24 de mayo de 2012

Iñaki Uriarte

Desde hace algún tiempo, coincidiendo seguramente con el hecho de haber alcanzado cierta madurez lectora, me interesan los textos en los que el protagonista es el propio autor... Supongo que empecé, como otros muchos, con la lectura de las Confesiones de San Agustín y  Las Confesiones de Jean-Jacques Rousseau, hasta explorar una buena cantidad de literatura memorialística; con posterioridad, y tal vez como consecuencia de esas lecturas, me aficioné a los diarios que, para mí, tenían la ventaja sobre las memorias, escritas en un tiempo determinado, generalmente hacia el fin de la vida de los autores, condicionadas a facilitar una imagen "estática", y que poseen la contaminante característica de reelaborar aquello que la memoria recupera -y que, por tanto, pueden fallar en términos de sinceridad, y los dos textos citados serían un excelente ejemplo- convirtiéndose en un "así fue mi vida", que aquellos poseen la ventaja de la inmediatez, de la vida en curso, más sujetos a los estados de ánimo en cada entrada, víctimas de contradicciones, pero que informan mucho más acerca del autor en un entorno dinámico, en definitiva, un "así está siendo mi vida"; los escritos autobiográficos de Léon Bloy, los Journal, especialmente el Particulier de Paul Léautaud, los Diarios de Tolstoi y los diversos Carnet de notes de Pierre Bergounioux, por mencionar algunos de los que he leído recientemente, sean buenos ejemplos, aunque diversos en el enfoque, de ese tipo de literatura.


Acabo de leer, uno detrás del otro, los dos volúmenes de los Diarios de Iñaki Uriarte

y no quiero hacer una reseña al uso, pero sí dejar aquí constancia de su lectura, porque no me veo capaz de separar las cualidades literarias de ambas obras de la estupefacción que me ha provocado descubrir en ellos unas sorprendentes coincidencias de gustos, ideas y referentes.


"... Nunca he sido muy sensible a la emoción nacionalista. La noto viva cuando escucho La Marsellesa (el primer himno nacional, por cierto, aunque no "nacionalista") [...]. El concepto de nación sólo me conmueve cuando evoca a la francesa de la Resistencia y a la de la Revolución." Diarios (1999-2003). 


¿Por qué leemos Diarios? Tal vez, en mi caso, el gusto por la lectura no se deba a una única razón: para penetrar en la personalidad del autor, cuando éste es un personaje, comúnmente un escritor, que admiro, y cuyo reflejo en las obras de ficción no me basta -y obvio toda la exégesis crítica acerca de la obra como ente suficiente o no-; pero también por contrastar sus ideas con las propias. En este caso, tan estimulante me parece hacerlo con autores con los que no coincido en ningún punto, aunque sea solamente para reafirmar las ideas propias, como con aquellos con los que parecen tomar tu voz y escribir lo que uno mismo escribiría; esto es lo que me ha sucedido en este caso. 


"Acaba de publicarse una nueva traducción de los Ensayos. Al leer las reseñas y ver a otros hurgando en el libro casi siento invadida mi intimidad [...]. Él calculaba que su libro sería leído durante unos cincuenta años [...]. Supongo que los Ensayos es el libro más importante de mi vida. Me sentiría inseguro si alguien me dijera que ya no podré volver a abrirlo nunca. Si yo no supiera que existió un hombre como Montaigne, creo que no me habría atrevido a hacer algunas de las cosas que he hecho." Diarios (Segundo Volumen 2004-2007).


No me atrevo, pues, a recomendar su lectura a nadie que no conozca porque me temo que mi opinión está gravemente contaminada. No sé quién dijo que la literatura era impostura; tal vez, pero, personalmente, hacía tiempo que no leía algo tan fresco, desprejuiciado y directo. Aunque sea con la boca pequeña, no se lo pierdan.

20 de mayo de 2012

La soledad del lector


Traducción de Laura Wittner


"¿Una novela de referencias y alusiones intelectuales, por así decir, pero sin casi nada de novela?"


La literatura seria también puede ser divertida. Ulises (Ulysses, 1922), la enigmática novela-insignia del siglo XX, aquella que, según su propio autor, tendría "ocupados a los críticos durante trescientos años", es un texto en el que predomina la comicidad y el buen humor y que contiene situaciones hilarantes como la asistencia a misa de Bloom, la pelea con el Ciudadano o el propio monólogo final de Molly. En las antípodas del estilo pero no en sus intenciones, David Markson escribió una serie de novelas, de las que La soledad del lector (Reader's Block, 1996) forma parte, con una clara vocación experimental que, aparte de sus otros muchos méritos, contienen unas saludables y recomendables dosis de sentido del humor.


Después de una numerosa y reconocida obra de literatura de género, a finales de los años 80 del siglo pasado Markson descubre su vena experimental y se convierte en uno de los pioneros de la investigación formal... Incluso en nuestros días, en la era del Twitter, de la banalidad limitada a 140 caracteres pero banalidad al fin y al cabo, Markson representa la apoteosis del fragmento con contenido, a la manera de Lichtenberg y La Rochefoucauld pero sin las pretensiones moralistas sino única y exclusivamente literarias, que no se limita a construir un mosaico cuyo significado es comprensible únicamente a la vista del conjunto, sino uno en que casa tesela posee un significado por sí sola que debe reinterpretarse cuando se toma en consideración como parte de la totalidad; una doble lectura, individual y conjunta, que enriquece el contenido ya de por sí increíblemente interesante.


La mínima trama narrativa de La soledad del lector se sustenta en tres personajes, sin que ello signifique la presencia de tres personas distintas: el narrador, del que no llegamos a saber con claridad la filiación ni siquiera si todas sus intervenciones son realmente suyas; el Lector, que puede llegar a identificarse con el autor y que es una de las facetas del narrador 


"Sin duda el Lector es esencialmente el Yo en casos como ése. Sin embargo, se supone en casi todos los demás casos no será de ningún modo el Yo"


empeñado en escribir una novela; y el Protagonista, personaje en formación, que comparte sospechosamente muchos datos con el autor, y al que el narrador dota de los recuerdos y las experiencias del Lector para hilar la trama. A partir de este punto, la acción consiste en las dudas del Lector acerca de dónde situarla (¿playa o cementerio semiabandonado?), cómo delimitarla (¿hasta qué punto tienen importancia las experiencias del Protagonista anteriores a la acción?), incluso qué es lo que está escribiendo (¿una novela en curso o únicamente la planificación de una novela futura?), qué tipo de relaciones establecer con otros personajes, o cómo caracterizar al Protagonista (¿crear un tipo de la nada o aprovechar características propias para la construcción?), para llegar a la convicción de que probablemente lo que escribe el narrador no es más que el proyecto fallido de una novela finalmente no escrita por la imposibilidad de separar al Lector del Protagonista, su incapacidad para escribir una obra de ficción, en la que la imaginación venza a la memoria, o una autobiografía, en la que sea la memoria la que venza a la imaginación.


"El Lector y esa idea suya.
El Lector y su mente llena de confusión.
¿Qué es una novela[,] en todo caso?
¿O es que[,] de alguna manera[,] después de todo[,] está pensando en una autobiografía?"


El escritor, el autor, es el primer lector e inicia esa cadena de soledades que siguiendo por el narrador y acabando en el lector, en nosotros, en el mismo acto de leer aquello que está escrito, que configura y delimita ese mundo imaginario pero tangible, y cuya representación y conclusión sitúa Markson, tal vez, en la conexión existente entre el "cuaderno del escritor", writer's block, y eso que estamos ahora leyendo, el "cuaderno del lector", reader's block, que no tiene, por supuesto, que materializarse forzosamente en ningún escrito, que es la pura lectura; aunque todo parece indicar que la intención de Markson no sea otra que la fusión e identificación de ambos cuadernos.


Mezcla de citas, anécdotas y elucubraciones con el mundo del arte como referencia permanente y, entremedio, trazos de un discontinuo hilo narrativo tan solo bosquejado, insinuado, disimulado, camuflado, escondido, perdido y nuevamente reencontrado, herético, indescifrable... Si La soledad del lector fuera una partida de ajedrez, su desciframiento sólo podría intentarse a través del movimiento del caballo, la pieza más irracional y de paso más traidor: disimulo en el propósito, retirada súbita, ataque por el flanco inesperado, táctica de guerrilla. Laberíntica, avanza a trompicones, rápida por los pasajes rectilíneos, deteniéndose en las encrucijadas, dubitativa, tomando sorpresivamente un camino que retrocede para situar al lector en un pasaje ya visitado: alumbrando el camino que parece correcto para rectificar más tarde, acompañando cuando la ruta parece evidente, abandonando cuando la ayuda se adivina más necesaria.


En todo caso, Markson propone un juego cuyas reglas se van generando a medida que avanza, y de ahí el desconcierto del lector. Lo errático del desarrollo puede desanimar a los pusilánimes pero, no tanto el sentido de reto como la posibilidad de ser sorprendido es el motor que anima a seguir, página tras página, párrafo tras párrafo, porque aunque a medida que se avanza la sospecha de que el camino no lleva a ninguna parte se apodera de nuestro ánimo, nadie nos robará el disfrute del trayecto.


Otros recursos relacionados en este blog: reseña de Punto de fuga.


David Markson Reads at the 92nd Street Y

"Richard Burton, I am not," said David Markson, before reading the final pages of The Last Novel in his first and only appearance at the Poetry Center in November of 2007. Mr. Markson died on June, 4, 2010 at the age of eighty-two, and we offer this recording by way of tribute.

His introducer that night, Ann Beattie, once wrote: "No one but Beckett can be quite as sad and funny at the same time as Markson."

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