17 de agosto de 2020

Las niñas salvajes



Las niñas salvajes. Ursula K. LeGuin. Virus Editorial, 2020
Introducción de Arwen Curry. Epílogo de Layla Martínez. Traducción de Arrate Hidalgo

Las niñas salvajes (The Wild Girls, 2002) es un relato perteneciente a la última época de la producción de Ursula K. LeGuin, una etapa caracterizada por una severa destilación de su lenguaje literario con la consiguiente concentración del mensaje.

LeGuin, creadora de mundos como pocos escritores lo han conseguido, plantea una región compuesta por dos zonas claramente delimitadas: la Ciudad, la cuna de la civilización y el poder, altamente jerarquizada, con tres estamentos sociales: los Copa, el estrato dominante, dueño de los bienes y componente del ejército; los Raíces, un estrato intermedio que correspondería a una burguesía poco evolucionada; y los esclavos, todos de origen extranjero; y la Tierra, una sociedad primitiva de recolectores nómadas, que representa la provisionalidad, la perentoriedad y la ignorancia, carente de estratificación social pero con una muy ligera jerarquización en función de la edad. La relación entre ambos viene materializada por el hecho de que la Ciudad se nutre de esclavos mediante incursiones entre las tribus nómadas, en particular secuestrando a niñas para convertirlas en esclavas domésticas. La descripción de ambos mundos y de las relaciones de los individuos con su entorno original parece revelar la idea de que en las sociedades primitivas, ocupadas principalmente en la supervivencia, se permite con mayor facilidad la igualdad que en las sociedades desarrolladas, más estratificadas; pero esa es una hipótesis que la autora deja planteada para que sea el lector quien juzgue. Tal vez el sistema de apareamientos, estrictamente reglado, puede dar una idea de las intenciones de la autora en este sentido: los hombres Copa solo se aparean con esclavas de la Tierra, que son las que aseguran descendencia —tal vez debido a que una pasada endogamia ha convertido en estériles a las parejas con ambos miembros de la Ciudad; tal vez porque ese hecho refuerza la jerarquía: las mujeres solo pueden ascender a la cúspide social partiendo de la esclavitud y jamás serán consideradas en términos de igualdad con su marido—; mientras que las mujeres Copa solo podían aparearse con hombres Raíz —menosprecio evidente de las mujeres en quien, de ese modo, se descarga toda la responsabilidad por esa supuesta esterilidad, al tiempo que esos apareamientos son usados para la movilidad entre estratos o, a menudo, como simple intercambio con fines económicos cuya moneda siempre es una mujer—. En el mismo sentido y con parecidas justificaciones, las mujeres Raíz tienen su apareamiento limitado a los hombres de la Tierra. Los esclavos, naturalmente, tienen prohibido el apareamiento entre sí en los dominios de la Ciudad, pero se permite esa eventualidad únicamente en los dominios de la Tierra, sede de la incultura y de la barbarie.

El secuestro de seis niñas por parte de un comando procedente de la Ciudad es fácil, pero la verdadera prueba es volver con ellas a la civilización, un traslado que representa una especie de contraviaje de iniciación que implica un cambio de estado más que de lugar para las niñas, pero también para los secuestradores, para la mayoría de los cuales esta ha sido su primera incursión.

El primer punto de inflexión de la historia, que determinará su curso, es la muerte de uno de los bebés, cuyo cadáver es abandonado, sin sepultar, en un lugar apartado, a pesar de la resistencia de una niña. Esa muerte abre la puerta de la tercera instancia que participará en la historia: el mundo del más allá, que inundará el orbe real para caer sobre él con toda la fuerza de la tradición.

La aculturación y el abandono del entorno natural, agresivo pero clemente, y social, amable pero exigente, es asimilado por las niñas con la resignación de la obligatoriedad, pero, incluso para aquellas que consiguen una vida relativamente confortable —que pasa por procrear para los hombres de la Ciudad—, la impronta de la tribu permanece agazapada durante toda su vida, amenazando con desatarse, una tradición que tiene sus reglas y que perseguirá a las niñas allá donde vayan y sea cual sea su estado porque forma parte inseparable de su ser. 

Como lector y como librero sigo sin poder entender cómo es posible que, después de veintiuna novelas, decenas de relatos, poemas y ensayos, y de haber merecido algunos de los premios literarios más prestigiosos, Ursula K. LeGuin apenas aparezca en los catálogos de los grandes grupos editoriales que publican en castellano, y me alegro que pequeñas editoriales como Nórdica, Virus y, en catalán, Raig Verd, no olviden a una de las escritoras más influyentes —aunque no solo— en el campo de la literatura fantástica y de ciencia-ficción.

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