Les més elementals normes de la lògica dicten que individus normals enfrontats a situacions quotidianes prenen decisions habituals; naturalment, aquesta realitat gris, avorrida i previsible semblaa poc explotable des del punt de vista literari, a menys que fem elàstic el concepte de “normalitat”. Aquest és el terreny que explota la literatura de Lydia Davis: o les situacions són només aparentment habituals o els seus personatges acostumen a tenir certes peculiaritats, petites inadaptacions, lleus disfuncions, que l'autora aprofita mostrant la ridiculesa de l'intent d'anàlisi racional dels costums més establerts. Són precisament aquestes pecularitats les que suporten l'entramat narratiu, dens i profund, tant de Ni puc ni vull com d'altres textos de l'autora, personatges que no acostumen a tenir, com és habitual, conflictes amb la parella, amb els veïns o amb els companys de feina, sino amb si mateixos; i que són retratats amb una impietosa cruesa. A Ni puc ni vull hi conviuen els relats més obsessius -alguns personatges exhibeixen amb tota normalitat unes neurosi canòniques- i els fragments més elementals, flaixos que enceguen al lector desprevingut que té tendència a sentir-se agombolat per aquesta prosa aparentment senzilla i digerible. Tampoc l'extensió dels relats és homogènia, ja que s'hi inclouen des de textos d'una sola línia fins alguns de vàries pàgines, i també de diferent intensitat: des de la confessió íntima a la descripció més assèptica; alguns que semblen, tant per format com pel contingut, avisos; d'altres, generalment el més curts, semblarien fregar el territori de les confessions; alguns, finalment, els més aconseguits, prenen el format de "Carta a…".
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¿Qué es primero, la disposición hacia una cierta forma de vida, o la exposición que crea la expectativa? Incluso en el triunfo, en una vida que haya colmado la mayoría de las aspiraciones, parece haber quedado algo en el camino, algo impreciso e indefinible que tal vez en su tiempo ni siquiera representó una aspiración. Sí, hemos sido felices y hemos conseguido casi todo aquello que nos propusimos; sin embargo... Este sin embargo es el terreno que explora Renata Adler en Lancha rápida. El campo de juego es el mundo del periodismo -de cierto periodismo, y en sentido amplio- en los años 70 del siglo pasado en Estados Unidos: viajes exóticos, corresponsales cómplices, lugares peligrosos, una vida aventurera y glamourosa; sin embargo,el texto constituye un paseo por el lado salvaje -"la resaca de la fiesta de los años 60"-, un camino al borde del abismo recorrido inconscientemente, sin hacer caso del peligro u obviándolo como si no existiera, ignorando el precipicio, caminando alegre y despreocupadamente por el filo. Adler pasa una mirada severa y nada complaciente hacia una educación elitista que escondía, con la connivencia de todos los implicados, las carencias emocionales, e incluso humanas, de una sociedad lanzada al galope ciego hacia el abismo de la inconsciencia, "tratando de mantener una apariencia de vidas decentes". Y de aquellos polvos, estos lodos: una generación desencantada en la que la promiscuidad, en todos los sentidos, sustituye al compromiso, también de cualquier clase. Se trata de una mirada inteligente au-dessus de la mêlée de quien forma parte del mismo sistema que denigra pero posee la suficiente capacidad de abstracción para revelar de sus carencias.
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Los ingleses serán todo lo protestantes que quieran -al fin y al cabo lo son por un asunto de faldas-, pero el humor inglés se encomienda a una Santísima Trinidad -dignos herederos de una tradición que podría remontarse a Laurence Sterne- de libro: Woodehouse, Saki y Jerome; o, si se quiere, por seguir con el símil religioso, los tres brazos de la cruz -el cuarto podría ser Durrell- en la que se crucifica a la sociedad británica, mientras canta "Always look on the bright side of live"). Comprar una casa y reformarla puede ser un asunto laborioso, pero hacerlo acompañado de tres hijos inclasificables puede llegar a ser un empeño inútil: tomar una situación normal e ir añadiendo detalles irónicos, contados con la mayor seriedad, hasta tergiversar la situación por reducción al absurdo; hacer un uso inteligente de los diálogos, ágiles y luminosos, que rozan la sinrazón y en los que cada personaje interpreta invariablemente su papel... Éstas son las señas de identidad del humor de Jerome, un humor blanco, optimista, un humor inteligente que busca la sonrisa en lugar de la carcajada y que deja en el lector el buen sabor de boca de los clásicos del género.
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Seguint l'estela d'uns exercicis comuns en altres llengües però escassos en català, Males Herbes, editorial menuda però valenta que prové d'una revista de ciència-ficció, proposa a 26 escriptors catalans contemporanis, cultivadors de diferents gèneres, escriure un relat que tingui a veure amb els viatges en el temps. Se suposa que cada autor portarà l'aigua al seu molí, oi? Doncs no: alguns es reconeixen en els temes o en l'enfocament del repte, però d'altres sobrepassen el seu estil i, brillants, es fan tan irreconeixibles com poderosos, demostrant una vegada més que la literatura "de gènere" pot ser tan seriosa com la "desgenerada". Un experiment lluminós i reeixit que estaria bé repetir amb altres propostes.
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La segunda novela de Ben Lerner cambia el tema de su obra anterior pero ahonda, ahora en su lugar original en lugar de Madrid, en el retrato de cierta clase cultural -que parece trascender lo social pero que, naturalmente, no consigue distinguirlas ni aislarlas: pijos con ínfulas culturales- de una gran urbe, con aspiraciones infantiles -o infantiloides- aunque rocen la treintena, relaciones hiperbreves con acentuado sentido utilitario y aspiraciones de futuro que llegan justo a pasado mañana. ¿Cómo? Mediante la narrativa de la levedad, con un estilo -o falta de estilo que, conviene recordar, también es una opción- rayano en lo oral, con episodios sucesivos y aislados que parecen prefigurar algún desorden psíquico genético, social o inducido. La inteligencia, la preparación básica para desenvolverse con garantías en un entorno cambiante, puede alentar una visión irónica, desde una posición social levemente privilegiada, que no constituirá un sistema de defensa sino una válvula de escape, una excusa para el no-compromiso -en sentido amplio-, una visión de pájaro ficticia sobre una realidad a la que se juega a rechazar pero a la que es incapaz de analizar seriamente (1). Pero por debajo de un discurso irónico y narcisista subyace una serena reflexión sobre el oficio de escritor y acerca de sobre qué y cómo se ha de escribir. Todo ello sin olvidar que a menudo, el origen de una obra literaria -una mentira: "la mentira describía mi vida mejor que la verdad, hasta que se convirtió en una especie de verdad"- es un recuerdo falso o falsificado -otra mentira-: el escritor sería, pues, un embustero patológico que se funda en una mentira para engañar, a conciencia, a un amplio auditorio. Sorprendente.
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Un mesón que se convierte en hotel que se convierte en cine: comer-dormir-soñar, necesidad fisiológica-necesidad biológica-necesidad cultural; en cualquier caso, un albergue para, principalmente, solitarios que solamente acceden a socializarse en segunda opción en locales en los que se acostumbra a relacionarse con desconocidos; vidas insignificantes que materializan sus aspiraciones en la ficción cinematográfica. La sala de cine como el lugar vertebrador de las relaciones entre los ciudadanos, la igualación -aunque las filas se ocupen corporativamente-, el rasero: ¿el Estado? ¿Yugoslavia? Tal vez, pero ¿es imprescindible llevar al límite la metáfora? ¿Qué era Yugoslavia? ¿Una comunidad que compartía techo? Ah, la fatiga de los materiales, el desgaste de las estructuras, la ruina de las construcciones: ¿hasta dónde? Naturalmente, hasta la desaparición de la comunidad, que había conseguido sobrevivir -atención: Serbia, en la tenaza entre los nazis alemanes y los nazis croatas- sin muchas dificultades a la ocupación alemana, coincidiendo con el conflicto de los Balcanes -ah, Europa, ¿dónde estabas?-, la desaparición de Yugoslavia y la desmembración de Serbia -véase a otro apestado: Peter Handke-, un techo que daba cobijo, bien o mal -la película no era siempre del agrado de la totalidad de la audiencia-, y que acabó desmoronándose sobre los espectadores. Soberbio.
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Afortunadament, aquest és un llibre que són molts llibres alhora, novel·la, no ficció, assaig, diari, i a la que a cada opció se li adjudica un to determinat i, si no fos perquè el protagonista és el mateix, un personatge diferent. Hi trobareu un tractat sobre la incapacitat d'actuar amagat darrera del que sembla un manual de procastinació; una mirada malèvola al món de la creació darrera de la crítica de les acadèmies; un elogi de la llibertat artística darrera del reconeixement de la derrota enfront el realisme. Emergint del text, despullant-se de la disfressa de camuflatge, l'obsessió per l'obra i l'obsessió per la teoria -"apassionat per les preguntes i enemic de les respostes"-; i la qüestió de l'honestedat de l'artista enfrontada amb la seva capacitat d'enganyar, gairebé ilimitada però que troba la seva frontera en la impossibilitat d'enganyar-se a si mateix i convertir a l'artista en un pallasso. I sobrevolant el text i projectant-hi la seva amenaçadora ombra, la pregunta: "què vol dir pintar?". Estimulant.
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A medio camino entre Sócrates y Diógenes el Cínico se halla la concepción estoica de Epicteto, un filósofo moralista del primer siglo de la E.C. Sus principios, que aparecieron resumidos en el conocido Enchiridion, los agrupó su discípulo Flavio Arriano en el texto conocido como Disertaciones, que se presume, por citaciones contemporáneas, más extenso del que nos ha llegado. Constituyen una versión actualizada a la realidad romana, más moralista que puramente filosófica, de la Stoa de Zenón de Citio, y materializan el último florecimiento del estoicismo hasta su declive con la instauración del cristianismo como religión del imperio.
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Epicteto, uno de los filósofos de la era romana más citados -tanto Michel de Montaigne, en sus Ensayos como Robert Burton en Anatomía de la melancolía le rinden pleitesía- no dejó ninguna obra escrita; fueron sus discípulos, particularmente Arriano, los que pusieron por escrito sus enseñanzas. Su texto más difundido, tanto por su brevedad como por su concisión, es el Enchiridion o Manual de vida. Esta edición cuenta, pues, con una cuidada e inteligible traducción del texto y con el interesantísimo e iluminador comentario, aparte, de Pierre Hadot, uno de los máximos especialistas contemporáneos en el pensamiento antiguo. Una ocasión excelente para volver a uno de los textos fundamentales del estoicismo con un acompañamiento difícilmente superable.
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Ruth Puttermesser es una profesional capaz e inteligente, que trabaja en la administración como quien purga un castigo autoinfligido; es soltera y, a pesar de haber tenido algún amante, sin compromiso, y solitaria porque le es imposible encontrar a alguien de su nivel intelectual. Los papeles de Puttemesser es un conjunto de 4 relatos -una presentación y un epílogo- protagonizados por Ruth: en la treintena, el de la creación de una Golem cuya ayuda la llevará a la alcaldía de Nueva York -y que está a punto de acabar con ella- y al despido laboral; a los cincuenta, el de la búsqueda de cierta estabilidad emocional, leyéndose en voz alta a George Eliot y siguiendo los pasos de su romance con George Lewes, con una pareja veinte años menor que es un falsificador de grandes maestros de la pintura; en la sesentena, alojando a una prima rusa refugiada -una perfecta flor soviética-; y un epílogo, con la llegada triunfal de Puttermesser al Paraíso.
La ironía es utilizada por Ozick como el mejor mecanismo de defensa: el marginado por su procedencia, por su sexo o por su raza lleva al absurdo los pseudo-razonamientos de los segregacionistas acentuando irónicamente la defensa, la de ellos, de sus argumentos discriminatorios; por ejemplo cuando, como es el caso, ser mujer y ser judía es un doble handicap -y soltera, y solitaria e independiente, y académicamente brillante, con lo que la magnitud del handicap aumenta en proporción geométrica- que es asumido con un sarcasmo de tal magnitud que su conducta queda recluida en el patético refugio del ridículo más espantoso.
Ozick es, indudablemente, la primera dama de la literatura norteamericana, la mejor escritora de ficción viva del dominio lingüístico anglosajón. Impresionante.
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El lector se queda sin palabras, literalmente, ante el intento de comentar parte de una de las obras cumbres de la literatura universal, en el caso de que la competencia de éste permitiera cualquier comentario, que no es el caso. Si es cierto que, como dicen, se podría reconstruir una hipotéticamente destruida Dublín sólo siguiendo las indicaciones contenidas en las obras de Joyce, no lo sería menos la posibilidad de reduplicar la sociedad francesa de la primera mitad del siglo XIX solamente a partir de las obras que contiene esa summa que constituye La comedia humana. Su lectura es un placer inenarrable que debería figurar, obligatoriamente, en la agenda de cualquier persona a la que le interese la literatura, la historia o, simplemente, la vida, que lleva a este lector a dos reflexiones: seguiremos leyendo y buceando en las novedades literarias, buscando descubrir a los nuevos clásicos y poniendo nuestras esperanzas en los escritores contemporáneos pero con la íntima convicción de que, aunque la comparación no sea entre magnitudes homogéneas y suene a perogrullada, la Gran Literatura lleva ya mucho tiempo escrita; y, a la vista de este tipo de obras, que quede, si acaso, la inspiración para los poetas; para los novelistas, oficio, oficio y oficio.
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(1) "El sarcasmo, la parodia, el absurdo y la ironía son formas geniales de quitarle la máscara a las cosas para mostrar la realidad desagradable que hay tras ellas. El problema es que una vez desacreditadas las reglas del arte, y una vez que las realidades desagradables que la ironía diagnostica son reveladas y diagnosticada, ¿qué hacemos entonces? La ironía es útil para desacreditar ilusiones, pero la mayoría de las ilusiones desacreditadas en los Estados Unidos ya se han hecho y rehecho. Una vez que todo el mundo sabe que la igualdad de oportunidades es una bobada, ¿qué hacemos ahora? [...] Aparentemente todo lo que queremos hacer es seguir ridiculizando las cosas. La ironía posmoderna y el cinismo se han convertido en un fin en sí mismas, en una medida de la sofisticación en boga y el desparpajo literario. Pocos artistas se atreven a hablar de lo que falla en los modos de dirigirse hacia la redención, porque les parecerán sentimentales e ingenuos a todos esos ironistas hastiados. La ironía ha pasado de liberar a esclavizar. Hay un gran ensayo en algún sitio que contiene una línea acerca de que la ironía es la canción del prisionero que llegó a amar su jaula."
Stephen J. Burns (ed.) Conversaciones con David Foster Wallace. Trad. José Luis Amores Baena. Málaga: Pálido Fuego, 2012
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