Libros del Asteroide ha concluido la publicación de una de las obras más conocidas del polifacético político y escritor francés, tan influyente en su país como desconocido en España, Maurice Druon, publicada originalmente en francés bajo el título genérico de El fin de los hombres (La fin des hommes, 1948-1951), compuesta por los tres volúmenes Las grandes familias (Les grandes familles, 1948, Premio Goncourt), La caída de los cuerpos (La chute des corps, 1949), y Cita en los infiernos (Rendez-vous aux enfers, 1951).
Traducción de Amparo Albajar
En plena I Guerra Mundial, algunos miembros de dos de las familias más poderosas de Francia,
"de la aristocracia, de las finanzas, del gobierno, de la literatura..."
se han congregado en una habitación de maternidad para compañar al nacimiento de quien está llamado a heredar de todo este brillo.
"Entonces, por encima de los cuellos postizos, rígidos y lustrosos, las cabezas se asomaron, inclinaron sus hinchazones, sus arrugas, sus párpados purpúreos, sus frentes moteadas, sus grandes narices grumosas, sus inmensas orejas, sus mechones amarillentos y sus cabellos erizados, y soplaron sobre la cuna el aliento de sus bronquios gastados, de sus cuarenta años de cigarro, de sus bigotes y de sus dientes arreglados, para observar los deditos que apretaban, que pellizcaban la piel fina del dedo del abuelo, parecida a la membrana de los gajos de la mandarina."
Una reunión de viejos y cansados dinosaurios al borde de la extinción, que contemplan asombrados al que adivinan el último ejemplar de la especie, vana esperanza de supervivencia, como si el equipamiento genético y mundano con que nace ese nuevo individuo fuera suficiente para sobrevivir en un mundo que enfilaba la senda del cambio inaplazable en el que el depósito del poder, por una cuestión de pura y simple adaptación pero también porque el poder es un ente autónomo, un parásito que busca siempre el huésped con mayores probabilidades de supervivencia, estaba a punto de pasar de las manos de esos individuos poderosos pero anquilosados e incapaces de adaptación a las de otras especies con menor carga genética, más rápidos, más moldeables, con no menos pero sí distintos escrúpulos y más capaces de hacer frente a las cambiantes expectativas, cuya llegada se adivinaba bajo las alarmas antiaéreas, el ruido de las hélices del Hindenburg, las cortinas corridas que protegían la tenue luz de las bujías, y la resistencia a aceptar la desaparición de un mundo exhausto. Este cuadro, a modo de prólogo, constituye el poderoso arranque de Las grandes familias.
Druon gestiona de forma magistral los tiempos narrativos, no sólo los que puntean el transcurso de la acción, de modo que no quede alterado el ritmo que parece preestablecido por la naturaleza de la trama, sino también el que regula el flujo de información que la lectura, que debe mantener un ritmo pausado para no perderse ningún detalle, ofrece al lector. Así, después del prólogo localizado en el hospital donde nace el heredero, y como si quisiera confirmar el relevo del que se ha hablado antes, el primer capítulo narra la muerte de Jean, el poeta de la familia La Monnerie, construyendo un magnífico contrapunto del prólogo y una adecuada introducción al universo de esas grandes familias a las que hace referencia el título, familias nada comunes que, como es natural, celebran funerales nada comunes.
"En los entierros pobres, en que sólo unos cuantos parientes siguen el coche fúnebre, el muerto parece mendigar piedad en su camino. Aquí, por el contrario, parecía rechazar el homenaje. Pasaba despectivo entre dos filas alineadas en su gloria, acostado bajo su sombrero de plumas, como un cadáver magro que ha vivido demasiado tiempo para dejar verdaderas penas."
Tal vez los jóvenes no lleguen a darse cuenta porque su experiencia del mundo es corta; o porque han estado tan inmersos en este mundo que no tienen referencias para hacer comparaciones; pero lo que es evidente es que los tiempos están cambiando, y cambiando a peor, o al menos esa es la opinión unánime de los ancianos esos que sí han conocido los tiempos de esplendor, en los que cada cosa y sobretodo cada uno estaban en su sitio. Y tal vez el síntoma más evidente de ese empeoramiento sea que ahora les suceden cosas que antes sólo sucedían a los individuos ajenos a su posición, a la plebe, como el embarazo no deseado de una virgen de la familia, o un intento de suicidio, cuando es tan evidente que
"En las familias como la nuestra no se suicida uno. ¡Eso se deja para los burgueses y los artistas!".
Aunque, en realidad, no todo está perdido, pues mientras esas excelentes y excelsas personas del pasado sigan con vida, seguirán existiendo los viejos remedios para afrontar los nuevos desafíos: así, si una sobrina casquivana queda embarazada de un don nadie, y sus estúpidos prejuicios modernos le impiden el "arreglo" que convendría para que la familia no sea el hazmerreír de todo París, siempre existirá el antiguo admirador, ahora un anciano solterón, con una buena renta, para echaer mano de él a fin de resguardar el honor del apellido. Y, para cerrar el círculo, que la amante del difunto tío de la embarazada acabe siendo la amante del desafortunado progenitor: la encinta de alta cuna con el solterón rico, y la ex-amante con el joven advenedizo, cada oveja con su pareja y todo en orden: cada uno en su sitio, como debe ser.
Sin embargo, mantener el estatus acostumbra a tener un precio; cuando el más impresentable pisaverde, sea éste un mero arribista o un bastardo que cree que su nacimiento le otorga las mismas prebendas que a la descendencia legítima, obtiene sus migajas de poder, es preciso volver a ponerle en su lugar, independientemente de las contrapartidas que la situación exija: un paso por el filo de la bancarrota o el suicidio de aquel hijo en que se habían depositado las esperanzas acumuladas de todas las generaciones anteriores, y cuyo error consistió en adelantarse al curso de los acontecimientos con la pretensión de dar por jubilado al patriarca que presume todavía de sus facultades.
Arriesgadas operaciones bursátiles, matrimonios de conveniencia, odios de generaciones soterrados bajo el disimulo de la coyuntura... El mundo de la aristocracia y de los grandes negocios reportado por unos de los personajes más influyentes de la escena cultural y política francesa, con un estilo narrativo directo y preciso, el estilo de la gran novela realista francesa -es inevitable la referencia a la balzaquiana Comedia humana (Comédie humaine)-, es decir, de la última gran novela europea.
"de la aristocracia, de las finanzas, del gobierno, de la literatura..."
se han congregado en una habitación de maternidad para compañar al nacimiento de quien está llamado a heredar de todo este brillo.
"Entonces, por encima de los cuellos postizos, rígidos y lustrosos, las cabezas se asomaron, inclinaron sus hinchazones, sus arrugas, sus párpados purpúreos, sus frentes moteadas, sus grandes narices grumosas, sus inmensas orejas, sus mechones amarillentos y sus cabellos erizados, y soplaron sobre la cuna el aliento de sus bronquios gastados, de sus cuarenta años de cigarro, de sus bigotes y de sus dientes arreglados, para observar los deditos que apretaban, que pellizcaban la piel fina del dedo del abuelo, parecida a la membrana de los gajos de la mandarina."
Una reunión de viejos y cansados dinosaurios al borde de la extinción, que contemplan asombrados al que adivinan el último ejemplar de la especie, vana esperanza de supervivencia, como si el equipamiento genético y mundano con que nace ese nuevo individuo fuera suficiente para sobrevivir en un mundo que enfilaba la senda del cambio inaplazable en el que el depósito del poder, por una cuestión de pura y simple adaptación pero también porque el poder es un ente autónomo, un parásito que busca siempre el huésped con mayores probabilidades de supervivencia, estaba a punto de pasar de las manos de esos individuos poderosos pero anquilosados e incapaces de adaptación a las de otras especies con menor carga genética, más rápidos, más moldeables, con no menos pero sí distintos escrúpulos y más capaces de hacer frente a las cambiantes expectativas, cuya llegada se adivinaba bajo las alarmas antiaéreas, el ruido de las hélices del Hindenburg, las cortinas corridas que protegían la tenue luz de las bujías, y la resistencia a aceptar la desaparición de un mundo exhausto. Este cuadro, a modo de prólogo, constituye el poderoso arranque de Las grandes familias.
Druon gestiona de forma magistral los tiempos narrativos, no sólo los que puntean el transcurso de la acción, de modo que no quede alterado el ritmo que parece preestablecido por la naturaleza de la trama, sino también el que regula el flujo de información que la lectura, que debe mantener un ritmo pausado para no perderse ningún detalle, ofrece al lector. Así, después del prólogo localizado en el hospital donde nace el heredero, y como si quisiera confirmar el relevo del que se ha hablado antes, el primer capítulo narra la muerte de Jean, el poeta de la familia La Monnerie, construyendo un magnífico contrapunto del prólogo y una adecuada introducción al universo de esas grandes familias a las que hace referencia el título, familias nada comunes que, como es natural, celebran funerales nada comunes.
"En los entierros pobres, en que sólo unos cuantos parientes siguen el coche fúnebre, el muerto parece mendigar piedad en su camino. Aquí, por el contrario, parecía rechazar el homenaje. Pasaba despectivo entre dos filas alineadas en su gloria, acostado bajo su sombrero de plumas, como un cadáver magro que ha vivido demasiado tiempo para dejar verdaderas penas."
Tal vez los jóvenes no lleguen a darse cuenta porque su experiencia del mundo es corta; o porque han estado tan inmersos en este mundo que no tienen referencias para hacer comparaciones; pero lo que es evidente es que los tiempos están cambiando, y cambiando a peor, o al menos esa es la opinión unánime de los ancianos esos que sí han conocido los tiempos de esplendor, en los que cada cosa y sobretodo cada uno estaban en su sitio. Y tal vez el síntoma más evidente de ese empeoramiento sea que ahora les suceden cosas que antes sólo sucedían a los individuos ajenos a su posición, a la plebe, como el embarazo no deseado de una virgen de la familia, o un intento de suicidio, cuando es tan evidente que
"En las familias como la nuestra no se suicida uno. ¡Eso se deja para los burgueses y los artistas!".
Aunque, en realidad, no todo está perdido, pues mientras esas excelentes y excelsas personas del pasado sigan con vida, seguirán existiendo los viejos remedios para afrontar los nuevos desafíos: así, si una sobrina casquivana queda embarazada de un don nadie, y sus estúpidos prejuicios modernos le impiden el "arreglo" que convendría para que la familia no sea el hazmerreír de todo París, siempre existirá el antiguo admirador, ahora un anciano solterón, con una buena renta, para echaer mano de él a fin de resguardar el honor del apellido. Y, para cerrar el círculo, que la amante del difunto tío de la embarazada acabe siendo la amante del desafortunado progenitor: la encinta de alta cuna con el solterón rico, y la ex-amante con el joven advenedizo, cada oveja con su pareja y todo en orden: cada uno en su sitio, como debe ser.
Sin embargo, mantener el estatus acostumbra a tener un precio; cuando el más impresentable pisaverde, sea éste un mero arribista o un bastardo que cree que su nacimiento le otorga las mismas prebendas que a la descendencia legítima, obtiene sus migajas de poder, es preciso volver a ponerle en su lugar, independientemente de las contrapartidas que la situación exija: un paso por el filo de la bancarrota o el suicidio de aquel hijo en que se habían depositado las esperanzas acumuladas de todas las generaciones anteriores, y cuyo error consistió en adelantarse al curso de los acontecimientos con la pretensión de dar por jubilado al patriarca que presume todavía de sus facultades.
Arriesgadas operaciones bursátiles, matrimonios de conveniencia, odios de generaciones soterrados bajo el disimulo de la coyuntura... El mundo de la aristocracia y de los grandes negocios reportado por unos de los personajes más influyentes de la escena cultural y política francesa, con un estilo narrativo directo y preciso, el estilo de la gran novela realista francesa -es inevitable la referencia a la balzaquiana Comedia humana (Comédie humaine)-, es decir, de la última gran novela europea.
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