31 de agosto de 2018

Consideraciones sobre la Revolución Francesa

Consideraciones sobre la Revolución francesa. Madame de Staël. Arpa Editores, 2017
Edición, traducción, presentación y notas de Xavier Roca Ferrer

Este año 2018 se celebra el 200 aniversario de la primera publicación de Consideraciones sobre la Revolución francesa (Considérations sur les principaux événements de la Révolution française, depuis son origine jusques et compris le 8 juillet 1815, 1818, póstumo). 

Siempre se ha considerado a la Ilustración el movimiento precursor de la Revolución francesa, pero es patente que la Enciclopedia, si bien dejó su rastro en los hechos de 1789, poco tiene que ver con 1794 y con los hechos posteriores hasta 1848, cuando la influencia se reeditaría. Anne-Louise Germaine NeckerBaronesa de Staël Holstein, conocida como Madame de Staël, ilustrada y revolucionaria, hurga en los hechos acaecidos a lo largo de los veinticinco años más apasionantes de la historia universal de occidente, desde el estallido de la Revolución hasta la restauración borbónica a favor de Luis XVIII, para investigar acerca de esas y otras diferencias. La obra fue planeada inicialmente como apología y homenaje a la figura de su padre, Jacques Necker, inspirador en materia de teoría económica y ministro en varias ocasiones durante los reinados de Luis XIV y Luis XVI, acabó constituyendo un fresco histórico de alto valor documental.

La obra se estructura en cuatro partes complementarias pero diferenciadas: los antecedentes de la Revolución, que se remontan al reinado de Luis XIV y concluyen con los hechos del 14 de julio; la Revolución propiamente dicha, que subdivide en dos períodos: desde esa fecha hasta la proclamación de la Constitución de 1791, y de ahí hasta el comienzo del esplendor napoleónico; la Revolución del 18 Brumario hasta la abdicación de Bonaparte; la restauración de los Borbones y la ruina final del Emperador; y cierra el volumen con una encendida apología de Inglaterra y con el intento teórico de la aplicación en Francia del sistema político británico.
 Consideraciones sobre la Revolución francesa es, por supuesto, un relato de primera mano  cuya adecuación al relato de la historia conlleva el irresuelto problema de la objetividad -es imposible que no venga a la memoria esa otra cumbre de la literatura memorialística, a pesar de sus destacadas diferencias, que es Memorias de ultratumba-. Se pueden censurar los prejuicios, incluso cuando estos toman la forma de intereses particulares, a la hora de contar los hechos, pero de igual modo la interpretación de los mismos, en años posteriores, puede verse afectado por aquellos. Más allá de los intereses personales y familiares, el relato contiene una capacidad de análisis notable en la que predomina el sentido común. 

Calificación: Hors catégorie

29 de agosto de 2018

¿Qué sé yo?

¿Qué sé yo? La filosofía de Michel de Montaigne. Jaume Casals. Arpa Editores, 2018
"Y aun cuando nadie me lea, ¿habré perdido mi tiempo por haber empleado tantas horas ociosas en pensamientos tan útiles y gratos? Moldeando en mí esta figura, me fue preciso con tanta frecuencia acicalarme y componerme para sacar a la superficie mi propia sustancia, que el patrón se fortaleció y en cierto modo se formó a sí mismo. Pintándome, para los demás, heme pintado en mí con colores más distintos que los míos primitivos. No hice tanto mi libro como mi libro me hizo a mí; este es consustancial a su autor, de una ocupación propia: parte de mi vida, y no de una ocupación y fin terceros y extraños, como todos los demás libros."
El volumen de Jaume Casals, traductor y editor de varias obras de Montaigne, recopila una veintena de textos académicos publicados a lo largo de treinta años, reeditados bajo un nuevo índice temático.

El texto, como es natural, no sustituye a la lectura de los Ensayos pero es un magnífico complemento que sistematiza el aparente desorden de la obra de Montaigne. Por esa razón, uno recomendaría su lectura, para los interesados en la filosofía, antes de afrontar la de los Ensayos, pues constituye una excelente y sumamente inteligible introducción al pensamiento del perigordino; para los futuros lectores de los Ensayos, en cambio, sería un epílogo extraordinario a la obra en aquellos casos en que, sin ser lectores habituales de filosofía, busquen una estructura textual más organizada.

La obra de Casals dedica especial atención, por una parte, al pensamiento político de los Ensayos, en combinación con la obra de La Boétie; y, por otra, a la reformulación montaniana del escepticismo, la epokhé clásica, por medio del lema "¿Qué sé yo?" ("Que sçay-je?").

La mayor riqueza de los Ensayos es que no están subordinados a ningún principio absoluto -la escuela que sigue Montaigne es la ausencia de escuela- y que, por consiguiente, no formen ningún sistema-; por esa razón, parece -y es- difícil encasillar la obra, que, además, se escribió a lo largo de un prolongado espacio de tiempo, en alguna corriente filosófica preestablecida; para solventar esa dificultad, Casals indaga en el pensamiento de Montaigne en busca de sus antecedentes, los más explícitos inmortalizados en las famosas vigas de la biblioteca, y analiza las nuevas formulaciones del francés que dieron lugar a uno de los textos más importantes no solo de la literatura universal sino también de la civilización occidental.

Otros recursos relativos a Michel de Montaigne en este blog:
Artículo acerca de la torre del castillo de Michel Eyquem de Montaigne y de las citas clásicas escritas en las vigas de la biblioteca. 

27 de agosto de 2018

La Comedia humana. Volumen VII

La Comedia humana. Escenas de la vida de provincia. Volumen VII. Honoré de Balzac. 
Hermida Editores, 2018. Traducción y notas de Aurelio Garzón del Camino

El séptimo volumen de La Comedia humana es el segundo de la segunda sección, "Escenas de la vida de provincia", perteneciente a la división "Estudios de costumbres". Pierrette (Pierrette, 1840), El cura de Tours (Le curé de Tours, 1832) y Un hogar de soltero (La Rabouilleuse, 1842) forman parte de la subdivisión Los solteros (Les Célibataires); La solterona (La Vieille Fille, 1837) y El Gabinete de los Antiguos (Le Cabinet des Antiques, 1839) a Las rivalidades de la vida en el campo (Les Rivalités)

Renuevo, como a cada volumen, mi reconocimiento personal y lector a Hermida Editores, que sigue cumpliendo con el compromiso que supuso editar el primer volumen de esta opera magna de la literatura occidental; como en las ocasiones anteriores, me limitaré a redactar una pequeña introducción a cada una de las obras incluidas en el volumen, haciendo más hincapié en los detalles sociales y de las costumbres que en la acción propiamente dicha.


Si bien en buena parte de las novelas de la serie "Escenas de la vida privada" los protagonistas pertenecían a la nobleza de provincias, aunque a menudo eran tomados en consideración en contraste con el estrato social equivalente de la capital, es en el presente ciclo en el que Balzac pone bajo su punto de mira a esa vida de provincia con la condescendencia del que se siente superior pero también con la determinación del arqueólogo que no sólo debe descubrir los vestigios del pasado sino también interpretarlos.


Pierrette


Balzac es un escritor especialmente riguroso en su retrato de las gentes de provincias en general, pero esa censura, a menudo próxima a la mordacidad, se ceba con predilección en el estrato social de los comerciantes, para los que reserva despiadadas invectivas, en especial hacia aquellos que, emigrados de la atrasada provincia rural, se trasladan -y con ellos, sus lacras- a París con el objetivo de hacer fortuna, para exportar con posterioridad los símbolos de su éxito a su lugar de origen y disfrutar del ansiado estatuto de burgués alcanzado en la capital. A diferencia del comerciante oriundo de esta, cuyas aspiraciones se ven extraviadas por exceso de oferta, la del emigrado se concentran en atesorar la fortuna suficiente como para retirarse a su provincia para exhibir y disfrutar de su desahogada situación económica, como el indiano que va a "morir en la madriguera" cuando vuelve a su patria chica para vivir de rentas y hacer evidente su fortuna.

"Cuando el modesto negociante que llega a París desde provincias vuelve a provincias desde París, lleva siempre consigo algunas ideas que pierde luego con las costumbres de la vida de la provincia en que se sumerge y en la que sus veleidades de renovación se anulan. De aquí esos pequeños cambios lentos y sucesivos con los que París acaba por arañar la superficie de las ciudades provincianas, y que marcan esencialmente la transición del ex-tendero al provinciano redomado. Esta transición constituye una verdadera enfermedad. Ningún tendero pasa impunemente de su charla continua al silencio y de su actividad parisiense a la inmovilidad provinciana. Cuando estas buenas gentes han ganado alguna fortuna, gastan una parte de ella en satisfacer una pasión largo tiempo incubada, empleando en esto las últimas oscilaciones de un movimiento que no puede detenerse a voluntad."
Pero esa exhibición de fortuna, que puede extasiar al pueblo llano por su magnificencia, también despierta la desaprobación -que es el cariz que toma una vez elaboradala más primaria envidia- de los elementos, la mayoría de los cuales provienen de un origen parecido y que, por tanto, tienen poco que denostar a los recién llegados-, que componen el estrato burgués, al verse cuestionados por los recién llegados e, incluso, amenazados en su posición; su defensa ante ese peligro es la censura en privado y el boicoteo en público.

Es en ese ambiente enrarecido donde viene a dar con sus huesos Pierrette, una adolescente hija de comerciantes arruinados, que es acogida por sus primos, una pareja de hermano y hermana solterones, retirados a la ciudad que les vio nacer después de haber acumulado una considerable fortuna, en calidad de ahijada sin dote ni posibles, y que viene a turbarla paz hogareña y a consumir sus rentas.
"Los espíritus pequeños tienen necesidad de despotismo para el juego de sus nervios, del mismo modo que las almas grandes están sedientas de igualdad para la actividad del corazón. Ahora bien, los seres de espíritu estrecho logran su expansión tanto con la persecución como con la beneficencia; pueden probarse a sí mismos su poder por un dominio cruel o caritativo sobre otro, pero siempre van del lado adonde les impulsa su temperamento. Añadid el vehículo del interés y tendréis la clave del enigma de la mayoría de las cosas sociales."
Pierrette encarna el tipo de muchacha inexperta, educada fuera del mundo y, a pesar de las limitaciones pecuniarias de sus tutores, en una relativa magnificencia pero en la ignorancia absoluta del valor de las cosas -y de las personas-; y que, por un revés de la fortuna, es trasplantada a un mundo real con respecto al cual su inexperiencia queda de manifiesto a través de su inadaptación, que no hace más que provocar la escalada de tensión con sus primos y dar comienzo a una espiral de reproches y reprobaciones de un final tan incierto como predecible.
"¿No es un hecho notable y digno igualmente de la atención de los filósofos y de los indiferentes la perfección seráfica de las jóvenes y de los jóvenes a quienes la muerte marca con su hierro entre la muchedumbre, como los arbolillos jóvenes de un bosque? Quien ha presenciado una de esas muertes sublimes no podría hacerse incrédulo o seguir siéndolo. ¡Esos seres exhalan como un perfume celestial, sus miradas hablan de Dios, su voz es elocuente hasta en sus más indiferentes palabras, y con frecuencia suena como un instrumento divino, enunciando los secretos del porvenir."
Por más que la lógica parezca evidenciar que las intrigas -de todas clases- encontrarían campo abonado en los lugares más cercanos a los templos del poder político, económico o social, y que sería en la capital o en las grandes urbes donde aquellas alcanzarían su mayor desarrollo, la realidad constata que en medios menos poderosos también pueden madurar, si no en asuntos de importancia principal, sí con el mismo -o mayor- grado de virulencia. Y en provincias, igual que en la capital, se disfraza la crueldad, en el caso de las personas solteras, por adquirir una posición social destacable, con la vestimenta del amor.
"Convengamos entre nosotros que la legalidad sería una buena cosa para las bellaquerías sociales en el caso de que Dios no existiese."
El cura de Tours

Si bien la avaricia es una inmoralidad mal considerada -y uno de los siete pecados capitales según  Gregorio Magno- con respecto a cuya condena coinciden las autoridades eclesiásticas y las seglares, la ambición, en cambio, cuenta, aunque con alguna reserva, con la aprobación de ambos estamentos. Así que a pesar de no ser confesable debido a la apatía que se presupone al estamento sacerdotal, no es ni grave ni extraño que un oscuro e intrascendente abate de provincias caiga en la tentación de desear algunos bienes terrenales y que ni su conciencia ni su moralidad se sientan culpables por codiciar el disfrute de la posesión de la vivienda de un anciano colega.
"En efecto, el abate Chapeloud legó en su testamento su biblioteca y su mobiliario a Birotteau. La posesión de estas cosas, tan vivamente deseadas, y la perspectiva de ser admitido como huésped por la señora Gamard suavizaron bastante el dolor que causaba la pérdida de su amigo el canónigo: quizá no le habría resucitado, pero le lloró. Durante algunos días estuvo como Gargantúa, el cual, habiendo muerto su mujer al dar a luz a Pantagruel, no sabía si regocijarse por el nacimiento o apenarse por haber enterrado a su buena Balbec, y se equivocaba alegrándose por la muerte de esta y deplorando el nacimiento de Pantagruel."
Sin embargo, toda conquista conlleva alguna renuncia, y la posesión de aquella vivienda, largamente deseada, tuvo como contrapartida la enemistad de su hospedera, con lo que su disfrute, en el caso de un individuo de tan escasa inteligencia que es incapaz de seguir una serie de relaciones causales, se vio afectado con rapidez por la frialdad de aquella, prontitud de la que careció el abate para darse cuenta de las razones que habían provocado el cambio de su actitud.
"Sin sondear demasiado en el vacío y en la nulidad de la señorita Gamard, y sin explicarse tampoco la pequeñez de sus ideas, el pobre abate Birotteau advirtió un poco tarde, para desgracia suya, los defectos que tenía, tanto los que compartía con todas las solteronas como los que le eran privativos. Lo malo en los demás resalta tan vigorosamente sobre lo bueno que casi siempre impresiona nuestra vista antes de herirnos. Este fenómeno moral podría justificar, si necesario fuese, la inclinación que con mayor o menor fuerza sentimos todos por la maledicencia. Es tan natural, socialmente hablando, burlarse de las imperfecciones de los demás que deberíamos perdonar la murmuración irónica que nuestras propias ridiculeces autorizan y no asombrarnos sino de la calumnia. Pero los ojos del buen vicario jamás tuvieron esa finura óptica que permite a las gentes de mundo ver y evitar prontamente las asperezas del prójimo; por lo cual, para reconocer los defectos de su patrona, tuvo que sufrir la advertencia que da la naturaleza a todas sus creaciones: ¡el dolor!"
En definitiva, su vida en común empeora a ojos vista y pone en evidencia la dificultad de la cohabitación entre dos individuos sometidos, por diferentes razones, al estigma de la soltería: uno, por cuestiones profesionales; la otra, la verdadera diana de las invectivas de Balzac, por su diabólico carácter, unas carencias que el novelista analiza de una forma pormenorizada y censuradora -y cuyas conclusiones, si bien razonables en su época, no resistirían en la actualidad la más leve mirada-.
"Como no podía emplear, según lo quiere la naturaleza, la actividad propia de la mujer, y necesitando gastar esta energía de algún modo, la solterona la aplicaba a las intrigas mezquinas, a los chismorreos provincianos y a las combinaciones egoístas en que acaban por ocuparse exclusivamente las solteronas. Birotteau, para desgracia suya, había desarrollado en Sophie Gamard los únicos sentimientos que esta pobre criatura podía experimentar: los del odio, que, latentes hasta entonces a causa de la calma y la monotonía de su vida provinciana cuyo horizonte se había estrechado todavía más para ella, debían adquirir una intensidad tanto mayor cuanto iban a ejercerse sobre cosas pequeñas y en medio de una esfera limitada."
En todo caso, del enfrentamiento entre ese ser vil y fanático que es una solterona y el cándido y generoso sacerdote derivan unas consecuencias fatales para este, que se ve obligado a un inimaginado cambio de vida -con la sacudida que eso significa para un soltero, sea célibe o no-, a entablar un proceso legal para defender sus intereses -promovido por algunos de sus partidarios, tentados a emprender un pleito en el que ellos, a diferencia del abate, no tenían nada que perder pero que podía contribuir a asentar su posición en otros ámbitos ciudadanos y políticos- que acaba desposeyéndolo de sus bienes, de sus derechos y de la paz de conciencia tan necesaria para su profesión.

La moraleja que parece extraer Balzac de su historia es que jamás se debe contrariar a una solterona; y si esta se asocia con un solterón profesional, hay que huir como de la peste porque esa alianza es invencible.
"El celibato tiene el vicio capital de que, haciendo que converjan todas las cualidades del hombre en una sola pasión, el egoísmo, hace a los solterones nocivos o inútiles. Vivimos en una época en que la falta de los gobernantes ha sido el haber hecho al hombre para la sociedad, menos que a la sociedad para el hombre. Existe un combate perpetuo entre el individuo y el sistema que quiere explotarle en provecho propio; mientras que en otros tiempos el hombre, realmente más libre, se mostraba más generoso con respecto a la cosa pública."
Un hogar de soltero
"Nada exige en la vida mayor atención que las cosas que parecen naturales, pues de lo extraordinario suele desconfiarse siempre bastante; así, podréis ver que los hombres de experiencia, los procuradores, los jueces, los médicos y los sacerdotes conceden una importancia enorme a las cosas sencillas; siempre se les encuentra meticulosos. La serpiente escondida bajo las flores es uno de los mitos más bellos que la Antigüedad nos ha legado para la dirección de nuestros asuntos. Cuántas veces exclaman los necios, para excusarse a sus propios ojos y a los de los demás: "¡Era tan sencillo que todo el mundo se hubiera dejado engañar!"."
Dos viudas, tía y sobrina, Bridau y Descoings, viven una existencia de privaciones. Joseph, el hijo de la Bridau, muestra desde muy joven una buena predisposición para la pintura, mientras que su hermano Philippe abraza la carrera militar, profesión que, al contrario de la de su hermano, cuenta con la plena aprobación materna.

Sin embargo, pasado cierto tiempo y con la derrota del Emperador de por medio, Philippe, en quien su madre había depositado todas sus esperanzas, se convierte en un zángano sin oficio ni beneficio que acaba con los ahorros de la familia, mientras que Joseph, de forma discreta, se ha labrado una carrera como pintor que le permite vivir y contribuir a los gastos domésticos.
"Cuando los hombres dotados de valor físico, pero cobardes e innobles en el aspecto moral, como lo era Philippe, han visto cómo la naturaleza de las cosas recobra en torno a ellos su curso normal después de una catástrofe en la que su moralidad ha zozobrado, tal condescendencia de la familia o de los amigos es para ellos un incentivo. Cuentan con la impunidad, y su talento viciado y sus pasiones satisfechas les llevan a analizar de qué modo lograron eludir las leyes sociales, con lo que se hacen entonces horriblemente hábiles."
Existe la idea de que la miseria en una gran ciudad se convierte en tan solo pobreza en provincias, donde, por otra parte, existen mayores posibilidades de supervivencia y, además, el número de tentaciones que llevan a la ruina es sensiblemente menor. Con independencia de lo apropiado de esa afirmación, la familia protagonista de la novela tiene la posibilidad de reconciliarse con un pariente rico, solitario y misógino, y de aprovecharse en un futuro no muy lejano de un legado importante.  Con este propósito, se trasladan al campo, y es en este cambio de escenario donde Balzac aprovecha para contrastar, de nuevo, la vida en ambos ambientes y, en particular, las diferentes circunstancias que rodean la vida de las personas solteras, a la par que contrapone, una vez más, la supuesta civilización de los parisinos con la también pretendida rusticidad de los provincianos, y la animadversión innata de estos con respecto a aquellos; mención aparte merece el inclemente retrato que reserva para el avaro de provincias:
"En efecto, diez minutos después, las tres mujeres y Joseph se encontraban solos en aquel salón cuyo piso no se frotaba jamás, sino que sólo se barría, y del que los tapices con marcos de roble con estrías y molduras y todo el mobiliario sencillo y casi sombrío apareció a los ojos de la señora Bridau en el mismo estado en que ella los había dejado. La Monarquía, la Revolución, el Imperio y la Restauración, que respetaron muy pocas cosas, habían respetado aquella sala en la que lo mismo sus esplendores que sus desastres no dejaron la menor huella."
La herencia del pariente pasa a ser le centro alrededor del cual ruedan los dos bandos enfrentados para conseguirla; a todas las tribulaciones que Balzac adjudica a la vida de soltero parece que se añade una que las empeora: ser un soltero acaudalado, una posición que, si coincide con la falta de descendencia directa, atrae a toda una colección de asaltafortunas, y que en esa guerra desatada participan, con parecida impiedad, familiares ambiciosos y parvenus intrigantes, sin que el grado de parentesco influya de ningún modo en el grado de la crueldad ni en la intensidad de la beligerancia.
"[...] el cálculo escondido en un sentimiento penetra hondamente en el corazón y disipa el él el duelo más sincero. He aquí cómo la naturaleza se permite en la vida privada lo que en las obras del genio es el colmo del arte; el medio que la naturaleza emplea es el interés, que es el genio del dinero."
Al final, tanto de esta novela como de otros textos, puede extraerse una moraleja en forma de apología del matrimonio por contraste: una mujer soltera es demasiado débil; un hombre soltero es demasiado ambicioso.

La solterona

Empeñado en no dejar ningún ejemplar de su planeado catálogo de caracteres y situaciones sin su correspondiente cuota de investigación, Balzac arremete en La solterona contra ese ejemplar de la fauna humana en su versión provinciana.

Para ello, hace uso de una plantilla de caracteres, comunes a otras obras: en primer lugar, el supuesto caballero -aquí, un descendiente de la casa de Valois- soltero y con pocas posibilidades que malvive en una ciudad de provincias gracias a una reducida renta y al producto de algunos trapicheos:
"Lo que de París a Pekín había hecho notable al caballero era la dulzura paternal de las maneras con que trataba a las obreritas, las cuales le recordaban a las jóvenes alegres de otro tiempo, aquellas ilustres reinas de la Ópera que gozaron de una fama europea durante un buen tercio del siglo XVIII. Es indudable que el gentilhombre que ha vivido alguna vez con esa nación femenina olvidada como todas las grandes cosas, como los jesuitas y los filibusteros, como los abates y los arrendadores de rentas, ha llegado a adquirir una cordialidad irresistible, una facilidad graciosa, un abandono desprovisto de egoísmo";
en fin, un individuo empeñado en la apariencia de mantener un estatus del que, probablemente, jamás había disfrutado. La contrapartida es otro caballero, antaño opulento pero caído en desgracia por culpa de unas cuentas mal saldadas con el Emperador, de vida algo más desahogada que el Valois pero también más estúpido:
"Un hombre arruinado por el primer cónsul y precedido de la colosal reputación que le habían dado sus relaciones con los jefes de los gobiernos pasados, su género de vida y su reinado efímero [...]. Du Bousquier, como todos los que no pueden vivir más que con la cabeza, acarreaba sus sentimientos de odio con la tranquilidad de un arroyo débil en apariencia, pero inagotable; su odio era como el del negro, tan apacible y tan paciente que engañaba al enemigo. Su venganza, incubada por espacio de quince años, no se vio harta con ninguna victoria [...]"
Ambos, enfrentados por sus aspiraciones económico-matrimoniales, forman la primera línea de ataque en la cruenta batalla, no exenta de juego sucio, en la guerre comme en la guerre, por la conquista de alguna de las solteronas con posibles de la localidad. A ambos se les añade, a última hora, un lechuguino de veintitrés años, aspirante a gran escritor, pariente lejano de la pretendida y soltero, más que por vocación, por una mezcla de timidez e inexperiencia, y cuyo deseo, a diferencia de sus antagonistas, inconstante y voluble, es antes abandonar su estado que adquirir el estatuto de casado.  Y es que la institución del matrimonio tiene una fuerza particular en provincias:
"Por natural que pueda parecer en una capital una relación pasajera entre un joven como Athanase y una hermosa muchacha como Suzanne, en provincias espanta y deshace de antemano el matrimonio de un joven pobre, ya que la fortuna de un buen partido hace pasar por alto todo enojoso incidente. Entre la depravación de ciertas relaciones y un amor sincero, un hombre de corazón, sin fortuna, no puede vacilar: preferirá las desgracias de la virtud a las desgracias del vicio. Pero en provincias, las mujeres de que puede enamorarse un joven son escasas: no podrá obtener una joven bella y rica en un lugar donde todo es cálculo; le está prohibido amar a una joven hermosa y pobre, pues, como dicen los provincianos, esto equivaldría a juntar el hambre con las ganas de comer, y, finalmente, una soledad monacal siempre es peligrosa para la juventud. Estas reflexiones explican por qué la vida de provincias, se asienta con tanta fuerza en el matrimonio."
A pesar de una variada muestra local, los intereses de los solterones se dirigen hacia el mismo objetivo: una solterona de mediana edad, de familia, aunque plebeya, notable, bien relacionada con el poder y con la Iglesia, con relativa buena fama en los salones de la ciudad, religiosa y ligeramente estúpida, con una vivienda espaciosa y confortable, con una renta suficiente y sin herederos directos, y a la que Balzac dedica una descripción extensa y detallada tanto en el plano físico como en el moral de antología.

Sin embargo, aparte de la manifiesta animosidad mutua que mostraban los pretendientes, su completa y omnipresente disponibilidad mantienen a la solterona en una dudosa indefinición, más producto de su carácter voluble e indeciso que por los deméritos de aquellos. Así que la llegada de un cuarto en discordia, un descendiente de la nobleza recomendado por un pariente abate desata los deseos matrimoniales de la solterona, pero la imposibilidad de casarse con él la hace decidirse, en un arrebato tan lleno de inconsciencia como de venganza, por uno de los demás, decisión que provocará una cadena de tragedias, fielmente expuestas por Balzac mediante un cambio de tono magistral, que alterarán la consideración de la recién casada por parte de sus antiguas amistades y de la práctica totalidad de la población, y cuya manifestación personal se plasmará en la futura infidelidad de quien, por su ansia de cambiar de estado, tomó la peor de las alternativas posibles.
"Los mitos modernos son todavía menos comprendidos que los mitos antiguos, a pesar de que estamos devorados por los mitos. Los mitos nos acosan por todas partes, sirven para todo y lo explican todo. Si son, según la escuela humanitaria, las antorchas de la historia, salvarán a los imperios de toda revolución, por poco que los profesores de historia hagan penetrar sus explicaciones hasta en las masas provincianas."
El Gabinete de los Antiguos

La nobleza de provincias, con tanta historia como pocos recursos, ignorada en la corte, en la capital y en los departamentos vecinos, mantiene un estatus elevado en su circunscripción, más por presencia y tradición -por costumbre- que por importancia o influencia efectiva. Una posición que depende, pues, en mayor medida de la incuestionada consideración de sus paisanos, heredada generación tras generación, y de una historia, incluso con algunos tintes supersticiosos, más mítica que fiel a la verdad, que ha ido tomando forma a lo largo de los años, más que por su influencia real.
"El palacio D'Esgrignon era sencillamente la casa en que vivía un viejo gentilhombre, llamado Charles Marie Victor Angel Carol, marqués D'Esgrignon o Des Grignons, según antiguos documentos. La sociedad comerciante y burguesa de la ciudad había llamado epigramáticamente a su vivienda palacio, y, desde hacía una veintena de años, la mayoría de los vecinos habían acabado por decir seriamente el palacio D'Esgrignon para designar la casa del marqués."
La familia protagonista, las dos últimas generaciones de una saga noble pero venida a menos, está compuesta por el mencionado marqués, viudo y padre de un hijo, Victurnien:
"La conducta admirable, la lealtad de gentilhombre y la intrepidez del marqués D'Esgrignon le valieron sinceros homenajes, del mismo modo que sus desventuras, su constancia y su fidelidad inalterable a sus opiniones le merecieron en la ciudad un respeto universal [...]. Todas las personas bien educadas que pertenecían al sistema imperial, e incluso las autoridades, tenían tanta condescendencia con sus prejuicios como consideración hacia su persona. Pero una gran parte de la sociedad nueva, gentes que bajo la Restauración iban a llamarse los liberales [...], se burlaban del oasis aristocrático donde nadie podía entrar sin ser buen gentilhombre y persona irreprochable";
y su hermana de veintisiete años, Armande, madre en funciones de su sobrino, único representante de la última generación:
"La señorita D'Esgrignon es una de las figuras más instructivas de esta historia, y os dará a conocer todo lo que pueden tener de nocivo las virtudes más puras cuando falta la inteligencia";
ambos son gente respetada por sus partidarios y odiada por sus adversarios a partes iguales, y cuyo Salon era denominado por sus detractores "El Gabinete de los Antiguos·.

A pesar de no tomarse ni un respiro en su despiece de la sociedad de provincias, Balzac ajusta el retrato de la familia con un poco más de simpatía -que se acerca, en algunos pasajes, a la ternura- que en la mayoría de sus obras, como si el anacronismo de un origen y de unas costumbres desplazadas por la evolución imparable de la sociedad pudieran ser disculpados debido a la fidelidad mantenida su estatus, en tiempos ciertamente adversos y en contra de las modas cambiantes y una política errática, y que, en definitiva, no se alejaba demasiado del suplicio de Tántalo, siempre a punto de conseguir su deseo pero sin poder darlo nunca por satisfecho.
"En provincias es difícil no llegar al cuerpo a cuerpo a propósito de cuestiones o intereses que, en la capital, aparecen bajo sus formas generales y teóricas y que engrandecen lo bastante a sus campeones [...]. En París, los hombres son sistemas; en la provincia los sistemas se convierten en hombres, y hombres de pasiones incesantes, siempre presentes, espiándose en su vida íntima, epilogando sus discursos, observándose como dos duelistas dispuestos a hundir seis pulgadas de acero en el pecho del contrario a la menor distracción, y procurando fomentar las distracciones; ocupados, en suma, en su odio como jugadores despiadados."
Se trata, pues, de la enésima reedición de la guerra entre la decadente aristocracia, pero que detentaba aún ciertas cotas de dominio debido a los vaivenes de la política francesa, y la emergente burguesía, empeñada en sustituir a la nobleza de cuna por el poder del dinero. En contra del necesario equilibrio entre la clase menguante y la floreciente se halla Victurnien, educado en un ambiente que, si bien se le permitía de forma tácita a su padre como concesión casi anecdótica a su pasado, ya no tenía razón de ser en la sociedad que le era contemporánea y que esa misma comunidad ya no toleraba.
"[...] no se puede esperar jamás nada bueno de los jóvenes que confiesan sus faltas, se arrepienten de ellas y vuelven a hacerlas. Los hombres de gran carácter no confiesan sus faltas sino a sí mismos, y ellos mismos las castigan. En cuanto a los débiles, vuelven a caer en el surco, por encontrar la orilla demasiado difícil de bordear."
Esa transición se lleva a cabo mediante la "puesta de largo" en sociedad: el traslado a París en busca del favor real, la presentación en las casas de más fama, la búsqueda de una pareja aristocrática, las calaveradas con la buena sociedad capitalina, el derroche de simpatía, el desprendimiento moral y la prodigalidad, el despilfarro en igual medida de ingenio y de dinero. Una situación que, aparte del veneno que inocula en el propio interesado, es el camino franco a una bancarrota familiar que será aprovechada por los enemigos locales del Gabinete de los Antiguos para imponer su ideario y hundir los restos del naufragio en el lodazal de la ruina y el deshonor para ver cumplido así su afán de venganza.
"Du Croisier había calculado su venganza como los provincianos lo calculan todo. No hay en el mundo como los salvajes, los campesinos y los provincianos para estudiar a fondo sus asuntos en todos los aspectos; por eso, cuando llegan del pensamiento al hecho, encuentran todas las cosas completas. Los diplomáticos son unos niños comparados con esas tres clases de mamíferos, que cuentan con todo el tiempo necesario, elemento de que carecen las personas obligadas a pensar a la vez en varias cosas, obligadas a dirigirlo todo y a prepararlo todo en los grandes asuntos humanos."
Las intrigas palaciegas, en las que sin duda se juega con cartas de gran valor e implican a personajes de la más alta cuna o voluminosa bolsa, son irrelevantes juegos infantiles comparados con las intrigas de provincias, verdaderas y cruentas batallas en las que no importa tanto la victoria como la humillación del adversario. En las primeras, se puede poner en cuestión la honorabilidad de un determinado personaje que, por lo común, sería capaz de precipitarse al abismo -cuando no se encontrara ya en él- por sí solo, mientras que en las segundas el objeto de escarnio comprende a todo un linaje y, a menudo, a una forma de vida cuya supervivencia en el pasado no le exime de las turbulencias del presente ni de su extinción futura. Y si acaso existe alguna esperanza, será la ayuda de las nuevas clases urbanas, más acostumbradas a los emergentes usos sociales, y no los inútiles privilegios que yacen enterrados en un pasado que nunca volverá.
"-Pero, ¿estáis aquí locos? -prosiguió la duquesa-. ¿Queréis permanecer en el siglo XV cuando estamos en el XIX? Queridos míos, ya no hay nobleza, solo hay aristocracia: el Código Civil de Napoleón ha matado los pergaminos, del mismo modo que el cañón había matado ya el feudalismo. Seréis mucho más noble de lo que sois cuando tengáis dinero. Casaos con quien queráis, Victurnien, y ennobleceréis a vuestra mujer; este es el más sólido de los privilegios que le quedan a la nobleza francesa. ¿No se ha casado el señor de Talleyrand con la señora Grandt sin comprometerse? Recordad a Louis XIV casado con la viuda de Scarron."
Calificación: Hors catégorie

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24 de agosto de 2018

El paseo del escéptico

El paseo del escéptico. Denis Diderot. Editorial Laetoli, 2016
Traducción de Elena del Amo. Prólogo y notas de Roberto R. Aramayo. Apéndice de Mario  Bunge
El paseo del escéptico es una alegoría filosófica, presuntamente escrita hacia 1747 e inédita en vida del autor, en la que Diderot, abandonando los planteamientos deístas, se escora definitivamente hacia un materialismo ateo apoyado en el escepticismo y dirigido hacia el entronamiento definitivo del librepensamiento que compartirá con el ala más radical de los philosophes. Subtitulado Conversación sobre la religión, la filosofía y el mundo, representa la transcripción por parte de Ariste -etimológicamente, "el mejor"- de su conversación con Cléobule -nombre con el que es conocido uno  de uno de los siete sabios de Grecia-, quien, con el fin de iluminar la razón humana, le acompaña en un paseo a fin de indagar acerca de "la extravagancia de las religiones, la incertidumbre de los sistemas filosóficos y la vanidad de los placeres mundanos" a lo largo de tres Avenidas: La Avenida de los Espinos, La Avenida de los Castaños y la Avenida de las Flores. Esta edición de Laetoli es su primera publicación en castellano.

La Avenida de los Espinos es un recorrido a través de la religión -principalmente, las tres religiones del Libro, y de forma particular, el cristianismo-. Cléobule la describe  en términos militares, incluído el escalafón y el sistema de premios y castigos; muestra su perplejidad acerca de la arbitrariedad de algunas normas y por la permanencia de otras, por el fanatismo por el sufrimiento, por la hipocresía de los mandos, por los sofismas de los teólogos, por las estupideces del Antiguo Testamento, por los cambios en las normas de Jesús y por el charlatanismo de los apóstoles, por las apologías de los Doctores de la Iglesia, por las fantasías de los mártires. Considera a los cristianos cegados por una venda que han adoptado por indicación de sus superiores, y se admira de que solo los que son capaces de librarse de ella de forma definitiva pueden abandonar la Avenida de los Espinos para recorrer caminos más reconfortantes.

En su recorrido por la Avenida de los Castaños, los paseantes descubren a unos habitantes de trato amistoso y cuyas diferencias no provocan violencia alguna sino un sano razonar y discutir: "se construyen sistemas, se escriben pocos versos", y cuyos únicos enemigos son los soldados que provienen de la Avenida de los Espinos. Allí, Cléobule y Ariste se encuentran con partidarios de varios sistemas filosóficos, pero solo de aquellos cuya herramienta de reflexión es la razón: los pirronianos, que dudan incluso de su propia existencia, y que fueron los primeros habitantes; los ateos, escindidos de los anteriores; los deístas, organizados como una secta pero con un soberano muy transigente; los panteístas, que ven a su autoridad en todas las cosas existentes; los idealistas, que niegan toda existencia exterior al individuo; los cínicos, que no se toman en serio ni a sí mismos; y los anticlericales, empeñados en ofender y reprender a los creyentes.

Finalmente, los paseantes se encaminan a la Avenida de las Flores, en la que todo parece dispuesto para halagar los sentidos y perseguir el placer, un jardín encantado reservado para el deleite de la mesa, las conversaciones irrelevantes, la galantería, la seducción, los juegos eróticos; pero en el que también tienen lugar, por contra, las infidelidades amatorias, las mentiras y la doble moral, la sospecha y la desconfianza.

Calificación: Hors catégorie

22 de agosto de 2018

La derrota

La derrota. Confesiones. Pierre Minet. Editorial Pepitas de Calabaza, 2018
Traducción y prólogo de Julio Monteverde
Aunque es cierto que existe tanta variedad de ejemplos como obras que se recojan bajo esta  denominación, el género literario de las Memorias suele referirse a aquellos textos que recogen los recuerdos y los acontecimientos de la vida del autor; visto desde ese punto de vista, La derrota (La Défaite, 1947), podría ser incluido en ese epígrafe. Pero el texto de Pierre Minet no es solamente un libro en el que el autor exponga su vida -o una parte de ella, la niñez y la juventud-, sino también el relato de lo que sucede alrededor de su vida. Minet habla consigo mismo como quien busca la redención o una absolución que solo él mismo puede otorgarse. ¿Pide perdón? Tal vez, pero no a los lectores; esas Confesiones, subtítulo con el que ha circulado La derrota, no consiste en un relato inculpatorio sino en la mera enumeración de las circunstancias que rodearon la huida de la casa de sus padres y el establecimiento en París, la capital de los sueños... y de las pesadillas.
"Lo titularé La derrota. Si de algo es toy seguro, es de esto. Soy un derrotado. Peor aún, un desertor. Mi idea, mi argumento, es que hemos desertado. Naturalmente, para desertar es necesario primero haber servido a una causa, haber creído en ella. Eso no está al alcance de todo el mundo. Los hombres de los que hablo no son numerosos, pero son los únicos que cuentan, o más exactamente aquellos que, en un momento dado, han contado [...]. Voy a hablar por tanto de una raza que muere. Puedo enumerar a sus últimos representantes. Seguramente los nombraré. Hace mucho tiempo que les perdí de vista. Los mejores han muerto. Tanto mejor para ellos. Pero su desaparición me pesa; pues vuelve mi soledad más aterradora."
Pero toda confesión -que sería el paso siguiente a la insolencia, igual que esta sigue al enfrentamiento-, y más si es voluntaria, tiene algo de pacto; uno confiesa no solo con la esperanza de ser perdonado y absuelto, sino también con el requerimiento tácito o explícito  de obtener algo a cambio: la convalidación de una mentira, la recuperación de una posición perdida o, simplemente, la finalización del rechazo.
"La derrota o el rechazo de ser. En el fondo, este es el título de este libro."
¿Cómo desembarazarse de alguien a quien se odia? Ignorándolo, acabando con él. ¿Y si ese alguien es uno mismo? Analizando los motivos de ese odio, aislándolos de todo aquello que se puede salvar, y empezando de nuevo; de lo contrario, ese personaje odiado impedirá cualquier intento de alcanzar los objetivos propuestos. La confesión de la derrota puede constituir el primer paso de esa liberación, aunque esa disociación conlleva el peligro del extrañamiento, de que el ser confeso no sepa reconocerse en su nuevo avatar, a menos que deje constancia de ese yo anterior. La derrota es el acta levantada como certificación fehaciente e incontestable de esa existencia.
"Después de todo, es la experiencia de toda una vida. En la época de La derrota realizar un balance, querer detenerse, representaba un suicidio. El arma estaba cargada. El tiro había salido, pero aún no me había alcanzado."
Es posible que la conquista de la libertad no sea más que una ilusión, una trampa que nuestra mente nos tiende para fijar un objetivo con que satisfacer el vacío existencial; es posible, incluso, que esa misma libertad actúe como anzuelo para logros más importantes, y que no se trate del paraíso prometido sino de una decoración que no resiste el más mínimo indicio de vida.
"¿Qué más puedo decir sobre aquella vida? Mi memoria está llena de hechos y personas. Pero no quiero escribir un libro de memorias. Intento dar sentido a todo esto. He tomado la palabra en nombre de la poesía y del deseo. En el fondo, en esta multitud de antaño hay pocos rostros sobre los cuales continúe agitándose dulcemente, como la sombra de una hoja sobre un muro, el reflejo de mis antiguos sueños."
El paso siguiente al reconocimiento de haber cometido errores es el intento de subsanarlos, y cada época de la vida conlleva su especificidad; en la juventud, suele aducirse como excusa la inocencia cuando no es posible adjudicar la equivocación a un factor externo que descargue de la culpa, pero esa atribución suele producirse siempre en la edad adulta, cuando ya se han experimentado las consecuencias de la conducta errónea; en cambio, casi nunca se adjudican a la inexperiencia, que acostumbra a ser la causa más plausible y más persistente; esa descarga se convierte, de este modo, en una excusa sin fecha de caducidad.
"¡Oh! ¡Impagable ingenuidad! Yo ignoraba todo acerca de quién era, pero no admitía la posibilidad de ser otro."
El peligro de la hipersensibilidad es que suele hacer pasar por experiencias sublimes los hechos más insignificantes; ese efecto distorsionador actúa como un dintel móvil que maximaliza también los efectos de esas experiencias en la mente del sujeto, que desarrolla una especie de tolerancia adiccional de modo que cada vez precisa de una dosis mayor de sublimidad para que surta el mismo efecto, so pena de caer en la depresión de lo cotidiano; es bajo esa alteración cuando la decisión más irrelevante se convierte de declaración de principios, la relación más fugaz en pacto de por vida,  la renuncia más intrascendente en solemne abdicación y la más mínima contrariedad en irremediable catástrofe.
"Yo estaba fascinado. Morir joven me parecía deseable. Me horrorizaba aquello que se conoce como experiencia, la exasperante madurez, y tenía pavor a esa traición de la que estaba seguro que me mantendría a salvo en caso de envejecer. La profecía de mi amigo sublimaba mi destino."
Es bajo esa disposición de ánimo que el más ínfimo fracaso se transfigura en irremediable derrota y se acentúa el carácter heroico de la deserción más exigua: cada dificultad se convierte en un desafío, cada revés de la fortuna en una prueba de templanza, cada reto en un motivo de heroicidad, cada fracaso en una lección vital, cada sueño irrealizable en una aspiración vital, cada necesidad en un motivo para la renuncia. Dotado de una experiencia trascendente, el individuo se cree el elegido del destino para sufrir los martirios más crueles, a los que enfrentará con la mejor de las disposiciones, convencido de que de este modo pasará a los anales de la vida como ejemplo de entereza y de carácter insobornable: un adalid de la rebelión.
"Con mi padre tomé inmediatamente una actitud muy clara: rechazaba todo trabajo y me dedicaba a no perder, a no ceder nada de lo que había conquistado. En la casa me convertí en el extraño cuya presencia crea un constante malestar, pero al que se tolera por miedo al drama, porque su mirada, sus silencios, su frialdad, parecen contener una amenaza que ningún arma podrá vencer. Yo era un monstruo y los monstruos dan miedo. Por otra parte, no me contentaba con fijar mis ideas y mis gustos, y me lanzaba sobre los suyos como un toro se lanza sobre la muleta. "¡Sabed bien que me niego a parecerme a vosotros! ¡No reconozco a ningún maestro, no respeto ninguna ley! ¡Qué estúpida es vuestra moral! ¡Qué oscura es vuestra vida!".
La juventud es también el tiempo de las amistades inquebrantables, de las complicidades inconfesables y, cómo no, de las traiciones imperdonables. La volubilidad de los principios y, paradójicamente, la fortaleza de los prejuicios, convierten la relación con los semejantes en un vaivén insostenible de puro volátil cuyas diferencias quedan desveladas al primer desacuerdo, que provocará un rompimiento irremediable y una enemistad eterna.
"Ya en la calle saboreé mi victoria. Porque sin duda era una victoria. Recobraba mi libertad. Levaba el ancla. El dinero recibido no me llevaría muy lejos. Pero me parecía como si, para acceder realmente a la vida, fuese necesario empezar por perder aquello que los hombres se afanan por adquirir, y lo primero, y más importante, era no preocuparse por el mañana que proyecta sobre el instante presente la sombra del miedo. Era necesario abandonarse a la vida como uno se abandona al sueño."
Cuando no se está dispuesto a asumir las responsabilidades que, de forma incuestionada, se esperan de un adulto, la convivencia con los semejantes se complica, entre otras razones, porque se altera el código que rige el comportamiento de estos. Si en la edad inmadura se cree que todas las necesidades han de ser cubiertas por ese fenómeno denominado vida, la madurez suele conllevar un cambio en esa exigencia. Pero ese cambio puede ser rechazado -dando lugar a un individuo inadaptado- mediante un truque de reivindicaciones y la autocomplacencia de quien piensa que puede seguir exigiendo a la vida que siga cubriendo sus necesidades, aunque estas hayan cambiado.
"Este libro es una larga confrontación. Por un lado el gordo campesino que he presentado al comienzo de estas páginas. El personaje cotidiano, abonado a la esperanza. Por otro... ¿cómo llamarlo?... Es una confrontación difícil, penosa. El campesino siempre está gordo, es dominante. Pero está atrapado, obligado a rendir cuentas. En cualquier caso, ¡ha recibido un buen golpe! ¿No cojea un poco? Sí, un libro como este es una liberación."

Calificación: ****/*****

20 de agosto de 2018

Un amor imposible

Un amor imposible. Christine Angot. Editorial Anagrama, 2017
Traducción de Rosa Alapont
"Anoche, al teléfono, cuando te dije que me sentía sola desde que André tiene problemas, tú replicaste: "Estamos solos". Yo contesté: "Es verdad, aunque a veces creemos que no es así."
Una tormentosa y desigual historia de amor entre un parisino de buena familia y una chica humilde de ascendencia judía, en la que la posición dominante -física, económica, social, sexual, decisoria...- queda establecida y es aceptada desde el primer encuentro y, como consecuencia, con una asimetría evidente,  termina con un embarazo -el que da origen al nacimiento de la narradora- con respecto al cual él declina toda responsabilidad posterior, y finaliza con el desgarro esperable debido al carácter de relación no asumida, por una parte, y con ninguna esperanza de duración por la otra.
"Durante el camino de vuelta se hicieron fotos en la campiña. Ella le sacó una foto y él le hizo la misma. Apoyados en el mismo poste, en idéntica postura. Tanto una como otra estuvieron tomadas desde lejos. Ella llevaba un jersey de manga corta, pantalones de tubo, bailarinas y un fular alrededor del cuello. Él una camisa blanca remangada y unos pantalones con cinturón que le hacían bolsas en las caderas. No se distinguían bien sus rasgos. Se veía la postura de los cuerpos, el encuadre y la campiña circundante."
En los recuerdos de la infancia de la narradora se mezclan la despreocupada vida de la niña con el progresivo apercibimiento de pertenecer a una familia peculiar, pero en la que la falta del padre representa, a sus ojos infantiles, antes una cuestión anecdótica que la manifestación explícita de una carencia, incluso ante el hecho de que casi todos los compañeros de escuela o de juegos poseen uno:
"Me hablaba [mi madre] de él. Todos los niños tenían un padre. El mío era un intelectual. Sabía varias lenguas. Se habían amado. Fue un gran amor. Fui una hija deseada. No un accidente. Ella se había sentido orgullosa de llevarme en su vientre durante nueve meses. Pese a las pullas y los comentarios hechos a su espalda. Ahora yo estaba ahí. Eso la hacía feliz. Dónde estaba mi padre, a qué se dedicaba, era algo que a la gente no le incumbía. Si me lo preguntaban, estaba muerto, o de viaje";
circunstancia que sí que afecta, en cambio, de un modo más vivo a la madre, condenada a una existencia precaria en lo económico, limitada en lo familiar y descabezada en lo sentimental, incapaz de comprender la conducta del padre no solo con respecto a sí misma sino, sobre todo, con respecto a su hija, a pesar de la relativa normalidad con la que vive esa carencia.
"-Y, sin embargo, esa niña tiene un padre. Todo el mundo lo tiene. Lo sabes, Christine. Ya hemos hablado de ello. Tal vez su mamá no se lo ha dicho. Pero lo tiene. Todo el mundo lo tiene. Yo también. No he vivido mucho con él, pero es mi padre. Lo tengo. También tú lo tienes. Y la tía. Todo el mundo. Tú también. No lo conoces. O más bien no te acuerdas de él. Lo viste. No lo recuerdas pero lo viste. Lo viste por primera vez cuando tenías dos años, durante las vacaciones. La segunda vez tenías tres años. Lo viste una tercera vez, a los seis. Nunca has estado con él mucho rato, eso es verdad. Y también vino a verte cuando eras un bebé. Estabas en la cuna, no lo recuerdas. También esa niña tiene un padre. Aunque no lo haya visto nunca. Todo el mundo lo tiene."
El reencuentro, que coincide con la llegada de la primera menstruación, conlleva el reconocimiento de paternidad, tras la insistencia de la madre, y la adopción por parte de Christine de un nuevo apellido. Un reconocimiento que, no obstante, acentúa el sentimiento de insuficiencia de la madre, a la vez que hacen aflorar diversos síntomas de depresión, el principal de los cuales, que acarreará toda su vida, es la infravaloración.

Madre e hija acaban por componer una vida relativamente encarrilada en lo económico pero que no puede sustraerse de cierto trasfondo de provisionalidad, como si estuvieran a la expectativa de algo, cuya naturaleza no saben concretar y cuyo origen es también desconocido, que debe suceder y asentarse definitivamente. Aunque es posible que ese advenimiento no sea exactamente el mismo para la madre que para la hija, la expectativa sí que es compartida.
"Ella estaba feliz de haberlo visto. Triste por verlo marchar. Siempre era igual, una llegada, una partida. No había nada estable. Nos quedamos plantadas detrás del coche que arrancaba, ella lloraba en silencio. Alargué la mano hacia ella. Y le apreté la muñeca."
La frecuencia del contacto con el padre provoca el alejamiento de Christine de su madre. Sin embargo, ese progresivo acercamiento paterno, lleno de reproches por la rusticidad y la mala educación de Christine, provoca también una consecuencia nefasta sobre ella, cuyas secuelas arrastrará toda su vida, debido a la conducta sexual del padre. El efecto de esa revelación sobre su madre, a pesar de reconocer que no le extrañaba, es demoledor.
"El timbre de su voz no era el mismo de antes. Las palabras parecían salir de una caja antigua, tras haber permanecido allí guardadas varios años, salir de una en una, desligadas las unas de las otras, sin fluidez, como viejos papeles que se pulverizaran entre sus dedos a la luz."
La destrucción de los restos de las relaciones familiares fue la consecuencia lógica de las diversas incidencias que tanto Christine como su madre tuvieron que afrontar, cuyo desenlace fue el aislamiento definitivo de los tres lados de ese triángulo que nunca acabó de cerrarse porque los tres tipos de amor que representaban los vértices fueron, a lo largo de su existencia, tres amores inviables que marcaron de tal forma la vida de los integrantes que la reunificación se tornó inviable.
"En los años que siguieron empecé a atribuirle [a su madre] mis fracasos. La acusaba de no haberse cuestionado nada, de no haberse psicoanalizado más que tres años, de haber encontrado en mi padre a un culpable fácil, de no haber reflexionado sobre su propia responsabilidad en lo que me había ocurrido. En consecuencia, le aconsejé que no se sorprendiera de las dificultades por las que atravesaba nuestra relación. Le dije que yo era la víctima del egoísmo de ellos dos. Que en ese sentido eran parecidos. Preocupados únicamente por la mirada que cada cual dirigía al otro. Que la famosa foto sacada en el campo, en idéntica postura, apoyados en el mismo poste, lo atestiguaba. Que cada uno se había tomado por el espejo del otro. Que me habían sacrificado a eso."
Tras la muerte del padre, las comunicaciones entre ambas mujeres van reduciéndose, los encuentros se hacen más esporádicos mientras crecen los reproches y reaparece un sentimiento de rechazo profundo e ineludible; este distanciamiento hace aparecer la culpa y el remordimiento, que se adjudican a cualquier nimiedad porque ninguna de las dos se atreve a verbalizar la causa real. Sin embargo, la imposibilidad de acarrear con esa pesadumbre las lleva a retomar el contacto, años después, para  completar los espacios en blanco de su relación y para intentar reactivar la existencia, en último término, como última opción y cerca ya de la muerte, de ese amor imposible entre madre e hija que dejaron que se autodestruyera cuando más falta les hacía.
"-¿Sabes, mamá?, hay cosas de las que tampoco me diento orgullosa. ¡¿Durante cuántos años te denigré, eh!? ¿Durante cuánto tiempo le seguí el juego a mi padre? A partir del momento en que lo conocí, empecé a devaluarte. A ti. A despreciarte. A criticarte. Con lo mucho que te quería. Mucho, mamá. Es un desastre. Un desastre. He sido un desastre. Es lamentable. Hoy me avergüenzo. Me avergüenzo de haber hecho eso. De haberte desacreditado. Durante toda esa época, y por tanto tiempo. ¿Crees que no lo lamento? ¿Crees que no me lo reprocho? Menuda vergüenza."
Se trata, en definitiva, de la crónica de tres vidas que se arrastran cada una hacia su fracaso particular, producto de haber escogido la opción errónea de entre todas las posibles; pero también de un revés aún peor que acarrea la culpa por el daño provocado cuya consecuencia es la infelicidad de aquellas personas que más quieren.

La prosa desnuda y palpitante y la temática contundente y descarnada de la literatura de Christine Angot, autora de más de una veintena de libros y merecedora de varios reconocimientos en el país vecino. ha tenido muy poca incidencia en el mundo editorial en castellano. Profundamente controvertida en el ámbito literario y en el personal, es difícil que su obra pueda sustraerse del género de la autoficción, aunque la misma autora reniega de esa atribución, pero la potencia de sus textos, desgarradores y punzantes, es capaz de provocar en el lector un sentimiento de desazón -cuando no de amplio rechazo- difícilmente sorteable.

Calificación: ****/*****

Disponible també en traducció al català
Un amor impossible. Christine Angot. Pagès Editors, 2017
Traducció, pròleg i notes de M. Carme Figuerola

17 de agosto de 2018

Contar es escuchar

Contar es escuchar. Ursula K. Le Guin.  Círculo de Tiza, 2018
Traducción de Martín Schifino
"El cuento es la manera de contar el cuento."
Contar es escuchar (The Wave in the Mind. Talks and essays on the writer, the reader and the imagination, 2004), la antología de artículos, conferencias y ensayos de la escritora de fantasía y ciencia-ficción Ursula K. Le Guin, es una apología de la imaginación tanto en la creación literaria, la escritura, como en la recreación, la lectura. Incluye también algunos artículos de cariz más personal que no tienen que ver con el proceso de creación, de interés más relativo.

Es especialmente penetrante e inspirada su concepción de la ficción, su correspondencia con la verdad, la no-ficción y la realidad, y la relación entre esos cuatro ámbitos, siempre presentes aunque mediante distintas modalidades, y la honestidad en la invención.

Es apasionante la relación que expone, a lo largo del libro, entre la oralidad y la escritura, la inmediatez y la dilación, y las diversas relaciones entre los roles del emisor y del receptor en las diversas correspondencias con las modalidades mediáticas de la diversidad de mensajes.

Expone también, en varios ensayos, las diferencias conceptuales y funcionales entre el autor y el narrador, y la formulación y el mantenimiento del punto de vista.

Finalmente, se incluyen variadas e interesantes referencias al oficio de escribir, al cuestionamiento de leyendas y lugares comunes sobre la inspiración y sugestivas insistencias con respecto al método; y, por cierto, a pesar de haber formado parte de innumerables convocatorias, varios repasos inmisericordes a los talleres de escritura.

13 de agosto de 2018

El ocaso de los dioses

El ocaso de los dioses. Élémir Bourges. Defausta Editorial, 2018
Traducción de Susana Prieto Mori. Prólogo de Manuel Alvargonzález  Fernández
“¡Cuervos, volad a casa!
¡Contadle a vuestro señor 
lo que oísteis decir junto al Rin!
¡Id a la Roca de Brunilda
y decidle a Loge, 
que aún arde allí,
cuál es el camino del Walhalla!
¡Ya se acerca 
el fin de los dioses!
¡Así... en la orgullosa fortaleza 
del Walhalla arrojo esta antorcha!”
Richard Wagner, El ocaso de los dioses, 1874
La década de 1860 fue una época -otra- convulsa para el Viejo Continente. Como preludio a la unificación de Alemania, en 1866 Prusia, de la mano del Canciller Von Bismarck, invadió la parte occidental del Imperio Austríaco y, mediante un movimiento estratégico y económico, acabó con la vieja aristocracia que mantenía el régimen. 

La familia protagonista de El ocaso de los dioses (Le Crépuscule des dieux, 1884; la homonimia con la ópera de Richard Wagner, que realiza un cameo doble, primero en el palacio de los d'Este y después, en el estreno de la última parte de El Anillo del Nibelungo, es totalmente intencionada), los d'Este, duques de Blankenburgo, forma parte de los afectados por esa peculiar -tanto más cuanto se piensa en su equivalente francés- revolución. La novela se enmarca, pues, entre los textos relativos al fin de una época, en concreto ese ancien régime que tantas veces se dio por muerto y enterrado y que otras tantas revivió con el tesón de los invencibles, en todo tiempo y lugar, en circunstancias parecidas o comparables -¿por qué si no, en 1792 se dio por finiquitado pero hizo falta rematarlo en 1830 y en 1848? Jamás un muerto fue tan perseverante-; o a lo mejor es que, a pesar de ser un fenómeno global europeo -si es que lo fue-, su aniquilación debía producirse territorio a territorio. En todo caso, parece que esa circunstancia denominada Imperio Austríaco -expresión prepotente donde las haya: ni fue un imperio, un concepto anacrónico ya en la época, ni fue austríaco, un concepto geográfico tan improcedente como el anterior- dio sus últimos coletazos, llevándose por delante a todos sus componentes justo antes de la (pen)última revolución de los nacionalismos europeos que daría lugar a la también (pen)última configuración de la Europa de los estados nacionales -y de cuyos polvos se originaron unos lodos que persistieron casi un siglo, pero esa es otra historia...-. En todo caso, fue una fiesta que, tras un clímax irrepetible, no fue languideciendo poco a poco mientras avanzaba la madrugada, cuando los propietarios hacía tiempo que se habían retirado y dejaban el terreno abonado a los borrachos y a los buscones, sino que terminó abruptamente, con una huida de sálvese-quien-pueda que no dio tiempo ni a recoger los abrigos del guardarropa.

Empujado a la fuerza, en una evasión instantánea aunque no por eso menos planeada, por las tropas prusianas en plena invasión, Charles d'Este, su extensa familia y gran parte de sus cortesanos huyen de su ducado y se instalan en París, donde son acogidos por Napoleón III. Afincados en un palacete de su propiedad, intentan reproducir en la Francia imperial su vida alemana, con todo lo que ello implica, pero las intrigas de su propia corte, los problemas con la prole, legítima e ilegítima y el desarraigo de su ducado hacen difícil pero no imposible esa reproducción.

Pero la guerra y el consiguiente exilio conllevan no solamente el fin del ducado -consecuencia cuya lógica es implacable- sino también la degradación paulatina del grupo familiar y cortesano, como si el haber abandonado su lugar de origen hubiera desatado el proceso de corrupción del que nadie podía considerarse a salvo, pues se trataba de un curso imparable que sólo podía finalizar con la descomposición total del grupo; la disgregación de la familia a semejanza de lo sucedido al imperio.

Un chambelán rastrero, una amante ambiciosa, un mayordomo codicioso, unos hijos enemistados, una sombra de incesto, un ayuda de cámara maquinador; un amplio catálogo de conjuras, diversiones, intrigas, perversiones, traiciones, sobrentendidos, resentimientos, hastíos, extravagancias, vanidades y corrupciones, para componer una tragedia que se acaba convirtiendo en farsa en una muestra de literatura de la más alta calidad.
"Y así, la soberbia raza que había tenido antaño a Alemania entera bajo su yugo y brillado por toda clase de grandes hombres, reyes, emperadores, santos, acababa en un abismo de barro sangriento con bastardos, incestuosos, ladrones y parricidas."
Calificación: ****/*****

10 de agosto de 2018

Proust a Catalunya

Proust a Catalunya. VV. AA. Editorial Arcadia, 2016
Edició de Xavier Pla 
Amb motiu de la fundació de la Associació Catalana d'Amics de Marcel Proust, alguns dels promotors, amb la col·laboració d'altres plumes directa o col·lateralment relacionades amb l'autor de À la recherche du temps perdu, amb l'assistència editorial d'Arcàdia, van publicar aquest Proust a Catalunya, un volum que intenta trobar la petxa del francès en l'art i la literatura catalanes.

El llibre està dividit en varis apartats: les experiències de lectura de Pere Gimferrer, Antoni Marí i Oriol Ponsatí Murlà; la recepció de la Recerca a la premsa de l'època; tres contribucions crítiques; les influències proustianes a l'obra de Villalonga, Rodoreda, Miquel Àngel Riera, Dalí, Fortuny i Gimferrer; y, finalment, tres articles dels traductors Lluís M. Todó, Josep M. Pinto i Valèria Gaillard.