11 de abril de 2009

Autoayuda en carretera

E L RUNRÚN
Autoayuda en carretera
Màrius Serra - 09/04/2009. Jueves Santo según la tradición católica.

¿Por qué tantos ex cristianos apartados de su tradición buscan alternativas cuanto más exóticas mejor?

Es muy probable que uno de los libros más vendidos de este Sant Jordi sea la novela El silenci, con la que el locutor de Catalunya Ràdio Gaspar Hernàndez ganó el premio Josep Pla. También su programa diario L´ofici de viure ha sido una de las revelaciones de estas dos últimas temporadas, si nos atenemos a las diversas distinciones recibidas por parte de público (EGM) y crítica (Ciutat de Barcelona). Tanto en uno como en otro flanco Hernàndez reivindica un sector emergente que combina beneficios pingües con un bajo prestigio social: la autoayuda. Hernàndez, que es un buen lector, ha sabido combinar los tristes recetarios de tantos librillos de maestrillos mediocres con manjares más sabrosos procedentes de la poesía, la filosofía, la teología o la literatura. Yuxtaponer a Cesare Pavese con Louise Hay no deja de tener su aquel. Con esa alegre mezcolanza se lanza cada día a la antena para explorar los recovecos de la felicidad, y así también ha compuesto su primera novela, un relato hipotenso que juguetea con el poder de la palabra para suscitar una remisión espontánea de un tumor en una paciente desahuciada. En El silenci Hernàndez compone un digest apañadito de los materiales de aluvión con los que se construyen los edificios en el territorio Second Life de la autoayuda, y en un momento dado de su larga perorata, el autor (o el narrador o el protagonista o los tres en uno) reivindica este sector tan denostado como exitoso. Pero ¿qué es la autoayuda? Pues de entrada, una etiqueta desgraciada que ha triunfado hasta hacerse un hueco notable. Primero en las librerías, y ahora en los medios. Los productos que llevan esta etiqueta se nutren de tres alimentos básicos: la voluntad de superación, la pereza intelectual y la necesidad de hallar soluciones mágicas. La superación personal, siempre loable, entronca con aquellos manuales de autoaprendizaje lingüístico con los que hace un siglo algunos esforzados revolucionarios pretendían aprender a hablar ruso. Y quien dice hablar ruso dice fabricar cócteles molotov. La pereza intelectual es más devastadora. Por definición, los manuales no están hechos para hacernos pensar, sino para que repitamos unas fórmulas preestablecidas. No todos los autores de autoayuda funcionan así, pero algunos se enfrentan al bienestar emocional con mentalidad powerpoint, como quien planea un partido de baloncesto o un programa electoral. La literatura siempre ha sabido que en los pequeños detalles reside la grandeza de la condición humana, pero cuando alguien los tabula para conseguir un objetivo concreto aparece el fantasma de la solución mágica y más vale largarse por piernas. Finalmente, la autoayuda también bebe de la tradición ocultista, actualizada por el filtro new age. En los setenta, uno de mis mejores amigos leyó a Castaneda y luego cayó en la trampa colorista de la espiritualidad exótica. Se rapó, vistió de naranja y empezó a cantar jaculatorias interminables mucho menos interesantes que el canto gregoriano. Hoy, Jueves Santo desacralizado por lo civil y lo laboral, es un buen día para preguntarse por qué tantos ex cristianos apartados de su tradición religiosa buscan soluciones alternativas cuanto más exóticas mejor. Ya puestos, se podían haber quedado donde estaban, y ahora vivirían con fervor los variados rituales de Semana Santa que propone el catolicismo.

MariusSerra@ verbalia. com

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