12 de agosto de 2016

Autobiografía de un búfalo pardo

Autobiografía de un búfalo pardo. Óscar Zeta Acosta. Dirty Works, 2016
Introducción: Hunter S. Thompson. Prólogo: Carlos Velázquez. Traducción: Javier Lucini
"Un hombre debe exponerse por completo, airear todas sus vergüenzas, si pretende acceder a la verdadera gloria."
Óscar Zeta Acosta, el Búfalo Pardo, es tal vez uno de los personajes más insólitos y fascinantes de la historia de los chicanos, titular de una vida alucinante de drogas -anfetaminas y LSD-, sexo -mucho en potencia y poco en acto, si hacemos caso a sus propias declaraciones; las relaciones frustradas en su mayor parte con las mujeres son una constante, incluso con la variedad de especímenes (otro Amante de las cicatrices, vamos) con los que se encuentra:
 "La besé en la boca y recorrí sus brackets con mi lengua. Hasta el día de hoy nada hay que me la ponga más dura que una lisiada. Cualquiera con unos brackets, una escayola o un vendaje me tendrá bajo su hechizo. Cada vez que veo una chica con brackets, no importa lo gorda o fea que sea, se me derriten las entrañas"-
y alcohol -cualquier bebedizo que superara los 40º servía-, referenciado por algunos de los gurús más santificados de la contracultura norteamericana, aunque ignorado como consecuencia de su origen; en la contracultura oficial también había clases; claro que también Acosta tenía su opinión acerca de los beats:
"Hablo como historiador, como cronista aquejado de ardor de estómago. No siento el menor aprecio por el pasado. Ginsberg y aquellas cafeterías rebosantes de guitarristas muertos de hambre siempre me la sudaron bastante. Nunca se tomaron en serio lo de beber. Y lo cierto es que se agarraron a lo que les cayó encima. Era su mala suerte lo que les llevaba a salir corriendo para toparse en la carretera con zánganos del calibre de Kerouac, para regresar años después con el pelo más largo y puestos de puta marihuana hasta el culo al grito de Paz, Amor y Mota. Igual de arruinados que siempre."
Siendo abogado del Programa Contra la Pobreza del Centro de Servicios Sociales de Oakland y Los Ángeles, en una de sus muchas "ausencias", decidió abandonar el trabajo y sus círculos de amistades y de cómplices, es decir, el sistema y se echó a la carretera con unos pocos dólares y su Plymouth verde del 65; el fruto de este viaje, con esporádicos flashbacks a un pasado en el que incluso de convirtió en misionero baptista en la selva centroafricana durante dos años -y, lo peor, sin blasfemar, sin fumar, sin beber y sin follar- es su Autobiografía de un Búfalo Pardo (Autobiography of a Brown Buffalo, 1972); justo antes de su primera publicación, realizó un viaje de placer con Hunter S. Thompson a Las Vegas, que éste inmortalizó en Miedo y asco en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas, 1971), uno de cuyos protagonistas, el Doctor Gonzo, es precisamente Acosta. Posteriormente, en 1973, Acosta publicó La rebelión del Pueblo Cucaracha (The Revolt of the Cockroach People), para desaparecer sin dejar más rastro que una llamada a su hijo, un año después, en México, cuando "estaba a punto de subir a un barco lleno de nieve blanca".

Desmadre absoluto, ésa es la palabra clave de la Autobiografía, unas pocas y excepcionales ocasiones de lucidez -quiero decir de sobriedad, no necesariamente de lucidez- entre nebulosas de alcohol de diversas concentraciones, desde Budweiser en tandas de 12 latas hasta whisky home-made
 "Sí, señor, nos habíamos ventilado una caja enterita de Budweiser. He aquí a uno de los míos. En los tiempos que corren es difícil dar con un buen bebedor, todo el mundo anda con lo de las putas flores y el fumeteo",  
de LSD-25 camuflados como aspirinas, anfetaminas y todo un catálogo de estupefacientes -ahí sí está la lucidez, deslumbrante-. Todos estos EAC -Estados Alterados de Conciencia para los académicos- le proporcionan una rica y variada vida interior: la presencia continua del comecocos judío, que acostumbra a aparecer cuando menos se lo espera, comúnmente en el lavabo y en el asiento del copiloto del Plymouth, y sin tener que hacer frente a insaldables minutas de honorarios; la posibilidad de consultar con el viejo Bogey, con su sonrisa aviesa, algunas dudas puntuales; o incluso concertar húmedos encuentros en la ducha con la vecina.
"¿Otro accidente? ¿Qué coño estoy haciendo con los dedos metidos en la boca? ¿Y por qué Edward G. Robinson me está mirando de este modo? ¿La que desciende desde el techo es de verdad Shirley Temple? ¿Y quién le está clavando agujas a Nixon en los ojos? ¿Por qué va a tener los ojos llenos de sangre si no es a causa de unos cuchillos hirvientes? Escucho rumores extraños en lo alto. El ajetreo de las garras de un monstruo sobre una superficie de madera dura. ¿Será una catarata?"
Calificación: ***/****

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