15 de abril de 2019

Cuentos droláticos

Cuentos droláticos. Honoré de Balzac. Editorial Cabaret Voltaire, 2011
Traducción de Lydia Vázquez Jiménez y Juan Manuel Ibeas Altamira
"El Autor se puso a extraer de aquella escribanía fecunda donde había una especie de puré cerebral, hecho a base de esas virtudes que nos vienen de lo más alto, de manera talismánica. De un tintero salían cosas graves que se escribían en tinta oscura; y del otro, cosas picantes que rubricaban alegremente las hojas del cuaderno. El pobre Autor, por descuido, mezcló más de una vez las tintas, ora una, ora otra. Pero en cuanto las pesadas frases difíciles de lijar, pulir y barnizar quedaban por fin terminadas y convertidas en una obra al gusto del día, el Autor, con ganas de solazarse, a pesar de la poca tinta risueña que le quedaba en el tintero de la izquierda, seguía apurándola alegremente. Y de ahí salieron los Cuentos droláticos cuya autoridad no puede quedar bajo sospecha, pues son de fuente divina, según se desprende de la ingenua confesión del propio Autor."
Redactados con anterioridad a las primeras novelas que compondrían La Comedia humana, los Cuentos droláticos (Cent Contes drolatiques), fueron publicados simultáneamente a las primeras entregas de la serie en 1832, 1833 y 1837. Además de suponer una importante fuente de ingresos para el siempre necesitado Balzac, fueron planeados como un intento de componer un cuadro opcional, extraoficial, a la "alternativa al Registro Civil" que representaba La Comedia, en cuyo proyecto no encontraban lugar. La idea original fue una obra cuya referencia comenzara en el siglo XVI, siguiendo el modelo de los fabliaux medievales, compuesta de diez décimas que deberían contener diez relatos cada una, una especie de Decameron, y que llevara, a través de los cien cuentos previstos -de los que solo se publicaron treinta-, hasta principios del siglo XIX, momento en el que entregaría el testigo a su obra mayor, y que recogiera, asimismo, ámbitos anecdóticos y minoritarios que no cabían en la proyectada Comedia; es decir, redactar un compendio del cuento à la française que albergara desde el cuento ingenioso de Margarita de Navarra, pasando por el cuento goliardo de Rabelais -Balzac sentía verdadera devoción por el escritor turenés-, siguiendo por el cuento moral de La Fontaine y que desembocara en el cuento filosófico de Voltaire y de los Enciclopedistas; el proceso se completaba con el intento de parodiar las variantes arcaicas de la lengua francesa, adecuándola a cada época, y en añadir los temas y los recursos lingüísticos contemporáneos para convertir ese anacronismo en patente de corso a fin de poder tratar temas obscenos y procaces sin temer a las posibles consecuencias. Por supuesto, la mayoría de las variantes de esa lengua inventada por Balzac con propósito arcaizante se pierde en la traducción.

La intención del autor queda establecida con claridad en el párrafo incluido en la "Advertencia del editor", presuntamente redactada por el propio Balzac, que precede a la primera decena, y que no figura en la traducción:

"Il existe en France un gran nombre de personnes attaqués de ce cant anglais dont Lord Byron s'est souvent plaint. Ces gens, dont le front rougit des bonnes franchises que, jadis, faisaient rire les princesses et les rois, ont mis en deuil notre ancienne physionomie et persuadé au peuple le plus gai, le plus espirituel du monde, qu'il fallait rire décemment et sous l'éventail, sans songer que le rire est un enfant nu, un enfant habitué à jouer avec la tiare, l'épée et la couronne sans connâitre le danger."
El alcance, los temas y el tono general de los Cuentos son fácilmente deducible de los fragmentos que se transcriben a continuación.
"¡Atrás, pues, mastines! ¡Que suene la música! ¡Fuera de aquí todos los ignorantes! ¡Adelantaos, truhanes! ¡Lindos pajes, dad la mano a las damas, hacedles cosquillas en ellas a través de los mitones, diciéndoles con simpatía: "Leed para reíros!". Después añadiréis alguna palabrita más de esas bien graciosas, para que suelten alguna carcajada, ya que, cuando se ríen, abren los labios y así es imposible resistirse al amor."
Los corruptos jerarcas de la iglesia se muestran tan ávidos de poder celestial como de los placeres del sexo y de las mesas pantagruélicas.
"Era Imperia la más preciosa y antojadiza, aparte de que la consideraban la mujer más brillantemente hermosa, y la que mejor se las componía para engatusar a los cardenales y galantear con los más rudos militares y opresores del pueblo. Era dueña del corazón de bravos capitanes, arqueros y terratenientes, ansiosos por servirla en todo momento. No tenía más que susurrar una palabra para acabar con los que la enojaban. La derrota de un ejército no le costaba más que una gentil sonrisa, y a menudo, un señor de Baudricourt, capitán del rey de Francia, le preguntaba si ese día había que matar a alguien para ella, a modo de burla respecto a los abades. Salvo los potentados del alto clero, con los que la señora Imperia controlaba finamente sus ataques de ira, los tenía a todos bajo su férula, en virtud de su desparpajo y de sus gestos amorosos, con los que los más virtuosos e insensibles eran atrapados como en liga."
La astucia de la joven esposa, virgen e inocente, para conseguir quedar embarazada sin ofender el honor de su anciano e impotente marido.
"Durante la cena, al paje le sudaba la espalda cuando le llegó la hora de servir a su dama y a su señor; pero recibió una gran sorpresa cuando Blanca le dirigió la mirada más lasciva que jamás mujer haya lanzado, y fue tan agradable y potente que transformó a aquel niño en hombre valeroso. Así, aquella misma noche, como Bruyn se había quedado algo más de tiempo de lo que tenía por costumbre en su senescalía, el paje buscó y encontró a Blanca dormida, y consiguió que tuviera un bonito sueño. Le quitó lo que tanto le molestaba, y le procuró simiente para niños tan abundantemente, que hubiera podido perfectamente hacer otros dos más con lo sobrante."
Los trabajos de un necio abogado para yacer con su esposa, amante del rey y de las riquezas terrenales, y el amargo fin de tanta insistencia.
"Después se echó a llorar, como hacen todas las zorras que todavía no han sido herradas; porque después ya nunca más lloran por los ojos. El buen abogado tomó sus extraños modales por juegos e incentivos de esos que utilizan las chicas para encender aún más el fuego y transformar las devociones de sus pretendientes en pensiones de viudedad, mejoras testamentarias y otros derechos de desposada."
La astucia de un palurdo pastor para deshacerse de dos primos que habían planeado acabar con él para beneficiarse de una suculenta herencia.
"A él y a su hermano el soldado les parecía muy pequeña su parte, dado que, legalmente, por derecho, por justicia, por naturaleza y por realidad, debían dar la tercera parte de todo a un pobre primo, hijo de otra hermana del canónigo; heredero este, poco amado del buen hombre, que permanecía en el campo, donde era pastor cerca de Nanterre. Este campesino vulgar, guardián de animales, vino a la ciudad, llamado por sus dos primos, que le metieron en la casa del tío, con la esperanza de que con sus asnadas y torpezas, frutos de su falta de seso y de su falta de talento, resultaría desagradable al canónigo, y le borraría de su testamento."
Luis XI, apodado El Prudente, instaurador del absolutismo, es retratado com un personaje amante de las chanzas y las bromas, en especial en poner en ridículo a los grandes señores feudales y a los eclesiásticos.
"El rey Luis XI era un buen camarada al que le gustaba mucho bromear; y, aparte de los intereses de su estado de rey y de los de la religión, banqueteaba a menudo y lo mismo cazaba cabezas de chorlitos de las que se peinan, que conejos y caza mayor regia. Así que esos historiadores de tres al cuarto que lo presentan como un tipo solapado demuestran que no le han conocido, dado que era un buen amigo, muy mañoso y risueño como ninguno."
La infidelidad tiene muchas facetas, y cuando una esposa está decidida a adornar la frente de su marido, le sobrarán ocasiones y aspirantes por mucho que aquel la ate corto.
"Ya sabéis, por múltiples experiencias, que, durante la primavera del amor, cada uno de los dos amantes experimenta siempre un gran miedo por desvelar el misterio de su corazón; y tanto por flor de prudencia, como por la diversión que brindan los engaños de la galantería, juegan a ver quién lo oculta mejor. Luego, basta un día de olvido para enterrar todas las prudencias pasadas."
Un achacoso pero lujurioso señor feudal es ridiculizado en su lascivia por una inexperta virgen que le demuestra que la inocencia no va siempre pareja a la estupidez.
"... de tanto admirar otras cosas capaces de nublar el entendimiento de un santo, este buen hombre se había enamorado de ella con pasión de vejete, que aumenta en proporciones geométricas, al contrario que las pasiones de los mozos, porque los viejos aman con su debilidad que va creciendo y los jóvenes con sus fuerzas que van disminuyendo."
A la verdadera amistad no le duelen prendas por el uso de todos los recursos disponibles, incluida la mentira, para conservar la fidelidad debida y mantener las promesas empeñadas.
"Y la dejó para ir a casa de su bella Limeuil. Contad con que, como no podía rechazar el recibir las ardientes miradas de la dama, durante las horas de la comida y durante las veladas había un fuego avivado que les calentaba intensamente; pero ella estaba obligada a vivir sin tocar a su caballero, salvo con la mirada. Con esta ocupación, Marie d'Annebault se encontraba fortificada contra todos los ataques de los galanes de la Corte: porque no hay límite más infranqueable ni mejor guardián que el amor; es como el diablo: lo que posee lo rodea de llamas."
La lujuria no es pecado cuando no implica más que a los interesados que, puestos de acuerdo, pueden explorar todos sus matices sin otra limitación que sus propios deseos.
"La mula llegó a un claro en el que el pasto era bueno, la chica tropezó con unas hierbas y se sonrojó. El cura llegó hasta ella; luego allí, como había sonado la misa, la dijo; y los dos cobraron un adelanto sobre los goces del paraíso. El buen cura se empeñó en instruirla a fondo y encontró que su catecúmena era una auténtica joya, muy dócil y tan suave de alma como de piel."
El rencor es una espada de doble filo que, con frecuencia, hiere más al que al empuña que a su enemigo; si este es una mujer, las consecuencias del daño son imprevisibles.
"La hermosa lavandera de Portillon-les-Tours [...] era una joven dotada de tanta malicia que había robado la de seis curas o la de tres mujeres al menos."
Nunca tengas un pleito con un aprendiz de abogado, y menos si hay dinero de por medio; no porque puedan buscar excusas manipulando la ley sino porque la astucia siempre está de su parte.
"Pero si estaban desprovistos de dinero, no les faltaba el ingenio, y los tres se pusieron de acuerdo para desempeñar sus papeles como los ladrones en la feria. Fue una farsa en la que hubo de comer y de beber, dado que, durante cinco días, consumieron de lo lindo todo tipo de provisiones; tantas que una compañía de lansquenetes no hubieran comido tanto como ellos zamparon."
La rivalidad amatoria entre las francesas y las españolas es puesta a prueba en la bragueta real, y no sale vencedora una tierna doncella sino una mujer de larga experiencia.
"Pero recuperando su valor, tomó la defensa de las damas españolas, jactándose de que solo en Castilla se hacía bien el amor, porque era el lugar de la cristiandad donde había más religión, y que, a más miedo tuvieran las mujeres a la condena por entregarse a un amante, más intensamente lo hacían, sabiendo que debían sentir placer en la cosa para toda la eternidad."
Si la lascivia se encuentra bien hospedada en los monasterios masculinos, no se piense que la inocencia residente en las abadías de monjas no sabe buscar sus buenos frutos lujuriosos.
"La abadía de Poissy ha sido celebrada por los autores antiguos como un lugar de regocijo, donde comenzaron los excesos de las monjas y de donde proceden tantas buenas historias de esas que hacen reír a los legos a costa de nuestra santa religión. Además, la susodicha abadía se convirtió en materia de refranes que algunos eruditos no entienden ya hoy en día, aunque los machaquen y trituren lo mejor que puede para digerirlos."
Algunas veces once hacen una docena y lo que no pueden solventar las ciencias naturales puede remediarlo el ingenio, aunque carezca de la habilidad de contar hasta doce.
"Sabed que Santiago de Beaune podía realizar el trabajo de tres maridos, y también estar junto a una princesa sin causarle vergüenza, ya que tenía ese aire resuelto que gusta a las damas; y si estaba un poco bronceado por el sol de tanto corretear, su tez parecía que había de blanquearse bajo las cortinas de una dama. La mirada escurridiza cual anguila que le lanzó la dama le pareció más animada que la que hubiera podido lanzar a un misal."
No existe honestidad capaz de resistir los ardides bien tramados de un libertino hambriento de placer, aunque nadie puede gobernar las consecuencias sobre un alma noble.
"Lo que algunos no saben es la verdad relativa al óbito del duque de Orleans, hermano del rey Carlos VI, muerte que acaeció debido a un buen número de causas, una de las cuales servirá de argumento para este cuento. Este príncipe fue, con toda certeza, el más grande y desenfrenado calavera de toda la regia raza nacida de nuestro señor San Luis, en su día rey de Francia, sin por ello olvidar a otras buenas piezas de esta insigne familia, tan en consonancia con los vicios y virtudes de nuestra brava y jocosa nación que antes os representaríais el infierno sin monseñor Satán que Francia sin esos valerosos, gloriosos y rijosos bragueteros que le han tocado por reyes."
Nada bueno puede derivarse del matrimonio entre dos vírgenes e inexpertos, excepto para aquellos en los que recae la tarea de ejercer de maestros en aquellas artes que los pazguatos ignoran.
"Pero en aquella época tenía todo el mundo tantas vigas en el ojo propio que mal podía ver las del ajeno. De tal suerte que en todas las familias se iba camino de la perdición sin que nadie se sorprendiese de lo que hacía el vecino, yendo unos a paso de ambladura, los otros al trote, muchos al galope, los menos al paso, ya que este estaba en fuerte declive. Así, en aquel entonces, hizo el diablo su agosto en todo, visto que las tropelías se habían puesto de moda."
Atar en corto puede ser contraproducente porque la fiera así sujetada, ante la imposibilidad de ir a morder al que su atadura le impide, puede revolverse contra su dueño.
"El susodicho leguleyo tenía una esposa muy guapa, burguesa parisina, de la que estaba tan celoso que era capaz de matarla por un pliegue en la cama del que la pobre no supiera darle razón. Lo cual habría sido una felonía, ya que como es bien sabido hay pliegues de lo más honestos. Pero ella plegaba muy bien sus telas y así quedaba zanjada la cosa. Podéis imaginar que conociendo la maldad y la naturaleza asesina de aquel hombre, la burguesa le era fiel, siempre recta como un candelabro, y recogida como un baúl de esos que no se mueve y solo se abre por orden expresa de su amo."
El mismo Rabelais en persona relata las dificultades para mantener inviolada la bien proveída despensa de Gargantúa mediante una fábula en la que un musaraño dimite de su papel de guardián por las malas artes de una ratoncilla descarada y por las lisonjas de sus secuaces.
"Así sucedió que quiso hacerte justicia [a Rabelais] un pobre hijo de la alegre Turena, aunque modestamente, magnificando tu imagen y glorificando tus obras de eterna memoria, tan queridas por quienes aman las obras concéntricas donde el universo moral se halla encerrado, y donde se encuentran apretadas como sardinas frescas en su cesto todas las ideas filosóficas, las ciencias, las artes, elocuencias, además de todas las farsas teatrales."
Una insaciable sarracena está diezmando las filas de los cruzados y de reputados creyentes, incapaces de resistirse a sus diabólicos encantos. Juzgada en ausencia, se la halla culpable de mantener un pacto con el infierno.
"Vigilad bien, señor juez, encerrad bien a ese demonio, pues posee el fuego más ardiente de todos los fuegos terrenales: tiene en su regazo todo el fuego del infierno, la fuerza de Sansón en sus cabellos y apariencia de música celestial en su voz. Encanta para matar el cuerpo y el alma de un solo y certero golpe; sonríe para morder; besa para devorar; vamos, que se pondría a vestir a un santo y este renegaría de Dios."
Un joven y bello aunque desgraciado artista es manipulado por una burguesa que unicamente desea mantenerlo disponible sin permitirle culminar su deseo, y cuando por fin accede ya es demasiado tarde.
"Así que con el paso del tiempo el italiano acabó dándose cuenta de que aquel no era un amor noble, uno de esos que no cuentan los goces como un avaro sus escudos, sino que al contrario se trataba de uno de esos comercios donde la dama se lo permite todo menos el goce de los placeres del amor."
Un orfebre turonés, simplote y algo bobalicón, permanece en París conservando su bolsa y su virginidad. Enamorado de una sierva de la gleba, deberá vencer la resistencia del monasterio para consumar su propósito.
"Era, por así decirlo, uno de esos tipos hechos de una pieza, y que a ciencia cierta salen mejores que esos que están hechos a cachos, remendados y montados en varias veces y que no valen nada. En resumen, maese Anseau era un macho con cara de león y con una mirada bajo las cejas que habría fundido el oro si hubiera dado en faltar el fuego de sus hornillos. Pero tenía un agua límpida en esos ojos, puesta ahí por el Moderador de todas las cosas para temperar ese ardor, sin la cual se habría quemado con toda seguridad. En fin, nuestro orfebre era lo que suele considerarse un pedazo de hombre."
Un verdugo real, casado con una mujer muy vistosa que no merece, es cornamentado por un avispado cortesano que pone en evidencia su desconocimiento de la anatomía íntima de su esposa.
"Su única malicia era ser algo cornudo, su único vicio consistía en ir a las vísperas, su única sabiduría consistía en obedecer a Dios cuando podía; su única alegría era la mujer que tenía en su casa; la única diversión de su alegría residía en encontrar algún hombre a quien ahorcar cuando le daban la orden de ello, y siempre lo encontraba. Pero cuando dormía bajo el dosel de su lecho, no se preocupaba por encontrar ladrones. ¡A ver quién encuentra en toda la justiciera cristiandad un preboste con menos maldad!"
Un piadoso fraile es provocado por un cortesano anticlerical con el objetivo de hacerle perder su ecuanimidad. Pero la burla tan minuciosamente planeada se revuelve contra el burlador en la persona de su esposa.
"Y así la vengó el fraile muy monásticamente, con una gran venganza a la que se entregó golosamente cual borracho amorrado a la espita de un tonel, pues sabido es que cuando una dama se venga, o no empieza o se embriaga. Tanto se vengó la señora del castillo que no podía ni moverse pues nada remueve, deja sin resuello y agota tanto como un buen enfado y una mejor venganza. Y una vez vengada, archivengada, ultravengada, como no quisiera perdonar ni gota, decidió vengarse aquí o acullá, tantas veces como fuera necesario, con aquel fraile. Y por ser un amor por venganza, Amador le prometió que la ayudaría a revengarse mientras le durara el enfado, ya que le confesó conocer en su calidad de clérigo formado a meditar sobre la naturaleza de las cosas, un número infinito de modos, métodos y maneras de practicar la venganza."
Una inocente muchacha casada con un vejestorio descubre los placeres del amor de forma ilícita y acaba pagando las consecuencias en la persona de su amante, del hijo de ambos y en sí misma.
"Esa es la verídica historia de algunos pobres himeneos, según cuentan viejos y viejas, y la razón verdadera de la locura de algunas mujeres, las cuales ven ya tarde y no se sabe cómo que se las ha engañado, y se ponen a hacer en un día más de lo que se puede en ese tiempo, para que les salgan las cuentas al final de la vida."
No existe culpabilidad que no pueda convertirse en inocencia cuando se aguza el ingenio y se obliga al juez, corruptible como todo humano, a tomar parte.
"Era una de esas muchachas que tienen mucho cuidado de que no abusen de ella pero que, una vez embarcadas en una aventura, se deslizan por la pendiente, convencidas de que lo mismo hay que limpiarse por una mancha que por mil. Seamos indulgente con ese tipo de caracteres."
No existe amistad tan cómplice entre hombres que no pueda convertirse en enemistad cuando el poder, el dinero o, sobre todo, una mujer, toma cartas en el asunto.
"-He aprendido -respondió el francés- a no preocuparme por quienes no se inquietan por mí. He aprendido que, por muy alta que tenga un hombre la cabeza, siempre tiene los pies al nivel de los míos; además he aprendido también a no fiarme del calor en invierno, del sueño de mis enemigos ni de las palabras de mis amigos."
Un vagabundo es inculpado por violación y se salva de la horca por una apuesta planteada acerca de su fisiología, espoleada por su buena dieta y su incapacidad de dar golpe.
"El viejo cronista que ha proporcionado el cáñamo para tejer el presente cuento dice haber vivido en tiempos en los que acaeció el susodicho hecho en la ciudad de Rouen, en cuyos archivos ha quedado consignado. En los alrededores de esa hermosa ciudad donde moraba entonces el duque Richard, solía mendigar un buen hombre llamado Tryballot, pero conocido por su apodo "el Viejo pergamino andante", no por ser amarillo y seco como un pergamino, sino porque estaba siempre en caminos y sendas, montes y valles, dormía con el cielo por techo y vestía como un pobre. A pesar de lo cual era muy querido en el ducado, donde la gente se había acostumbrado a él tanto que si concluía un mes sin que hubiera aparecido a tender su escudilla, decían todos: "¿Dónde está el viejo?". Y respondían: "Pergamino anda por los caminos"."
Tres peregrinos viajan a Roma como penitencia por sus pecados de lujuria, pero en la posada en que se hospedan les hacen ver la inutilidad de la contención.
"Después de beber, se pusieron a charlar los tres compañeros, pues ya se sabe que el trago es el motor del discurso, y todos acabaron confesando que la causa de su partida había sido un asunto de faldas. La sirvienta que andaba mirando cómo bebían les comentó que de cada cien peregrinos que se detenían allí, noventa y nueve se habían echado a los caminos por la misma razón. Los tres sabios dedujeron que la mujer era perniciosa para el hombre."
La ingenuidad de los críos parece ser la prueba de que la instrucción ilustra a los seres humanos pero está en duda de que sea más provechosa que la inocencia original.
"¡Por la doble cresta de mi gallo, y por el forro rosa de la zapatilla negra de mi amada! ¡Por todos los cuernos de los bienamados cornudos, y por la virtud de sus sacrosantas mujeres! La obra más bella hecha por la mano del hombre no son ni los poemas, ni los cuadros, ni la música, ni los castillos, ni las estatuas, por muy bien esculpidas que estén, ni los barcos de vela o de remo, sino los niños. Entiendo por niños las criaturas hasta los diez años, porque después se convierten en hombres o mujeres, y al adquirir el raciocinio, dejan de valer lo que han costado: los peores son los mejores."
Una afamada cortesana deja sus oficios para casarse con un joven aristócrata que ha conquistado su gélido corazón; pero su infertilidad, debida a los excesos de su vida pasada, acaba con su gran amor.
""¡Ay! -exclamó ella una tarde en la que esas ideas le torturaban el corazón-, a pesar de la Iglesia, a pesar del rey, a pesar de todo, la señora de L'Isle-Adam sigue siendo la mala Imperia". Y de hecho a menudo se apoderaba de ella una rabia maligna al ver a ese floreciente hidalgo tener todo lo que pudiera desear: grandes bienes, favor real, amor simpar, mujer única, placeres como nadie, y fallar en el aspecto más importante para un cabeza de familia ilustre, a saber, el de la progenitura. Cuando llegaba a esos pensamientos, ganas le entraban de morirse, pensando en lo noble y grandioso que había sido él con ella, y cuánto había faltado ella a su deber, al no darle hijos."

Contes drolatiques, précedés de La Comedie humaine. Oeuvres ébauchés, II. Préfaces.
Honoré de Balzac. Bibliothèque de La Pléiade. Librairie Gallimard, 1959
Établissement du texte, notices et notes par Roger Pierrot
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