2 de abril de 2011

La huida a caballo hacia lo profundo de la ciudad

Traducción de Nicolás Valencia Campuzano


Bernard-Marie Koltès es un autor universalmente reconocido por sus obras dramáticas en su día claramente “alternativas”, pero en la actualidad imprescindibles en el panorama teatral contemporáneo. La Noche justo antes de los bosques (La Nuit juste avant les forêts,  1978) y En la soledad de los campos de algodón (Dans la solitude des champs de coton (1985)) son dos de sus obras más conocidas y, en parte, responsables de que Koltès sea unos de los autores dramáticos franceses más influyentes y representados. La huida a caballo hacia lo profundo de la ciudad (La fuite à cheval très loin dans la ville, 1984) es su única novela que, a pesar de la importancia del autor y de esa singularidad, jamás había sido editada en castellano. Igual que en el resto de su obra, La huida a caballo hacia lo profundo de la ciudad hunde sus raíces en la dicotomía comunicación-incomunicación, y en la forma en que condiciona las relaciones entre los seres humanos; si en el teatro se explora a través de los mecanismos de la soledad, en esta novela se lleva a cabo, principalmente, desde la alucinación, la paranoia, hasta el punto de que el tono narrativo parece inspirado desde una irrealidad fáctica y concreta, desde los mismos márgenes de la conciencia.

"Félice descargó sus paquetes, se sentó y miró sin moverse la gran bola de humo negro, que vigilaba más allá de las puertas del cementerio."
La novela no es de lectura fácil; a trechos, parece que el maldito narrador, si es que se puede hablar de narrador, al menos en el sentido clásico del término (curiosa esta reflexión, como si fuera fácil buscar clasicismo en Koltès, un autor al que su anti-clasicismo ha convertido en clásico; paradojas... ) nos niegue la comprensión, a menudo con inacabables digresiones metafóricas continuas y reiterativas hasta la extenuación que, en lugar de puntear la acción, acaban substituyéndola, convirtiendo el lenguaje narrativo en una suerte de combinación larsvontrierana de plano-contraplano cinematográfica.
La experiencia teatral de Koltès se hace patente, también, ante la utilización de sus recursos: la alteración del tiempo narrativo mediante el uso del pasado para las descripciones y del presente para la acción, desligando temporalmente ambos ámbitos; la omisión deliberada de detalles (la descripción clásica, jamesiana, o ha muerto o está en hibernación); el tratamiento intencionadamente elidido de la voz narradora; y, sobretodo, el ritmo narrativo, sincopado, a modo de rap, compuesto por diálogos, o mejor dicho, monólogos sucesivos (y ahí, la referencia a La Noche justo antes de los bosques es ineludible), a menudo con anacronismos que nos obligan a una atención constante, y asépticas y telegramáticas enumeraciones, más que descripciones, de lo que les acaece a los protagonistas, en una prosa deslavazada que intenta dar homogeneidad a sucesiones surrealistas de escenas, surrealistas en sí mismas, cuya conexión es más que sospechosa. El recurso al simbolismo parece evidente a primera vista, pero no creo que Koltès, rompedor en tantas facetas, pretendiera dar ese salto hacia atrás, a menos que fuera para desacreditarlo mediante la ironía, sino que tal vez las poliadicciones de los personajes, con unas vidas al otro lado de cualquier lado y, en en cualquier caso, con tan pocos puntos de conexión con la realidad, se traspasen a la voz narradora, redundando en un tono entre alelado y onírico que me parece, a pesar de su dificultad en términos de inteligibilidad para el lector, uno de los aciertos máximos de la novela.
“Un movimiento subterráneo y los ruidos tropezaban con ellos a ratos: llegaba de frente, se agrietaba y chorreaba sobre ellos, como una tierra anegada que los hacía tambalearse. Eran como una burbuja corriente arriba.”
La huida a caballo hacia lo profundo de la ciudad es una novela nocturna; la fascinación por la oscuridad, y no sólo la real, es constante en unos personajes permanentemente expuestos a peligros, ora reales ora imaginarios, ocupados constantemente en una subsistencia basada en desesperados intentos de escapar, siempre hacia zonas oscuras. Es cierto que la oscuridad esconde amenazas, pero es en ella donde los personajes se ponen a salvo de las otras amenazas, las procedentes del mundo de la luz, esas sí peligrosas pues son visibles; el día, a diferencia de la noche, muestra a nuestros enemigos en todo su esplendor; en cambio, cuando las amenazas no se ven, se puede actuar como si no existieran.
“La noche avanzaba con el paso lento de la prostituta, espesa, cargada de sombras y relieves incomprensibles. Se instalaba con todo su peso, pesada y segura, desvelaba su monstruoso rostro de andrógino y abría sus brazos al vacío.”
El tratamiento y la caracterización de los personajes merecería una reseña aparte... Tanto los cuatro protagonistas principales como otros accesorios que entran y salen de la acción discrecionalmente constituyen un completo catálogo de inadaptados, un conjunto de criaturas de la noche, a medio camino entre el moderno okupa y el clochard más clásico, que se mueven a voluntad por habitaciones míseras y lugares cerrados, ambientes claustrofóbicos y amenazadores, imaginativa metáfora hiperrealista del mundo en que intentan desenvolverse, obligados a alocadas carreras hacia ninguna parte en las que no importa tanto a dónde se va si no de qué se escapa;
“Cassius no volvió a abrir los ojos, no hizo ningún esfuerzo para mantenerse en pie, sintiendo confusamente que esta negación obstinada lo protegía como una ausencia.”
en definitiva, personajes insólitamente paradójicos viviendo en mundos paralelos como si fuesen el mundo real, que interactúan oníricamente con otros personajes marginales, a veces reales, a veces imaginarios.
“Apaciguado, Cassius se inventó una noche.”
Una auténtica apología de la autodestrucción, más de sus efectos que de sus causas, una maravillosa y aterradora pesadilla de la que sólo se despierta cuando se cierra el libro, de lectura imprescindible.

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