21 de enero de 2019

El Origen de los Brunistas

El Origen de los Brunistas. Robert Coover. Editorial Pálido Fuego, 2019
Traducción de José Luis Amores
El Origen de los Brunistas (The Origin of Brunists, 1966) es la primera novela publicada por Robert Coover y fue merecedora del Premio de la Fundación William Faulkner a la mejor primera novela.

El relato, cuya publicación de enmarca cronológicamente en plena década de los años 60 del siglo pasado, una época que vive el renacimiento de las sectas milenaristas y de las creencias sincretistas que dieron lugar a los movimientos  socio-religiosos agrupados bajo la denominación de New Age, se localiza en un poblado minero del medio oeste norteamericano en el que la mayoría de la población, religiosamente muy activa, depende económicamente de una explotación de carbón; y se centra en Giovanni Bruno -cuyo similitud onomástica con Giordano Bruno no es casual y sí, en cambio, una muestra de la fina ironía del autor-, un minero ocasional que, debido a su aislamiento personal y al nulo ascendiente que goza por parte de sus colegas, suele ser la diana de las burlas de sus compañeros, de sus bromas de machotes y de sus novatadas en la mina, un paisaje desolador de individuos palurdos, incultos y bestias pero, eso sí, o tal vez por eso, profundamente religiosos.


Una explosión en una galería provoca un derrumbamiento en el que sucumben, tras un largo aislamiento, casi un centenar de mineros. Sus familias, atónitas, asisten a los intentos de rescate con las esperanzas puestas en la ayuda de Dios y en la hipotética solidaridad de los accidentados.

"Las malas noticias vuelan como cuervos. Viajan por la radio, por teléfono, de boca en boca. Cubren y atraviesan las oscurecidas calles del pueblo. Revolotean, aletean, corren más que vuelan. Hace un frío propio de noche de enero pero nadie lo nota. Salen a la calle desabrigados para preguntar, para responder, para confirmar rumores. Las mujeres chillan y los vecinos se abaten sobre ellas, las meten a la fuerza en casas de tejas de madera entre temblores solícitos. Han muerto trescientos. Se han salvado todos. Dios socorrerá a los buenos. Todos los buenos han muerto. Aletean. Alteran. Los teléfonos se colapsan. ¡Por favor, dejen libre la línea! ¡Es una emergencia! La gente corre desguarnecida bajo las enredadas ramas de los adustos olmos, para confirmar su presencia. Nadie está solo. Las luces crean pliegues iluminados, las puertas se abren de golpe. Las radios inundan salas de estar y cocinas, se filtran en calles ajetreadas, guían coches. Un policía intenta hacerlos retroceder, pero ahora avanzan en una doble columna y no hay manera de volver. Todo se detiene. En todo coche se oye la misma música impasible, las llamadas insistentes, pero aún no se sabe nada. Se bajan ventanillas y los cuervos vuelven a revolotear."
La situación de emergencia hace aflorar lo mejor y lo peor de cada individuo; y esta regla rige tanto para los mineros que han sobrevivido a la explosión pero, encerrados por el derrumbamiento, buscan una salida de la mina, auxiliados por la esperanza de salvación y confortados por una fe esencial y primitiva pero eficaz, como para la gente de fuera, los parientes de los accidentados, los servicios de emergencia, las autoridades y los simples curiosos atraídos por la morbosidad excitante del hecho insólito.

La religiosidad básica y elemental, apoyada en la experiencia personal y en la ilusión de sostener una comunicación directa con un Dios con atribuciones taumatúrgicas, hace derivar la creencia hacia el  seguimiento incuestionado de una revelación de índole personal a un individuo que combina a la perfección, como en todos los casos similares, las escasas luces y una desmedida ambición personal. En ese contexto mental, no es extraño que aparezca una interpretación religiosa del desastre: o bien es debido a un castigo divino por el tipo de vida, alejada de la religión, de los habitantes del lugar; o bien una prueba definitiva de la fe en sus designios que separará definitivamente a los fieles de los infieles. Cualquiera de ambas interpretaciones -o incluso de forma simultánea- parecen entrar en consideración teniendo en cuenta la resolución del accidente: todos los compañeros del grupo en el que figuraba Bruno, después de algunas escenas que muestran la solidaridad de los accidentados leves con respecto a los más afectados por la explosión, solidaridad en la que, por cierto, no participa Bruno en ningún momento, han fallecido por envenenamiento de monóxido de carbono, mientras que él, milagrosamente -así parece indicarlo la visión de un Pájaro Blanco en la oscuridad de la mina- sale con vida.

Los hechos sucedidos pasan a un segundo plano cuando hay una buena historia que contar: el avispado director del periódico local -uno de los protagonistas principales de la novela- ve la posibilidad de una buena historia y toma cartas en el asunto. Este principio sobre el que se sustenta la prensa amarilla sirve también para la religión: no importan tanto los hechos como su interpretación, y el que consiga imponer la suya obtendrá toda suerte de beneficios, en particular el más preciado para ambos: la audiencia para una, la feligresía para la otra. 

La cuestión que subyace, en el plano más teórico, al fenómeno religioso versa acerca de los que son los cuatro puntos de apoyo que soportan la implantación de una creencia religiosa: la apelación a una profecía anterior a su propia existencia que pueda ser interpretada como vaticinio de su advenimiento; un hecho notorio de índole abstracta; una buena campaña de comunicación; y, en especial, un grupo relativamente numeroso de imbéciles.
"Además, para Ralph Himebaugh, el Uno, si su universo de partícula vociferantes podía describiese así, era la mancha de la muerte en su inconsciente expansión -el vacío no era hermoso sino negro- y Eleanor, la mistagoga, había proporcionado a Ralph, el querido discípulo, una nueva clase de fe: si esa mancha, lo que ella llamaba "densidad" u la "fuerza de oscuridad", era en efecto inconsciente y aleatoria, ¿cómo explicarse el sistema matemático que él mismo empleaba? Si todo era azaroso, ¿de dónde vencía el orden, por muy tenue que pudiera parecer? Si todo era irracional, ¿cómo explicar la razón? Como el día, ella cubría y penetraba la noche de él. ¿Es que no veía que debía haber una fuerza afirmativa, disciplinante, un ascendiente, en el universo? ¿Que si había oscuridad y densidad, también debía haber luz?"
Toda nueva creencia -u orientación, o escisión de una ya existente- se sustenta en el fenómeno del desplazamiento de la creencia. La religión no es un fenómeno aislado: cada nuevo dogma no se implanta en una tabula rasa, necesita un terreno abonado por, a nivel social, una antigua doctrina que haya ido perdiendo vigencia -un hecho excepcional puede actuar como catalizador aunque, en su origen, no parezcan relacionados de forma directa- y, en el plano personal, por una personalidad dependiente dispuesta a ser captada, una especie de predisposición psíquica para ser seducido; en ambos casos, el nuevo credo viene a rellenar un hueco más o menos reconocido, con lo que su implantación es tan rápida como incuestionable. En este aspecto, tanto la fe simple y elemental de toda la comunidad de West Condon en esa versión restringida del cristianismo puritano como la más compleja de la señora Norton en la entidad que denomina Domiron -y que, a pesar de derivar del cristianismo cumple la función de dios personal característica del evangelismo, e incluso la comunicación directa, aunque codificada, con su acólita- actúan como desencadenante de la aparición de un nuevo profeta.
"Eleanor [Norton] y Wylie volvieron a casa de los funerales del martes deprimidos y, por parte de ella, confusa. Tantas muertes a la vez, los mensajes irregulares y paradójicos que estaba recibiendo, el tiempo inclemente: Eleanor estaba asustada, se sentía débil y mareada ante el desafío, pero no podía resistir la emoción. El día anterior había intentado visitar al señor Bruno, el minero rescatado, pero le informaron que no había despertado del coma. Volvería a intentarlo al día siguiente, si acaso seguía vivo. Y ella estaba segura de que viviría. En aquel momento aún entendía bastante poco, pero estaba convencida de que Giovanni Bruno formaba parte de algún modo de todo ello."
Coover sabe que el mensaje -siempre que lo haya, circunstancia que no es tan frecuente como podría parecer- no es lo más importante; ni siquiera lo es el profeta -"un niño acosado convertido en psicópata adulto egocéntrico, oculto ahora, tras aquella repentina salpicadura de gloria; una pérdida de tiempo", en palabras de Miller, el editor del periódico local-, sino la audiencia. 
"El juego era lo que mantenía a Miller en marcha. Eso, y el apaciguamiento de mente y órganos. Miller percibía la existencia como una vaga concatenación de instantes separados y básicamente intrascendentes, cada uno coloreado por las acciones que le precedían, pero cada uno imbuido de una mínima libertad de maniobra propia. La vida era, pues, una serie de ajustes a tales acciones y, si uno mantenía sentido del humor y daba pie a tantas de dichas acciones como fuera posible, el ajuste era más fácil."
Y por esa razón, los papeles principales de la revangelización corren a cargo de la inspirada señora Norton, que representa los antecedentes y el efecto de la nueva profecía a nivel personal, y del señor Miller, que tiene a su cargo los aspectos subsecuentes y la publicidad de la nueva fe, unido, en su caso, con una poco espiritual admiración por la hermana del profeta, y tan atento a las noticias como a las vecinas disponibles.
"Miller, aunque no la había visto antes del desastre, la conocía: era el desconcertante epílogo a su época de erotismo estudiantil en el pueblo, de su fatuo gusto posterior por florecillas sin seso que se deterioraban al primer envite. Pese al tacto embriagador de sus tersos cuerpos adolescentes y al fragante calor de los sudorosos escarceos preliminares, la conquista acababa siempre en apatía; al final, cedían por falta de imaginación. Zafarse era penoso, pero rara vez difícil: curiosamente, eran ellas mismas las que por lo general le conducían a la siguiente. Se casaban por la razón por la que cedían, y cuando el consabido veneno de la progenie les amargaba la vida, no quedaba nada; unos pocos movimientos e instintos infantiles a los que se aferraban con aire ausente."
La estructura de la novela, coral en los personajes y tangencial en cuanto a la trama, contiene tres  capítulos centrales: las citas con el apocalipsis anunciado, aunque de forma harto imprecisa, por Bruno. En el primero de ellos, avanzado por el predicador fallecido en la mina -aunque de forma poco concreta, pero la predisposición de los fieles es incondicional-, el incumplimiento de la profecía no hace mella en la fe de los promotores -la fe es ciega y no entiende ni puede soportar decepciones-, y el rechazo del predicador que sustituyó al accidentado es interpretado como un ataque de envidia. Seguramente, se intentó precisar lo imprecisable, dirán los fieles, derrengados por la tensa espera del fin que no llegó, así que lo que hay que hacer es reformular la profecía de forma más oscura, si cabe, que la expresión inicial: ese papel es ya competencia directa de Bruno, que de este modo adquiere el papel de vate oficial, heredado directamente del predicador fallecido a través de la visión compartida del Pájaro Blanco.

Una vez fijada la nueva fecha para la manifestación, West Condon queda sumido en un somnoliento impasse en el que cada ciudadano aprovecha para ponerse al corriente en sus relaciones con sus prójimos y con Dios -cada cual con el suyo-. Esa otra reunión tiene lugar en el domicilio de Bruno, aún convaleciente, en la que se espera recibir, por fin, la buena nueva, después del fiasco de la primera, pero ahora convocada por una visión, igual de imprecisa que la anterior, del propio Bruno. Al igual que se modifica la fecha y la forma del mensaje, la incipiente creencia va también transformándose: es imprescindible que se vaya adaptando a los requerimientos sociales y, dado el nulo papel participativo en el negocio del causante de la revelación, de los personajes que llevan las riendas; el Dios cristiano se aleja del foco principal -el cristianismo oficial es muy celoso de su sistema de creencias y, además, tiene la jerarquía completa- y va tomando su lugar un espiritismo de baja intensidad con cierto matiz sincrético.
"-Justicia y salvación, la supuesta Segunda Venida, la enormemente recargada parábola de la Cruz, ángeles y demonios y pecado... ¡pecado! ¡Cielo santo! Al final, señor Miller, todos somos emanaciones del alma del mundo, ¿verdad? En última instancia todos participamos, guste o no, de lo que comúnmente se denomina lo divino, y el único pecado concebible en tal caso es la ignorancia obstinada de nuestra verdadera condición. ¿No es así?"
Pero el verdadero protagonista de la nueva religión, el desencadenante que dará nombre a la secta, tiene muy poco papel en la novela; Coover va desgranando la historia a través de los personajes responsables de su expansión; con ello, refuerza la idea de que el verdadero responsable es el entorno, mientras que Bruno es únicamente la excusa, el instrumento utilizado por aquellos para conseguir los fines deseados.
"La señora Norton volvió, buscó explicación escrita de Domiron, pero terminó por rendirse ante la escasa atención del público. Himebaugh se encogió en un rincón y miró a Bruno. Miller le daba vueltas al supuesto mensaje con que este había insuflado tal dramatismo en la reunión. La tumba es su mensaje. Sin sentido, y sin embargo cargado de implicaciones. Tumba podía interpretarse como seno, la palabra del poema de Bruno que Bonali había logrado recordar. Aunque, ¿tenía Bruno de veras en mente la nota de muerte de Ely Collins, como todos parecían asumir? Miller dudaba que el tipo entendiese siquiera que tal nota existía, se preguntaba incluso si comprendía el mero hecho de la muerte de Collins. Entonces, ¿adónde quería llegar? Si el tipo estaba en sus cabales, podía haber respondido a la pregunta de la noche, ¿qué significaba la venida de la luz?, con la palabra: Muerte; o: la resurrección de Cristo. Pero, ¿estaba de veras Giovanni Bruno en sus cabales? Francamente, Miller pensaba que no, no por lo que había visto hasta el momento. No, la explicación más plausible era que le habría oído algo en esa vena a la señora Norton, o a los demás presentes aquella noche, y había pergeñado su propia paráfrasis abreviada. Miller decidió echar una ojeada a los cuadernos de la señora Norton en cuanto fuera posible."
A pesar de que ninguno de los asistentes tiene una idea muy clara de la naturaleza del hecho que se espera, la expectación es máxima, y esa ilusión hace que cualquier suceso, por más trivial que sea, pueda ser interpretado como manifestación. Esto es exactamente lo que acaba sucediendo, aunque nada es tan concluyente como para zanjar de forma definitiva el asunto del mensaje, dejando de nuevo abiertas las posibilidades de interpretación, una opción que permite la posterior ampliación y seguimiento. La poca o nula precisión es favorable a la exégesis, y todas las creencias se apoyan en ella para ampliar la base de la fe y el número de adeptos. Esa época de incubación permite, por ejemplo, que el mensaje vaya calando y, en una comunidad reducida como la de West Condon, adquiera el carácter de asunto público y se extienda con muy poca oposición.
"¿Qué importa que se haya decretado discreción? El Espíritu se manifiesta mediante señales. Pues, de lo contrario, ¿cómo explicar las malvarrosas arrancadas de la viuda Wilson, el excremento en su porche, la firma de la "Mano Negra"? ¿O el robo del columpio del porche de la señora Lawson, la rata muerta dejada en el alféizar de su ventana? ¿La inexplicable muerte del perdiguero del señor Hall? Hemorragia interna, según el diagnóstico del doctor Norton, el veterinario local. ¿O cómo interpretar el cuchicheo feroz entre las viejas en la iglesia de St. Stephen? "Fatti dil diavolo!" ¿O el regreso de los chistes sobre San Pedro -Saint Píter, patrón de los pitos- en bares y a la salida de la iglesia los domingos? ¿O las paridas de los críos en los vestuarios del instituto? "¡Dios santo! ¿El fin del mundo ya y yo todavía casi virgen!" ¿Cómo si no entender las llamadas anónimas recibidas en casa del minero Bruno, la aparición en el diario local de historias raras sobre augures y magos medievales, las exaltadas prédicas contra la herejía lanzadas desde el púlpito de la Iglesia del Nazareno?"
La calidad del mensaje, a menudo, no es garantía suficiente de éxito, una situación que, en este caso, se ve agravada por la poca precisión conceptual y lo difuso del objetivo; además, la insuficiente credibilidad de algunos de los promotores y la indecisión del director del periódico, abrumado por asuntos colaterales al nuevo culto, llevan la Revelación a un punto muerto. Hace falta un nuevo catalizador, a poder ser que actúe desde campos ajenos a la creencia y que sea resultado de la combinación de diversos elementos: una nueva cita, la tercera, esta vez la definitiva, a la que se pueda conferir un poder de convocatoria ineludible; la aparición de un enemigo reconocible que refuerce la homogeneidad del grupo; y una traición, un Judas bíblico cuya maldad sea la prueba definitiva de la verdad de la revelación.
"Advirtió que su mente también se había preparado sutilmente para un final al día siguiente: el lunes había sido y era aún una fantasía. Los proyectos siempre tenían eso. Conformaban algo que parecía sólido y real, algo en lo que centrarse, pero siempre ocultaban esa espesa maraña de ambigüedades sin fin que eran lo único auténtico de este mundo."
La última y definitiva cita desata una espiral de acontecimientos inesperados, las diferencias se convierten en enemistades y la locura colectiva se adueña de las distintas facciones, maximizando los desacuerdos y saldando rencillas olvidadas: el apocalipsis -la revelación no ha revelado nada- no ha sido como esperaban los Brunistas -aunque Giovanni ha completado su propia serie de "Las Últimas Siete Palabras"- pero sí que ha acabado con la paz ciudadana. 
"En junio, los Nazarenos Reformados Seguidores de Giovanni Bruno de todo el mundo volvieron a esperar la Venida de La Luz. Era domingo, día siete, siete domingos despues del diecinueve de abril, pero esperaron hasta medianoche porque el día siguiente era ocho, y la ma de Elaine aún no había apartado esa idea del todo. Fue un acontecimiento extraordinario -aunque, según resultó, de nuevo un tanto simbólico-, hubo enormes concentraciones en todas partes, todas ellas cubiertas por televisiones, prensa y radio de todo el mundo: como si esa noche no hubiera ocurrido literalmente otra cosa en el mundo. De hecho, Elaine se sintió rara al leer los periódicos del día siguiente y descubrir que de hecho habían ocurrido muchas otras cosas. Y cosa rara: pese a lo emocionante que fue la reunión de su grupo y la importancia que ella tuvo en la misma, no dejó de sentirse toda la noche como si prefiriera verlo por la tele, como si fuera ahí donde aquello estaba sucediendo en realidad."
Una serie de Venidas, acabadas todas en fiasco, no solo no minan la solidez del grupo, sino que confirman su idea de seguir por el camino correcto: cada fracaso es visto como una victoria de su fe, cada nueva convocatoria significa una oportunidad para publicitar el mensaje y ampliar la comunidad de adeptos, y cada decepción supone una prueba superada que refuerza al colectivo.
"Todos se pusieron en pie y aplaudieron y vitorearon y lloraron y dijeron que tenía que dar ese discurso por televisión, pues seguro que nadie podría resistirse, y luego el obispo Clegg les condujo en ferviente rezo. Se habían puesto el nombre de Nazarenos Reformados Seguidores de Giovanni Bruno, pero esa noche decidieron volver al que el señor Miller les había puesto: los Brunistas."
Coover no sigue una narración lineal y cronológica sino que compone tantas líneas narrativas como escenarios -y, como consecuencia, personajes o grupos de personajes: no existen apenas escenas individuales (excepto los encuentros amorosos), todas las situaciones se exponen y se resuelven, narrativamente, en forma coral, extremo que refuerza la verosimilitud de unas situaciones insólitas- y tantas intervenciones como sean necesarias para enmarcar cada uno de los hechos en la acción central mediante la disolución de la trama principal en una serie de narraciones-satélite que la definen como unidad. Esa fragmentación, o, mejor dicho, esa multiplicidad de voces y de escenarios, hacen de El Origen de los Brunistas un mecanismo narrativo de altísima efectividad; Robert Coover escribió con posterioridad excelentes novelas, pero es indudable que esta es una de las mejores.

Calificación: *****/*****

Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de Lectura de La hoguera pública
Notas de Lectura de Pinocho en Venecia
Notes de Lectura de La festa de Gerald

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