«Por fin voy a escribir esa gran novela»
Pierre Michon
La Grande Beune nació, implícitamente, de un encargo. Admiraba (y en eso no he cambiado) a Jacques Réda. Ya no recuerdo cómo había logrado acercarme a él, pero de vez en cuando nos veíamos. Me había regalado un pequeño oficial de espahí de plomo (compartimos ese fetichismo). A menudo me pedía, sin insistir, un texto para la Nouvelle Revue Française, que entonces dirigía.
«Voy a escribirla por fin, esa gran novela», me dije, «voy a lanzarme a ciegas sobre cualquier cosa, a trabajar desde el Inconsciente, y entregaré las primeras páginas a la revista de Réda». De hecho, encontré muy pronto un punto de partida: El origen del mundo (ese era el título que tenía previsto), con las dos acepciones que estos términos implican: el origen del hombre —Lascaux, las cuevas— y el origen del mundo tal como lo vio Courbet, el sexo de la mujer. Había que unir ambas cosas, en cierto modo. El origen del hombre, la obsesión por los comienzos (del lenguaje, sobre todo, del ser hablante) ha sido una de mis fijaciones desde la infancia, y quizá tenga que ver con que no tuve padre; o no. Uno de mis modelos paternales me ayudó en ello: el abad Bandy, el de Vies minuscules, Brandy en la realidad, estaba apasionado por esa rama del saber, como muchos curas en aquella época; me dio, cuando yo era niño, un número de Sciences et avenir dedicado al tema, que todavía conservo. Así pues: el ser parlante que comienza a hablar. Y no hace falta ser muy lacaniano para relacionar el origen del lenguaje con el sexo de la mujer: ¿qué es eso, ahí, que se abre en lugar de brotar, esa falta o ese exceso disfrazado de falta? Así fue como se hizo el alfabeto, diría Kipling.
Tenía trabajo por delante con ese «cualquier cosa» que era justo lo contrario de cualquier cosa, pero avanzando desde el Inconsciente, sí. Puse la acción en un pueblo que conocía, Castelnau, en el Lot, que desplacé un poco hacia el sur, hacia los grandes yacimientos, las grutas, Lascaux; aunque ese pueblo recreado también debe mucho a Mourioux, donde mi madre daba clases. Encontré enseguida, en un mapa del sacrosanto Vézère paleolítico, el nombre milagroso del río —de los dos ríos, más bien—, la Grande y la Petite Beune: le di al Vézère el nombre de ese arroyo (costó bastante encontrarlo cuando fuimos a hacer fotos in situ para Libé), perfecto; tenía ese nombre el sonido algo bovino que le gustaba a Flaubert, bovino y femenino, Bovary, y me hacía pensar también en los dos célebres ríos de Dakota, el Little Big Horn y el Big Horn, en cuya confluencia Crazy Horse, el siux, le arrancó la cabellera al general Custer. Otra forma de arcaísmo, el indio americano, el otrora primitivo, que también está presente en este libro, viene de ahí. Había que situar allí al narrador y a sus héroes. Al narrador lo encontré de inmediato: el maestro aturdido que llega de noche, en autobús. Pero ¿qué iba a hacer con él? Por aquel entonces pensaba mucho en L'Apprenti sorcier, el hermoso librito perverso de François Augiéras, con sus abades obsesos en el Périgord Negro; también pensaba en Boucher, la película de Chabrol, la historia de un asesino de niños y una maestra, que mezcla la brutalidad sexual con las cavernas pintadas, justo como intuía que iba a hacer yo. Pero necesitaba un obseso sexual simple, no un sádico asesino: solo un pequeño perverso sádico, como dicen los psicoanalistas. Terminé por desdoblarlo: por un lado, el maestro, el obseso reprimido; por otro, Jeanjean, el obseso sin freno, el pequeño perverso amante y amado, el amo y señor satisfecho, el falso nihilista que dice sí a todo en este mundo, porque está satisfecho. El amo y señor del lenguaje. El chamán fundador, el pintor de Lascaux. Y en medio, el blanco de todos los deseos, la razón de ser: la estanquera ataviada, maquillada, en lo alto de sus tacones, en un altar, con un nombre cuya inicial es un delta púbico, Y, la abertura de Courbet. Le debe mucho al físico de Ava Gardner; también tiene, aunque morena, muchos rasgos de la Milady marcada de Los tres mosqueteros, y no entiendo por qué algunos la ven gorda: gigante, sí, como un fantasma, pero gorda, no. Ella es La Grande Beune (Jean-Baptiste Harang escribió con acierto que «suena como la hembra de El gran Meaulnes»); el río, es su goce interminable. El mundo no es, a su alrededor, más que la erección que provoca.
Es un texto erotómano de cabo a rabo, lo he comentado mucho por todas partes, no hace falta insistir más. No es la «gran novela» prevista. Pienso a menudo en escribir su continuación.
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Publicado por primera vez en: «Pierre Michon par lui-même. La Panoplie littéraire». Décapage 51, automne hiver 2014. Recogido en Cahiers Pierre Michon 2: Dans le courant des Deux Beune. VV. AA. Association des Amis de Pierre Michon-Presses Universitaires de Rennes, 2024.
La fotografía del encabezamiento corresponde al espahí de plomo que regaló Jacques Réda al autor.
Based on a work at http.//www.jediscequejensens.blogspot.com.
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