7 de abril de 2025

Asados quemados y pasteles poco hechos


 Asados quemados y pasteles poco hechos

Pierre Bergounioux 

Que Kant no se moviera, por así decirlo, de Königsberg, es comprensible. ¿Y para qué? El planeta, entonces, tenía su reflejo casi perfecto en Königsberg, que nunca fue más que una ciudad de provincias que, no obstante, encerraba el conjunto de la condición humana, sus recursos y sus males, sus trabajos, su esperanza.

Todo eso es lo que se llama un indefinido. Lo que el mundo le proporciona a Kant, en sus arenosos márgenes, se reduce a muy poco: su tabaco, el bacalao, al que era excesivamente aficionado, algunos libros, pero excelentes, un retrato de Rousseau y el eco atenuado, tardío, de la Revolución Francesa. Lo universal, cuando llega a las profundidades de Prusia, lo hace bajo la forma de ideas que se han despojado, a lo largo del recorrido, de toda sustancia, o casi. Adquieren, con la lejanía y las demoras del camino, esa pureza casi sideral que se atribuye, erróneamente, a la filosofía. Apenas afectaban, además, a las costumbres del filósofo. Tan grande era su puntualidad que las amas de casa solían preparar la comida a su paso. Sin embargo, como cuenta Michelet, salía de casa más temprano de lo habitual para ir al encuentro del correo que traía noticias de Francia. La proclamación de los derechos del hombre y del ciudadano, de la República, del Terror y de la Virtud se tradujeron, en Könisberg, en asados quemados, pasteles poco hechos y peleas domésticas.

La vida de Kant participa del tiempo anterior, de la duración inmóvil de los lugares estrechos y cerrados, los únicos que son congruentes con nuestra finitud (cinco pies y seis pulgadas de alto por una envergadura algo menor y la potencia de una doceava parte, más o menos, de un caballo de vapor). Un encanto especial se atribuye a ese tiempo efímero, a esas localidades dispersas, materialmente separadas, que hicieron aflorar el racionalismo abstracto. Se actúa siempre dentro de los límites exiguos, inmemoriales, en los que nuestros actos encuentran su cumplimiento. Ahora bien, su máxima se extiende en el horizonte universal.

La idea que ingenuamente nos formamos de la felicidad, el estado que esta palabra sugiere, conserva, aún hoy, un reflejo de Kant. No de su letra, que abandona inmediatamente un marco provinciano y va más allá de su tiempo, al haber sido escrita como desde fuera, desde todas partes, para todos y para siempre. No, de su tiempo, de este mundo abolido, cada parte del cual solo tenía relaciones pensadas o imaginadas —o ninguna relación en absoluto— con las otras partes. El más prosaico de nuestros sueños, el más anacrónico —pasar días tranquilos meditando detrás de postigos verdes, respirar en perfecta paz—, ¿qué otra cosa es sino la vida regular, confinada, monótona, de Kant, transpuesta a este tiempo, el nuestro, en el que el movimiento general se ha apoderado de las cosas y de nosotros mismos, y las más pequeñas particularidades llevan su sello?

[...] Pienso en la felicidada bajo formas anticuadas y la imagino con colores desvaídos. Cuando la experimento, si es realmente ella, si el término se aplica a lo que siento, es, sería, un fugaz rayo caído del cielo nublado, una fina lengua de arena en medio del oleaje, una intermitencia precaria entre el tumulto y el disgusto. Todo eso, durante mucho tiempo, se mantuvo alejado de nuestra vida. Primero, no existía en absoluto. Luego, fue una intangible claridad en sus márgenes. Después, tocó la tierra y se estableció allí para siempre.


Este artículo es un fragmento del capítulo del mismo título del libro La Fin du monde en avançant. Pierre Bergounioux. Fata Morgana, 2006 (no traducido a ninguna lengua peninsular), recopilado por Le Tiers Livre. François Bon: https://www.tierslivre.net/spip/spip.php?article526

Fotografía de https://www.learnliberty.org/blog/immanuel-kant-philosopher-of-freedom/

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