“Semant icy un mot, icy un autre, eschantillons dépris de leur piece, escartez, sans dessein, sans promesse : je ne suis pas tenu d'en faire bon, ny de m'y tenir moy-mesme, sans varier, quand il me plaist, et me rendre au doubte et incertitude, et à ma maistresse forme, qui est l'ignorance.”
Michel de Montaigne. Essais, Livre I, Chapitre L, “De Democritus et Heraclitus”.
Michel de Montaigne. Essais, Livre I, Chapitre L, “De Democritus et Heraclitus”.
5 de junio de 2009
El sentido del pasado
A todo el que se proponga leer esta reseña, una advertencia previa: mi incondicional admiración por Henry James, autor de una de las mejores nouvelles de la historia de la literatura occidental, Otra vuelta de tuerca, y de alguna de las novelas más admirables, Retrato de una dama, por ejemplo, me impide ser imparcial. Lo que sigue, pues, es pura admiración.
El sentido del pasado es una novela inacabada; la edición de El Cobre presenta unos cuantos capítulos igualmente inacabados y una serie de notas que James dejó dictadas y que constituyen el plan de la obra, un borrador extremadamente interesante por lo que representan de inmersión –tal vez cabría hablar incluso de “invasión”, ya que el destino de esas notas no era ser publicadas- en la cocina literaria del autor anglo-norteamericano. A pesar de ello, El sentido del pasado es James al ciento por ciento: vocabulario preciso, acción contenida hasta el límite, diálogos absorbentes y, como es usual, sintaxis diabólicamente intrincada. Como ejemplo, las ciento cincuenta páginas del “Libro Cuarto”, una entrevista entre cuatro personajes en una situación claustrofóbica, angustiosa, opresiva, donde cada participante es llevado al límite de su tolerancia y, alguno de ellos, de su inteligencia. Magistral.
La trama, apenas en estado de esbozo, tiene que ver con la inmersión –otra vez esa palabra… ¿por qué se asocia Henry James con la “inmersión”?- en el pasado del protagonista debido a la visión de un cuadro antiguo, y con las relaciones con los personajes de ambas épocas. Pero siendo James, ¿a quién le importa la trama?
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