Veinte líneas por día. Harry Mathews. Mansalva, 2015 Traducción de Cecilia Pavón |
Llevado por un francófilo afán de experimentación -su adscripción al OuLiPo no era tan solo nominal-, Mathews se pregunta si puede crearse un artefacto literario no ya desarrollando un tema, la opción lógica y natural, sino desarrollando la falta de un tema y, al mismo tiempo, cuestionando la mitificación del acto de la escritura; con esta intención, y siguiendo el planteamiento programático de Stendhal de escribir vingt lignes par jour, géni ou pas, se propone hacer exactamente eso, escribir veinte líneas cada día; lo hará como primera tarea diaria, por la mañana, antes de ponerse a escribir sus obras serias -un ejercicio propositivo, como corresponde al horario que se impone, y no recopilatorio, como sería el caso común de hacerlo al finalizar la jornada, y menos contaminado que este último por el devenir diario-, a pesar de sus dudas acerca de si debe considerarlo una regla, un hábito o un mero entretenimiento pero teniendo en cuenta que, por la naturaleza del contenido, será seguramente el espejo que reflejará con más fidelidad su personalidad de escritor.
Independientemente de la motivación, en esta ocasión claramente experimental, se podría calificar el intento como un caso de literatura circunstancial, a semejanza de la consideración sintáctica, es decir, literatura sin objeto directo ni indirecto, la escritura por la escritura. Mathews responde a la obligación autoimpuesta con plena libertad temática y sin más constricción que ese mismo compromiso. El resultado, necesariamente fragmentario -aunque microscópicamente podrían rastrearse algunos rastros de temas convencionales-, es un conjunto de 126 escritos que abarcan desde el 16 de marzo de 1983 hasta el 26 de junio de 1984 frescos, desprejuiciados, fruto de observaciones instantáneas o preocupaciones accesorias; entre ellos, puntos de vista en forma de borrador y afiliaciones súbitas, adicciones sustituibles y expectativas irrealizables, autorreproches merecidos y propósitos aplazados, dudas sobre la escritura como hecho artístico y divagaciones acerca del proyecto en sí mismo, su amor incondicional por Georges Perec y su rechazo a trasladarlo a sus libros como si ese sentimiento pudiera medirse en términos literarios, la formulación de propósitos ineludibles y la inutilidad de los proyectos a largo plazo, las constante búsqueda de reconocimiento y las ininterrumpidas amonestaciones por su falta de compromiso; en definitiva, la imposibilidad de encerrar en veinte líneas todo lo que se quiere decir y la inutilidad de todo lo que parece necesitar más de diez.
Veinte líneas por día es un excelente ejercicio literario que, de forma parecida a los Diarios y a los Cuadernos de Notas, acerca al lector a la cara más personal del escritor. Lástima que esa edición adolezca de una pésima traducción, de una tipografía microscópica, y se haya publicado sin ningún tipo de corrección ni tipográfica ni gramatical.
Calificación: ****/*****
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