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Diccionario onomástico. Mircea Horia Simionescu, KRK Ediciones, 2024 Traducción de Borja Mozo Martín. Prólogos de Mircea Cartarescu y Eduardo Berti |
Jean Cocteau dijo, si no recuerdo mal, que «un chef-d'oeuvre de la littérature n'est jamais qu'un dictionnaire dans le désordre»; me parece que fue en su primera novela, Le Potomak, allá por 1919. Las citas que relacionan diccionarios y literatura son abundantes, pero para lo que interesa a este redactor, permítaseme reproducir otra: «Un dictionnaire du littéraire peut et doit avoir pour mission de tenir l’esprit en vigilance»; esta procede del prefacio de Le dictionnaire du littéraire, dirigido por Paul Aron, Denis Saint-Jacques y Alain Viala, publicado en 2002. A pesar de su disparidad temporal y temática, conviene tener ambas en cuenta porque este Diccionario onomástico, del rumano Mircea Horia Simionescu, parece integrarlas ambas: participa de la primera al reunir el hecho de tener forma de diccionario —y ser, si no una obra maestra, sí una obra notable—, pero también por tratarse de una obra literaria, no de lexicografía; y de la segunda por, efectivamente, como en toda obra literaria digna de ese nombre, mantener la mente alerta.
Pero vayamos al contenido. Diccionario onomástico es el primer volumen de la tetralogía «El ingenioso bien temperado» —un título bien bachiano, por cierto—, y consiste en un diccionario enciclopédico —el antepasado en papel de la Wikipedia; a los lectores a partir de cierta edad nos suena el término, y a los francófilos nos remite, irremediablemente a la Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers—, aunque tal vez fuera más adecuado el término ficcionario, cuyas entradas corresponden a nombres de persona seguidos de su definición —que puede consistir en una sola frase o en varias páginas—; un tour de force parecido al que, bajo otras circunstancias y distintas motivaciones, entre las cuales las políticas tuvieron un papel fundamental, más de diez años después, Milorad Pavic desarrolló en su Diccionario jázaro; un desafío consistente en romper el pacto cronológico de la novela convencional y sustituirlo por la forma del listado alfabético, en el caso de Simionescu, de nombres, dejando en manos del lector —de ahí el término desafío— la conversión a la formulación común. Esta técnica, como señala acertadamente el traductor en su esclarecedora «Nota a la traducción», conectaba la literatura rumana —todavía bajo el régimen de Ceaucescu— con las tendencias más innovadoras vigentes en el resto de Europa; además, la exigencia intelectual de ese tipo de textos, al estar destinados, en su país de origen, a una parte muy selecta de la población, consiguió sortear la censura oficial debido a la dificultad de acceso; como dice Borja Mozo, «a mayor tiesgo formal, menor riesgo político».
El libro tiene un origen, no sé si espurio, aunque tiene toda la pinta: recopilar para un amigo del autor unas cuantas decenas de nombres para que tuviera dónde elegir para bautizar a su hijo.
Pero todo lo antedicho quedaría en un mero e infructuoso experimento formal si no existiera, debajo de su accidentada superficie, una destreza narrativa que, a pesar de la constricción formal —o precisamente por su causa—, edifica un relato proteiforme, un simulacro, que va autogenerándose según avanza, precisamente porque no sigue el camino convencional —cosas que suceden durante un tiempo determinado a unos personajes concretos: es una definicón elemental y hasta naïf, pero no por ello menos pertinente, del género novela—, sino el de la ironía culta y procreadora.
Un descubrimiento.
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