3 de noviembre de 2025

El zuavo, la fulana, el ángel. Pierre Michon sobre Jacques Réda

 


Con motivo del fallecimiento, en septiembre de 2024, del poeta, ensayista y narrador Jacques Réda, la revista La Matricule des Anges le dedicó un dossier en su número 258 de noviembre-diciembre. En él se recogen diversos escritos de críticos literarios relativos al conjunto de su obra, pero aparece también un breve texto, mucho más personal, de Pierre Michon, un viejo amigo, con el que homenajea, con algunas pinceladas de ese humor tan característico, a Jacques Réda.

El texto que sigue es la traducción al castellano de ese homenaje.

El zuavo, la fulana, el ángel

Pierre Michon sobre Jacques Réda


Mi historia con Réda empieza con un enredo por culpa de los zuavos. O, más exactamente, de los espahí, porque hay que ser preciso: con los cuerpos del ejército no se bromea.

En los años ochenta y noventa, cuando él dirigía la Nouvelle Revue Française, me apremiaba por carta para que le confiara un texto para publicar en ella; Réda había sido de los primeros en apreciar mis Vidas minúsculas. Ahora bien, en esa época, para mí era una especie de superhombre de las letras que me intimidaba. Un maestro: su influencia en Vidas minúsculas es evidente. La primera vez que me atreví a aceptar una cita con él en Gallimard estaba aterrado, y no le pasó por alto. Le confesé, entre balbuceos reverentes, que estaba empezando una historia cuyo protagonista sería un espahí, ese prestigioso cuerpo de caballería colonial africana que ya entonces no existía.

—¡Un espahí! —exclamó—. Magnífico. Esa historia es para mí. Pero, conoce usted bien su uniforme, ¿no? ¿No me lo va a confundir con un goumier o con un zuavo, verdad, pedazo de zuavo?

Era a la vez irónico y amable, como siempre, y yo creí que se estaba burlando de mí.

En la cita siguiente (mi espahí literario se había encallado, la historia no funcionaba), hizo deslizar sobre su escritorio una cajita cuadrada: 

—Es para usted, ábrala. 

Era un jinete de plomo con una gran capa blanca, turbante a juego, el resto del uniforme rojo y azul. Ese regalo relajó de inmediato la tensión que experimentaba frente al Maestro. Cerramos de un portazo el despacho de la NRF e hicimos una tournée por bares y uniformes militares: le encantaban ambas ocupaciones.

Desde entonces, en cada uno de nuestros encuentros, demasiado escasos, nos comportábamos como zuavos.

Tardé mucho en entregar ese encargo a la NRF, no encontraba el tema.

Una mañana de verano tomé el tren rumbo al festival de la Comédie du Livre de Montpellier. Iba leyendo un libro de Réda, no recuerdo cuál. En él contaba que había visto, en la barra de un bistró de pueblo, entre los sombríos bebedores, a una «fulgurante fulana con cuissardes de punto», exuberante y alegre, un tanto provocadora.

Apenas bajé al andén de la estación de Montpellier, me obsesionó la anécdota de la «fulgurante fulana con cuissardes de punto»; no me la quité de la cabeza en todo el día. La conté de todas las formas a los colegas de aquella Comédie de Montpellier, a la que nuestro amigo Gil Jouanard nos invitaba casi todos los años: Autin-Grenier, Bergounioux, Max Chaleil, Paul Fournel, Ceccatty y no sé cuántos más. Los hice reír mucho, hasta colmar su paciencia, con esa criatura.

Creo que fue en el tren de regreso cuando me di cuenta de que ahí estaba mi texto para Réda, en esa fulgurante fulana: Yvonne, la Venus de provincias que es el único tema y protagonista del libro que hoy se llama Los dos Beune es, sin cambios (salvo que lleva medias de nailon en vez de cuissardes), esa mujer. Porque ese libro tuvo una larga vida: el texto L'Origine du monde, primer título de lo que más tarde se convertiría en El Gran Beune, luego en Los dos Beune, de los que es el germen, fue escrito para Réda y publicado en la NRF en los años noventa.

La imagen de La lucha de Jacob con el ángel, de Gauguin, siempre me viene a la mente, junto con su nombre, cuando pienso en Réda. Esta obsesión es un enigma y no lo es. El cuadro de Gauguin está dividido en dos partes por un árbol colocado en diagonal. En la parte derecha se distingue, un poco alejado por la perspectiva, el motivo clásico y excesivamente manido del combate entre Jacob y el ángel. En primer plano, en la parte izquierda, se ven unas cofias bretonas de Pont-Aven vistas desde atrás, algunas de perfil: campesinas que rezan tranquilamente mientras contemplan ese combate.

Lo sagrado se les aparece y no las sorprende. Están tan serenas como cualquiera de sus vacas, que Gauguin también pintó. Pasó un verano en Bretaña y pintó lo que tenía ante los ojos, como más tarde haría en Tahití.

Eso es Réda: bajo una apariencia rústica o de suburbio, lo que busca y escenifica es lo sagrado inmanente a las cosas: el ángel en lo real, con menos ampulosidad y quizá con más eficacia que Rilke. Al leer a Réda, bajo los penachos de humo de las fábricas, busquen las almas en pena; bajo el bistró  mugriento, la posada eterna de Baudelaire; bajo la fulgurante fulana, busquen a la santa.


Pierre Michon


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Este artículo es la traducción al castellano del escrito aparecido en Le Matricule des Anges, número 258, de novembre-diciembre de 2024.

La fotografía del encabezamiento es de Gilles Luneau.


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