Antimemorias I. El espejo del limbo. André Malraux. PRH, 2022 Traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaga García Gallego. Prólogo de Ignacio Echevarría |
«El hombre que aquí podéis encontrar es el que coincide con las preguntas que la muerte hace al sentido del mundo».
André Malraux fue un personaje poliédrico y, por tanto, cuestionado, que encabezó la reconstrucción de Francia y de la identidad francesa después de la IIGM. Ejemplo paradigmático de animal político, desempeñó diversos cargos relevantes en la Administración entre 1959 y 1969, llegando a ser mano derecha del general De Gaulle y titular de varios ministerios; sus encargos oficiales y otras circunstancias personales lo llevaron a recorrer el mundo, principalmente las excolonias francesas y los dos gigantes de Asia, la India de Gandhi y, sobre todo, de Nehru, y la China de Mao. Fue un miembro activo y dirigente de la Resistencia y fue confinado en un campo de internamiento, del que escapó; participó en la IIGM y participó en la descolonización de las posesiones francesas en Indochina y en África, particularmente en el Vietnam de Ho Chi Min. A lo largo de toda su vida no literaria, fue un lúcido observador e inteligente testigo, a menudo protagonista, en lo que se refiere al ámbito francófono, de la historia de Francia y del mundo de mediados del siglo XX.
Malraux tuvo un papel destacado en relación con la guerra civil española: organizó, abasteció y comandó una escuadrilla aérea a comienzos del enfrentamiento, y fruto de su experiencia en la campaña española escribió su obra tal vez más conocida, La esperanza (L'Espoir, 1937). Con posterioridad, después de la invasión de Francia por el régimen nazi, estuvo implicado en la Résistance y acompañó, incondicional, a De Gaulle hasta su caída.
Aunque ligado al general de por vida, Malraux mantuvo una posición ideológica alejada de cualquier tipo de dogma y de las directrices de las corrientes políticas representadas por los partidos; incondicional de una independencia de criterio que no siempre fue bien comprendida por sus adversarios, sostuvo hasta el final de su vida una coherencia tan imbatible que desarmó a gran parte de sus opositores y que solo cesó cuando se retiró de la vida política.
Malraux empieza a redactar sus Antimemorias (Le Miroir des Limbes. Antimémoires, 1972) a los sesenta y cuatro años, durante un viaje por mar a Hong Kong, en el que cada escala y cada visita le provocan asociaciones y recuerdos del pasado, aunque la recreación no es cronológica, sino temática, a través de argumentos reiterados. El foco, pues, no es el autor ―en este caso, el protagonista del relato―, sino las circunstancias que lo rodean, observadas mediante su objetivo: no es tanto una exposición de hechos como la aprehensión y la comprensión de los mismos; así pues, no tiene mucho sentido confrontar su realidad con episodios de su vida, sino bucear en ellos hasta desvelar su verdad. El narrador solo es identificable con el autor algunas veces ―el título Antimemorias no es una frivolidad―, mientras que en otras toma el papel de interlocutor: Malraux es, ante todo, sincero. Las Memorias acostumbran a ser sentimientos resucitados, y Malraux quería que sus Antimemorias fueran solamente un registro de los hechos. Tal vez el propio título ofrezca un indicio de la intención del autor: Antimemorias porque Malraux, el yo de Malraux, no es el protagonista, sino el producto; no es el yo encerrado en sí mismo del que se revelan sus interioridades y sus circunstancias personales, sino un yo expuesto al exterior y considerado como un individuo.
«Aprendí a crearme a mí mismo, poco y de mala manera, en el supuesto de que crearse a uno mismo sea hacerse a esta posada sin caminos a la que llamamos vida. A veces supe hacer lo que había que hacer, pero el interés de la acción, salvo cuando esta pertenece a la historia, está en lo que hacemos, no en lo que decimos. No me interesa gran cosa mi propia persona».
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