18 de febrero de 2025

Pierre Michon en «La Grande Librairie»

El programa sobre libros La Grande Librairie de France TV entrevistó en su emisión del dia 12 de febrero de 2025 a Pierre Michon con motivo de la publicación de su último título, J'écris l'Iliade.

A continuación, traducción de la conversación del autor con Augustin Trapenard, el presentador del espacio. 

«[…] ardo al contacto de la llama escrita. Soy. Ardo y tiemblo y lloro.
Alcides entra en la sala.
Escribo la Ilíada».

Pierre Michon, el título de este libro es J’écris l’Iliade. ¿Por qué la Ilíada?


Porque es el primer texto escrito de la literatura europea y, en ese sentido, representa toda la literatura europea. Además, es el escenario de toda la literatura y, de hecho, de toda la humanidad: los dos ingredientes esenciales, que son la guerra y el amor.


Admirar la Ilíada, Pierre Michon, es una cosa, pero escribirla o incluso reescribirla, convendrá en que es algo osado.


No es tan difícil. Michel Serres decía que toda la literatura nació de una falda levantada, entre los muros de Troya, la de Helena. Nosotros seguimos viviendo como en tiempos de Homero. A pesar de todas nuestras denegaciones, vivimos para la guerra. Mire las cosas como son: todos los avances tecnológicos se hacen con el fin de ser los más poderosos, de ser el Estado más poderoso en la guerra.


Este texto está impregnado de erotismo. Se podría incluso decir que es erótico de principio a fin. Se suele decir que escribir una escena erótica es lo más difícil. Es lo más arriesgado para un escritor.


Arriesgado, es cierto. 


¿Está de acuerdo?


Arriesgado., sí. Porque lograr que sea erótico sin caer del todo en la pornografía —que creo haber conseguido más o menos— es muy difícil.


¿Por qué?


Una, palabra, una sola palabra, mal elegida, basta para volcarlo todo hacia la pornografía absoluta o, por el contrario, apagar el deseo del lector. Y hay que mantener el deseo del lector, hay que hacer como una chica que, en un striptease o en esos bailes con barra que se ven ahora, siempre debe mantener el deseo, sin que se desborde ni hacia abajo ni hacia arriba.


Porque su libro no trata más que de eso: de deseo y de escritura, de goce hasta el orgasmo.


Sí. ¿Qué es el lenguaje humano? ¿Qué es lo que lo hace superior a los demás? Ser consciente de dos cosas: la muerte y el deseo. Y el hombre, por sus facultades intelectuales, ha desarrollado hasta el delirio su actividad sexual. Ningún animal está obsesionado con el placer como nosotros lo estamos. Y sucede que algunos escritores logran un cuasi orgasmo en la última frase. Tome, por ejemplo, el final de Ulises, de Joyce: «Y dije sí, sí, quiero sí». Ese final es la penetración de Molly en el Ulises de Joyce.


¿Cuántos orgasmos hay en J’écris l’Iliade?


Hay muchos. 


Sabe, lo que más me sorprende en su libro y en su obra en general —de lo que nunca se habla— es su sentido del humor, cuyo primer blanco es usted mismo. ¿Se hace reír a sí mismo?


Sí, me encanta lanzarme tomates podridos a la cara. O hacer como si lo hiciera. Porque, al desvalorizarme, atraigo los elogios de los demás. Cuanto más se desvaloriza uno, más dice la gente: «Oh, qué tipo tan modesto» y demás. 


¿Diría que es ustec más estratega o táctico?


¿Yo? Estratega. Y táctico, a veces.


El libro comienza con un viaje que hizo hace mucho tiempo con la intención de librarse del servicio militar. Y escribe algo muy interesante: «Tenía que convertirme en Pierre Michon y no tenía tiempo que perder». ¿Con qué soñaba?


Con ser escritor. Siempre he soñado con ser escritor. Siempre.


¿Qué significaba eso de ser escritor?


Significaba… Viene de lejos. Viene de la escuela primaria. Hacer cosas tan bellas, tan declamatorias, como los poemas que aprendía en la escuela. Lo que más me fascinó siempre… A los quince años las mujeres empezaban a fascinarme también, pero lo que más me fascinaba eran las resonancias de la lengua. La lengua.


Escribe: «Me las daba de Orfeo».


Sí, me las daba de Orfeo. 


¿Qué quiere decir con eso?


Ya sabe, Orfeo no tiene más que tocar la lira para que todas las bestias, todos los árboles,  se pongan a andar tras su canto, de lo hermoso que es. Cada frase debe pesar con su peso exacto. Ya lo he dicho: cada frase debe ser todo el libro. Cada frase debe contener todo el libro.


¿Qué es, en el fondo, un gran escritor para usted? ¿Qué representa?


Representa la cumbre de la humanidad. Porque ¿cuál es la cumbre del hombre? Es el lenguaje, el lenguaje. Rimbaud, Racine, Hugo, o los jóvenes, Joyce o Proust.


Los jóvenes. Los jovencitos. ¿En qué estado lo deja la escritura?


En una ebriedad extrema. Es la vieja frase de Baudelaire: «Hay que estar siempre ebrio». De vino, de literatura, de mujeres, da igual. «Siempre ebrio».


Y entonces, Pierre Michon, su obra maestra, ¿cuál es?


Es J’écris l’Iliade.


Es la última. Es esta.


Antes fueron Les Onze y Vies minuscules… y Les Beunes.


En realidad, casi todas.


Sí, pero ¿por qué la gente se da cuenta tan tarde?


Sabe, algo que también me divierte mucho en su texto es la manera en que reinterpreta la Ilíada, incluso en su escritura. Pienso, por ejemplo, en los epítetos homéricos: «Aquiles, el de los pies ligeros», «Circe, la de los bellos rizos». En su caso, encontramos: «Helena, la de los brazos dorados, la de los muslos de leche». Si tuviera que adjudicarse un epíteto homérico, usted, Pierre Michon, que después de todo es un personaje de este libro, ¿cuál sería?


«Michon, el de la mente traviesa».


Me lo quedo, «Michon, el de la mente traviesa».

17 de febrero de 2025

Diccionario onomástico

 

Diccionario onomástico. Mircea Horia Simionescu, KRK Ediciones, 2024
Traducción de Borja Mozo Martín. Prólogos de Mircea Cartarescu y Eduardo Berti

 Jean Cocteau dijo, si no recuerdo mal, que «un chef-d'oeuvre de la littérature n'est jamais qu'un dictionnaire dans le désordre»; me parece que fue en su primera novela, Le Potomak, allá por 1919. Las citas que relacionan diccionarios y literatura son abundantes, pero para lo que interesa a este redactor, permítaseme reproducir otra: «Un dictionnaire du littéraire peut et doit avoir pour mission de tenir l’esprit en vigilance»; esta procede del prefacio de Le dictionnaire du littéraire, dirigido por Paul Aron, Denis Saint-Jacques y Alain Viala, publicado en 2002. A pesar de su disparidad temporal y temática, conviene tener ambas en cuenta porque este Diccionario onomástico, del rumano Mircea Horia Simionescu, parece integrarlas ambas: participa de la primera al reunir el hecho de tener forma de diccionario —y ser, si no una obra maestra, sí una obra notable—, pero también por tratarse de una obra literaria, no de lexicografía; y de la segunda por, efectivamente, como en toda obra literaria digna de ese nombre, mantener la mente alerta.

Pero vayamos al contenido. Diccionario onomástico es el primer volumen de la tetralogía «El ingenioso bien temperado» —un título bien bachiano, por cierto—, y consiste en un diccionario enciclopédico —el antepasado en papel de la Wikipedia; a los lectores a partir de cierta edad nos suena el término, y a los francófilos nos remite, irremediablemente a la Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers—, aunque tal vez fuera más adecuado el término ficcionario, cuyas entradas corresponden a nombres de persona seguidos de su definición —que puede consistir en una sola frase o en varias páginas—; un tour de force parecido al que, bajo otras circunstancias y distintas motivaciones, entre las cuales las políticas tuvieron un papel fundamental, más de diez años después, Milorad Pavic desarrolló en su Diccionario jázaro; un desafío consistente en romper el pacto cronológico de la novela convencional y sustituirlo por la forma del listado alfabético, en el caso de Simionescu, de nombres, dejando en manos del lector —de ahí el término desafío— la conversión a la formulación común. Esta técnica, como señala acertadamente  el traductor en su esclarecedora «Nota a la traducción», conectaba la literatura rumana —todavía bajo el régimen de Ceaucescu— con las tendencias más innovadoras vigentes en el resto de Europa; además, la exigencia intelectual de ese tipo de textos, al estar destinados, en su país de origen, a una parte muy selecta de la población, consiguió sortear la censura oficial debido a la dificultad de acceso; como dice Borja Mozo, «a mayor tiesgo formal, menor riesgo político».


El libro tiene un origen, no sé si espurio, aunque tiene toda la pinta: recopilar para un amigo del autor unas cuantas decenas de nombres para que tuviera dónde elegir para bautizar a su hijo.


Pero todo lo antedicho quedaría en un mero e infructuoso experimento formal si no existiera, debajo de su accidentada superficie, una destreza narrativa que, a pesar de la constricción formal —o precisamente por su causa—, edifica un relato proteiforme, un simulacro, que va autogenerándose según avanza, precisamente porque no sigue el camino convencional —cosas que suceden durante un tiempo determinado a unos personajes concretos: es una definicón elemental y hasta naïf, pero no por ello menos pertinente, del género novela—, sino el de la ironía culta y procreadora.


Un descubrimiento.

10 de febrero de 2025

Pascal Quignard. Una poética de las ruinas


Carl Blechen. La torre en ruinas del castillo de Heidelberg, hacia 1830

Como complemento al texto transcrito del recital Ruinas, referenciado con anterioridad en este blog, publico aquí el artículo «Pascal Quignard. Una poética de las ruinas» de Sophie E. Denis.

Pascal Quignard. Una poética de las ruinas 

Sophie E. Denis  

Una lectura atenta de la obra de Pascal Quignard nos ha ido convenciendo paulatinamente de que, a lo largo de los años, ha ido desarrollando lo que podríamos llamar una «poética de la ruina». Para ilustrarlo, examinaremos algunas de sus obras fragmentarias: los cincuenta y seis Petits Traités, escritos entre 1977 y 1980, publicados en dos volúmenes en la colección Folio de Gallimard en 1990, de acuerdo con el editor Maeght, y el Dernier Royaume, del que se han publicado cinco volúmenes hasta la fecha, por Grasset & Fasquelle, entre 2002 y 2005. Estas obras son una mezcla de citas de los antiguos, de aforismos, de piezas de ficción, de listas y de reflexiones. 

Esta poética constituye, para el autor, una imagen originaria  profundamente arraigada en su imaginario. A partir de ella, Pascal Quignard ha desarrollado una verdadera estética del fragmento que se articula en torno a un concepto del tiempo que le es propio.

Una imagen original

Pascal Quignard nació en Normandía el 23 de abril de 1948, de padres profesores de clásicas: 

«Hice toda mi escolaridad en el devastado puerto de Le Havre. Salía por las mañanas entre las ruinas, las ratas y los pocos edificios blancos que empezaban a levantarse de nuevo. Iba a la escuela masculina, que también estaba en ruinas. En ese lugar pasé mi infancia: una ciudad destruida por completo por las bombas de los aliados al final de la Segunda Guerra Mundial»(1).

En conversación con Chantal Lapeyre-Desmaison, insiste: 

«Era la ruina viviente lo que intento describirte. Vivíamos en una ciudad que había sido completamente destruida por las bombas. Caminábamos entre los escombros bajo la lluvia por la mañana para llegar a los barracones de madera junto a los muros en ruinas de la escuela"(2).

Esto ejerció una influencia duradera en su imaginación, que retomó en el Premier Traité

«Lo descubrí todo en el viento, en un puerto bombardeado, entre escombros y fragmentos de piedras y muros [...]. Era mi Roma y mi foro»(3)

La ruina engendra ruina.

Pascal Quignard de niño es, según confesión propia, «un poco autista»(4);  el lenguaje, la capacidad de alimentarse, le faltaron en dos ocasiones; constata la frecuencia en los textos míticos de la prohibición de hablar, que califica de «melusiana». «Todos los que escriben, en relación con la voz, están degollados»(5) , como el grabador Meaume, a quien su hijo degüella a medias entre las «piedras en ruinas» en Terrasse à Rome(6), que Quignard considera su Ars Poetica

Pascal Quignard quemó sus primeros cuadros, sus primeros manuscritos. Sus obras posteriores parecían siempre amenazadas por la letra griega Θ theta, de Thanatos, que en el margen de un texto significaba que el corrector consideraba que había que destruir, deleatur(7). Siempre empieza  «escribiendo demasiado», luego corta y poda. Tras la muerte de su padre, se deshará de todos los cargos sociales y honoríficos como lector en Gallimard que le habían llegado con el éxito de sus primeras novelas, como Le Salon du Wurtemberg. También sufrió varios ataques de depresión, esas «ruinas interiores» que describe en su novela Carus

Todo tipo de ruinas salpican su obra, las apariciones del sustantivo «ruina», del verbo «arruinar» y de su participio pasado, así como del adjetivo «ruiniforme» son innumerables: 

«Es el bosque de piedra. Son paisajes ruiniformes y mudos. Se ven árboles roídos convertidos en arenisca en el silencio, muy al sur de Túnez, en la frontera de Libia y Níger»(8).

También cuando cita a los antiguos, como Sinesio [de Cirene]:

«¿He nacido yo? ¿He lanzado en griego, algún día, el breve grito que provoca el descubrimiento del día? ¿Hubo alguna vez un tiempo en el que crecer y vivir y abordar una ruina que humea como una flor que revienta?»(9).

Sin embargo, las ruinas no son ni el título ni el tema de ningún Traité o capítulo de Dernier Royaume(10), aunque se encuentren sobre  las piedras, las orejas, el ombligo, una rana, etcétera. La ruina, huella del pasado en el presente, es, para Pascal Quignard, más que un tema de reflexión, un campo de investigación infinito, un patio de recreo tal y como lo define Winnicott: «Esta zona donde jugamos no es la realidad psíquica interna. Está fuera del individuo, pero tampoco pertenece al mundo exterior»(11) Este espacio de creación es una oportunidad para «desenterrar» a los muertos injustamente olvidados: 

«Desde la edad de diecinueve años, desde el primer libro que escribí y que trataba de Maurice Scève, he intentado hacer volver del mundo de las sombras figuras desdeñadas, difíciles, fascinantes, sombrías, obstinadas, espléndidas. Scève, Licofrón, Albucio, Labieno, Damascio, Guy Le Fèvre, Jacques Esprit, Nicole, Racan, Hello, Parrasio, Dom Deschamps, Séneca el viejo, Hadewijch»(12).

A través de los fragmentos escritos que exhuma, erige a cada uno de ellos un pequeño monumento. También busca en los intersticios el pelo o el recorte de uñas porque «en la naturaleza no existen los fragmentos. El más pequeño de los pedazos sigue siendo el todo. Cada migaja es el universo»(13). Como decíamos cuando hablaba de Le Havre, es «la ruina en estado vivo» lo que nutre la obra de Quignard, que se sitúa en el «punto de encuentro entre la naturaleza y la historia humana»(14).

«La homogeneidad cultural, histórica, tal es el destino del hombre. La heterogeneidad natural, originaria, tal es el destino del arte. La fragmentación es el alma del arte»(15).

Una estética del fragmento 

«Las palabras latinas fragmen y fragmentum proceden de frango, romper, hacer añicos, convertir en pedazos, en polvo, en migajas, aniquilar»(16). Para Pascal Quignard, cuya obra se compone esencialmente de fragmentos, lo que se rompe es, ante todo, el lenguaje. «No somos seres hablantes, nos convertimos en seres hablantes. El lenguaje es un logro precario, que no está ni en el origen ni siquiera en el final, pues a menudo la palabra erra y se pierde incluso antes de que la vida cese»(17). De esta precariedad del «decir» es de lo que habla en textos como L'Usage de la parole o Le Nom sur le bout de la langue.

Además, la palabra escrita es, en sentido estricto, la ruina del «lenguaje de la lengua»; el escritor es un «fonoclasta»:

«En la página, la voz está fuera de alcance. La voz es el Ausente de esta lengua mostrada. Cuando se inclina sobre el rostro sin rostro de la hoja, la voz ha desaparecido. Es por eso que escribimos. Quien pretendiera imitar el aliento deteniéndose estaría negando en vano que está escribiendo. La página no es ese «espejo». Ni «alondras» el nombre que designa a las palabras. Es la ruina»(18 y 18bis).

La cita, que utiliza ampliamente, está afectada por el punto ciego de la lengua hablada por el autor fallecido, no es sólo un homenaje o una exhumación, sino un sacrificio ritual: 

«Toda cita es —en la retórica antigua— una etopeya: es hacer hablar al ausente. Hacerse a un lado ante el muerto. Pero también el instante ritual en que se comía el cuerpo de los muertos, o el del dios. Sacrificio para preservarse, para contener ese poder cortándolo en pedazos e ingiriendo una parte»(19).

Quignard habla de sus Petits Traités como de una seriedad desmantibulada y explica: 

«Desmantibular significa desmandibular. Des-mandibular, esto equivale a hacer inoperante la masticación. Esto deja la carne cruda y esto deja los pedazos enteros. Esto funciona para los libros»(20).

La escritura fragmentaria permite renovar «el resplandor estremecedor del ataque», y el «orden de la sucesión de fragmentos levanta una arquitectura que cautiva de inmediato y, si se me permite decirlo, sujeta las riendas»(21). Representa la carencia, el silencio, el duelo, el punto ciego a través de sus espacios en blanco. «El fragmento fascina [...] por ese carácter ligeramente ruiniforme, depresivo. Es lo que se ha derrumbado y permanece como vestigio del duelo»(22).

Albert Speer, el arquitecto de Hitler, preconizaba el uso de materiales nobles para que el futuro de sus edificios fueran bellas ruinas; Quignard crea ruinas directamente, con sus «pedazos enteros», sus piedras angulares, indigeribles por el lector, sus imágenes deslumbrantes imposibles de erosionar. 

Crear ruinas podía ser la expresión de una profunda desesperación; incapaz de asegurar la perfección del edificio, el autor solo daría sublimes centelleos. «[El fragmento] es demasiado a menudo el sueño del pequeño todo, del pequeño pedazo acurrucado y replegado sobre sí mismo»(23) que, a diferencia del discurso continuo, no está obligado a inventar transiciones, «repuntes» (costuras y dobladillos), dice en Une gêne technique à l'égard des fragments

Otra hipótesis es una fascinación melancólica por un futuro convertido antes de hora en pasado. Sin duda, esto es cierto hasta cierto punto, ya que Pascal Quignard dice que le molesta que nadie se haya dado cuenta de que en sus novelas «contemporáneas», Le Salon du Wurtemberg, Les Escaliers de Chambord y Carus:

«Los acontecimientos tienen lugar en el año siguiente a la publicación del propio libro; son «recuerdos futuros». Evocan el tiempo de su lectura. Se adelantan al tiempo que voy a vivir»(24).

Finalmente, nos gustaría plantear una última hipótesis. Winnicott muestra que la exterioridad no se crea más que por la agresividad del niño con respecto a los objetos que le rodean. Sólo la supervivencia de estos objetos, su resistencia a los intentos de destrucción del niño, pueden permitirle distinguir su propio yo de la realidad exterior: 

«Se puede observar la siguiente secuencia: 1) El sujeto se conecta con el objeto. 2) El objeto es encontrado en lugar de ser colocado en el mundo por el sujeto. 3) El sujeto destruye el objeto. 4) El objeto sobrevive a la destrucción. 5) El sujeto puede utilizar el objeto. 

El objeto siempre está a punto de destruirse. [...] La destructividad, combinada con la supervivencia del objeto a la destrucción, lo sitúa fuera del ámbito de los objetos establecidos por los mecanismos mentales del sujeto. Esto crea un mundo de realidad compartida que el sujeto puede utilizar y que puede devolver al sujeto una sustancia distinta de mí mismo»(25).

Por poco autista que haya sido, Pascal Quignard tenía inevitablemente un problema con la envoltura. Esas ruinas que forman los objetos a su alrededor son una barrera entre él y el mundo que se puede pisar, atravesar, reorganizar, desprecintar, recomponer a voluntad. No es una imagen del desastre sino, al contrario, la prueba de que se puede sobrevivir a la más feroz voluntad de destrucción. La ruina está viva. No es una ruina mortificante o nostálgica. Es la prueba de que aún se puede escribir después de los campos (es un tío, que volvió de Dachau, quien enseñará al niño a hablar y a comer de nuevo). 

La poética de la ruina: frustrar la irreversibilidad del futuro 

Pascal Quignard dice: «Hay que vivir el presente como la ruina que él mismo prepara. Hay que descubrir el presente como una ruina cuyo tesoro buscamos»(26).

En efecto, «lo primordial es que el futuro no haya perdido toda  irreversibilidad», por lo que hay que evitar las condiciones del pasado, modificando ligeramente sus figuras, para desbaratar la idea misma de futuro(27).

«Si el pasado anticipara el presente, el futuro sería la muerte y no habría más que ruinas que franquear por encima de nuestras cabezas. Nada en el arte sigue un orden cronológico»(28).

No pretenderemos aquí dar una explicación sintética de lo que Quignard llama «le jadis», que constituye todo un volumen de Dernier Royaume. Sólo una visión de conjunto. Es «lo que precede al principio»: 

«Le jadis define el dominio que precede a la aparición del espectador en lo visible.

Pero, para que lo recuerde, debe suceder.

Esta región se caracteriza por su no-visibilidad (no-visibilidad para aquellos cuya visibilidad y visión le suceden). Un mundo ante-fánico, dominio invisible y puramente lingüístico que complace a la especie con la imaginación espontánea de una escena primitiva. El tiempo es el don duradero de lo nunca visible a quienes proceden de él.
Imagen que falta aguas arriba de toda percepción.
Dominio sobre el que el que le sucede no puede obtener más información que por medio del lenguaje. Información irreal sobre lo invisible»(29).

La poética de la ruina, la yuxtaposición de fragmentos dispersos, de citas, de listas, de partes de ficción, creación del tiempo y del espacio, insinuarse en el seno de la realidad para modificarla sutilmente. El tiempo, para Quignard, no está ni «perdido» ni «preparado para ser recobrado» como en Proust. Afirma con Pierre Nicole: 

«El pasado es un abismo sin fondo que se traga todas las cosas pasajeras; y el futuro es otro abismo impenetrable para nosotros. Uno de estos abismos desagua continuamente en el otro. Sentimos el desagüe del futuro hacia el pasado y eso es lo que hace el presente, igual que el presente hace toda nuestra vida»(30).

La escritura de Quignard se sitúa como un velo (ese velo del que tanto habla en Le Sexe et l'effroi) entre estos dos abismos, como si fuera a la vez «la marca« y «la carrera» de la marea: 

«El espacio descubierto y luego cubierto por el mar cada día —que es como un espacio dentro de otro espacio— es doble. 

La marca define la franja húmeda por la que avanza el mar en cada marea, mientras que la carrera define el espacio —también temporal—  entre el nivel de las mareas más altas y el de las más bajas»(31).

El lector encuentra en las ruinas vivas de su escritura la humedad benéfica y amniótica de un pasado inmemorial cuyo paso ha constatado y la promesa de un futuro poetizado por ese pasado. «A través del poder fusionador de la creencia, la ficción se sumerge de nuevo en lo ilimitado de lo sin límites: el aoristo [en griego clásico, aoristos (αόριστος) se refiere a un tiempo verbal que expresa una acción puntual y completada en el pasado, sin precisar si fue reciente o lejano; es decir, indica un evento que sucedió en un momento específico sin dar detalles sobre su duración; en castellano, no existe un equivalente exacto al aoristo], el Hades [el aïdes del original es la transliteración al francés de la palabra griega Hades (δης)](32)Un poco como en un sueño, la lectura de Quignard nos sumerge en un tiempo anterior al tiempo. 

La escritura de Pascal Quignard, que parece tan erudita, tan oscura, tan abstrusa a veces, es en realidad de una sensualidad, de una atención al instante, con sus ínfimos e infinitos placeres, muy notable. Ayuda a amar la carencia, a aceptar la mortalidad, el desgarramiento, la fractura: 

«¿Quién no ama lo que ha amado? Hay que amar lo perdido y amar hasta el jadis en lo perdido..
Hasta al jardín en la extinción de la naturaleza y hasta al Paraíso en el jardín.
Hay que amar la ausencia y no intentar emanciparse de ella. Hay que amar la diferencia sexual; 

Amar la desnudez en los orificios de la desnudez; 

Amar la pérdida.
Hay que adorar al tiempo»(33).

La escritura de Quignard promete el retorno infatigable de la primavera, esa primera vez, la preeminencia del deseo(34). Su loca ambición de modificar el futuro exhibiendo fragmentos ruiniformes es una búsqueda ontológica de la modernidad absoluta. 

«Porque, al escribir, destruían tanto más la mediación de que se valían, y eran más capaces de arruinar el edificio, socavar los cimientos, fijar las bóvedas, amontonar granizo y rayo y el viento de Boreas, que si hubieran alimentado una ilusión tan considerable de viva voz, de manera improvisada, y como para unos pocos oídos, en el «santiamén» de un instante»(35).


Notas 

1. LAPEYRE-DESMAISON Chantal, Pascal Quignard le solitaire, Charenton, Les Flohic Éditeur, 2001, p. 24. 

2. Ibid., p. 33-34. 

3. QUIGNARD Pascal, Petits Traités I, Paris, Maeght éditeur, « Folio », n° 2976, 1990, p. 21-22.

4. Entrevcista con Catherine Argand, Lire, n° 308, septembre 2002. 

5. QUIGNARD Pascal, Petits Traités II, Paris, Maeght éditeur, Folio, n° 2977, 1990, p. 293. 

6. QUIGNARD Pascal, Terrasse à Rome, Paris, Gallimard, 2000, p. 126. 

7. QUIGNARD Pascal, Petits Traités II, XLI Traité p. 323 sqq.

8. QUIGNARD Pascal, Petits Traités II, op. cit., p. 449.
9. Ibid., p. 446. 

10Pero un capítulo de Le Sexe et l'effroi se titula: «Sulpicio y las ruinas de Pompeya» y Quignard señala: «La percepción melancólica y casi psicológica (o al menos casi privada) de las ruinas fue inventada por el patricio romano Servio Sulpicio en una carta a Cicerón fechada en marzo -45 con motivo de la muerte de la hija de Cicerón, Tulia, de treinta y un años, mientras daba a luz en la villa de Tusculum», Gallimard, 1994, p. 276. 

11. WINNICOTT D.W., Jeu et réalité, Paris, Gallimard, 1975 para la La Ruine et le geste architectural - Pascal Quignard : une poétique de la ruine - Presses universitaires de Paris Nanterre 27/2/24, 12:55 traduction française, p. 105. 

12. QUIGNARD Pascal, Dernier Royaume II, Sur le jadis, Paris, Grasset & Fasquelle, 2002, p. 280. 

13. QUIGNARD Pascal, Dernier Royaume I, Les Ombres errantes, Paris, Grasset & Fasquelle, 2002, p. 71. 

14. RECHT Roland, «“La beauté du mort”. Ruskin, Viollet-le-Duc et le sentiment de la perte», in CLAIR Jean, (dir)., Mélancolie, génie et folie en Occident, Paris, Gallimard, 2005. 

15. QUIGNARD Pascal, Les Ombres errantes, op. cit., p. 62.
16. QUIGNARD Pascal, Une Gêne technique à l’égard des fragments, Fontfroide le Haut, Fata Morgana, 1996, p. 33. 

17. Entrevista con Catherine Argand, op. cit

18. QUIGNARD Pascal, Petits Traités I, op. cit., p. 122.

18bis. «La page n’est pas ce «miroir». Ni «alouettes» le nom qui désigne les mots». El fragmento contiene un juego de palabras intraducible; en francés, un miroir aux alouettes, literalmente, un espejo de alondras, designa algo atractivo pero engañoso. 

19. Ibid., p. 173. 

20. LAPEYRE-DESMAISON Chantal, Pascal Quignard le solitaire, op. cit., p. 161. 

21. QUIGNARD Pascal, Une Gêne technique à l’égard des fragments, op. cit., p. 56. 

22. Ibid., p. 44.
23. QUIGNARD Pascal, Une Gêne technique à l’égard des fragments, op. 

cit., p. 43. 

24. Ibid., p. 130. 

25. WINNICOTT D.W., Jeu et réalité, op. cit., p. 176. 

26. LAPEYRE-DESMAISON Chantal, Pascal Quignard le solitaire, op. cit., p. 131. 

27. Ibid., p. 128.
28. QUIGNARD Pascal, Petits Traités II, op. cit., p. 568. 

29. QUIGNARD Pascal, Le Dernier Royaume II, Sur le jadis, op. cit., p. 151-152. 

30. QUIGNARD Pascal, Petits Traités I, op. cit., p. 17-18.
31. QUIGNARD Pascal, Le Dernier Royaume V, Sordidissimes, Paris, Grasset & Fasquelle, 2005, p. 111.
32. QUIGNARD Pascal, Sur le jadis, op. cit., p. 151.
33. QUIGNARD Pascal, Les Ombres errantes, op. cit., p. 22. 

34. QUIGNARD Pascal, Abîmes, op. cit., p. 42-43.
35. QUIGNARD Pascal, Petits Traités I, op. cit., p. 54.


Este artículo es la traducción de: Denis, Sophie E. Pascal Quignard: une poétique de la ruine En: Hyppolite, Pierre (dir.). La Ruine et le geste architectural . Nanterre: Presses universitaires de Paris Nanterre, 2017. http://books.openedition.org/pupo/6426

Traducción de Joan Flores Constans