12 de agosto de 2024

En ese jardín que amábamos


En ese jardín que amábamos. Pascal Quignard. El cuenco de plata, 2021
Traducción de Carlos Schilling

«Even inanimate things have their music. Listen to the water dropping from a faucer into a bucket partially filled». Simeon Peace Cheney, Wood Notes Wild.

Pascal Quignard tiene un problema de índole psicológica con una época concreta del año, los días que van desde mediados de noviembre hasta diciembre, que le provocan un insoslayable sentimiento de depresión; pero él mismo ha desarrollado una terapia: escribir. Escribir para derribar los muros que desarticulan la unión entre el pasado y el presente y, de este modo, traerlo todo al hoy, desde donde puede gobernarse, manipularse, para encaminarse a la eternidad. Escribir para burlar al tiempo.

En el año 1989, esa terapia se materializó mediante el Monsieur de Sainte-Colombe, de quien recreó su vida en Todas las mañanas del mundo; en 2016 se centró en el reverendo Simeon Pease Cheney, un oscuro y desconocido pastor norteamericano que anotó todos los sonidos que le rodeaban, especialmente los cantos de los pájaros que acudían a su jardín, entre 1860 y 1880, en Wood Notes Wild, un libro que publicó a sus expensas Rosemund, su hija. El resultado de este proceso es En ese jardín que amábamos (Dans ce jardin qu'on aimait, 2017).

Quignard hace uso de la escritura teatral para, con la ayuda de un recitador, generar una especie de cuadros en los que escenifica diversos episodios de la vida del reverendo Cheney.

«Esta historia doble —la de un viejo músico apasionado por la música espontánea de la naturaleza indiferente a los hombres y el destino de una mujer soltera que desea difundir a toda costa la obra ignorada de su padre— adquirió en mí no la forma de un ensayo ni de una novela, sino de una serie de escenas amplias, tristes, de acción lenta, refinadas, tranquilas, ceremoniosas, muy cercanas al teatro del mundo japonés de antaño».

El punto de partida, ausente de la trama pero presente a lo largo de la obra, el gatillo que dispara tanto la novela como la extraña propensión del protagonista, es la muerte de su esposa al parir a su hija y el depósito de sus cenizas en el estanque de ese jardín que tanto amaba, que tanto amaban; un jardín que rememora y celebra el jardín primigenio, el jardín del Edén, cuyos restos ha intentado conservar, aun sabiendo que la muerte de su esposa significaba su definitiva e irrevocable expulsión.

«Los sueños no son solo deseos que se liberan de los obstáculos del día, 
 o que engañan el hambre que uno no puede sentir mientras duerme y que amenaza con despertarnos, 
o que alejan la sed de la garganta, 
o que burlan los impulsos repentinos, las impaciencias inexplicables que surgen del cuerpo. 
¿Qué son los sueños? 
Los sueños son sobre todo regresos, 
extrañas recurrencias en las que aquello que se ha vuelto invisible reaparece como visible sin por eso alcanzar la realidad o el día».

La vida cotidiana con su hija, el seguimiento de su desarrollo, le recuerdan constantemente a su esposa y representan, a la vez, el culmen de la felicidad  y de la tristeza, por lo que tiene, Rosemund, su descendiente, la viva imagen de su mujer, y por lo que le falta, ella, Eva. Esa ambivalencia afecta al sentimiento del reverendo hacia su hija: ama a Rosemunde por encima de todos los seres vivos, pero la desprecia porque es la causante de la muerte de Eva. Esa profunda tristeza toma la forma de una expiación en la parte que no es la causa del nacimiento de su hija, porque fue él mismo quien, ante la disyuntiva planteada por el médico, escogió la vida de su hija a la de su mujer.

«La naturaleza es más profunda que los miles de dioses que nacieron de ella en otros tiempos. 
La naturaleza se sostiene en el fondo de Dios. 
Pues es lo que fuimos antes, los gatos, las musarañas, las mariposas, las abejas, las flores  —nos consuela de todo. 
Es nuestra fuente que nos consuela cuando lo contemplamos. 
La mujer que he perdido la recuperé en la fuente, en el interior de sus piernas largas y pálidas,  
en la fuente profunda. 
¿Quién no se protege en el origen? 
El verdadero nombre de Dios es el comienzo. 
El comienzo comienza antes que el propio Dios...»

Simeón envejece y va perdiendo la vista; su hija, que había sido expulsada de su casa, vuelve porque ya no puede oir la música de piano y se ha visto obligada a dejar sus clases. El único consuelo del padre es su libro, compuesto a lo largo de los años de la ausencia de Eva, que nadie quiere publicar; el libro en el que ha anotado el canto de los pájaros que sobrevuelan y se posan en su jardín, que no es más que un homenaje a quien pasaba sus horas en él y cuya presencia el tiempo no ha borrado todavía; y es que esos pájaros son los testigos del primer jardín y siguen cantando en él igual que lo hacían porque, a diferencia de los hombres, ellos jamás fueron expulsados.

«El pasado refluye con los días que se acumulan, arranca violentamente las algas de las mareas más grandes, arrastra los caparazones, erosiona los fragmentos, deshace los huesos de jibia blanquísimos,,
amontona la arena que produce.
Es necesario comprender ese mundo».

Wood Notes Wild habla de todo eso, del canto de los pájaros, del jardín y de Eva, y el reverendo Cheney no tuvo más remedio que elaborarlo, pero le estaba vedada su publicación —igual que Moisés con la tierra de Canaán—; esta quedó en manos de su hija, que lo hizo a sus expensas, cerrando, a su modo, el círculo que rompió cuando, al nacer, asesinó a su madre.

«La hiedra imposible de arrancar que crece sobre la tumba,
cuanto más la arrancamos, más la cortamos, más la podamos, más gruesa se vuelve, y más oscura, polvorienta, sofocante, densa.
Esa hiedra es como el tiempo».

Otros recursos relativos al autor en este blog: https://jediscequejensens.blogspot.com/search?q=pascal+quignard 

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