8 de octubre de 2018

C

C. Tom McCarthy. Editorial Pálido Fuego, 2018
Traducción de José Luis Amores
"La sensación de ser un punto fijo en un mundo de movimiento."
Serge Carrefax es un avispado chaval con una familia peculiar: su padre, que regenta una escuela para sordos, es un inventor  a quien roban sus descubrimientos justo antes de que los haga públicos; su madre, antigua alumna de la escuela, fabrica piezas de seda de forma artesanal; y su hermana es una experta en procesos químicos. El escenario de su infancia, una finca rural laberíntica y enrevesada que da cobijo a las múltiples actividades familiares, facilita una vida aislada y endogámica con unas peculiares relaciones paterno-filiales y fraternas hasta que la muerte hace acto de presencia, cambia el equilibrio familiar existente y señala el fin de la infancia de Serge; con posterioridad, durante una estancia en una estación balnearia de centroeuropea, mientras sigue su formación lejos del núcleo familiar y recibe tratamiento para unos problemas de salud, el espontáneo descubrimiento del sexo le introducirá en la edad adulta.

Al estallar la IGM, Serge es destinado a la aviación como observador: tiempo después, tras una misión fallida, es capturado por los alemanes, cautiverio -y fusilamiento- del que se libra debido al fin de la contienda.

De regreso a Inglaterra, Serge intenta retomar su vida normal, pero la hacienda familiar ya no es lugar para él. Se traslada a Londres, inicia una relación con una corista, pero tras un incidente automovilístico, vuelve a huir, esta vez a Egipto, contratado por el Ministerio de Comunicaciones, justo a tiempo para asistir al fin del protectorado británico.

Como lector, no acostumbro a documentarme en exceso antes de leer una novela pues a menudo me apetece ser sorprendido no tanto por la trama -a menudo llego a la conclusión de que ya se ha escrito, y con profusión, sobre todo lo que se puede escribir- como con el estilo del novelista. Mi experiencia con la literatura británica actual se limita a los grandes nombres de la generación de Ian McEwan, con alguna excepción hacia escritores más vanguardistas, signifique lo que signifique esa calificación. De Tom McCarthy he leído con gusto Residuos y Satin Island, y esas lecturas, junto con las páginas leídas de Hombres en el espacio, un texto que no terminé pero dejé para mejor ocasión, me predispusieron, ahora me doy cuenta, a una recepción sesgada de C (C, 2010); esa inclinación hizo que la primera reacción a las pocas páginas fuera plantearme la pregunta: "¿Qué me estás contando, y por qué?", una interpelación terrible que acostumbra a llevarme al abandono de la novela. Sin embargo, C contenía algo intangible, indefinible para mis herramientas discursivas, desafiante y encubierto, que me hizo insistir hasta que me di cuenta de que la novela no era como yo había creído que sería y, descartado el planteamiento reduccionista -McCarthy había escrito la novela que quería, no la que hubiese querido yo-, la decepción dejó paso al deleite lector: C es una novela magnífica que se va cociendo lentamente, sin estridencias ni accidentes, y cuya calidad sólo se hace patente a medida en que se avanza en su lectura.

El componente más estimulante de las vanguardias es su cuota de audacia, con frecuencia consistente en recrear con métodos nuevos las producciones del pasado; las vanguardias no son rupturistas -o no tienen por qué serlo-, aunque tal vez sus consecuencias sí lo sean, sino que buscan reformulaciones de los viejos sistemas, que en este punto pasan a ser obsoletos, para que las obras de arte adquieran nuevos significados ligados a la contemporaneidad, salvando el riesgo de la hipérbole sin sentido o de la aventura hueca. Según esa hipótesis, debería ser posible deconstruir la novela histórica clásica -una trama en la que la época histórica en que se desenvuelve adquiere estatuto de personaje- y, al contrario de lo que sucede en el plagio, reformularla mediante los recursos -arquitectura, tratamiento del protagonista, ritmo narrativo- contemporáneos, y de reflejar, en una trama ubicada en la primera mitad del siglo XX, a cien años, pues, de distancia, una desazón incuestionablemente actual. C es la propuesta del escritor británico a esa posibilidad: regreso y homenaje a la novela clásica, la que hizo al género grande y popular, en la que, a diferencia de los antecedentes clásicos, la trama -la imaginación- va cediendo terreno frente al puro hecho de contar, el oficio, y cuya recompensa se halla, simplemente, en su lectura; la realidad, el sello distintivo de la novela del siglo XIX, va cediendo su lugar a una instancia mucho más intratable pero también enormemente tentadora: la verdad.

Calificación: *****/*****

Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de Lectura de Satin Island

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