29 de noviembre de 2019

Interludi poètic

Els que coneixeu aquest redactor o us passeu amb certa freqüència per aquest blog sabeu que la poesia i jo mantenim una no-relació prou tensa i difícil.

Però de tant en tant, per casualitat o per insistència de coneguts suficientment dignes de crèdit, m'arriben a les mans alguns llibres de poesia. Les darreres setmanes, estranyament prolífiques en aquesta mena d'adveniments, me n'han arribat tres. L'atzar ha volgut que estiguessin escrits en tres llengües diferents i que els autors pertenyessin a tres tradicions literàries també molt diverses. I els he llegit i, sense trapassar les fronteres de la meva limitació per apreciar la poesia, els he disfrutat d'allò més. A més a més, dos d'ells han estat escrits per dos amics, i llegir els llibres que escriuen els amics és un deure de confraternitat; i l'altre, viva recomanació d'un altre amic amb qui coïncidim, si no en fòbies, sí en la majoria de fílies, és el primer llibre que llegeixo de l'autor, i m'ha semblat excel·lent, a estones com escrit per un Cioran una mica menys àcid però que sabés escriure.

Deixo doncs constància de la seva lectura, receptiva i atenta, i a canvi d'unes impossibles Notes de Lectura, copio un fragment de cadascun.

Ulls al bosc. Esteve Miralles. Edició de l'autor, 2019

"SUSPECTA

Baf de dol especular, enyor de la verema, 
una portadora buida a la tardor, endolcida
i aspra, enllardada, apilada amb tantes altres.

La desaparició no és una desaparició,
és respirar el vapor eixut que identifica el buit
de cada espai desocupat.
(La mort no és una mort, i no és suspecta
de poder ser mirada amb ulls condescendents,
sancionadors, psiquiàtrics.)
¿Quan s’acaba un postguerra?
Dol, i derrota; la fúria
continguda. Això sí que m’interessa.
Això sí. Com es
deixa de ser un

excombatent."
Casi invisible. Mark Strand. Visor Libros, 2012
Traducción de Julio Trujillo
"EL MINISTRO DE CULTURA CONSIGUE SU DESEO
El ministro de Cultura vuelve a casa después de un día ajetreado en la oficina. Se echa en la cama e intenta no pensar en nada, pero nada sucede o, más precisamente, no sucede nada. La nada está en otro sitio haciendo lo que hace la nada, que es expandir la oscuridad. Pero el ministro es paciente, y lentamente las cosas se desvanecen —las paredes de su casa, el parque al otro lado de la calle, sus amigos en la siguiente ciudad. Creo que la nada finalmente ha venido a él y que en su manera ausente le está diciendo "Querido, sabes lo mucho que siempre he deseado complacerte y ahora he venido. Y es más, he venido para quedarme".
Dernière communication à la Société proustienne de Barcelone. Mathias Enard.
Actes Sud, 2019


NERETVA
On ne parle plus beaucoup aujourd’hui
De la bataille de la Neretva,
Recouverte par d’autres batailles.
Les Tchetniks ont remplacé les Tchetniks
Les combatttants les combattants.
La rivière coule si verte, si émeraude
Dans le cri des montabnes —
Peut-on obtenir du vert
Avec du rouge et du jaune, du sang et de la pìerre?
Da Jablanica à Mostar 
Et de Mostar à Pocitelj
Des agneaux rôtissent sur le bas-côté de la route.
Leurs yeux sans regard
Plongent dans la Neretva avant de monter vers le ciel 
Puis dévalent les ravins
Jusqu’à la rivière et remontent
Encore et encore. Des agneaux au gré de la broche.

25 de noviembre de 2019

La escuela católica

La escuela católica. Edoardo Albinati. PRH, 2019
Traducción de Ana Ciurans Ferrándiz
Visito con cierta frecuencia —mayor que la recomendable, menor que la imprencindible— los sitios web de editoriales, siempre por razones profesionales —ver la cubierta, consultar el nombre del traductor, no siempre visible con facilidad, a menudo ausente, comprobar la fecha de publicación o cualquier otra información, eso que da en llamarse "ficha técnica", que, sin tener el volumen a la vista, no hay otra manera de conseguir, ya que los sitios web de los grandes grupos de vendedores de libros se limitan a copiar, cuando incluyen ese tipo de datos en sus fichas, el contenido que publican las editoriales—. Esas visitas meramente informativas tienen como contrapartida no deseada la visión de los aditamentos que los departamentos de marketing —por lo que parece, los verdaderos Directores de los grandes conglomerados editoriales, y no solo, pero sí especialmente, de este país: consúltese, para más información, o con la intención de contraste, la variedad de impresentables fajas que acompañan a los grandes lanzamientos— incluyen en las páginas digitales correspondientes; una información que no me atrevo a calificar de innecesaria y estéril, pero que, en la mayoría de las ocasiones, y esta sí es la parte más censurable, parece destinada a un lector que jamás debería ni tan solo intentar leer el libro en cuestión. ¿He dicho estéril? No, en realidad debería calificarse de inadecuada, cuando no de engañosa y tendenciosa. Viene toda esta reflexión a cuento, y solo como ejemplo, de las frases geniales —algunas con autoría explícita, otras debidas a un indocumentado anónimo— que acompañan a la página editorial de La escuela católica —y que el lector puede consultar en el enlace que figura en la leyenda de la imagen que encabeza este post—. En todo caso, y para que nadie se llame a engaño, Albinati no tiene NADA que ver ni con la epopeya solipsista de Knausgard, ni con la imaginación eyaculativa de Bolaño, ni con las engañosas, aunque algunas logradas, ficcionalizaciones de Carrère, ni mucho menos —en este caso, la comparación debería ser motivo de denuncia judicial— con la sobrevalorada tetralogía de Ferrante; y me disculparán que ahora mismo no tenga ni la conveniente predisposición de ánimo ni tiempo para perder desmontando esas equivalencias tan creativas; en todo caso, y para aferrarme, aunque sea solo por esta vez, a la ficción de una pretendida neutralidad que me veo incapaz de mantener, no voy a entrar en valoraciones literarias ni en recomendaciones cruzadas; ¿la razón? No quiero que nadie se llame a engaño, porque La escuela católica puede ser, a la vez —y excluyo en esa dicotomía cualquier signo de valor—, una experiencia lectora difícilmente replicable para todo aquel que sea capaz —o mantenga la intención— de entrar en su laberinto con la disposición imprescindible —es decir, para aquellos para los que el libro fue escrito—, y una tortura infructuosa, aburrida, deleznable, insultante para el lector equivocado. Y esa distinción pasa a ser la primordial; esa especie de especialización lectora que se promueve desde las editoriales —libros para milenials, libros para géneros alternativos, libros para divorciados; incluso términos que se prescriben como antitéticos, como novela negra o novela de ciencia-ficción, dirigidos a la identificación y enclaustramiento del lector— y que algunas librerías, virtuales y no, estas replicando los errores garrafales de aquellas, siguen con el acriticismo rebañego de la simplificación que debe redundar en aumento de ventas, muestra su vergonzosa desnudez cuando se publican libros que hacen saltarla por los aires, libros inclasificables —solo hay que ver los apartados de "los clientes que compraron este producto también compraron..."— que sustituyen la especialización por la acumulación de "géneros", libros que dejan de ser para y pasar a no ser para.

¿A qué viene esta introducción tan iracunda como cuestionable? A que este lector dimite, en esta ocasión, de redactar las acostumbradas Notas de Lectura; cualquier valoración personal que pudiera  realizar estaría indefectiblemente contaminada por el efecto que ha tenido sobre mí —yo no hago malabarismos con el narrador; quien piensa esto es el mismo que lo escribe, es decir, su autor— la lectura de un libro que, por coincidencias generacionales, de educación y de medio social, me ha interpelado en primera persona —y que, como es lógico, no puedo pretender que suceda con otro lector, como tampoco que la lectura y la valoración del libro dependa, en alguien que no sea yo mismo, de esa frágil coyuntura—.

La información objetiva acerca de La escuela católica (La scuola cattolica, 2016) es la que sigue.

El narrador —el mismo Albinati confiesa que aquel podría no coincidir del todo con su propia persona— rememora su infancia y su primera adolescencia en dos escenarios simultáneos: el burgués barrio de Trieste, en Roma, y el instituto católico San Leone Magno, situado en el mismo barrio y apenas a unos centenares de metros de su casa, la escuela católica del título, en la que cursó la enseñanza media. El marco temporal se estira hasta 1975, cuando el narrador ya ha terminado su ciclo en esa escuela, el año en que tiene lugar la "Masacre del Circeo", uno de cuyos perpetradores estuvo relacionado con el mismo instituto, un hecho que el protagonista siente que le liga con el delito.
«Esta historia comprende otras. Es inevitable. Se ramifica o ya estaba ramificada desde el principio. Se superpone, como le pasa a la vida de las personas. No se puede determinar dónde empiezan y dónde acaban estas vidas y estas personas, pues se trata de relaciones, triángulos, vínculos, transmisiones, cruces, y el principio nunca es el principio porque antes de él ya había algo, como seguirá habiéndolo después de su final. Así pues, en este libro la historia principal casi no se ve: a su alrededor ha crecido la selva de los dónde, cuándo, como si, mientras..., y los protagonistas han dejado de ser un grupo de chicos autores de un triste hecho para dar paso a muchos otros chicos, no menos protagonistas, a su madres, a sus hermanas, a sus profesores de colegio, a los guitarristas y los baterías de los grupos que escuchaban, a los fabricantes de las motos que conducían y a los arquitectos que proyectaron las casas en que vivían, a los autores de los libros que los unieron, los empujaron a juntarse, o a matarse, o a aislarse para buscar la verdad o para huir de ella».
Para edificar esa tan enorme como desmesurada construcción, Albinati parte de, al menos, tres supuestos: que la vida real solo puede ser explicada mediante el uso de los mecanismos de la ficción; que todo relato de una vida precisa de la asistencia de una o varias némesis literarias, sean personas o situaciones vitales, incluso hechos luctuosos, para acercarse y  enraizarse en la realidad; y, finalmente, que es necesario dejar por escrito aquellos episodios que se quiere olvidar para que no terminen convirtiéndose en una obsesión. En definitiva, y resumiendo como jamás debería hacerse, La escuela católica es un estudio exhaustivo de la composición del marco que provocó la masacre: el colegio católico, los curas, el mundo masculino, el barrio, las familias y la política en la década de 1970.
«La parte divertida de esta historia reside en la casualidad, pero también a su aspecto más trágico. En el fondo, ¿qué es la tragedia? Lo que no hay modo de arreglar. Lo que no encuentra un equilibrio, nunca, ni siquiera después del final, con su ingenua pretensión de ajustar cuentas: en la tragedia siempre hay un residuo, una deuda impagada, un exceso de razón o error, como en la diversión, por otra parte, que siempre se ha basado en un desequilibrio interior o hacia los demás. Se invade y somos invadidos, igual que la carcajada demente, que una vez desencadenada nadie logra contener. No hay nada que hacer: donde reina al armonía, no existe diversión. Por eso nadie la busca, la armonía, fuera del papel de dibujo. Contar esta historia me divierte y me hace sufrir. Me gustaría que alcanzara un equilibrio para dejar de sentir y que quien la lee solo experimente la sensación de su desarrollo, como una tela que al caer al suelo cruje entre las manos de quien, a oscuras, intenta sujetarla; pero sé que no lo lograré. Su evolución corresponde a la verdad de los hechos, que no puedo modificar a pesar de su absurdidad. Y tampoco puedo modificar las partes que me he inventado, esas aún menos. ¿Cuáles son?, se preguntará el lector. Pues las que parecen menos absurdas».
Calificación: Hors catégorie

18 de noviembre de 2019

Los testamentos

Los testamentos. Margaret Atwood. Ediciones Salamandra, 2019
Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino
Si no recuerdo mal, leí el primer libro de Margaret Atwood, El asesino ciego (novela ganadora del Booker Price en el año 2000), tarde, a mediados de la década de los años 2000, en el sello Ediciones B. Con posterioridad, seguí la trilogía de Oryx y Crake a medida en que se iban publicando —urge traducir esa trilogía; esperemos que el cambio de manos de la editorial no trunque las intenciones de sus antiguos propietarios de publicar, junto con los títulos que vayan apareciendo en inglés, las traducciones de los antiguos . Después, he seguido fielmente las publicaciones de Ediciones Salamandra, terminando con El cuento de la criada justo cuando todavía era un producto editorial relativamente conocido pero aún no un fenómeno de masas a partir de la serie televisiva basada en el texto; tal vez debido a ese éxito, Margaret Atwood alargó el texto original para cubrir una segunda temporada de la serie. Ahora, en primicia mundial, Ediciones Salamandra publica la secuela de aquella novela, la continuación que recoge los hechos ocurridos en la República de Gilead quince años después, Los testamentos (The Testaments, 2019). 

Quienes, en distintos niveles de implicación, trabajamos en el mundo del libro, leemos algunos libros por placer y algunos por compromiso profesional; de entre estos últimos, siempre aparecen libros ante cuya lectura, que no se puede obviar por las cuestiones mencionadas, uno tiene el propósito de sacarse de encima lo más pronto posible. Con Los testamentos, y más después de la decepción que me produjo la irregular e intranscendente Nueve cuentos malvados, esa era mi predisposición ante su lectura.

Los testamentos es una buena novela; teniendo en cuenta el género, incluso diría que es una muy buena novela. Atwood es una escritora con sobrado oficio para escribir textos excelentes; en este caso, guardando ese narrador en primera persona —aunque ahora multiplicado por tres voces— que constituía el mayor acierto formal de El cuento de la criada, administrando la intriga con mano de hierro y con unos personajes principales que, a pesar de divergir en algún caso de lo apuntado en aquel y de alguna que otra incongruencia, son rápidamente caracterizados por el lector. Tampoco niego la oportunidad, después del mencionado éxito televisivo, recogida con bastante dignidad, de dar continuación a la trama de Gilead. 

Pero, a pesar de lo dicho y de una inexplicable candidatura al Booker Prize, la sensación que me queda como lector es que Los testamentos es un libro que no hacía falta.

11 de noviembre de 2019

Instrucciones para un funeral

Instrucciones para un funeral. David Means. Editorial Sexto Piso, 2019
Traducción de Francisco González López
«"No puedes inventarte una mierda como esa e irte de rositas", me dijo. "Estarías forzando los límites y los límites son los que hacen que el mundo real sea real y la mierda ficticia, ficticia", dijo».
Parafreaseando a Tolstoi, las circunstancias parecen indicar que todos los triunfadores se parecen entre sí, mientras que los perdedores lo son cada uno a su manera. Entre otras cosas, Instrucciones para un funeral (Instructions for a Funeral, 2019), el último volumen de relatos publicado por David Means, contiene un parcial pero oportuno catálogo de perdedores, no tanto de los grandes losers que crean arquetipos como de ciertos perdedores de baja intensidad que arrastran, a menudo de forma inconsciente, pequeñas derrotas que afectan a su cotidianidad sin influir de forma grave en su predisposición ante la existencia.

Una primera fracción de ese catálogo la componen esos individuos cuya actitud muestra la  ignorancia acerca de su posición de inferioridad —física, económica, emocional, intelectual—, una inconsciencia reforzada por su incapacidad de valorar la posesión en los demás de aquello de lo que ellos carecen. Recluidos en su pequeño mundo, su autosuficiencia les impide poseer ambiciones que abarquen lo que no conocen y sus limitaciones hacen que vean cualquier cosa que no comprenden como una amenaza, lo que no les impide alcanzar un satisfactorio grado de felicidad.

Existe otra raza de perdedores, también, cuya diferencia fundamental con los anteriores es la negación, de forma activa —enfrente del perdedor pasivo—, de su situación: vivirán por encima de sus posibilidades, no solo económicas, con el fin de anular las diferencias con los más afortunados —a los que considerarán, a diferencia de los anteriores, sus iguales—, con los que intentarán mezclarse con vistas a su imagen exterior.

Finalmente, existen los perdedores hiperoptimistas —en la línea de los preceptos de la ideología new age de autoresponsabilidad—, aquellos para los cuales es imprescindible aceptar los desafíos a los que enfrenta la vida si lo que se pretende es librarse del sentimiento de derrota que va parejo al abandono de la confrontación; adjudicar la culpa de los reveses de la fortuna a culpables accidentales conlleva una liberación de la responsabilidad que incumbe solo a uno mismo, así que mejor asumir las cargas y aprender la lección para ocasiones posteriores.

Pocas situaciones son tan patéticas como las que se dan cuando las circunstancias reúnen a un grupo de perdedores de toda índole. En ningún lugar resuenan con más fuerza las excusas por un fracaso: las autoexculpaciones por la irresponsabilidad, las adjudicaciones al azar por la incompetencia personal, la atribución a los demás de los errores propios, la calificación como accidente a los hechos provocados por una negligencia, la descarga de conciencia por unas supuestas circunstancias adversas, y la competencia, de forma simultánea, por alcanzar el liderazgo de las pérdidas en una especie de reñida competición con reglas tan flexibles como volátiles y la disolución de la responsabilidad en el seno del mismo grupo, como si solo fuera lícita la autoinculpación pero jamás la acusación ajena.

La intención de redimir su cobardía no mediante grandes pronunciamientos intencionales —que ni ellos mismos se creerían, la autoconfianza es un sentimiento común en el perdedor— sino por medio de pequeñas acciones, aparentemente neutras, que pudieran interpretarse como signo de su afán por un cambio de fortuna y de un arrojo en realidad inexistentes. O en la expectativa de un inesperado golpe de suerte, de cuya ocurrencia están tan convencidos como incrédulos, y acerca de cuya utilidad llevan años fantaseando.

Instrucciones para un funeral es un volumen de relatos sin apellidos cuya principal virtud es la existencia de unos narradores en primera persona que pasarían con nota un examen de verosimilitud.

Calificación: ****/*****

4 de noviembre de 2019

La Costa de Chicago

La Costa de Chicago. Stuart Dybek. Editorial Pálido Fuego, 2019
Traducción de José Luis Amores
Uno diría que Chicago es, entre otras consideraciones de índole diversa, la patria literaria de uno de los más reputados escritores estadounidenses del siglo XX, Saul Bellow; como es lógico, la talla del escritor de origen judío ensombrece a todo lo que intenta crecer a su alrededor, pero a veces algún organismo belicoso consigue brotar en la penumbra del sotobosque. Stuart Dybek no es Saul Bellow, así como su Chicago, años después, tampoco es el del escritor de origen judío, pero hacerse visible a la sombra de uno de los mayores escritores del siglo XX tampoco es tarea fácil; para muestra de su trabajo, esta primera traducción al castellano, editada por Pálido Fuego, de uno de sus volúmenes de relatos.

El Chicago de Dybek es un Chicago real, a orillas de un mar improbable, que puede ser evocado tanto por las fantasías de la niñez como por los escalofríos del primer amor y la inevitabilidad de la muerte —aunque sea de insectos, aunque las lápidas sean chapas de cerveza, aunque la muerte alcance, de súbito, al exterior derecho—, con barrios amenazados de ruina pero con una población inmigrante empeñada en reconstruir su vida; o por el gamberrismo joven carente de mala intención pero que acude en socorro de una identidad en formación. Una cartografía que incluye un recuerdo en cada cruce, una enemistad en cada glorieta, una pelea en cada rotonda, una aventura en cada esquina, una huida apresurada en cada puente de la autopista.

Un realismo pertinaz traslada al papel los olores de la calle de los restaurantes, el traqueteo del tren por el paso elevado, los gritos de la afición de los Socks. Recorre la noche de los centros comerciales y de los barrios más humildes y sigue los pasos de la diversa fauna de noctámbulos que pueblan las calles como espectros en busca de redención: músicos callejeros que repiten machaconamente sus ritmos, yonquis desesperados en busca de la próxima dosis, parejas a la caza de la ración de oscuridad que deje al tacto como único sentido útil, adolescentes apurando al reloj para consumar su primera transgresión; las pesadillas de las noches sin sueño de los insomnes, el deambular sin destino de los hombres y mujeres en busca de la aventura que les permita regatear, aunque sea momentáneamente, la sombra de la soledad. Una ciudad a la que las calles de los suburbios y los edificios de viviendas humildes dotan de vida material, sensible, efectiva, sometida a los vaivenes de la existencia, a los cambios de humor y a los achaques de la edad cuando ve aproximarse la muerte en forma de demolición y su definitiva extinción entre amplias avenidas, espaciosos parques y flamantes rascacielos de acero y cristal.

Dybek escribe relatos de factura clásica, impecable ejecución y luminoso desarrollo que ofrecen una visión particular de una megalópolis —intercambiable hasta la colisión con la particularidad inevitable que caracteriza toda ciudad— arrancada del curso del tiempo por la cotidianidad de sus habitantes.

Calificación: ****/*****