse pero que jamás serán evitados porque la subsistencia de ambas depende de esa confrontación. Las verdadera y efectiva guerra contra una ideología no se libra desde las trincheras de otra sino en el campo abierto de la razón.

El origen de nuestra concepción del mundo no reside en la Historia, en los antecedentes, ni en los conocimientos que nos son transmitidos, sino en las sensaciones a que estamos expuestos desde nuestro nacimiento.


Este Manifiesto incierto que tenemos la suerte de leer en castellano de la mano de Errata Naturae es el primero de los cuatro volúmenes que, bajo el mismo título, lleva publicados desde 2012 el escritor y dibujante francés de ascendencia polaca Frédéric Pajak; en este primer volumen -de los cuatro, los tres primeros siguen la huella de Walter Benjamin en su exilio a través de Europa-, el autor mezcla episodios de su propia vida con acontecimientos acaecidos al filósofo alemán.

Dice Benjamin: "cuanto más mediocre es el autor, tanto más experimenta el deseo de sustraerse como "novelista" a su verdadera responsabilidad como escritor."
En primer lugar acompaña a Benjamin en algunos de sus viajes a Italia, donde es testigo del florecimiento del fascismo; posteriormente, con el correr de los años, acercándose peligrosamente al final de la década de los treinta, observa el avance del antisemitismo, disfrazado de intelectualidad, primero en la burguesía y después entre el pensamiento francés. Después, viaja con Benjamin a la isla de Ibiza, un lugar separado del mundo, "la isla del olvido", en la que el aislamiento y el regreso a la naturaleza primordial del ser humano le ofrecieron un simulacro de salvación.
"Si el pueblo sucumbió al fascismo fue porque los intelectuales no supieron dirigirse a él. Dejaron vía libre a los demagogos y los periodistas. Los intelectuales sólo se dirigen a los intelectuales y a un puñado de políticos que les proporcionan la ilusión de tener algo que decir."
Pajak cita el caso de Ernst Toller, que parece calcado del de Benjamin: obligado a exiliarse, deambulando, y muerto por su propia mano en tierra extraña. Más que casos individuales, parecen consecuencia de una epidemia, otra, que afectó a Europa en un período alrededor de la Segunda Guerra Mundial, una plaga que se llevó consigo a aquellas mentes lo suficientemente lúcidas como para adivinar las consecuencias de lo que iba a suceder: la posibilidad, remota pero plausible, de que se consiguiera salvar la vida pero al precio de condenar su alma para toda la eternidad.

Pajak, con esa mezcla de texto e imágenes, consigue un estupendo y logrado híbrido entre la memoria personal, el ensayo filosófico, el seguimiento intelectual de un personaje y la ilustración realista. Un libro memorable.


Calificación: ****/*****

25 de abril de 2016

El día del Watusi

El día del Watusi. Francisco Casavella. Anagrama, 2015
Prólogos de Kiko Amat y Carlos Zanón. Epílogo de Miqui Otero
El pasado veintinueve de marzo se cumplieron ocho años del primer post en este blog, pero hasta el día tres de octubre no se cumplirá el mismo período para las primeras Notas de Lectura; como habrán visto los seguidores más o menos constantes, si es que los hay, o los visitantes esporádicos, han pasado por aquí libros de los más diversos pelajes que revelan un gusto ecléctico y a menudo irrazonable; ha habido libros que me han gustado poco pero que he creído que merecían algún comentario y libros soberbios cuya magnitud empalidecía cualquier consideración. Razones laborales pero sobre todo de preferencias personales han traído a este blog muy poca literatura española en cualquiera de las dos lenguas que comprendo, castellano y catalán, aún sabiendo que ese prejuicio me sustraía de leer grandes obras literarias, que algunas debe haber, aunque sean ínfimos chispazos apenas manifiestos en una espesa oscuridad, escritas por autores contemporáneos; seguramente algún día tendré que arrepentirme por no haber leído a este o a este otro autor pero, para suerte mía, y a pesar de no contar con las referencias necesarias, al menos podré decir que sí que he leído la que, a mi entender, es la mejor novela -con todos los matices de género que se quiera- en lengua castellana  del siglo XXI, y que con la muerte de Francisco García Hortelano, a semejanza de lo que representó la desaparición de David Foster Wallace casi con la misma edad para las letras anglosajonas, se perdió la gran esperanza blanca de la literatura española.
"Nadie sabe nunca la verdad."
El día del Watusi es la reedición en un solo volumen de Los juegos feroces (Mondadori, 2002), Viento y joyas (Mondadori, 2002) y El idioma imposible (Mondadori, 2003), tres novelas que, ya en su origen, compartían escenario, la Barcelona del último tercio del siglo XX desde el chabolismo de la montaña de Montjuïc, la transición del franquismo a la democracia y hasta los fastos olímpicos -a menudo se hace difícil no leer en clave comentarios relativos a la situación política en un momento determinado y no encontrar correspondencias en el mundo real- ; y protagonista, Fernando Atienza, un sujeto peculiar a quien se le encarga la redacción de un informe sobre cierto personaje cuya redacción es el libro que leemos.
"En ese momento recuerdo una expresión no sé si feliz, "A los raros nos pasan cosas  raras", y me convenzo otra vez de que mi vida es una cadena de exageraciones; o quizá sean extremos esos puntos de giro, el accidente que provoca el cambio de costumbres y de edad, y el resto sea sólo lamerse las heridas y maravillarse como un tonto de los sucesos al fin banales que las causaron."
Por supuesto, nada más comenzar le asaltan al lector  infinidad de dudas acerca de la naturaleza de este Informe, teniendo en cuenta que los hechos que Atienza relata no tienen nada que ver, aparentemente, con ese tal Neyra; pero también acerca de la personalidad del redactor, un individuo con unos orígenes tan inciertos ponen en duda la utilidad de sus conocimientos. 
"Siempre me he dejado dominar por una sensación de desapego que a un tiempo me salva y me aleja de los demás. Es lo que siempre ha sucedido. Pese a muescas intempestivas de placer y dolor, que se han ido grabando en alguna parte de mi biografía, la indiferencia verdadera me ha acompañado toda la vida. No he querido. No me he preocupado. No he sido. O he sido todos y ninguno."
Pero es que "duda" es una de las palabras clave de una obra  en la que nada es lo que parece a simple vista; ni siquiera el personaje que da título al libro parece un personaje real sino el producto de una leyenda que, como todas, está formada por acumulación de anécdotas, de hechos espurios, legendarios también algunos, tergiversaciones de hechos reales lo más, que falsifican el punto de partida hasta hacerlo irreconocible: una vez "suelta", la leyenda adquiere vida propia y es inconducible.
"El olvido que comporta la miseria es absoluto, como lo es el que implica la destrucción."
Complots vecinales, conspiraciones económicas y conjuras políticas forman la columna vertebral de la historia que relata Atienza; la vida en el submundo de los barrios relegados, la relación con los traficantes, las putas y el resto de la fauna que puebla los márgenes de la ciudad y del sistema, la médula espinal que encierra esa carcasa; y los puntos de contacto entre ambos mundos, a veces separados solamente por una frontera tan permeable que llegan a confundirse, el marco que encuadra la acción. 
"Meditaba en el rumor, en el chisme, esa máquina que mueve el mundo y transmite una y otra vez el mismo mensaje: "Siempre ganan los malos". La herramienta aniquiladora de los fuertes que utilizan el comentario casual entre hoyo y hoyo del campo de golf para acercarse el tocón de mentiras sobre el que apoyar la cabeza de sus competidores (o de todo un pueblo) antes de la caída del hacha; o la inmunda tabla de salvación de los débiles, que necesitan inventarse un poder que nunca tendrán, una falsa situación de privilegio, otra historia con la que jugar y que los mantenga vivos y alerta en su partida inveterada contra el mundo. Pasillos y bilis, patio de vecinas y paranoia, Rumores como anguilas asfixiándose en un vivero superpoblado hasta que revienta la pared de contención en las malas épocas."
Para ello, un trabajo ímprobo teniendo en cuenta el nivel de calidad literaria al que el autor parece no querer renunciar, Casavella hace uso de una sólida amplitud se registros bajo un estilo común, como una partitura de bajo continuo sin indicaciones para la mano derecha en la que, por mucho que ésta improvise, por mucho que varíe, por mucho que se desvíe, la mano izquierda siempre acaba imponiendo su ley. Esa amplitud de registros toma la forma de "historia de historias": un personaje principal cuenta unos sucesos -el Informe- ramificando la narración mediante episodios que le incumben directamente pero también por medio de relatos protagonizados por personajes secundarios o relativos a temas ligados indirectamente.

Es cierto que El día del Watusi, tal vez debido a la extensión, tal vez a su origen en tres libros sucesivos, se resiente en algún fragmento con respecto al nivel general; la parte correspondiente originalmente a Viento y joyas mantiene la calidad literaria y el uso fantástico del lenguaje, pero se queda con muy poco argumento, o lo traslada al plano político, con lo que el tono narrativo se resiente y acaba transformándose en algo parecido a un thriller de los primeros avances de la transición. En todo caso, Casavella no retoma "el argumento", que parece limitado a Los juegos feroces, pero sí que regresa, en cambio, la trama: la acción permanece en Barcelona, en el barrio del hampa, y vuelve a avanzar firme pero con fluidez; el protagonista se ha refinado, huye de la anécdota y del chiste, y los personajes grotescos, a pesar de que siguen apareciendo esporádicamente, han perdido protagonismo. La misma historia, la del Watusi, la del primer libro, vuelve continuamente, reformulada de acuerdo con la ocasión y reinterpretada en  función del interlocutor, ese asunto pendiente cuya resolución parece depender del número de intentos por descifrarlo.
"-Es lo mismo que cuando tú dices que en las chabolas de Montjuïc había un tío que asesinaba para la mafia de Marsella. Y que era bailarín. El Travolta, por lo menos. Y que violó, o no, o asesinó, o tampoco, a la hija de otro que le encargaba matar a gente y por lo visto era de la French Connection. Y todo eso con dos polis comprados, en un sitio donde se picaba la gente y secuestradores glam, lolitas putas y el Templo del Perro y su puta madre. Y el gitanillo folclórico. Y el chulo piscinas. Y una francesa que parece la hermana de El Padrino."
La grandeza literaria de El día del Watusi no puede resumirse en pocas líneas ni reducirse a un mensaje de contenido más o menos social, más o menos alternativo, más o menos justo, pero lo que sí deja claro es que solamente los poderosos, los que tienen la posibilidad de abrir nuevas perspectivas, poseen la capacidad de ensayar nuevos caminos, o de abrirlos si de eso de trata; los perdedores, en cambio, están condenados, aún siendo conscientes de ello, a repetir su historia. Lo cierto es que nadie aprende de los errores cometidos, pero mientras que los primeros poseen los instrumentos para evitar su repetición, los segundos se ven obligados a reincidir en ellos.

Hablaba antes de las máscaras tras las que Casavella esconde a sus personajes y a gran cantidad de los hechos que relata; también el desenlace -hay que tener mucho cuidado con ese concepto en El día del Watusi- es tan súbito como inesperado, en el que nada es lo que parece y que replantea la historia desde el principio: todos los incidentes fueron interpretados erróneamente, todos los implicados falsearon su interpretación, todas las circunstancias fueron manipuladas -y el lector, más- para que los verdaderos culpables escaparon del castigo y los inocentes fueran perseguidos hasta la extenuación . Pero el pasado es un país verdaderamente lejano al que es imposible volver. El presente puede ser abordado documentalmente, el pasado únicamente a través de la ficción.
"Porque a veces el viento abre ventanas de arrabales y tiemblan sombras en rincones oscurecidos. Ulula la sirena y aúllan los perros. Se asientan a avaricia y el cinismo, se deshacen las oportunidades frente a boquiabiertos de corazón encogido que no conciben, aún, vivir en este mundo. Y los pensamientos se agostan, se callan palabras que antes fueron estímulo, se desvanecen las imágenes violentas, libres, radiantes, del idioma imposible."
El día del Watusi son más de ochocientas páginas torrenciales de la mejor ficción.

Calificación: *****/*****

22 de abril de 2016

VOLT

VOLT. Alan Heathcock. Dirty Works, 2016
Traducción de Javier Lucini
"¿Acaso queda en el mundo alguien normal?"
Krafton, una ciudad imaginaria de la América profunda, es el escenario en el que Alan Heathcock localiza los nueve relatos que componen este VOLT (VOLT, 2011). Conflictos vecinales, habitantes inadaptados, veteranos de Irak, la naturaleza desatada, muerte y violencia que, a pesar de todo, no consiguen socavar la convivencia de los pobladores de ese infierno en la tierra.
"Se le pasó el hambre y se quedó sentada escuchando a la gente de la calle, Harriet Meyers se había puesto a cantar himnos de la iglesia como si fueran canciones de amor. Se acercó a la ventana y contempló la escena. Adolescentes recostados en la parte de atrás de las camionetas. Niños corriendo con bengalas. Hombres lanzando herraduras en el solar vacío donde antiguamente había estado la gasolinera. Otros conversaban en la carretera y aunque Helen había formado parte de aquel grupo ya no estaba muy segura de qué cosas se contaba aquella gente condenada a verse todos los días, semana tras semana, durante años, hasta el momento en que exhalaban el último suspiro."
Tal vez sea cierto lo que dicen los científicos y, efectivamente, esta esfera en la que estamos instalados gire a trescientas sesenta y cinco revoluciones por año, pero no parece menos incuestionable que algunos individuos, o acaso poblaciones enteras, se hallen apeados de ese viaje por el universo, que su perspectiva no alcance ni semanas ni meses ni años sino que se abra cada mañana, justo antes de salir el sol, camino de un trabajo alienante, y se cierre después de cenar, para repetirse invariablemente jornada tras jornada. Krafton y sus habitantes son un ejemplo de estas comunidades más allá del tiempo, un no-lugar en el que los vivos y los muertos, igualmente condenados, conviven en perfecta armonía.
"Las cosas desaparecían. La gente desaparecía. Las nubes dieron paso al sol y el sol dio paso a la noche. Sólo los sentimientos, como los espíritus, perduraban, herrados detrás de los ojos, enlazados a nuestra médula ósea."
Krafton es un lugar sin respuestas a las preguntas más acuciantes. ¿Hacia qué lugar hay que correr para dejar atrás al pasado? ¿Cuánto tiempo es necesario seguir escapando?
"-¿Alguna vez habéis estado al lado de alguien a quien no podéis perdonar? De nada sirve decir "Te perdono".  Decir cosas es inútil. Es así. -Se posó el vaso en la mejilla-. Lo que pasa es que por más que quiera no puedo huir de mí mismo."
¿Hasta dónde alcanza el dolor de que tu hijo haya muerto por tu culpa? ¿Cómo pretender que alguien nos perdone si no nos perdonamos antes a nosotros mismos?
"Vernon cruzó la estancia y salió a rastras de la luminosa caverna. Quizá las cosas horribles son el modo que tiene Dios de dirigirse a nosotros, pensó Vernon mientras subía a tientas por el túnel oscuro. Lo mismo la gente ya no cree en las cosas buenas. Lo mismo las cosas horribles son lo único que le queda a Dios para recordarnos que sigue vivo. Quizá la guerra sea la forma que tiene Dios de cobrar vida en el hombre. Vernon siguió avanzando hacia la luz del día. Emergió a la cornisa y al calor y fue como salir del cine después de haber visto una película triste n una sesión matinal, el resplandor del sol tras la oscuridad demasiado real para tolerarlo."
Cortantes como el filo de una navaja e inesperados como una bala perdida, Heathcock revela a través de sus relatos a una sociedad abandonada por ese Dios al que insisten en convocar y por los mismos hombres, condenada a la oscuridad eterna y sin posibilidad de redención.

Calificación: ***/*****

20 de abril de 2016

Diario de La Central

La publicación del nuevo Diario de La Central correspondiente al mes de abril incluye tres reseñas, de las cuales dos son resúmenes de las ya publicadas en este blog y la tercera es de nueva elaboración.
Ecuatoria. Patrick Deville. Anagrama,  2015
Traducción de José Manuel Fajardo
Peste y Cólera. Patrick Deville. Anagrama, 2015
Traducción de José Manuel Fajardo
Viva. Patrick Deville. Anagrama, 2016
Traducción de José Manuel Fajardo
Todas las literaturas, en mayor o menor medida, poseen un fondo de novela de tema exótico, entendido geográficamente, generalmente proporcional a la extensión del que un día fue imperio colonial. Las novelas de aventuras forman parte también de la tradición literaria de todas las lenguas; en Francia, concretamente, la influencia de Dumas y Verne extiende su sombra a través de casi dos siglos hasta llegar a las nuevas formulaciones contemporáneas del género como LeClézio, Tournier y, en pleno siglo XXI, Patrick Deville. Autor de una obra ampliamente reconocida, abandonó el flirteo con el minimalismo de sus primeros escritos, época en que se le relacionó con escritores como Pierre Michon y Pascal Quignard, para iniciar, con Pura vida, una serie de novelas situadas a medio camino entre el Diario de Viajes y el reportaje histórico en las que reserva el papel protagonista a grandes políticos y hombres de ciencia, a los que sigue en su periplo exótico, siempre heroico y a menudo cruel, y a los que enfrenta a los grandes retos de su tiempo. En Ecuatoria (2009) rastrea la huella de Pierre Savorgnan de Brazza, fundador de la pacital del Congo; Peste & cólera (2012) sigue el periplo por Extremo Oriente de Alexandre Yersin, el bacteriólogo suizo descubridor del bacilo de la peste; y Viva (2014) se centra en la estancia mexicana de Leon Trotski hasta su asesinato por Ramón Mercader. Aunque fiel a la tradición, Deville reelabora un género que se había recreado demasiado en la superioridad de la metrópoli para cuestionar la época colonial y, de este modo, trasladar el conflicto a nuestros días, otra época convulsa, que ha desterrado mediante la fuerza bruta las utopías que imaginaron los viajeros y los científicos del siglo XIX.


Satin Island. Tom McCarthyPálido Fuego, 2016
Traducción de José Luis Amores
U es un antropólogo encargado de la confección de un informe que deberá obtener el significado de la totalidad de la experiencia humana. Colapsado por su magnitud, U oscila entre la plena dedicación y la procrastinación; el mundo en el que se desenvuelve tiene un inquietante parecido con la imagen que ha impuesto la globalización ética: la dificultad de sobrevivir en un entorno dominado por la saturación de información y el compromiso de entresacar de ella no sólo la relevante sino la verdadera y desechar el resto; los impedimentos que sufren las relaciones personales que no derivan directamente del medio laboral o no basadas en un intercambio económico o de poder; y las formas alternativas de dar contenido a la experiencia, más allá de su colectivización en los nuevos medios sociales. Encerrado en su sótano, sin las instrucciones precisas ni un cometido definido, U se enfrenta a sus verdaderos demonios: su equívoca relación con Madison y la imposibilidad de sostener un vínculo afectivo en un entorno que demanda afectividad en la decisión más insustancial; las implicaciones de la noticia de la muerte de un paracaidista por un fallo en el sistema de abertura de su paracaídas, la posible participación mediante sabotaje del equipo de sus compañeros en el incidente o la decisión de suicidio por parte del propio afectado, en un ámbito de riesgo para el que no se supone ningún grado de empatía; y el sueño recurrente del progreso invasivo de un vertido de petróleo en el mar, la quiebra del medio ambiente por los efectos de la civilización como plaga agonística. Al final, en un accidentado regreso al inevitable mundo real, una vez se ha expulsado de encima la virtualidad y la multitud, experimentará la revelación que le redimirá.


Ciudad en llamasGarth Risk HallbergPenguin Random House, 2016
Traducción de Cruz Rodríguez Juiz
La noche del 13 al 14 de Julio de 1977 la ciudad de Nueva York sufrió un apagón eléctrico debido a un incidente atmosférico en una subestación eléctrica que se prolongó durante  todo un día. Las horas iniciales de ausencia de luz provocaron un caos de movilidad y de los sistemas de seguridad que desencadenaron una oleada de desórdenes públicos que llegaron a provocar un cambio en la alcaldía en las elecciones de ese mismo año. Esa noche es el centro alrededor del cual gravita, en la multitud de historias que componen la trama, Ciudad en llamas, primera novela publicada del norteamericano Garth Risk Hallberg. De la mano de un narrador omnisciente la acción divide el escenario en dos localizaciones principales: el Nueva York de los edificios corporativos de las empresas multinacionales, retratados como verdaderos centros de poder no sólo económico, y el Nueva York interracial de la subcultura musical y vital que supuso el nacimiento del movimiento punk; y construye un edificio de tramas interrelacionadas que los abarca a ambos y los relaciona por medio de unas conexiones basadas en la interdependencia de ambos escenarios y los trasvases de los personajes de uno a otro.
La exposición clásica “planteamiento-nudo-desenlace” se subvierte en el plano temporal mediante la sucesión "reacción-consecuencias-acción-antecedentes": esa característica actúa sobre la memoria del lector al contrario de lo usual y hace que la lectura provoque una sensación extraña y, a la vez, apasionante, basada en el efecto "desacumulativo" que consiste, paradójicamente, en que los hechos justifican a los antecedentes, y también en esa delectatio morosa agustiniana que Hallberg administra en calculadas dosis cuando la intriga alcanza sus momentos álgidos.

Podéis consultar la totalidad del Diario de La Central en este enlace.

18 de abril de 2016

The Lonesome Go

The Lonesome Go. Tim Lane. Sapristi, 2015
Traducción de David Paradela López
"Siempre en movimiento, siempre a la que salta, siempre hacia el Oeste, preguntándome hasta dónde hay que llegar para que la ansiedad se convierta en sabiduría y pueda volver a dormir."
Si las pinturas rupestres son una de las primeras manifestaciones gráficas del ser humano, parece lógico colegir que, cuando nuestros antepasados sintieron la necesidad de contar algo, varios milenios antes de inventar la escritura, echaron mano de la representación en forma de dibujo; en este caso, no interesa tanto la cuestión artística sino la narrativa y la simbólica. Es este aspecto puramente narrativo, ya que carezco de criterio artístico para valorar la calidad del dibujo en sí mismo, la razón por la que, con menos frecuencia de la que sería aconsejable pero con la insistencia de la obstinación, he hecho, últimamente, varios intentos de penetrar en el mundo del cómic moderno.

No soy muy aficionado a los cómics; mi experiencia con el género empezó en los tiempos de la infancia en los que con la puntualidad del calendario devoraba cada sábado el TBO, y terminó, unos años después, con las aventuras de Tintín, los álbumes de Astérix y, finalmente, pero ya con mucha menos fidelidad, las entregas periódicas de los superhéroes de Marvel; después cambié las viñetas por los libros y, hasta hoy, mis incursiones en el género han sido muy esporádicas y poco gratificantes. Sin embargo, siempre he pensado que me he perdido historias de contrastada calidad literaria debido a ese prejuicio con respecto a la ilustración; por esta razón, y tras pedir consejo a un par de expertos en el tema que también conocen mis gustos literarios, decidí darle otra oportunidad con este volumen de Tim Lane.
"Uno puede vivir de recuerdos -pensaba- hasta que se le vuelven en su contra y lo convierten en fantasma."
The Lonesome Go (The Lonesome Go, 2014) se ha subtitulado "Un viaje a la deriva por el sueño americano" y es un álbum que combina historias en viñetas, páginas estáticas -que incluyen recortables de The Temptations y de personajes pertenecientes al propio álbum- y narraciones convencionales ilustradas; el campo de juego son las diversas visiones de la pesadilla, más que sueño, americana, el retrato del ambiente onírico de fracaso y desesperanza, versiones de los lugares comunes de la cultura alternativa y, en definitiva, la exposición de la estética del perdedor, el personaje marginal, encarnado en el hobo, el vagabundo que recorre la geografía norteamericana -aquí, particularmente, los estados del Sur- viajando ilegalmente en trenes de mercancías. Tal vez el ejemplo más representativo es el viaje del narrador a Hopeville, un asentamiento que fue suburbio de Saint Louis, en el que una caravana destartalada es la vivienda más sofisticada, y cuya población está compuesta por personajes marginales y automarginados, veteranos de Vietnam, ex-convictos e individuos de dudosa ralea preparados para escapar a la primera oportunidad pero irremediablemente anclados al lugar, al refugio en el que nadie pregunta nada y donde puedes vivir cómodamente si consigues evitar las peleas entre vecinos y sobrevivir a los tiroteos entre viejos o nuevos enemigos.

Lane centra su atención en los mitos de la cultura y de la contracultura estadounidense -las estrellas del soul de los años sesenta y setenta pero también Bruce Springsteen, y las eternas Harley Davidson- con la intención de devolverlos al mundo imaginario, extrayéndolo del espacio de representación en el que se le ha encerrado, vacío de contenido, bajo la hipótesis de que cuando el mito se convierte en icono se vacía de contenido para convertirse en una mera imagen.


The Lonesome Go es un volumen que va mucho más allá de la historieta ilustrada con más o menos fortuna; es un compendio de recursos gráficos pero también literarios -literarios puros- destinados a construir un retrato de conjunto que gana en riqueza debido a esa acertada variedad de registros.


Calificación: ****/*****

11 de abril de 2016

Su pasatiempo favorito

Su pasatiempo favorito. William Gaddis. Sexto Piso Editorial, 2016
Traducción de Flora Casas
"Quan creus que ja s'acaba, torna a començar", decia Raimon, el cantautor valenciano, en una de sus canciones más conocidas escrita a finales de los años 60. Después de haber pasado por la experiencia de la lectura de las cuatro novelas del norteamericano William Gaddis que, entre ediciones y reediciones, ha publicado Sexto Piso en los últimos años -la desconcertante Ágape se paga, la singular Gótico carpintero, la desternillante Jota Erre y la monstruosa Los reconocimientos-, uno se creía curado de espanto, cuando se pone de nuevo en circulación la traducción de A Frolic of His Own (1994), su cuarta novela por orden de publicación,  y el lector debe rendirse a la evidencia de que su capacidad de sorpresa aun podía sufrir, por quinta vez, una nueva sacudida.
“–¿Justicia? La justicia se encuentra en el otro mundo. En éste lo que hay son leyes.”
A diferencia de alguna de sus otras novelas, y a pesar del tupido ramaje tras el cual Gaddis esconde  tramas, subtramas, comentarios, episodios, digresiones -que, algunas veces, sustituyen durante largos lapsos a la propia acción principal: en un caso, por ejemplo, sin ningún tipo de separación, Gaddis explica mediante un flashback de lo que les ha ocurrido a dos personajes cuando iban a visitar a un tercero, y hace regresar el foco al punto en que empieza esa visita: la digresión temporal ha durado 8 páginas- e incidentes -en esta ocasión, complementados con algunos de los textos menos literarios que existen, las sentencias judiciales-, es fácil entresacar el asunto principal: el sistema judicial norteamericano, que igual facilita la cultura de la demanda judicial que imposibilita una relación fluida con el procedimiento debido a los estratosféricos costes que debe enfrentar quien ose introducirse en ese laberinto; la mirada de Gaddis, como es marca de la casa, oscila entre la ironía más cruel y la parodia más sangrante. Marginal pero de manera adyacente, el autor lleva a cabo una profunda reflexión, también ésta en forma de pantomima, sobre la originalidad de la obra de arte, la atribución de la idea artística y el plagio. Pero estos dos temas principales han sido tratados ya literariamente hasta la extenuación, y con variada fortuna, por diversos escritores; como siempre, la diferencia con Gaddis no está en el qué sino en el cómo.
“No se pueden hacer leyes contra la simple estupidez ¿no?”
Y el cómo es mediante un triple sistema de representación, que no sorprende al lector habitual de Gaddis y que, sin inventar nada nuevo, se ajusta a la perfección a sus intenciones: la combinación de interminables diálogos con esporádicos fragmentos narrativos y destellos de la corriente de conciencia quasi-joyceana; sobrevolando esta técnica, dos recursos a los que su colocación en la trama dota de carácter narrativo -por más que experimental, o posmoderna, Su pasatiempo favorito es una novela que cuenta cosas- a pesar de sus limitaciones intrínsecas: las transcripciones de los ya mencionados documentos judiciales y de extractos de la supuesta obra de teatro objeto de plagio.

Desde Jota Erre, segunda novela del autor, en la que se estrenan, el lector ya conoce los diálogos al modo Gaddis: sucesión ininterrumpida de intervenciones de los personajes -en castellano, el uso del guión medio (-) con que se abren las intervenciones facilita, al menos visualmente, la lectura- con muy poca información adicional respecto de quienes están hablando, ausencia de referencias para el lector acerca de los temas que aparecen en el diálogo, y reconocimiento de los intervinientes solamente porque ellos mismos citan sus nombres (de manera cruzada, los dialogantes se dirigen al resto, discrecionalmente, por su nombre). Sin ningún tipo de separación o de alerta, se añaden intervinientes, a menudo por causa de un determinado incidente que tampoco se nos detalla, para después incorporarse otros relacionados no con la situación inicial sino con ese mismo incidente. También la puntuación es peculiar hasta el punto de que la traductora, acertadamente, incluye una Nota, al principio del libro, razonando las variantes empleadas: sigue el ritmo de la conversación, confirmando la idea de que cuando hablamos (igual que cuando soñamos) no puntuamos. Si, encima, hablamos sin parar, como algunos de los personajes, la no-puntuación sugiere una intervención verborreica, sin pausas ni marcaciones. Curiosamente, existen más acotaciones a los diálogos en la obra de teatro de Oscar cuyos fragmentos se van transcribiendo que en la propia Su pasatiempo favorito; estas irracionales parrafadas sin ton ni son, tan características de Gaddis, tienen un efecto multiplicador realmente sensacional. Además, esa puntuación peculiar hace imposible distinguir, a primera vista, al narrador de la corriente de conciencia del personaje -¿de qué personaje?-, así como a un personaje de otro cuando no media la separación tipográfica de un diálogo.
“Una densa niebla horadada por cañonazos esporádicos despertó al día, despertó al durmiente a una confusión de reinos con un fugaz disco blanco allá arriba que podría haber sido el sol o la luna confundiendo el día informe, envuelto sobre el lago, oscureciendo la orilla opuesta colisionando con la historia como espectáculo, los estallidos de los cañones con las primeras descargas cerradas de Hooker a través de las nieblas matutinas hasta las dos divisiones de Jackson que franquearon la barrera de Hagerstown donde a media mañana se llevó a cabo la matanza, se rechazó el ataque y la niebla quedó deshecha por el sol como en aquel momento ante cortezas de queso y más té mejorado con el pelo del perro del día enfundado en un calcetín negro con muchos remiendos todo irremediablemente revuelto por falta de una receta para reunir los ingredientes según algún designio grandioso que iluminase en su totalidad aquella batalla de tácticas y ninguna estrategia, sin dejar otra posibilidad abierta más que la de elegir tu propia categoría en la historia como concurso televisivo.”
Con las interrupciones y las desviaciones que se acaban de citar, además de otras de menor calado, parece razonable que el autor, que a pesar de las zancadillas que pone al lector continuamente debe tener la intención de que su obra se comprenda, utilice sistemas de aclaración que no facilitan la lectura pero que consiguen que el lector aprehenda la acción. En el caso de Su pasatiempo favorito sobresalen dos: el episodio del accidente de un perro en una escultura abstracta aparece y desaparece a lo largo de la novela, como para enfatizar la absurdidad del sistema judicial norteamericano pero también para ejercer  como relevo que se pasan los diferentes implicados en la acción general y como leit motiv funcional. Por otra parte, ya he mencionado que Gaddis ofrece, sistemáticamente, pocos datos acerca de la acción que tiene lugar mientras se suceden los diálogos; sin embargo, de vez en cuando, ofrece “resúmenes”, por llamarlos de alguna forma, del estado de la acción, que acostumbran a ser un caótico conjunto de datos que el lector debe adjudicar a cada una de las subtramas que componen la novela o, excepcionalmente, las últimas escenas a las que el lector ha asistido, resultando una nueva vuelta de tuerca a la comprensión de la acción, como si el autor desdeñara esas explicaciones y las ofreciera, a regañadientes, en el menor espacio y con las más lacónicas exposiciones posibles.

Si la comicidad -los ejemplos son múltiples: las reclamaciones ante la compañía de seguros a la vez como demandante y como demandado, las directrices para el jurado dictadas por el juez Crease en el caso del muchacho que murió ahogado en su bautizo, o el cuadro en la habitación del hospital con el vecino de cama al otro lado de las cortinas- es una situación en la que Gaddis se desenvuelve con la soltura del veterano, no es menos destacable el uso que hace de la parodia; es cierto que el sistema judicial norteamericano -y más para los europeos no británicos, con un procedimiento más basado en las normas escritas que en la jurisprudencia- se presta al simulacro, pero hace falta mucha finura para que no se quede en simple burla. Como ejemplo, tómese la parodia de una sentencia dictada por el juez, en la que Gaddis utiliza la jerga legal pero sin contenido; el texto de esa sentencia acaba siendo una mezcla de  lenguaje jurídico, tratado de costumbres, manual de urbanidad, historia de la jurisdicción y tratado filosófico; obviamente, incluir en una sentencia judicial una cita o pseudocita de Cioran es el colmo del cinismo:
“Así, tenemos: «Dios derribó ese montón de [expletivo] con un rayo suyo de ésos tan buenos porque es una [expletivo] abominación en esta hermosa tierra que nos ha dado el Señor, si un cachorro se pone de por medio, pues eso es un accidente y ya está», opinión enfrentada a la siguiente: «Dios no puede tener accidentes, no se le ocurriría achicharrar a un perrito inocente, si ya lo dice la Biblia, ¿no?, que se ocupa hasta de los gorriones, ¿no?», ante lo que alguien replicó con rudeza: «Ése de qué se va a ocupar, hombre». Por mucho que tales puntos de vista reflejen desacuerdo, Dios está presente en todos, así como en la objeción del demandante a las directrices dadas por el tribunal al jurado, al presuponer la culpabilidad divina en la causa que nos ocupa con el empleo de la expresión «acto divino». Con el debido respeto a las partes, al jurado, a la comunidad temerosa de Dios y al hombre de la calle, que representa más de la mitad de la población de este país y que comparte el deseo de una vida de ultratumba en la feliz compañía de Jesús e incluso de Dios mismo, la creencia en la divinidad no guarda ninguna relación con estos asuntos terrenales ni tiene ninguna relevancia al respecto. En definitiva, el Señor puede gozar en sus corazones de cuanto espacio puedan reservarle, pero Dios no tiene cabida en este tribunal de justicia.”
Pero no es únicamente el sistema legal norteamericano la diana de las invectivas de Gaddis sino también la propia sociedad estadounidense en general y, por extensión, algunos de sus hitos culturales: las estrellas del cine, la manifestación cultural americana por excelencia, mencionando a los dobles de Clint Eastwood o Robert Redford; pero también el cine en general, ofreciendo una mirada sarcástica de la industria cinematográfica, en comparación con la literatura, y diversas observaciones críticas sobre los espectadores de cine, los típicos y los que, ocasionalmente, acuden a las salas, con respecto a los lectores de obras literarias -una relación que ha sobrevivido al tiempo hasta llegar a nuestros días, en los que toda una generación de apóstoles de la "nueva" narratividad siguen intentando convencernos de que la narrativa de ficción de calidad se encuentra en las series televisivas norteamericanas mientras van extendiendo certificados de defunción de la ficción escrita-. Llevando la ironía al extremo, véase el resumen, al modo de Gaddis, de la película objeto de la denuncia. Cae también bajo sus garras la música barroca inglesa de William Boyce; y, como no podía se de otro modo, innumerables referencias literarias cruzadas, como la poesía barroca inglesa de John Dryden. De entre éstas, dos merecen atención especial: por una parte, la frase “pechos que le sugirieron de pronto la idea de ordeñarla para el té de la mañana, ¿dónde habría leído aquello?”, que remite a "me dolían durante el destete de la niña hasta que consiguió que el doctor Brady me diera la receta de belladona le tuve que hacer que las chupara estaban tan duras dijo que era más dulce y espesa que la de las vacas luego quiso ordeñármelas en el té" (Ulises, capítulo (XVIII); no es la única referencia a James Joyce, unas páginas más adelante el irlandés vuelve a aparecer en la frase “la muchacha le desabotona el mono de trabajo y, según la frase que se ha extendido gracias a sus ecos joyceanos, de alta alcurnia literaria, «lo hace hombre».” Y, finalmente, llevando hasta el extremo la parodia, incurre en el más "flagrante" de los delitos, teniendo en cuenta que, como ha quedado dicho, unos de los temas principales de la novela es la atribución de la obra de arte: el autoplagio. Efectivamente, parece ser que los pasajes de la obra de teatro de Oscar, cuyo resumen efectúa el Juez hacia el final de la novela, pertenecen en realidad a Once at Atietam, una obra teatral que el propio Gaddis escribió a finales de los años 50 y no consiguió estrenar.

En referencia a este asunto de la propiedad de la obra de arte, es sumamente interesante la reflexión sobre la obra original, el dominio público y el plagio es interesante. Igualmente curioso en hecho de que en la demanda de Oscar a los estudios cinematográficos, se les acuse de plagio de su obra de teatro y, simultáneamente, de tergiversación de ese “plagio” hasta hacerlo difícilmente reconocible. Por si esto fuera poco, Gaddis añade otra gota al vaso rebosante porque el lector no tiene información de primera mano acerca de si el plagio pretendido por Oscar es cierto o no, porque nadie ha enfrentado la película y la obra de teatro de una forma desinteresada; la primera información no parcial acerca de una de ambas es el resumen que efectúa el juez en la sentencia de apelación; después, va a ser el propio narrador quien ofrezca una visión imparcial (¿“imparcial”?) de la película, por más que, y el lector de Gaddis lo sabe, "narrador imparcial" es un oxímoron en la literatura del norteamericano. 

El lector poco advertido puede sentirse caer bajo el influjo de la supuesta "negatividad" con que el autor trata aquella parte de la sociedad en la que enfoca su mirada; ese mismo lector no debe olvidar que esa mirada torcida e inclemente forma parte de la estética de Gaddis, pero también de su ética, la hipérbole es más sutil -y mucho más literaria- que la broma chusca o el chiste fácil; a la hora de pregonar la desnudez del emperador, el autor no la denuncia directamente -esto, como dice el cuento, es una actitud infantil- sino que se pone a alabar de forma desorbitada los supuestos vestidos, perentoriamente con evidentes contradicciones, que es la forma inteligente de dejar en evidencia su ausencia.  Tampoco es que Gaddis sea el primer escritor en hacer hincapié en la desnudez del mundo literario, particularmente de toda la mítica que rodea al colectivo de los escritores:
“Claro que sí, o sea ¿no es eso lo que quieren todos los escritores?, ¿que la gente se ponga a dar saltos y a gritar bravo como locos…? [...] no hay mas que ver la cantidad de malos poemas y de malos cuadros que hay en el mundo, obras de personas que no saben escribir ni pintar, hay gente que escribe no porque quiera escribir sino porque quie- re ser escritor [...]";
de los críticos -teniendo en cuenta que en la época en que escribió Su pasatiempo favorito no existía la plaga de reseñadores, recomendadores, haters y panegiristas, ni de los estúpidos algoritmos de las librerías virtuales que se han propagado como una mala hierba gracias a la red global-:
“Perdone, amigo, pero yo no he hablado de críticos literarios, sino de quienes reseñan libros, y existe una diferencia enorme, aunque a muchos les gusta que los llamen críticos, a no ser que tengan problemas, en cuyo caso prefieren que los llamen periodistas”;
 y, por extensión, de la industria editorial:
“Con todas esas charlas, viajes de promoción y demás majaderías en que se ha convertido el mercado del libro hoy en día, de lo que se trata no es de comercializar la obra sino de vender al autor en ese repugnante circo de los medios de comunicación que transforma al creador en un farsante con el delirio de pu- blicidad y todo porque no soy un jugador de béisbol con sida o un perro que vive en la Casa Blanca pero sí soy demasiado viejo”;
pero sí que tal vez que es uno de los más lúcidos y menos clementes. Tal vez tenga algo que ver la recepción que este mundillo de la crítica literaria le organizó a Los reconocimientos, cuyo detalle figura en el enlace que se relaciona al final de este post.

En todo caso, esa mirada reprobatoria hacia algunos de los aspectos más relevantes que forman el medio en el que se desenvuelve el ciudadano norteamericano -bien, cierto ciudadano norteamericano-, alcanza a la propia civilización occidental. La forma en que Gaddis transmite el mensaje es también irónica, pero esta visión no le resta un ápice de crueldad:
“Una maniobra para zapar los fundamentos de la civilización y sustituirlos por una utopía propia de delincuentes en la que nadie se responsabiliza de las consecuencias de sus actos, ¿no es eso en lo que consiste el contrato social? [...] Lo que estamos contemplando no es el desmoronamiento de nuestra civilización sino su florecimiento, porque los Estados Unidos se construyeron sobre la codicia y la corrupción política en los años posteriores a la Guerra de Secesión, que fue cuando empezó todo, así que no se trata de si la corrupción es un signo de decadencia sino más bien de si ha contribuido a la creación de cierto estado de cosas desde el principio.”
Ah, por cierto, antes de terminar, y sin ánimo de spoiler, ¿se han dado Vdes. cuenta de la extraña coincidencia en las letras que forman las palabras "episcopal" y "Pepsicola"?

Calificación: hors catégorie

Como ocasión del resto de novelas, también en este caso es extremadamente útil para una lectura enriquecida de Su pasatiempo favorito echar un vistazo a las anotaciones que facilita el site dedicado a William Gaddis, en el cual figuran tanto comentarios textuales como, especialmente conveniente para el lector no norteamericano, referencias a algunos episodios de la Guerra de Secesión -Civil War según su denominación- muy relacionados con la obra de teatro y la película que se citan en el texto.

Otros recursos relativos a William Gaddis en este blog:
Gótico carpintero
Ágape se paga
Jota Erre
Los reconocimientos I
Los reconocimientos II

4 de abril de 2016

El libro y la hermandad

El libro y la hermandad. Iris Murdoch. Impedimenta, 2016
Traducción de Jon Bilbao. Postfacio de Rodrigo Fresán
Un grupo de ex-alumnos de Oxford creó en su día un fondo económico, el Crimondgesellschaft, con el fin de subvencionar a un compañero de universidad para que pudiera sobrevivir mientras escribía un libro de filosofía; años después, todos esos colegas, algunos con sus correspondientes parejas, y otros individuos que se han añadido al grupo, asisten a una fiesta en la propia universidad que representa el inicio de El libro y la hermandad (The Book and the Brotherhood, 1987), una novela del último tramo -publicó su último libro en 1995, al tiempo que comenzaba a sufrir los devastadores efectos del Alzheimer- de su producción; su madurez como autora la había alcanzado mucho antes, pero El libro y la hermandad, aparte de su novela más extensa, es probablemente uno de sus mejores trabajos.

Este arranque, que parte en el primer párrafo de la primera página y ocupa las cien primeras, ofrece ya un indicio de lo que se va a encontrar el lector: una novela soberbia, muy inglesa que, en algunos aspectos, resiste la comparación con algunas de las grandes obras de la literatura británica. Murdoch efectúa la presentación del grupo de ex-alumnos mediante un movimiento que sería el equivalente a la obertura de una obra musical que contiene todos los temas y motivos que se desarrollarán a lo largo del volumen; para ello, sitúa el arranque de la acción en una fiesta a la que asisten casi todos los que alcanzarán el papel de co-protagonistas, pero en lugar de una presentación sucesiva con las caracterizaciones de cada uno, utiliza un carrusel continuo, asincopado e ininterrumpido de personajes, con descripciones parciales correspondientes al contexto reducido de la escena en cuestión, racionando la información que ofrece el narrador a lo estrictamente esencial y dejando que sean los propios personajes, en sus diálogos, los que se caractericen a sí mismos; después, a lo largo del desarrollo de la acción, el lector asiste expectante  a un verdadero manual de congruencia en el carácter de los personajes -hasta el punto de que incluso las desviaciones de la conducta esperada son pertinentes- a través del tiempo, y a la homogeneidad de sus reacciones. Murdoch es una escritora exigente que, una vez más, desafía al lector para que éste ponga en guardia su atención: la rápida sucesión de conversaciones, las pinceladas ligeras, las descripciones sumarias pero suficientes, requieren una rendida atención, pero el lector no puede dejar de sospechar que, en algunos pasajes, esta dedicación no es suficiente; como sucede con Henry James, el maestro del camuflaje, pero también con su compatriota John Banville, Murdoch estimula la inteligencia del lector porque una parte nada despreciable de la información que facilita requiere elaboración, y para este proceso la atención no es suficiente.
"Jenkin, que tenía la facultad de leer el pensamiento de Gerard, era consciente de la desaprobación de este ante lo que podía haber interpretado como excitación, incluso regocijo, por la dosis de drama que prometía la velada [...]. Gerard, que tenía la facultad de leer el pensamiento de Jenkin, se percató de la leve preocupación de su amigo y se apresuró a hacerla desaparecer."
Al contrario que la literatura de consumo masivo e inmediato, la fast novel, en la que no sólo cada escena sino también cada línea y cada palabra tienen la función de hacer avanzar la trama o enredar un poco más la intriga, Murdoch pertenece a la raza de escritores, tan británica, que pueden permitirse dilatar la acción, entretenerse en los detalles, facilitar información no fundamental destinada no sólo a generar ambiente sino a crear atmósfera, es decir, a dotar a la historia de un entorno que con su caracterización ofrece al lector un marco de referencia en el que encuadrar las reacciones factuales de los personajes pero también sugerir un determinado contenido a aquellas que no se han hecho explícitas. Murdoch, poseedora de un oficio extraordinario -dicen que escribía sin corregir, a chorro- consigue crear unas plantillas modelo parecidas a las propias de la literatura de género pero sin caer en el tópico, el lugar común o la rigidez del método. Son novelas que además de retratar una época también singularizan una forma de escribir, desafortunadamente, en franca regresión, y no por agotamiento del modelo sino tanto por la parca preparación de quien se dedica a escribir como por la progresiva incapacidad de los lectores. 

No sería descabellado afirmar que El libro y la hermandad es una novela sin trama principal y sin la "imprescindible" intriga; Murdoch se limita a crear unos personajes, a dotarles de un carácter determinado y, simplemente, los deja que vivan su vida, limitándose a seguirlos y a contar todo aquello que les va sucediendo. Esa ausencia de una trama al modo usual de la literatura de ficción hace sospechar que Murdoch "experimenta" con sus personajes: primero, los señala someramente, y después los expone ante un conflicto para observar y registrar cómo se comportan, cuáles son sus reacciones; estas exposiciones siguen formando su carácter -son personajes in progress-, que se verá puesto a prueba nuevamente teniendo en cuenta la reciente adquisición, y así sucesivamente.
[Tamar, un atormentado personaje que a pesar de no formar parte de la Hermandad desarrolla uno de los principales papeles secundarios, intenta coger una tetera de entre un caos de cachivaches perteneciente a un amigo a quien su esposa acaba de abandonar y, a pesar de hacerlo cuidadosamente, se le desliza de las manos y se rompe; esta es la narración del momento: "La violencia del impacto, el hecho de que además la tetera se hubiera roto, fue un golpe para él. Ante la espantosa imagen del querido objeto hecho añicos igual que si estuviera contemplando el cadáver de su mascota muerta, víctima de un asesinato. Pero luego, sólo un instante después, los restos de la tetera se convirtieron en el símbolo de algo horrible, de su propio sufrimiento, negro y repugnante, que ahora se materializaba como si su torturado cuerpo lo hubiera vomitado. Le pareció que los trozos de la tetera encarnaban todos sus demonios. Incluso se oyó gritar: "¡Demonios!". Y, como si estuviera teniendo una experiencia mística, de repente fue consciente de la infinita miseria del conjunto de la creación, de su crueldad y su dolor, del sinsentido de la vida, del sinsentido de su vida, de su vergüenza, de su fracaso, de su condena y de la muerte que esperaba al final de aquella larga tortura."
Murdoch, mediante las relaciones entre los miembros de la Hermandad y entre éstos y el escritor en el momento -que el libro solamente recoge como un hecho del pasado- en que se constituye el proyecto, en los años de silencio, en las últimas fases de la redacción del libro y cuando éste ya ha sido completado -momento en que la Hermandad debe disolverse porque su objetivo ya se ha alcanzado-, disecciona a nivel microscópico el fenómeno de la amistad. ¿Cuándo termina la relación entre los amigos? ¿Cuál es la señal que anuncia la desaparición de la Hermandad? Aparentemente, el fallecimiento en extrañas circunstancias de uno de sus miembros o la finalización del Libro por parte del escritor becado; pero, realmente, la tesis de Murdoch, la idea que recorre la totalidad del texto, es que la desaparición de la Hermandad ocurre justo en el inicio, en el baile de ex-alumnos, aunque la habilidad de la autora lo disfrace de reencuentro. Paradójicamente, según esa tesis, la Hermandad existía solamente como ente que no se manifiesta, y justo cuando se le demanda su presencias, justo en ese momento, es cuando se extingue.

Hace años -ya debe haberse convertido en antiguo- estaba en pleno uso el concepto de novela de personajes para distinguirlo de, por ejemplo, las novelas de aventuras; pese a la tentación de utilizar esa calificación para el caso de El libro y la hermandad, renuncio. Pero sí afirmo sin asomo de exageración que la profundidad psicológica en el tratamiento de los personajes hace remontar las referencias, con una breve parada en Evelyn Waugh, hasta el ya nombrado, aunque por otras razones, Henry James -pienso que el fantasma  del anglonorteamericano se pasea, sonriente, por las entretelas de la novela-; y la "dispersión" de las tramas mira también hacia atrás hasta distinguir la estatura destacada de George Eliot. 

Calificación: *****/*****

N.B.: Ante el hecho de que El libro y la hermandad fuera finalista del Booker Prize del año 1987, este lector, defensor acérrimo de este Premio, corrió a consultar qué obra resultó, a juicio del tribunal, que por cierto presidió P. D. James, ganadora del galardón; fue Moon Tiger, la novela de Penelope Lively. Es evidente que todos los jurados de premios literarios tienen sus días malos.

1 de abril de 2016

Evolución

"¿No es "vivir" cuando lees buenos libros y escuchas música y escoges a tus amigos por sus cualidades y no porque tengan las mismas raíces que tú? ¡Las raíces! ¡Una estupenda norma de vida, para un hombre de las cavernas!"
Operación Shylock. Philip Roth, 1993