18 de mayo de 2021

Ulises, versión inteligible


He perdido la cuenta del tiempo transcurrido desde que Rosa y yo, de mutuo acuerdo -aunque tengo que reconocer que fue más por la insistencia de mi natural arisco y desabrido que por iniciativa de Rosa, infinitamente más sociable y agradable que yo-, decidimos quebrantar los fastos consumistas ligados al ingente número de fiestas establecidas por ese lobby económicamente inclemente que forman el calendario y las asociaciones de comerciantes. Si acaso, solo mantuvimos, debido a la infancia de nuestros respectivos sobrinos, la costumbre del día de Reyes -una tradición que, por cierto, ahora que ellos ya han alcanzado la madurez pilosa, no entiendo por qué mantenemos, pero esa es otra historia-. Es decir, que no celebramos ni espiritual ni materialmente el Día de la Madre ni el Día del Padre -de hecho, no hemos padecido la maldición bíblica de engendrar vástagos de ninguna índole, pero puestos a buscar excusas…-; ni la vorágine gastronómica y consumista de las navidades; ni las innumerables verbenas asociadas a roscos, pastas, pasteles, pastelitos y otros atentados digestivos; ni siquiera los regalos del día del santo o del  cumpleaños. Nos regalamos lo que nos apetece cuando nos apetece, y aquí paz y después -si acaso-, gloria.


Por supuesto que tampoco celebramos Sant Jordi -o el Día del Libro-; lo de la rosa nos parece una horterada considerable -más, teniendo en cuenta que en el patio de casa tenemos tres prolíficos rosales que florecen nueve meses al año-, y dado que mi trabajo está asociado a los libros, que veo nada más publicarse los que me interesan y que rápidamente me hago con ellos, si Rosa pretendiera regalarme un libro, o ya lo tendría o de ninguna manera querría poseerlo. En mutua reciprocidad, yo tampoco le regalo ningún libro a ella precisamente el Día de Sant Jordi; tal vez uno o dos días antes o después, sí, pero nunca el día que está establecido.

Pero este año Rosa ha incumplido el inquebrantable pacto sellado con sangre -figurada, pero igual de estricto- que hemos mantenido casi desde que nos conocimos -aunque también es cierto que el quebrantamiento ha sido cometido un día antes del señalado-, pero no me ha quedado más remedio que aceptar su obsequio; en primer lugar, porque entre mis impresentables chifladuras se cuenta coleccionar todas las ediciones en todos los idiomas y formatos que encuentro de ese título; y, en segundo lugar, porque si existiera esa cursilada de “el libro de tu vida”, aunque no es el que más me ha gustado ni el que salvaría de un hipotético incendio, el mío es, sin duda, este.

Así que utilizo esta tribuna pública para agradecerle que haya contribuido a mi acopio de ‘Ulises’ de James Joyce con este magnífico -y, por fin, inteligible- ejemplar.

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