12 de marzo de 2013

Magma

Magma (Spurious). Lars Iyer, Pálido Fuego
Traducción de José Luis Amores
Curioso tipo ese tal Lars Iyer: profesor de filosofía en la Universidad de Newcastle y autor de un par de libros sobre Maurice Blanchot (Blanchot’s Communism: Art, Philosophy, Politics (2004) y Blanchot’s Vigilance: Phenomenology, Literature, Ethics (2005)), y con un manifiesto -¿otro?- en el que reflexiona sobre el fin de la narrativa (Desnudo en la bañera, asomado al abismo. Manifiesto literario tras el fin de la literatura y los manifiestos (2012)) arranca en 2011 con un proyecto narrativo consistente en una trilogía paródico-filosófica del que este Magma (Spurious, 2011) representa la primera entrega, y que sigue con Dogma (2012) y finaliza con Exodus (2013). ¿Se tratará, como parece, de otro filósofo que se decide a escribir novelas, o se trata, según sus propias palabras, de "conjurar espectros" para poner fin al propio desasosiego? La respuesta a esta pregunta, en el caso de que se trata, no es sencilla, y esta reseña tan solo pretende contribuir, modestamente, a aumentar la confusión.


Lars -entramos en el texto-, un sujeto con graves oscilaciones tanto en su autoestima como en el concepto de su propia capacidad intelectual, aparte de anímicamente destrozado por unas irredentas y progresivas humedades que colonizan su vivienda, se erige en el incontinente narrador de las conversaciones, entre grotescas y alucinadas, que sostiene con un insólito personaje llamado W. La situación no es nueva; la historia de la literatura contiene dúos literarios -me resisto a llamarlos "pareja" cuando la interacción es tan desigual- famosos; por restringir la enumeración a algunos casos que puedan relacionarse con Lars y W., los Vladimir y Estragón de Samuel Beckett, los protagonistas de You & Me de Padgett Powell pero también, y sobretodo, los personajes de Flaubert... Haciendo un ejercicio de indeseable reduccionismo, pero es la primera asociación que me ha sugerido su lectura, uno diría que nos encontramos ante unos Bouvard y Pécuchet británicos pillados en plena cogorza retratados por un Thomas Bernhard en plenitud de facultades.
"¿Crees que es posible morir de estupidez?", suspira W. "No a consecuencia de esa estupidez", puntualiza, "sino desde la estupidez. ¿Y de vergüenza?", me pregunta W., "crees que podrías morir de vergüenza?, me refiero a morir literalmente".
Ambos reconocen, programáticamente, el liderazgo espiritual de Kafka -y otra pareja, la formada por el escritor y Max Brod, les sirve de marco para su relación intelectual, de la misma manera que podrían citarse los casos de Goethe y Eckermann (Conversaciones con Goethe en los últimos años de su vida) o de Samuel Johnson y Boswell (Vida de Samuel Johnson), a lo largo del texto con una presencia constante, explícita o sobreentendida-, aunque los diálogos, en esa especie de estilo indirecto anárquico, recuerdan, como queda dicho, a otro centroeuropeo de alargada sombra. Ese liderazgo tiene, no obstante, muchos condicionantes, entre los que se encuentra la difícil asunción de los papeles del escritor y del editor por parte de la pareja protagonista:
"¿Cuál de los dos es Kafka y cuál Brod?, elucubra W. Ambos somos Brod, dice, y eso es lo penoso. Brods sin Kafka, y qué es un Brod sin un Kafka."
Así que el dilema "intelectual" acaba consistiendo en la infructuosa búsqueda de un líder literario; infructuosa porque no encuentran a ningún escritor que acepte ser su líder espiritual. Y sin líder no puede haber escritor.
"Una vez, W. pensó en ser escritor, un escritor literario. Llenó un cuaderno tras otro. Aquello ocurrió cuando tenía veinte años. Todo el mundo quiere ser un escritor literario cuando tiene veinte años, dice W. Naturalmente nadie lo es jamás- W. lo advirtió bastante pronto. Supo que no era Kafka, dice."
Así pues, Lars y W. se embarcan en un peregrinaje intelectual en busca de las fuentes de la literatura -personalizadas en el omnipresente Franz Kafka-, del arte -encarnado por el cineasta Béla Tarr- y del pensamiento -Maurice Blanchot-, al rastreo de las huellas de sus ídolos, a la caza de la idiosincracia continental.
"Nos sentamos en un bistró y bebimos vino alsaciano a vasos. W. habla su pésimo francés en voz alta, y soñamos, durante un instante, que somos auténticos intelectuales europeos."
Como es habitual, tales jornadas alcohólicas acaban hablando del tiempo y perorando acerca de un mundo incapaz de comprender, y no digamos de colmar, sus aspiraciones; de ahí a las propuestas irracionables sólo hay el paso de otro vaso:
"Deberías escribir un libro", dice W., "aunque sólo fuera para lloriquear en las presentaciones."
La parodia, con un sentido de la crítica mordaz camuflado bajo el disfraz del humor, está servida: las ínfulas referentes a la plena dedicación a la vida intelectual, la emisión zarathustriana de aforismos concluyentes, el aislamiento del intelectual en la torre de marfil, el menosprecio altanero de las opiniones ajenas, la infravaloración de la producción de los competidores... En resumen, el vivo retrato del "intelectual" moderno.
"W. está, como siempre, leyendo acerca de Dios. Dios y las matemáticas, eso es todo lo que le interesa. De alguna manera todo tiene que ver con Dios, en quien W. no es capaz de creer, y con las matemáticas, que W. no es capaz de hacer. Y está leyendo sobre Dios y las matemáticas en alemán, dice W., lo que significa que no entiende nada de lo que no entiende nada."
Un humor delirante que caricaturiza la tragedia se hace presente permanentemente tanto en las situaciones con que se encuentran los protagonistas como, sobretodo, en las concluyentes sentencias, llenas de pretenciosidad y grandilocuencia, de W. Éste, W., el personaje mesiánico, representa el papel de maestro espiritual de Lars, el personaje apocalíptico, en una relación cuanto menos curiosa de profesor-preceptor y alumno -una "conexión abstracta", en palabras de Lars-. No sólo posee más conocimientos, sino también más "experiencia de la vida", lo que le permite pontificar espectacularmente y acusar a Lars de todas las carencias imaginables: intelectuales, personales, e incluso higiénicas.
"A W. le impresionó mi reciente depresión. "Es una señal de seriedad", dice, "o de que aun un idiota como tú no puede escapar de la seriedad". Estos son tiempos desesperados, dice [...]"
Así que esas supuestas "conversaciones", que no lo son porque uno de los protagonistas, el narrador, se limita casi exclusivamente a reproducir el discurso del otro, convirtiendo la "conversación" en un monólogo que reproduce un diálogo que no es diálogo, se convierten en chistoso circunloquios paródicos, sin la más mínima lógica intelectual interna, que jamás son cuestionados, sino que se integran en la conciencia del dúo como verdades evidentes.
"El pensamiento, cuando llega, siempre le sorprende, dice W., aunque esté preparado con su cuaderno, dice, que guarda en su bolso masculino. Esa es la razón de que yo necesite un bolso masculino, dice, por si acaso me sorprende el pensamiento. Sin embargo yo temo los tiempos muertos que posibilitan el pensamiento, dice W., y por tanto no necesito un bolso masculino."
La desigualdad progresa a pasos agigantados, la superioridad intelectual de W. se manifiesta constantemente... Mientras se preocupa por la inteligencia, el conocimiento, la filosofía, las matemáticas, la geometría, el griego clásico, Lars intenta sobrevivir abrumado por la excelencia de W. y condicionado por la invasión de la, también, invencible humedad doméstica.

Lo dicho, Iyer es un tipo peculiar, y una obra como Magma -en una cuidadísima edición de la fosterwallaciana Pálido Fuego, que nos regala en la misma portada la presencia de otra  pareja mítica, Blanchot y Lévinas- una interesante, desafiante y recompensadora lectura que se antoja imprescindible y que nos deja, junto con cierta sensación de desasosiego, aunque no padezcamos humedades invasoras en casa, con las ganas de seguir sabiendo qué nos depararán en el futuro las aventuras de esos insólitos protagonistas.
Lars Iyer at the Franklin Park Reading Series, February 2012

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