21 de diciembre de 2020

La segunda mano

 

La segunda mano o el trabajo de la cita. Antoine Compagnon. Acantilado, 2020
Traducción de Manuel Arranz

Antoine Compagnon, escritor y ensayista francés especialista en Proust y Montaigne, llegó a la literatura, después de cursar la licenciatura de Ingeniería de Caminos, tras descubrir que su verdadera vocación no consistía en construir puentes; a pesar de una formación académica de alta especialización, siempre se ha considerado un autodidacta. La segunda mano o el trabajo de la cita (La seconde main ou le travail de la citation, 2016) procede de una idea de tesis doctoral y fue su primer ensayo publicado.

Como objetivo inmediato, el texto intenta dar respuesta a una doble cuestión: el papel de la cita  como elemento literario, y el trabajo de la cita, es decir, la significación del acto de sustraer un fragmento de un discurso e insertarlo en otro.

«Hay más quehacer en interpretar las interpretaciones que en interpretar las cosas, y más libros sobre los libros que sobre cualquier otro tema; no hacemos sino glosarnos los unos a los otros». Michel de Montaigne, Ensayos, III, 13

Compagnon intenta responder a la cuestión principal de cómo administrar en un nuevo discurso lo ya dicho desde cuatro acercamientos:

1. Fenomenológico: qué significa la cita en la experiencia inmediata de la lectura y de la escritura.

2. Semiológico: cómo funciona el hecho de lenguaje que representa la cita y como signo.

3. Generalógico: el análisis de la función de la cita a lo largo de la historia.

4. Teratológico: búsqueda de los casos anómalos; entre estos, el uso y función de la cita en la actualidad.

1. Toda cita es fruto de la posibilidad de releer, una opción que la forma oral no permite. Subrayar permite al lector inmiscuirse en el libro, apropiárselo, y es el germen de la cita. Pero antes de esta acción, que consiste, fundamentalmente, en una detracción, debe tener lugar la invitación del texto a detenernos en un determinado pasaje, no tanto debido a una característica concreta de este sino a la disposición, que puede estar influida por los más variados factores, del lector.

La cita puede considerarse un anexo al texto en sí —una comprobación, un exordio, incluso un argumento de autoridad—; en definitiva, un relleno; pero también puede reservarse el papel principal, no siendo entonces el nuevo texto más que la ampliación de aquella, el nexo de unión,  necesario pero no imprescindible, entre una cita y la siguiente.

«Citare, significa poner en movimiento, hacer pasar del reposo a la acción. Los sentidos del verbo son los siguientes: en primer lugar, 'atraer, llamar' (de ahí la acepción jurídica de un requerimiento de comparecencia); a continuación, 'excitar, provocar'; y por último, en el vocabulario militar, 'otorgar una mención'. En cualquier caso, una potencia está en juego, aquella que pone en movimiento. En el vocabulario de la corrida, se dice que el torero cita al toro: provoca a distancia su embestida, lo incita agitando un señuelo ante sus ojos. Es precisamente este uso el que permanece más fiel al sentido original de la cita. Toda cita en el discurso procede de este principio y conserva su alcance etimológico: es un señuelo y una fuerza motriz, su sentido reside en el accidente o en el choque. Analizándola como un hecho de lenguaje, hay que contar con su potencia y tener cuidado con no neutralizarla, ya que esa potencia fenoménica, este poder movilizador, es la cita tal cual antes de servir para otra cosa».

2. La cita es un recurso multifuncional y sujeto a interpretación: la función que le atribuye el escritor que la incluye en su texto puede que no coincida con el sentido que le dio el autor ni con el que le adjudica el lector —o, mejor dicho, cada lector—. El fragmento que se va a citar —y que no es aún una cita— forma parte integrante de un discurso determinado; al aislarla de este, pierde su sentido original, y al insertarla en un discurso distinto, relacionado o no con el primero, adquiere otro  sentido que tampoco exige relación con este. De este modo, la cita comparte dos circunstancias: es un recurso interdiscursivo e intertextual.

«La cita procede de una doble arbitrariedad: la primera, la de la invitación, que se produce durante la lectura o durante la audición y me lleva a extraer de un ante factum, a ex-citar un fragmento leído o escuchado; la segunda, la de incitación, me lleva a insertar en mi propio discurso el fragmento tomado. Invitación e incitación desvinculan completamente la cita del referente, la "idea" que enunciaba la expresión en primer lugar, el ground del signo, y ponen en circulación la serie de los valores que la idea repite, aunque los valores y la repetición no suprimen jamás el azar que hay en el origen de la cita. El libre albedrío (invitación e incitación) es la potencia soberana que desea, que convierte todo acto de escritura, y ante todo la cita, en una demostración de fuerza de la que depende el sentido».

De hecho, el fragmento citado se desgaja de su sentido original, se elimina, y es sustituido por el sentido que adquiere su repetición, sumergida en el nuevo discurso.

3. Es de suponer que la cita como hecho lingüístico nace en paralelo al advenimiento del lenguaje, pero como concepto se remonta a la civilización griega, que distinguía entre cita de pensamiento y cita de discurso, momento en que se produce la primera disparidad: Platón considera el poder de la mímesis en el discurso directo como un maleficio, aunque emplea ese recurso del que abomina; Aristóteles, tomando el ejemplo de la catarsis de la tragedia, la considera un beneficio, pero se abstiene de utilizarla. Formalmente y de forma universal, se define como un pasaje de otro autor insertado en un discurso; funcionalmente, como autoridad, ornamentación, erudición, amplificación, pero también como argumento.

En cuanto a la verdad del enunciado, en la cita el proceso de verificación sufre una sustitución de objeto: ya no se inquiere sobre la veracidad del enunciado sino sobre la autenticidad de la repetición

«La cita de pensamiento, la repetitio sententiarum, es evidentemente la buena sententia: permanece cerca de las cosas, atañe al sentido y a los sentidos, sobrevive a su enunciación, ya que es en principio conceptual. Frente a ella, hay una figura de mal agüero, de la repetición que fracasa, la de las palabras: se llama vox, y solo ella se ajusta a nuestro empleo actual de la cita, donde son las palabras las que expresan la cosa que conviene repetir, y no el pensamiento que se quiere reproducir. La sententia, en definitiva, restituye el significado, mientras que la vox hace resonar el significante».

4. El concepto contemporáneo de cita aparece en la Edad Media de la mano de la teología y de la exégesis bíblica; con estos antecedentes, se sacrifican todas sus funcionalidades para convertirla únicamente en un argumento de autoridad, dando como resultado un discurso teologal que, partiendo de la repetición, se extenderá hasta la escolástica y derivará su influencia mucho más allá del texto religioso.

Desde esta perspectiva y siempre basándose en un rígido principio de autoridad, se genera una serie arborescente de textos que, partiendo de la cita bíblica, se ramifican apoyándose en textos anteriores, validados por aquella, que se subdividen, crecen y se intrincan como el ramaje de un árbol y cuya autoridad es incontestable porque todos remiten al primer comentario cuya fuente son las Escrituras; esta referencia última, incuestionable, funciona como fuente e impone el método.

«Cadenas, glosas , breviarios, rapsodias y libros de sentencias son colecciones de citas, los últimos retoños de la Biblia y del comentario. Estuvieron muy de moda hacia finales del período patrístico, durante toda la época escolástica, y conocieron las mayores tiradas en los principios de la imprenta. En efecto, si bien cumplen la ambición del comentario, rivalizar con las Escrituras como liber textus e incluso substituirlas, también marcan su final. El libro de sentencias se opone al discurso teologal como el montaje al comentario, lo discontinuo a la continuo, lo discreto a lo lineal. Mientras que el comentario seguía el texto palabra por palabra y el montaje rompe su curso, la cadena toma el texto y todos los comentarios oblicuamente. Es una síntesis previa a la que llevará a cabo la suma, y en este sentido no es indiferente que santo Tomás haya compuesto él mismo una cadena, la Catena aurea. Ahora bien,  el lugar común al comentario, a la suma, y a la cadena (o al Sic et non de Abelardo), el elemento que los vincula, histórica y metodológicamente, es la cita bíblica y patrística. Cuando la cadena y la suma suceden al comentario, conserva su elemento determinante y motor, el principio: se trata de citas que la colección toma oblicuamente, de citas cuya suma organiza la red. La cita sigue siendo el átomo del discurso teologal y de todos sus avatares».

5. El fin de la Edad Media certifica el agotamiento de la escolástica al tiempo que hurta a la Iglesia el monopolio de la regulación del discurso; como consecuencia, la cita pierde el valor simbólico que había poseído en la antigüedad así como el carácter de autoridad con que se invistió en el medioevo.

En ese proceso de crisis de la autoridad quien se lleva la peor parte es Aristóteles —una descalificación que tiene que ver con el abuso a que fue sometido por la escolástica medieval—. Empiezan a soplar vientos favorables a la razón, particularmente en el ámbito francés, y su predominio se afianza sobre las ruinas de la cita aristotélica; el hecho de que Montaigne escriba sus Ensayos directamente en francés es otra estocada a la auctoritas y uno de los signos que preceden al advenimiento de la cita moderna; otro, más que formal a pesar de su apariencia, la inclusión, propiciada por el invento de la imprenta —que conlleva también una nueva distribución espacial de la escritura en el volumen impreso: título al principio, índice al final, junto con otras innovaciones—, es la marcación e identificación del texto de la cita mediante un signo ortográfico: las comillas.

«La posibilidad de una evolución de los tipos móviles al texto, pasando por el emblema, el adagio y la cita, descansa en una identidad supuesta de toda la teoría del lenguaje, a cualquier nivel de análisis que sea: letra, palabra, frase, discurso, son otras tantas reificaciones del lenguaje por medio de la tipografía que las reproduce de forma similar, menos como signos que como impresae o emblemas, como cosas. La equivalencia entre todos los niveles de lenguaje está garantizada al principio por los tipos móviles, las más pequeñas unidades lingüísticas, y la pertinencia. Si el signo es tipo móvil y si el tipo móvil es signo, es decir, en una concepción no únicamente instrumental, sino tipográfica del lenguaje, entonces hay continuidad y homogeneidad de todos los hechos del lenguaje. El mismo modelo subsiste y vale cuando es desplazado y trasladado de la letra al discurso, del constituyente primitivo a las complejas estructuras que lo integran. El tipo móvil tiene el poder de generar discurso, como si no hubiese ninguna diferencia cualitativa entre el modelo, la matriz de la letra, las del grabado o la plancha, la de la página y el libro, y por lo tanto, la de la cita [...] Montaigne recurrirá a otros dos términos, pero jamás al de la cita: esos términos son alegación y préstamo. El segundo es propio de él y concierne preferentemente a su práctica personal: el primero, por el contrario, que Montaigne hereda de la tradición escolástica, se aplica más fácilmente al uso de la cita, en particular de Aristóteles, que Montaigne denuncia entre sus contemporáneos, es decir, a la auctoritas, Montaigne se abstiene de alegar, mientras que reivindica el derecho al préstamo».

Montaigne, en la habitación circular de su torre, inscribe cincuenta y siete sentencias en las vigas del techo, no tanto como sendos eslóganes sino como insignias, frases que escoge para representarse a sí mismo. Su medallón personal, entre otros elementos, contiene una balanza en equilibrio —justicia, pero también templanza, y que, además de un objeto, representa también la acción del pesaje como evaluación de los signos; en latín, exagium, origen de la palabra francesa essai, nueva denominación de prueba, ejercicio: "Lo único que me propongo aquí es mostrarme a mí mismo, que seré tal vez distinto mañana si un nuevo aprendizaje me modifica". (Ensayos, I, 26)— y la divisa pirrónica "me abstengo" —la epojé—; el conjunto de ambos, imagen y divisa, componen la configuración típica del emblema.

En consonancia con su proyecto, Montaigne —¿cómo puede abjurar de la cita si la usa constantemente?— distingue la alegación del préstamo. Reniega de la primera, aunque la use convirtiéndola en una paráfrasis en francés del texto original para servir de auxilio a su propia opinión, ya formada, nunca como recurso de auctoritas. En cuanto al segundo, mayormente añadido por su propia mano a la edición original de 1588, del que se acostumbra a omitir el nombre del autor, no aparece segregado del texto sino incorporado a modo de apostilla y como consecuencia de su lectura del texto de los Ensayos porque "me sucede a menudo que encuentro por azar en los buenos autores los mismos asuntos que he intentado tratar". (Ensayos, I, 25); el préstamo es fruto, pues, de una coincidencia, y no añade nada en absoluto al corpus de su libro.

«Mediante el juicio, toda proposición y toda idea se convierten en estrictamente personales. Esta es la razón por la que, en la escritura misma, el préstamo y la cita no tendrán ningún valor propio ni especial. Estarán totalmente determinados por el juicio, como si bastase con postular esta instancia del sujeto para que la repetición de lo ya dicho no sea más que producto del azar, encuentro contingente entre dos juicios completamente autónomos, libres de toda tensión diacrónica, producto de la casualidad o de la simple sucesión».

6. La relación entre el texto citado y el citante, entre los autores de ambos, y la del texto del que se extrae y aquel en el que se inserta como sistemas cerrados ha sido plenamente normalizada a lo largo de la historia de la literatura. Pero cualquier sistema que, aunque equilibrado, no puede impedir la digresión de alguna de sus relaciones, está sujeto a modificaciones que o bien rompan ese equilibrio o bien, aun sin romperlo, generen otro nuevo. Compagnon distingue dos variedades: la regresión, que consiste en una vuelta a las fórmulas incompletas del sistema, y la perversión, que afectaría al ámbito de tolerancia de ese sistema, es decir, hasta dónde puede mantener su integridad.

«La estructura "normal" de la cita, que tiene la función de un principio de regulación de la escritura, pone en relación dos sistemas semióticos, cada uno de ellos supuestamente completo y autónomo (compuesto de un sujeto y de un texto), así como independientemente entre sí. La relación establecida por una cita es, por lo tanto, parcial y puntual. Una aberración de esta estructura sería una cita que suprimiera la independencia de los dos sistemas, que los emparejara o incluso los confundiera, como es el caso de la copia. Esta aberración excede con mucho el campo de acción de la cita "normal", una micro-estructura o un epifenómeno en el texto, incluso si este epifenómeno tiene un valor considerable de control. La disfunción provoca un acoplamiento global de los dos sistemas, y no solamente parcial o puntual».

En todo caso, el tratamiento —incluso el propio concepto— de la cita ha variado desde la antigüedad clásica hasta el barroco y después del Romanticismo, que siempre ha significado una cesura, para lo bueno y para lo malo, hasta nuestros días, ampliando el campo de utilización  y su propia significación. Su futuro, igual que el de la escritura, permanece bierto y probablemente incluya funcionalidades que ahora mismo no podemos ni imaginar.

Otros recursos relativos al autor en este blog:

Fe de Lectura de Quaranta nits amb Montaigne

Fe de Lectura de El demonio de la teoría

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