30 de octubre de 2017

Hombres varios

Hombres varios. Ror Wolf. Contraescrituraç, 2017
Traducción y prólogo de José Aníbal Campos
Únicamente los individuos sobrios son capaces de captar todos los matices irónicos de la realidad; esa misma realidad que se impone con su insoslayable gravedad sobre las mentes traslúcidas actuando como muro de contención del discurso y de la creatividad -creatividad como efecto generador, no únicamente artístico-, posee la capacidad de engendrar el recurso irónico sin el cual su percepción es parcial, limitada y, ocasionalmente, instrumentalizada; aunque no conviene olvidar sus limitaciones:
"Lo bueno de la ironía es que disecciona las cosas, se pone sobre ellas de manera que podemos ver los fallos e hipocresías y dobles juegos (…) Sarcasmo, parodia, absurdismo e ironía son magníficas maneras de arrancar la máscara a las cosas y de mostrar así la poco agradable realidad que esconden. El problema es que una vez las reglas del arte han sido desenmascaradas, y una vez que las desagradables realidades que diagnostica la ironía han sido reveladas, entonces, ¿qué hacemos?" David Foster Wallace
¿Dónde está la paradoja? ¿En los posos de realidad que se esconden detrás de toda ficción, o en los rastros de ficción que se pueden encontrar en la más inviolable realidad? Contra los apocalípticos -espirituales, se autocalifican- que insisten en que la realidad es una ilusión, es necesario reivindicar su existencia efectiva porque sin realidad no puede existir la ironía, es inútil intentar ejercitarla en el ámbito de la ficción-.
"Al final sólo quedan palabras en las que se trasluce el escaso valor de la vida humana. Eso basta."
Ror Wolf, un sujeto cuya productividad en todos los ámbitos es apabullante aunque esta es, me parece, su primera traducción al castellano, y con respecto del cual los lectores que no leemos alemán poco podemos deducir, desarrolla en este Hombres varios una serie de relatos en forma de apuntes en espera de exposición; no de trata, pues, de microrrelatos, pues algunos abarcan, en la extensión de unas pocas líneas, toda una vida; ni tampoco de resúmenes ni esquemas: los fragmentos -por llamarlos de algún modo, aunque esta calificación tampoco atiende a la realidad de los escritos-, que acostumbran a contener en esa poca extensión el planteamiento, el nudo y el desenlace, esbozan las líneas maestras de una historia completa, pero a la que se han sustraído los detalles no por su irrelevancia sino por decisión voluntaria, a la espera de que alguien los complete. Esa simplificación consigue  que aflore la ironía -los detalles omitidos no son inocentes- que se halla presente en cualquier relato protagonizado, con visos de realidad, por un ser humano. En definitiva, en  lugar de presentar hechos, objetivo de toda narración que se precie, representan ideas. Aunque tal vez no se trate tanto de relatos como de instantáneas; más que cuentos estructurados de acontecimientos sucesivos ligados causalmente y con elementos comunes en el conjunto que permiten especular acerca de su progresión, se trata de una serie de fotos fijas que dan indicios de los próximos movimientos: la trama sin trama.
"En una ocasión en que subía una escalera, me salió al encuentro un hombre que venía bajando, un hombre alto que reía. Los dos nos sorprendimos tanto a causa del encuentro, que no tuvimos tiempo ni para saludarnos. Yo no conocía al hombre, pero tuve la sensación de que la historia que acabo de empezar hubiera podido tener un final distinto a este con el que la acabo."
El narrador, a pesar de su aparente frialdad, parece tan implicado con los protagonistas de sus instantáneas que el lector puede llegar a dudar acerca de si todos esos "hombres" no serán más que avatares del propio narrador. Con una inocencia propia de Robert Walser, Wolf hace gala de una modestia que le alcanza sólo para proponer, para especular, para apuntar, y casi nunca para afirmar y mucho menos para pontificar; como si relatara sin intención, obligado por unas circunstancias que no conocemos, casi sin querer, y dejando siempre en el aire el juicio moral relativo a las acciones, sean sorprendente o simplemente rutinarias, de sus protagonistas.

Una lectura estimulante y asombrosa; o asombrosa y estimulante.

Calificación: ****/*****

23 de octubre de 2017

Solenoide

Solenoide. Mircea Cartarescu. Editorial Impedimenta, 2017
Traducción de Marian Ochoa de Eribe. Postfacio de Marius Chivu
"Sí, esto es lo que soy, esto he sido desde que estoy en este mundo: un hombre solo, esperando detrás de una ventana. He volcado aquí, en la caja de cartón de mi manuscrito, un montón de piezas de puzzle. Incomprensibles en sí mismas, caen sobre las demás del derecho o del revés, se diseminan por el amplio espacio de juego. A partir de ellas, los largos dedos de la lógica del sueño podrían llegar, gracias a minuciosas obras de combinación, giro, posicionamiento, aumento y disminución, centralización y lateralización, acentuación y difuminado, a un cuadro siquiera parcialmente coherente, al menos coherente para mí aunque siguiera siendo absurdo para todos los demás, porque existen coherencias inteligibles e ininteligibles, al igual que existen el absurdo comprensible y el incomprensible. Puedes entender lo ininteligible, eso es el poder. Puedes no entender lo inteligible y eso es el terror. Puedes no entender lo ininteligible, eso es la iluminación. Así como, en la oscuridad más profunda, no sabes si tienes los ojos abiertos o cerrados, a veces siento que, en el espanto y el estremecimiento de mi vida, ya no sé en qué parte de mi cráneo me encuentro."
Un aspirante a escritor, un joven de elevados ideales y razonable ambición, ve transcurrir los años, sin que su vocación acabe materializándose, en un irrelevante puesto de maestro de escuela en un centro de enseñanza de los suburbios. Las páginas que leemos, realmente, forman parte de una especie de memorias privadas, el sustituto de la literatura que nunca escribió desde aquella vez, a sus dieciocho años, en que aplazó la escritura por una falsa sensación de exigencia. Solenoide (Solenoid, 2015) es, pues, un largo informe que escribe el narrador para dar cuenta de algunos de los hechos sucedidos en su banal existencia; no se trata tanto de una autobiografía, pues él mismo reconoce que su vida visible carece del menor interés -ni siquiera, o sobre todo, para sí mismo-, sino de lo que se halla en el sótano de su mente, mucho menos evidente, y que necesita ser verbalizado para ser comprendido, asimilado y, quizás, interpretado, ya que reconoce que su memoria funciona a dos niveles: los hechos que recuerda, y los hechos que recuerda haber recordado.
"Puedo meditar sobre mis elecciones y me puedo pensar pensando. El objeto de mi pensamiento es mi pensamiento, y mi mundo se identifica con mi mente."
El narrador especula acerca de la vida que ha llevado y de las que podría haber vivido si, en su momento, hubiera tomado otras decisiones distintas de las que eligió, y teoriza con haberlas, ya que no vivido, al menos, conocido; observar el ramillete de opciones que, desde un comienzo común y también con un punto final compartido, podría haberse producido; todo ello gracias a una reunión conclusiva de todos esos yo, un imposible reencuentro en el que pondrían las distintas experiencias en común. El primero, el autor reconocido universalmente por el poema que escribió de joven, ese mismo poema que en la línea temporal presente, mereció el desprecio del crítico que podría haberle encumbrado.
"Prácticamente, en cada instante de nuestra vida realizamos una elección o una ráfaga de aire que nos arrastra por un pasillo y no por otro. La línea de nuestra vida se endurece después, se fosiliza y adquiere coherencia -pero también la simpleza del destino-, mientras que las vidas que habrían podido ser, que habrían podido desprenderse a cada momento de la ganadora, quedan reducidas a líneas de puntos, fantasmales: creodas, transiciones de fase cuántica, traslúcidas y fascinantes como los brotes que vegetan en el invernadero."
Resignado a la insulsa actividad docente, con respecto a la cual ni el interés personal ni la preparación académica parecen estar de su parte, está dispuesto a establecerse en un barrio de los arrabales, como si pudiera sumar a su aislamiento intelectual una existencia de ermitaño. Ese propósito le conduce a la adquisición de una vivienda, propiedad de un inventor, equipada con un extraño solenoide enterrado en sus cimientos, que la dota, supuestamente, de poderes particulares. Sin embargo, el aparato nunca llegó a prestar los beneficios planeados, convirtiendo a la casa tecnológica en una vivienda cualquiera, excepto por un detalle: una extraña consulta de dentista, proveída de todo su utillaje, escondida en el subsuelo de una torre de complicado acceso. Estos espacios dan forma a un recinto imaginario que delimita su existencia: su propia casa, con forma de barco; la escuela; la Automecánica; la Fábrica de Tubos, la torre del agua; espacios que conforman una vida y que sustituyen al tiempo, mucho más inconstante, mucho más inasible, mucho más volátil.

Esa grisura absorbente acompaña al narrador a todas horas hasta hacerle indistinguibles el tiempo de las clases del tiempo libre, ni el lugar en el que se encuentra a cada momento, si bien es cierto que en su casa se acentúa y, por esta razón, es donde se encuentra más a gusto. Pero es precisamente en su vivienda donde su vida, de repente, se ve alterada por la llegada de Irina, que adopta el papel de amante, y por el primer efecto visible del solenoide enterrado.

Si algunas veces evocamos recuerdos que parecen tan incoherentes con la mayoría como para sospechar que no nos pertenecen es porque la memoria sigue un trazado que puede no coincidir con nuestra vida consciente, con los recuerdos de los hechos, mucho más manipulables, y sobre los que hemos alzado el edificio de lo que, a falta de mejor nombre, hemos llamado "experiencia", que no es más que la punta que emerge del iceberg de la existencia.
"La vida es miedo, nada más, y ese miedo constituye la sustancia de nuestra aventura en el mundo."
Si esa existencia es, por naturaleza, fragmentaria, reportarla también debe serlo, necesariamente. Un Diario, unas Memorias, no son sino viñetas parciales que intentan dar cuenta de esos fragmentos. Por supuesto, intentar reproducirla de forma unitaria es una quimera, y todo intento acaba, infaliblemente, en fracaso. Pero aun siendo consciente de esa limitación, el narrador lo intenta, y Solenoide es el resultado: un conjunto de retales, algunos inconexos, otros conectados, cuyo único punto en común, si acaso, es pertenecer a un mismo individuo.

Un desasosegante sentimiento de autoextrañamiento recorre permanentemente la totalidad del texto, acompañado de una sensación de inadaptación al resto del mundo, cualquiera que sea el ámbito. "No existo, no tengo personalidad, no sé quién soy", confiesa el protagonista; por esa razón se busca y, mediante la sucesión de recuerdos, sueños, alucinaciones, sus encuentros con los extraños Visitadores, fragmentos de un Diario -"una especie de memorial"-, y las combinaciones de todos ellos, intenta componer un cuadro estable que le permita especular acerca de la existencia de esa identidad mediante el propósito de adjudicarlos a un solo sujeto para, posteriormente, reconocerse en él a través de un mecanismo de sustitución: que el manuscrito se convierta en la realidad y tome el lugar de la experiencia vivida, que pasaría a formar parte de la ficción -y pertenecería, por tanto, a otro sujeto-. 

¿Son transmisibles las pesadillas? Más allá de comunicarlas, o escribirlas, ¿pueden pasar de una persona a otra? ¿Pueden hacerlo aunque una de ellas no esté presente? ¿Podría darse el caso de que nuestras pesadillas tuvieran existencia propia, independientemente de nosotros mismos, y fueran capaces de permanecer en estado de latencia hasta que se presente el huésped apropiado? ¿Qué mecanismo desencadena en el narrador ese sueño recurrente acerca del gemelo "desaparecido"? Más todavía, ¿a qué se debe esa insistencia en relatar sueños? Tal vez, hechizados por la ilusión de la huida que parece asociarse a la noche, el silencio y la oscuridad, se acaba desechando la ilusión cuando se comprende, siempre demasiado tarde, que la única forma efectiva de huida, la que no concibe la posibilidad de  arrepentimiento que implica el regreso, es la muerte: se equivoca quien piensa que los enigmas se esconden en los sueños, y se confunde todavía más quien pretende   interpretarlos adjudicándoles una cuota de realidad; los verdaderos enigmas, indescifrables, se hallan, a plena luz, en el mundo real.
"Y aquí estoy ahora, al cabo tan sólo de una millonésima de segundo, reducido a lo que soy de verdad, a lo que he sido siempre: la perla del centro de la espiral abrumadora de la  mente. Viviendo aquí, muriendo aquí, sin tiempo, sin propiedades, sin enemigos, como he muerto, viviendo, desde siempre."
El objetivo del manuscrito no es, por supuesto, su publicación, ni siquiera su lectura; su finalidad se agota en su escritura. Como cualquier obra humana, habla primordialmente de quien la escribe y sólo a quien la escribe, y trata de conferir unidad a un conjunto de experiencias disociadas que sólo mediante ese recurso pueden adjudicarse a un solo individuo. No es, por tanto, un documento que pueda ser comprendido ni mucho menos analizado, sino que se trata de una simple exposición a la luz de la información codificada que poseía el narrador.
"Esto es lo que mi manuscrito ha hecho hasta aquí: ha descubierto, ha sacado a la luz, ha desvelado lo que estaba oculto por velos, ha desencriptado lo que estaba escondido en la cripta, ha descifrado la cifra de la caja que lo contenía, sin que una sola gota de la sombra y la melancolía del objeto desconocido haya caído en nuestro mundo. Cuantos más detalles vemos, menos entendemos, pues comprender significa penetrar en el sentido por el cual existe el engranaje y que vive sólo en la mente de quien lo ha concebido. Entender significa siempre penetrar en otra mente, de modo que todo objeto que aspire a ser entendido es un portal hacia ella."
Así pues, el narrador penetra en su propia mente para decodificar su experiencia y, poniendo la misma importancia en los recuerdos, los sueños y las alucinaciones -puertas que dan a laberintos (Piranesi), recorridos que trascienden las tres dimensiones (Escher), la esfera que lo contiene todo (El Bosco)... -, integrar toda la información como perteneciente a una sola vida. 
"Lloro y escribo, indistintamente, como si escribiera con lágrimas y llorara tinta. Mi manuscrito ha desaparecido entre las llamas hace mucho. Siempre supe que el fuego sería su único lector. Escribo ahora las páginas finales para que mi mundo no quede incompleto. También estas las abrasará, apasionado o displicente, en cuanto las termine, ese mismo fuego, el gran lector de todas las bibliotecas del mundo. Luego me colocaré a la niña sobre los hombros y, junto a mi esposa, caminaremos, en un ocaso cada vez más sangriento, hacia donde nos guíen los ojos, fuera del libro y del relato."
Como cualquier vida repartida en dos componentes disociados -excluyendo, en este caso, la disfunción mental desde el punto de vista clínico-, es difícil, a la vez que infructuoso, establecer una dominante, y más en esta ocasión en la que el autor juega con la indefinición; si bien es cierto que el documento que leemos parece principalmente producto de la versión realista del profesor de rumano, no lo es menos que una parte significativa de aquello que relata tiene que ver con lo experimentado por su reverso. El inestable equilibrio entre ambas versiones, sus conexiones y la capacidad de cambio de registro sin que la verosimilitud del conjunto se vea comprometida son, tal vez, la argamasa que da consistencia al maravilloso, desafiante y asombroso edificio que es Solenoide, un texto que se multiplica a medida que avanza, como la casa en forma de barco del narrador, que contiene, entre sus paredes, un edificio interior en continua expansión.

Calificación: *****/*****

13 de octubre de 2017

Stanley y las mujeres

Stanley y las mujeres. Kingsley Amis. Impedimenta, 2017
Prólogo de Kiko Amat. Traducción de Eder Pérez Garay
"Estaba claro que mi problema es que seguía confundiendo a las mujeres con hombres."
Disfrutando de una acomodada vida con su segunda esposa y de un trabajo refrescante, la vida de Stanley Duke sólo se ve afectada por dos contratiempos: el alcohol, que teniendo en cuenta su extracción social y sus relaciones no es ningún motivo de preocupación; y su hijo, fruto del matrimonio con su primera esposa, un joven consentido y malcriado -el conocido cliché para el hijo de una pareja divorciada- en plena crisis esquizoide.

Pero desde una perspectiva sonrojantemente egocéntrica, Stanley parece tener problemas en sus relaciones con -algunos de los- demás, con sus jefes y sus subordinados, con sus amigos y sus enemigos, con la gente que conoce y con la que no soporta; estos problemas, una vez asumido aquel egocentrismo, son de muy diversa índole y se manifiestan únicamente algunas veces, en situaciones que tienen que ver con el tipo de relación que mantiene con aquéllos. Sin embargo, existe un grupo de personas con las cuales su relación es invariablemente conflictiva: las mujeres. 

Su animadversión para con Nowell, su primera esposa y madre de su hijo, se remonta a la época remota en que ella lo dejó y parece fundamentarse en la herida, aun no cicatrizada, que supuso para su ego ese abandono, y que el tiempo parece que no ha hecho más que agravar. Un segundo conflicto, este contemporáneo, es el que estalla con la psiquiatra de su hijo, una mujer decidida y dominante, la primera entrevista con la cual posee la sutileza de un combate de boxeo. Problemas que se repoducen hasta con la mujer de la limpeza, que no soporta el pijerío de Susan, y que abandona su puesto en pleno ataque del hijo de Stanley. Y, finalmente, con Susan, su esposa, que no se ve capaz de mantener la convivencia en presencia de las locuras del hijo y del supuesto desentendimiento de Stanley.

Amis escribe Stanley y las mujeres (Stanley and the Women, 1984) a los 62 años. Queda atrás su época de angry young man, y su posicionamiento político ha ido evolucionando hacia el conservadurismo, ciertamente muy británico pero no por ello menos radical, llegando a aparejarse con la misma derecha que siempre había aborrecido desde su ideario filo-comunista -un comunismo ciertamente muy británico, también-. Ese escoramiento había provocado que muchos de sus enemigos dejaran de serlo -se había convertido en uno de los suyos-, y esa era una situación que, al menos el Kingsley público, no podía permitirse; para mantener su fama de tocapelotas debía buscar la cuota de enemigos en otras partes, y vaya si lo consiguió: su círculo familiar íntimo -el libro está escrito en mitad del proceso de divorcio de Elizabeth Jane Howard, su segunda esposa- y, por extensión, cualquier especimen del sexo femenino -independientemente de la especie-; pero también para asegurarse el odio de aquellas personas a las que él mismo odiaba -no como revancha sino más bien como confirmación-. 

Stanley parece transitar en frágil equilibrio por la tenue línea que convierte, por exceso de hipérbole, el odio en chifladura -y no deberíamos posicionarnos nosotros, como lectores, en ninguno de ambos lados-. En su esfuerzo por parecer civilizado, intentando reprimir las aristas más hirientes de su misoginia, en sus relaciones con "las mujeres", acaba exagerando su amabilidad hasta quedar como un calzonazos imbécil; es después de las escenas que comparte con ellas donde, en sus reflexiones, acaba aflorando el Stanley real. ¿Paranoia? Tal vez, pero ilustrada.

Una lectura estupenda.

Calificación: ****/*****

9 de octubre de 2017

Lágrimas y santos

Lágrimas y santos. Emil Cioran. Hermida Editores, 2017
Traducción y prólogo de Christian Santacroce
"El límite de todo dolor es un dolor aún mayor."
Lágrimas y santos -también conocido como De lágrimas y santos) fue uno de los primeros libros que publicó Cioran, concretamente a los 26 años de edad, y corresponde a los libros que vieron la imprenta en su Rumanía natal, antes de su exilio francés; ésta es la primera edición del texto completo en castellano.

El ensayo, breve pero intenso, constituye un ataque despiadado contra la religiosidad extrema y focalizado en algunas de sus representaciones más relevantes. 
"La religión es un modo de fructificar la locura latente, y las iglesias no son sino hospicios bien considerados."
Cioran califica a la santidad de perversidad trascendente; a los santos, esos voluptuosos del poder y del refinamiento perverso del tormento, de enfermos vanidosos; a los místicos, esos hooligans de la religión, de sádicos de la perfección; a la pobre inutilidad de la teología, de la locura inherente a la religión.
"La vida no es sino una constante crisis religiosa, superficial en los creyentes, perturbadora en los que dudan."
Cioran busca a Dios a través de los santos, pareciendo que los que tuvieron un contacto más íntimo con la divinidad fueron los místicos, particularmente ellas, medievales, centra en éstas su atención en busca, quizás, de poder recorrer el mismo camino. 
"La mística es una evasión del conocimiento, y el escepticismo un conocimiento sin esperanza."
Sin embargo, su intención se ve prontamente interrumpida porque, a pesar de afirmar que sólo hay una manera de ser creyente, pero muchas de ser religioso, se apercibe de que, exceptuando a los que siguen las inercias de ambos bandos, los ateos siempre han reflexionado más sobre la religión que los creyentes. En cuanto al éxtasis, en torno al cual no existen más que ruinas y cuya incandescencia anula toda actividad intelectual, concluye que está indisolublemente ligado a la sexualidad, y la santidad a la enfermedad.
"La santidad es la negación de la vida por la histeria del cielo."
Teniendo en cuenta que la vida es la recuperación del recuerdo de una existencia previa a nuestro nacimiento, lo que diferencia la vida de los santos de la del resto de los humanos es que en aquéllos el recuerdo está ligado a Dios.
"La filosofía no ofrece respuestas. En comparación con ella, la santidad es una ciencia exacta.
Calificación: Hors catégorie

6 de octubre de 2017

Asesinato

Asesinato. Danielle Collobert. La Navaja Suiza, 2017
Traducción y epílogo de Pablo Moíño Sánchez
Un yo en pleno estado de descomposición, disolviéndose entre rayos de luz. Y, certificando ese desguace, dando voz a cada fragmento. Intervenciones que se solapan y se replican, repitiéndose en un eco infinito que reitera primero cada voz para hacer resonar finalmente cada silencio. Podrían ser gritos de alegría, pero también alaridos de terror. Cuando el volumen asciende hasta niveles ensordecedores, es imposible distinguir el júbilo del pánico. No es admisible depositar ninguna esperanza en la posibilidad de reunificación, únicamente dejarse llevar por la disolución.
"Cómo encontrarnos, en medio de qué camino."
La realidad se disuelve y se reorganiza en capas. El ojo ve partes en lo indivisible y el espejismo se mantiene incluso para los objetos sólidos, que dejan de ser puntos de apoyo para una conciencia en plena ebullición para des-integrarse también en fragmentos imposibles, irreconciliables, destinados ellos también a vagar enmedio de la nada sin identidad y sin objeto.

La posibilidad de elección entre varias alternativas es una falacia, una trampa que nos tendemos nosotros mismos para consolarnos con la ilusión de la libertad, de la capacidad para intuir las consecuencias futuras de nuestras acciones presentes cuando, en realidad, nada está en nuestras volubles manos, excepto el acceso al infierno del arrepentimiento, del recuerdo manchado por el error, de la conciencia conmocionada por unas convenciones que no precisan de ordenamiento penal porque llevan el castigo en su propia sentencia. Tal vez no optar no sea un síntoma de cobardía sino la valentía suprema que supone asumir el máximo riego, el de suspender el juicio a la espera de que el destino nos alcance en la espera.
"La magia nunca funciona hasta el final."
Siempre cabe la posibilidad de llevar una vida paralela, embozarse tras una máscara, romper los vínculos habituales y establecer nuevas ligazones, olvidar quiénes somos y estrenar un nuevo yo a medida, descubrir todo como si fuera nuevo, sin implicaciones, sin pasado, reconstruir una historia en la que no dé vergüenza reconocerse como protagonista, renunciar incluso al nombre y a sus connotaciones, nacer de nuevo. Y hacerlo cuantas veces haga falta, sin descanso, hasta encontrar la opción que, finalmente, resulte satisfactoria. O hallar la solkución en ese incesante cambio, en el simple hecho de cambiar, hasta confundirse y perder toda relación con el antiguo yo convirtiendo en la rotundidad de lo real la volatilidad de lo imaginario. Aunque siempre queda la posibilidad de la desaparición efectiva; no en forma de dejarse vencer lentamente, como quien se adentra serenamente en el mar, sino con un golpe efectivo, infalible, letal, una desaparición simultánea del ser y de la conciencia, sin posibilidad de arrepentimiento, de contrición, una muerte rotunda e inapelable, gloriosa.

Tal vez eso que llamamos vida, a la que accedemos sin que nadie nos pida permiso, no sea más que una trampa, un juego planteado por los dioses, aburridos en su omnipotencia, para entretener su eternidad; un ejercicio de lógica macabra sustentado en unas reglas impuestas en permanente cambio que impiden la victoria a todos los participantes que, bajo la ilusión de ese espejismo que llamamos libertad, buscan la imposible supervivencia en medio de la celada planteada por los amos del juego. También en este caso la muerte por propia mano es la única victoria posible, a esta opción se limita, realmente, aquel espejismo, el único poder que poseemos contra la supremacía de los dioses, una huida a la carrera para evitar que la enfermedad, el aliento de los todopoderosos, o la muerte accidental, su propia mano, nos impidan el gesto sublime.
"Hemos llegado hasta aquí para morir. Qué camino recorrido. Para todos nosotros, qué suma de caminos. Añadir países, orígenes, mares distintos, los cambios de sol, de vientos, de tierras - y las calles, en cada uno, los rostros, las miradas."
La despersonalización, para que no puedan seguir nuestras huellas, para no dejar ningún rastro visible, ni siquiera en el recuerdo de los que nos sucedan: borrar la frontera entre el yo y el mundo exterior, hacer que se confundan nuestros actos con los sucesos aleatorios, conseguir convertir en indistinguibles el azar y la contingencia. Sólo entonces nuestra desaparición podrá pasar desapercibida para nuestros semejantes y nuestro recuerdo disolverse en la vorágine de acontecimientos.
"Y cuando el juego termina, el fin del tormento, y la calma vuelve de nuevo, uno no está seguro de no haber, en realidad, perdido todo."
Deberíamos aprender del mar, siempre quieto y sin embargo siempre en movimiento, cuna de la vida y a la vez féretro insaciable, imperturbable ante nuestros requerimientos pero indómito y traidor a discreción, con la superficie reluciente y el fondo de lodo y putrefacción, capaz de asimilar todos los deshechos pero inflexible en sus rechazos.

Pensar que nuestra muerte cambia algo de los que nos rodeó en vida es tener un exceso de pretensión, imaginar que somos algo importante, imprescindible, en lugar de una inapreciable mota de polvo en la inmensidad de lo existente.
"Nos perdimos entre la multitud."
O renunciar al propio nombre, nuestra primera posesión y lo último que perdemos, aquello que nos distingue de los demás, que sirve para afirmarnos a nosotros mismos y para que los demás nos designen, que nos da vida social como individuos. Desistir de él, perder esa individualidad y pasar a ser un "tú", pero seguir huyendo, confundirse entre la multitud, cortar todo tipo de relación hasta que sólo se puedan referir a uno como "él"; y entonces, ya sin nombre, desaparecer en un exilio definitivo.
"El viejo se quedó allí, inclinado hacia atrás, un momento, y después se pasó la mano por la barba blanca meneando la cabeza. Regresó penosamente por el balcón. Volvió una vez más la cabeza hacia la calle antes de bajar tentando con el bastón para alcanzar el reborde la ventana."
Incluso la propia existencia de esos sujetos es una incógnita. ¿Existirán realmente, o son únicamente fruto de la imaginación doliente de los narradores? Las miradas ecuánimes son ya imposibles; en medio de la multitud, más vale no mirar a los ojos de nadie, dirigir la vista al suelo, ver únicamente el reducido espacio que ocupan los pies de cada uno, evitar todo contacto, ni siquiera la mirada de un niño puede alegar inocencia. Cerrar los ojos, mantenerse en pie, quietos, sordos a los ruidos de la multitud, inmutables a las arengas, o mejor, quedarse ciegos y, lentamente, dejarse consumir por el ataque de las vísceras propias, antropofágicas, y extinguirse pausadamente hasta la autoaniquilación total.
"Ellos dos, o, mejor dicho, ellos tres, no le concedían ninguna importancia. Estaban en otra parte, probablemente, pero juntos, de todas formas, tan vinculados entre sí, tan atrapados juntos en la misma red, en la misma trampa."
Llegado el momento, el consuelo sólo puede encontrarse en la muerte. Y también la belleza.
"Y yo, en el mundo, que leva anclas detrás de mí, sólo después tendré la fuerza para retenerte, después tan solo, tras los demás - perdóname - cuando me hayan enseñado cómo detener un trozo de tierra arrancado por el viento - un hombre acabado, fracasado, una sombra, un canto, un último canto - todo un mundo desconcertado, que se marcha desde el segundo muelle, hacia el mar."
Asesinato (Meurtre, 1964) no es una novela, ni un ensayo, ni un conjunto de relatos; su prosa desnuda, directa, es un martillo que golpea con fuerza inusitada el yunque del herrero. Haría bien el lector en tomar en cuenta esta advertencia a la hora de leer un libro que le va a remover las entrañas.
"Hay que inventar de nuevo todo, hasta el más mínimo átomo, descubrir también un imaginario nuevo."
Personajes encerrados en un mundo de tintes oníricos, cerrado, inaccesible, empeñados en tareas irrazonables, sin ningún tipo de comunicación con el exterior más que un narrador -con muchas voces y géneros distintos- atento que cuenta para nadie sus idas y venidas, sin intención, sin objeto, casi como los narradores beckettianos, sólo por no callar.

Sobrecogedor.

Calificación: ****/*****