28 de junio de 2021

Querella del Teatro

 

Querella del Teatro. Pierre Nicole et als. Editorial Tecnos, 2021
Edición de Gabiel Albiac

El debate entre clasicismo y modernidad es un espacio de discusión que se extiende, al menos en occidente, desde que el arte deja de ser una expresión al alcance exclusivo de una minoría socialmente privilegiada y culturalmente instruida, y extiende su influencia hacia capas cada vez más amplias de la población; pero cuando ese debate alcanza su máxima expresión es en la Europa de los siglos XVII y XVIII, y de forma particular en el territorio francés, por aquel entonces a la cabeza en cuestiones culturales, en parte gracias al impulso y al poder del academicismo y de las actividades ligadas al Grand Siècle.

La Querelle des Anciens et des Modernes es un fenómeno que afecta al mundo de la cultura, pero que hunde sus raíces en otros aspectos de la sociedad: los regímenes políticos, las extensiones y perpetuación de los privilegios y el papel de la religión; en cada campo de la actividad cultural la contribución de estos componentes es variable, dependiendo de la importancia social de la actividad y de su poder de influencia sobre la población menos letrada. La Querelle en el campo de la poesía, por ejemplo, no dejó de ser una discusión entre académicos que buscaban la porción de poder que representa la representación del posicionamiento oficial; en el caso del teatro y de la novela, géneros más populares que la poesía y, por tanto, con más poder de influencia sobre el vulgo no ilustrado, la diana era, como se expresaría en términos actuales, el control de la audiencia.

El desencadenante de la Querelle en el campo teatral y, por extensión, en lo que se refiere a la popularidad de la obra de arte, en el de la novela, un género no consolidado todavía en la época, aparte del enfrentamiento intelectual que llevaba gestándose desde el Renacimiento, fue la contribución de Jean Desmarets de Saint-Sorlin, un apologista de la Academia, que con su contraposición del Moderno cristianismo frente al Antiguo paganismo, amplía el campo de batalla a la religión, relegando a un segundo plano el debate puramente artístico entre clasicismo y modernidad que había centrado la Querelle en el estamento poético. Este cambio fue rápidamente aprovechado por el radicalismo de los jansenistas, enfrentados a los jesuitas, para posicionarse en bandos opuestos e irreconciliables.

El jansenismo, en su inclemente ataque a la novedad, contó con un apóstol fanático e irreductible, Pierre Nicole, autor de un texto programático, el Traité de la Comédie et autres pièces d'un procés du théâtre (1667), intransigente y excesivo, pero concreto y bien razonado, a través del cual se construyeron los discursos contradictorios e incompatibles de los partidarios y detractores del teatro. La hipótesis principal del texto de Nicole, a partir de la cual de instituyó el enfrentamiento, es que la diversión es incompatible con la devoción, y la piedad con el espíritu mundano.

«"Todo el mundo", había escrito Pierre Nicole acerca de Desmarets, "sabe que su primera profesión fue hacer novelas y obras de teatro. Estas cualidades que no son muy honorables a juicio de la gente honrada, son horribles si se las consideras según los principios de la religión cristiana y las reglas de evangelio". Y ahí se iniciaba la gran guerra literaria del siglo XVII francés».

El mayor reparo de Nicole contra la novela es su capacidad de simulación; su efecto es más indeseable que el que puede afectar a la poesía. La razón es que las primeras se basan en la ficción narrativa, es decir, su capacidad de crear fantasías arbitrarias, y que su poca exigencia intelectual facilita el acceso a personas no cultivadas y carentes de espíritu crítico; en este sentido, la comedia es el peor de los géneros literarios. 

Molière sufrió la censura en sus propias carnes ―su Tartufo fue prohibido en 1664―, pero otros autores no directamente afectados como Racine, que escribía tragedias, se pusieron alerta porque temían que esa censura puntual se convirtiera en una prohibición general del teatro, como había sucedido en Inglaterra en 1642 y, anteriormente, en Ginebra en 1546.

«"La comedia [escribe Pierre Nicole] es un oficio que tiene por objetivo la diversión de los otros; donde unos hombres representan pasiones de odio, de cólera, de ambición, de venganza y principalmente de amor. Es preciso de que las expresen con la mayor naturalidad y viveza que les sea posible, y no podrían hacerlo si no las excitaran, de algún modo, en ellos mismos y si su alma no se las imprimiese para expresarlas exteriormente mediante gestos y palabras... Así, la comedia es, por su propia naturaleza, una escuela y un ejercicio del vicio, puesto que obliga necesariamente a excitar en uno mismo pasiones viciosas... Y así, a fuerza es confesar que es este un empleo profano e indigno de un cristiano y que están obligados a abandonar quienes lo ejercen"».

La corrupción inherente a la comedia actúa sobre el individuo desde dos polos de ataque: el contenido y el lenguaje, provocando la excitación de la concupiscencia, el orgullo y la autoestima desmesurada.

Las tesis de Pierre Nicole

El oficio de comediante es incompatible con la pureza del cristianismo, ya que las virtudes de este no son adecuadas para ser representadas. Las comedias, los bailes y las novelas impiden la dedicación del alma a Dios; al no representar nada sólido, debe ser objeto del horror y la aversión de un cristiano: no le está permitido a este buscar la diversión de la comedia ya que, junto a la novela, extinguen el amor de la palabra de Dios y asfixian y amortizan la devoción.

La comedia acostumbra inconscientemente al espíritu a ver sin horror la pasión del amor al imprimir una idea amable de la concupiscencia; al excitar en nosotros esta pasión, es difícil darnos, al mismo tiempo, los medios de regularla. Además, expone a tentaciones ante las cuales aun a los más fuertes les es difícil no sucumbir: inspira deseos de venganza, disfraza las pasiones para hacerlas más atrayentes y abusa del exceso y de lo extraordinario. Su objetivo es expresar las pasiones viciosas con elegancia, y todas las representaciones de las pasiones humanas son censurables.

La comedia no corrompe de golpe, sino poco a poco; por tanto, es temerario creerse capaz de resistir la gracia y presuntuoso esperar su socorro porque la predisposición crítica del espectador o del lector no evitan el carácter pecaminoso, y su efecto pernicioso es persistente porque, una vez establecido, puede ser fácilmente reactivado. El placer del espectador, que no busca el descanso del ánimo, sino su extravío, es señal de su aquiescencia con lo representado. 

La necesidad de descanso no puede servir de excusa. El reposo del espíritu no está en la diversión de la comedia, y la voluntariedad de esas diversiones las hacen menos perdonables.

Las comedias son especialmente peligrosas para las almas débiles y contrarias al modelo de vida cristiana, al espíritu del cristianismo y a la identificación de los peligros que la rodean. La incitación ciega al placer y hace olvidar los peligros que conlleva.

La apología de la comedia es tan grave como la participación directa. Nada hay más pernicioso que la moral de los poetas y de las novelas.

Contribuciones a favor de las tesis represivas de Pierre Nicole

Antoine Godeau: el teatro puede reformar al espíritu idólatra, pero para restablecer los hábitos correctos solo sirve la Iglesia.

Antoine de Singlin: las comedias son siempre infames por representar agradablemente los peores vicios, los pecados más execrables y las pasiones más reprobables.

Madame de Sablé: el efecto más pernicioso de la novela es la representación natural y delicada de las pasiones.

Blaise Pascal: todas las grandes diversiones son peligrosas para la vida cristiana.

Philippe Goibaud-Dubois: afea a Racine por criticar a Nicole y descarta la imparcialidad de aquel por tratarse de un autor teatral, reproduciendo las tesis del jansenista como argumento de autoridad.

Jean Barbier d'Aucour: ataca duramente a Racine negando su imparcialidad, y asimila, tendenciosamente, la censura a Nicole con la de Pascal, poniendo en boca de aquel acusaciones que no hizo para justificar su discurso.

Las líneas de defensa de los autores teatrales

Jean Racine: censura a Nicole por guiarse por razones personales y extender esa consideración a todos sus enemigos, poniendo como excusa a sus creencias religiosas, y rebate punto por punto sus argumentos. Responde a Philippe Goibaud-Dubois y a Jean Barbier d'Aucour; mediante un uso moderado del sarcasmo, desconsidera los argumentos porque no ve en ellos más que la ventriloquía de los jerifaltes de Port-Royal y extiende su crítica hasta llegar al propio Pascal ― todo ello en una carta que quedó inédita―.

Pierre Corneille: en el prefacio de Atila, se defiende sometiéndose a la censura eclesiástica y civil y apoyándose en los clásicos griegos y latinos.

Molière: en sus plàcets al rey sobre su Tartufo, defiende el papel de la comedia para poner en ridículo los vicios del siglo y a los creyentes hipócritas; a pesar de lo cual, incluida la inicial aprobación del propio monarca, Tartufo fue suspendida. 

Otros recursos relativos al tema de la Querelle en este blog:

Notas de Lectura de El suscitador. Apuntes sobre Francis Ponge

Notas de Lectura de Pour un Malherbe

Notas de Lectura de Poética

Notas de Lectura de Las abejas y las arañas

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