21 de agosto de 2017

La pequeña Dorrit

La pequeña Dorrit. Charles Dickens. Alba Editorial, 2017
Traducción de Ismael Attrache y Carmen Francí
Aunque podrían considerarse plenamente pertenecientes en todas sus características a la narrativa clásica del siglo XIX, las novelas de Charles Dickens contienen dos particularidades, que se sumarían a la extensión, que las convierten en novelas singulares: la férrea estructura arquitectónica resultante, una vez terminada la obra, y que se expresa, principalmente, en la magistral gestión de los personajes; y el dominio del ritmo narrativo, el manejo de la intriga y de sus diversos componentes. A primera vista de no especialista, uno diría que ambas particularidades podrían deberse a la edición original en forma de fascículos. Efectivamente, Dickens no podía trabajar con una estructura cerrada porque debía procurarse la posibilidad de modificar la mayor parte de los elementos en juego en función de las ventas de las entregas parciales; por otra parte, esas expectativas de su público debían ser manejadas, entrega a entrega, a fin de mantener el interés de los lectores. Ambas características, puramente formales, añadidas a otros elementos clásicos en su narrativa como la crítica social y los personajes identificables, hacen que su obra siga manteniendo el interés de los lectores a un siglo y medio de distancia.

La pequeña Dorrit (Little Dorrit, publicada por entregas entre el 1 de diciembre de 1855 y el 1 de junio de 1857, y en un solo volumen en 1857), se sitúa temporalmente después de la publicación de Casa desolada, tal vez la mejor novela de su autor, y contiene hechos que, debidamente disimulados, se refieren a sucesos reales acaecidos en la época de su redacción.

La acción parte de dos lugares de encierro -una prisión y una cuarentena, que representarían el régimen cerrado y el régimen abierto de la privación de la libertad- para hacer la presentación de unos personajes cuya intervención en la acción no se nos revelará, aunque sí lo hará, y con suficiente amplitud, con respecto a sus antecedentes. Pero no tarda Dickens en trasladarnos a Londres-aunque la novela transcurre en otros escenarios, particularmente en Italia-, la ciudad que ama y aborrece en la misma proporción, y es en una casa de mala muerte donde se nos revela a la protagonista que da nombre a la obra. Posteriormente, somos informados de su origen: una prisión para deudores donde se halla recluido su padre. Enfrente, Dickens sitúa a una familia de comerciantes a la que dota de dos características fundamentales para el desarrollo de la acción: un pasado con unos turbios antecedentes y un hijo soltero; y ambas, como es de esperar, actuarán de ligazón, aun a pesar de sus diferencias, entre las dos familias.

En poco más de 100 páginas, de un total de 950, Dickens nos ha puesto al día de los antecedentes de los dos personajes principales y ha abierto el conflicto; sus lectores por entregas han engullido el anzuelo, y este lector ha caído, una vez más, bajo el embrujo del esbozo trazado por el autor, un arquitecto de tramas cuya maestría deja anonadado.

A los conflictos personales se unen, como suele suceder, el enfrentamiento con las instituciones -cuyo caso más logrado es precisamente la novela inmediatamente anterior ya citada-, con su inmovilismo y su mala fe a la hora de relacionarse con sus administrados más desfavorecidos. En este caso, el conflicto se entabla con el denominado Negociado de Circunloquios, una entidad gubernamental encargada de velar para que nadie relacionado con el gobierno haga nada.

Sin ánimo de desvelar la trama, irán apareciendo la acostumbrada nómina de perdedores resabiados, inocentes injustamente inculpados y desinteresados benefactores; los sucesivos e inesperados cambios de fortuna; el regreso del malvado; el pasado oscuro en forma de secreto inconfesable que se cierne sobre el presente; el relato de una gran tragedia familiar; y, finalmente, la redención de los culpables circunstanciales, aquellos que jamás obraron de mala fe.

Calificación: Hors catégorie

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