31 de enero de 2022

La educación sentimental

 

La educación sentimental. Gustave Flaubert. Alianza Editorial, 2021
Traducción y prólogo de Miguel Salabert

No recuerdo con precisión cuándo leí por primera vez La educación sentimental (L'Éducation sentimentale, 1869), pero debió ser a finales de la adolescencia y por razones que no excluían las literarias; a raíz de la lectura de la reciente antología  de su correspondencia, El hilo del collar, de la recopilación de sus Cuadernos y de la edición de sus Cuentos completos, me apetecía volver a las aventuras, desventuras y desvelos de Frédéric Moreau, ahora ya desde una perspectiva adulta y de una supuesta preparación lectora superior a la de la adolescencia.

1869 fue un buen año para la novela; en esa fecha coincidieron la publicación de La educación sentimental y de La guerra y la paz, dos de las novelas más importantes en la historia de la literatura e incluidas en cualquier canon que se precie. La obra de Flaubert apareció, cronológicamente, después de La señora Bovary (1857)  y Salammbó (1982), cuando el autor era ya reconocido por el público, también a raíz del proceso judicial contra la primera, aunque ninguneado con cierta hostilidad por la crítica. El error de Flaubert fue su intento de hacer un retrato, más que de la educación sentimental de un sujeto en particular, de la educación moral de su generación; el hecho de que sus personajes fueran una evidente representación de la mediocridad no fue aceptado ni por el público ―por la evidente falta, entre otras carencias, de tensión narrativa― ni por la crítica, que no distinguió, como señala Salabert en su interesante prólogo, entre personajes mediocres y novela mediocre; volveré a este punto más adelante.

«¿Por qué este libro no ha tenido el éxito que yo esperaba? Robin ha descubierto quizá la razón. Es demasiado verdadero y, estéticamente hablando, falta en él la falsedad de la perspectiva. Toda obra de arte debe de tener un punto, una cima, hacer la pirámide; o bien la luz debe dar en un punto de la bola. Ahora bien, nada de eso ocurre en la vida, pero el arte no es la naturaleza. No importa. Yo creo que nadie ha llevado más lejos la probidad.» (Correspondance, t. IV, p. 376, Conard, citado por Miguel Salabert en el prólogo.

Ni el público ni la cítica supieron ver la novedad que representaba, los caminos que abría, la influencia que ejercería  sobre la historia de la narrativa una novela demasiado moderna para su época y que elegía al estilo como única e ineludible experiencia estética.

Flaubert ubica temporalmente la acción a lo largo de la década de 1840 y enmarca el núcleo de la acción en el año 1848, año en el que la sublevación popular obligó a abdicar a Luis Felipe y se proclamó la II República Francesa; geográficamente, el centro es París, con trasitorias desviaciones al lugar de procedencia de la familia de Frédéric Moreau, el protagonista, alter ego en algunas características del propio Flaubert. Los desvelos de este joven provinciano trasladado a la ciudad son capitalizados por Marie Arnoux, una mujer casada mayor que él y que comparte trazos con Elisa Schlesinger, el gran amor de la juventud del propio Flaubert. Aunque se encuentre entre sus intenciones principales el retrato de su época, no es justo considerar La educación sentimental como una obra autobiográfica; sin embargo, en su intento de asentar las raíces en la realidad, el escritor toma ciertos elementos de su biografía y a personajes reales contemporáneos a la hora de dar cuerpo ―aunque los verdaderos protagonistas del relato sean los espíritus, con remarcado protagonismo al espíritu de la ética― a la novela.

El grupo de amigos y conocidos de Frédéric, que enmarcan la acción principal  ―aunque sea difícil hablar de acción principal en los términos usuales―, son jóvenes y no tan jóvenes, empleados en trabajos sutilmente relacionados con la actividad intelectual, que sobreviven con sueldos ínfimos y que no tienen más aspiración que seguir viviendo sus irrelevantes vidas y ni siquiera esperan del futuro una mejor posición: son notables representantes del nihilismo de la pasividad, de la negación del desarrollo personal, de la renuncia a formar parte, algún día, de esa sociedad que aborrecen, y que carecen de la ambición necesaria para alcanzar los puestos de poder desde los cuales podrían  transformarla. Mientras sobrevive en este ambiente, sin ninguna aspiración profesional, Frédéric intenta tejer una telaraña de complicidades para acceder al círculo más íntimo de los Arnoux.

Aunque el protagonismo efectivo, más allá de los personajes tomados individualmente, corre a cargo de actores que dedican su vida a la espera, transformando la novela en un tratado de procrastinación moral: careciendo de habilidad alguna, sin pretensiones concretas, dotados de una inteligencia pobre e ineficiente, su vida se reduce a la expectativa de mejora, diríase espontánea, porque entre las cualidades que podrían entresacarse de su mediocridad no se encuentran la búsqueda de este cambio de fortuna, convencidos de que su mera existencia les hace acreedores de ella; que cualquier movimiento que pudieran  realizar para alcanzarla significaría un menosprecio a su merecimiento. Inmersos en su complaciente medianía, verán pasar las oportunidades a las que su ambición se aferraría, si en realidad tuvieran alguna, como quien es testigo de un fenómeno de la naturaleza ante el cual su insignificancia se desvela inútil y desproporcionada. 

¿Cómo se traslada esa mediocridad a la novela? ¿Cuál es el efecto que intenta imprimir a su estilo para que este contribuya, junto con la trama, a reflejar este ambiente general? Formalmente, en primer lugar, mediante la precisión: por ejemplo, con un ajustado uso del punto y coma para señalar la pausa exacta que debe detener la lectura, mayor que una coma, menor que un punto; no se trata tanto de un recurso ortográfico como de una indicación musical, una pura cuestión de ritmo esencial, sobre todo, en la lectura en voz alta  ―un recurso que, por lo que ha trascendido, utilizaba a menudo para calibrar la musicalidad de la frase. Pero también mediante descripciones en movimiento: aunque describa una situación estática, el ritmo de la prosa se impone a la quietud de lo descrito y hace perceptible la movilidad de la mirada en su desplazamiento a través de los objetos y de las personas. 

Al final, como casi siempre en Flaubert, el estilo se impone a la trama, y es través de aquel que el lector percibe  el pulso de la novela y puede seguir, insisto, casi sin argumento en el sentido clásico, las evoluciones del pisaverde que espera el próximo encuentro fortuito para conquistar a la hermosa burguesa; del aprendiz de revolucionario convencido de que el alzamiento popular, en el que, no obstante, le da pereza participar, es inminente; de la cocotte dispuesta a desplegar sus abundantes encantos la próxima vez que se cruce con el acaudalado burgués; del especulador arruinado a la espera del próximo golpe de suerte; del eterno aspirante, inquieto por esa herencia que va a recibir en breve; del usurero que espera que un movimiento erróneo de su acreedor le haga entrar en posesión de esa finca que lleva tanto tiempo ambicionando; del cobarde que aspira a la heroicidad pero que retrocede, atemorizado, ante el desafío más asequible; del candidato a político sin principios que modifica su discurso para conseguir el favor de los votanres; del duelista que cuenta con sobrevivir al enfrentamiento por la mala puntería de su oponente; en definitiva, del asno que muere de hambre porque no logra decidirse entre la alfalfa y las zanahorias. Todos ellos con una falta de disposición que desconcierta y una ceguera ante la realidad que les incapacita para apercibirse de las burlas de que son objeto, precisamente por parte de aquellos a quienen pretendían desbancar.

El mundo en que se mueve y al que aspira Frédéric es como los decorados de un teatro: atrayentes y perfectos vistos desde la platea, pero que revelan su engaño y muestran sus imperfecciones cuando se miran de cerca. La mirada de Flaubert es tan inclemente como la de Balzac y consigue el mismo efecto que este omitiendo la invasiva intervención del narrador; le basta con la simple exposición de los hechos, neutral, y con el punto de vista de Frédéric, cuya censura hacia aquello a lo que aspira, sea la posición social, sea Marie, no le representa ningún impedimento a su pretensión. La educación sentimental es una novela extensa y compleja que apuesta por las circunstancias más que por los hechos, que avanza lentamente con ausencia de intriga y que se centra más en la moral de una sociedad ―uno de los elementos más llamativoxs es el comportamiento del matrimonio Arnoux, tanto la falsedad del marido como la absoluta frialdad de Marie, maravillosamente expuesta por Flaubert― que en los sentimientos del protagonista: Frédéric es un sujeto socialmente irrelevante y sentimentalmente atrofiado que ve convertir sus aspiraciones en fracasos, transformado en ese antagónico rey Midas que arruina todo lo que toca y que sucumbe a la angustia provocada por una indecisión a la que es incapaz de poner remedio.

La educación sentimental es una novela perfecta.

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30 de enero de 2022

02022022. El inventario XXII

 

Ulises. James Joyce. 2 volúmenes. RBA Editores, 1995
Traducción de José María Valverde

La enésima publicación de Ulises como coleccionable la realizó, de nuevo, RBA, en su colección Narrativa Actual Clásicos del Siglo XX.

29 de enero de 2022

02022022. El inventario XXI

 

Ulises. James Joyce. Editorial Planeta, 1996
Traducción de José Salas Subirat. Revisión y notas de Eduardo Chamorro. Cronología y bibliografía de  Carlos Lagarriga

Cuando parecía que la traducción de José María Valverde se había aceptado como traducción canónica en castellano, Planeta publicó en su colección Clásicos Universales Planeta, en tapa dura con sobrecubierta y, por primera vez en castellano, con un breve aparato crítico, la versión de Salas Subirat, revisada por Eduardo Chamorro.

28 de enero de 2022

02022022. El inventario XX

 

Ulises. James Joyce. Editorial Lumen, 2000
Prólogo y traducción de José María Valverde

Con motivo del cuadragésimo aniversario dela editorial, Lumen lanzó una edición limitada de algunos de sus títulos más emblemáticos, incluyendo la traducción de José María Valverde de Ulises. Como curiosidad de la edición, en la página de créditos consta "©1966, Juan Marsé".

27 de enero de 2022

02022022. El inventario XIX

 

Ulises. James Joyce. 2 volúmenes. Editorial Bruguera, 1983
Prólogo y traducción de José María Valverde

La multiextinta Editorial Bruguera publicó en su inolvidable colección Libro Amigo, en formato de bolsillo y en dos volúmenes, la traducción de José María Valverde.

26 de enero de 2022

02022022. El inventario XVIII

 

Ulises. James Joyce. Tusquets Editores, 1994
Traducción de José María Valverde

En los años 90 del siglo pasado parece que no hubo editorial que se preciara que no publicara el Ulises. Compartiendo copyright con Lumen, Editorial Tusquets lo incluyó en su colección Fábula, en formato de libro de bolsillo e impreso en papel biblia.

25 de enero de 2022

02022022. El inventario XVII

 

Ulises. James Joyce. 2 volúmenes. Editorial Lumen, 1984
Traducción de José María Valverde

Parece que las primeras ediciones de Editorial Lumen del Ulises, cinco, hasta llegar a esta, se publicaron en dos volúmenes, más manejables que en uno solo de unas 700 páginas; todas estas ediciones son anteriores a la fijación del texto canónico de Hans Gabler.

24 de enero de 2022

Gustave Flaubert. Cuentos completos

 

Cuentos completos. Gustave Flaubert. Páginas de Espuma, 2021
Edición y traducción de Mauro Armiño

Cuando, a los treinta y seis años, Flaubert publica La señora Bovary, ha escrito ya algunos textos, dejándolos inéditos, que incluyen una primera versión de La educación sentimental y diversas obras cortas, retenidas por el escritor por no superar su propio nivel de exigencia; no fue hasta sus últimos años cuando escribió Tres cuentos, su obra breve más conocida, reconocida y última concluida y publicada en vida del autor.

Es este memorable trío de relatos el que, después de un interesante prefacio del traductor, abre el volumen y pone al lector en la evidencia, una vez más, de la absoluta perfección de su cuento más conocido, Un corazón simple. Después, en una pertinente sucesión temporal, figuran, en primner lugar, los relatos escritos en su juventud, a partir de los quince años, algunos de los cuales, pretenciosos pero imperfectos, no auguran en absoluto al Flaubert adulto, ni al cuentista ni al novelista, si bien debieron contribuir a la formación como escritor y a la búsqueda de su propia voz. Entre los más apropiados, figuran Smar, un sorprendente relato de 1839, ajeno a su producción posterior pero que incluyen algunas escenas que prefiguran La tentación de San Antonio , escrita treinta y cinco años después; el rabelesiano Los funerales del doctor Maturin; y, finalmente, Noviembre (1842), en el que despliega un brillante narrador en primera persona y no renuncia al efectismo ni a la hipérbole,  pero cuyas reflexiones denotan ya cierta madurez, de la que carecían los cuentos escritos con anterioridad, y en el que asoman trazos decadentistas y simbolistas.

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23 de enero de 2022

02022022. El inventario XVI

 

Ulises. James Joyce. 2 volúmenes. RBA Proyectos Editoriales, 1984
Traducción de José María Valverde

Publicación en uno de los heterónimos de RBA, en su colección Literatura Contemporánea Seix Barral, de la traducción de José María Valverde. Ignoro el resultado de las ediciones del Ulises en formato coleccionable, pero es necesario dejar constancia de la perseverancia de la editorial con respecto a su publicación.

02022022. El inventario XVI

 

Ulises. James Joyce. 2 volúmenes. RBA Editores, 1995
Traducción de José María Valverde

La Editorial RBA, especialista en revistas y coleccionables, incluyó en su colección Narrativa Actual la traducción de José María Valverde.

22 de enero de 2022

02022022. El inventario XV

 

Ulises. James Joyce. Editorial Lumen, 2004
Prólogo y traducción de José María Valverde

DeBolsillo, el sello de libro de bolsillo de Random House Mondadori, propietario en aquel tiempo de Editorial Lumen, inició una Biblioteca James Joyce, en su colección Contemporánea, con esta edición del Ulises.

21 de enero de 2022

02022022. El inventario XIV

 

Ulises. James Joyce. Editorial Lumen, 1990
Prólogo y traducción de JHosé María Valverde

Este ejemplar fue el primer Ulises que adquirí y sobre el que derramé mis primeras gotas de sudor. A pesar de que iba perfectamente advertido acerca del reto al que me enfrentaba, recuerdo que intenté leer sus primeras páginas dentro de mi coche esperando que llegase la hora de ver una película en el antiguo Cine Iluro de Mataró. Más debido al texto que a la premura, abandoné a las pocas páginas y entré a la sala; no recuerdo qué película vi.

20 de enero de 2022

El foyer del Liceu

Foyer del Gran Teatre del Liceu (reconstruido). Barcelona

Mi primer trabajo regular ―quiero decir con nómina asegurada, horario fijo y beneficios sociales fue de botones en un banco. Era un trabajo de mierda el primero pero no el único ni, me parece, el peor, pero tenía una ventaja insuperable, la jornada laboral de ocho a tres, que me permitía tener las tardes libres y, de hecho, me posibilitó seguir estudiando.


Era muy habitual, entre los trabajadores de la banca, tener un pluri, es decir, un trabajo que ocupara algunas horas de la tarde y con el que se conseguía sacar un sobresueldo, en negro, claro, que complementaba, en el caso de las clases subalternas y administrativas de base, la insuficiente retribución con que éramos agraciados a final de mes. Yo, que no tenía las tardes libres porque, como he dicho, seguía mis estudios, no podía disfrutar de ese plus.


Doña Pilar era una cliente habitual que venía al banco, puntualmente, cada mañana, para ingresar la recaudación del día anterior. Era una mujer que debía rondar los cincuenta, despampanante, en el sentido más casto, con una educación exquisita y unas formas tan elegantes que no hubiera desentonado en el foyer del Liceu en el intermedio de aquellas plúmbeas óperas italianas que programaba el teatro, antes de su incendio, a principios de los ochenta. Solía atenderla yo sí, era el botones, pero se daba el caso de que, en la oficina, solo éramos dos empleados: el delegado y yo; eran los tiempos de la expansión bancaria, cada día se abrían nuevas sucursales, los bancos actuaban como una avalancha y, a pesar de ser, en aquellos días, un joven bastante insolente, podría decir que establecimos una relación, puramente -en todos los aspectos, por Dios- profesional, de amabilidad mutua. Incluso me trataba de usted.


Un día me comentó que su hijo Doña Pilar tenía dos hijos, a cuál más impresentable, más o menos de mi edad se marchaba a vivir a Barcelona, y que se quedaba sin su ayuda. Me propuso, ya que yo tenía las tardes libres, “echarle una mano con los papeles”; ante mi negativa, que argüí con motivo de mis estudios, insistió tanto, que era muy poco tiempo el que hacía falta, que me organizara a mi convenciencia, que no necesitaría más que unas horas un día a la semana… Insistió tanto, digo, y apoyó su insistencia con una propuesta retributiva tan tentadora, que no supe decir que no. Quedamos que haría la prueba, que iría cada viernes, a partir de las diez de la noche.


Estuve trabajando en el negocio de Doña Pilar más de dos años, hasta que me marché de mi pueblo y tuve que dejar, a mi pesar, el pluri. Tengo que decir que ya desde el primer día fui tratado con suma esquisitez: puso a mi disposición el pequeño despacho, me dejó ordenarlo a mi convenciencia, jamás me hizo ningún reproche si algún día me marchaba antes de terminar el trabajo o me saltaba algún viernes, e insistía, periódicamente, en que podía hacer uso ilimitado de las instalaciones y contar con la buena predisposición del personal para todo aquello que necesitara; y eso último fue cierto: las empleadas me recibieron estupendamente; había chicas de varias nacionalidades, algunas hablaban un castellano muy precario, pero todas exhibían una voluntad inquebrantable por hacerse entender y una aptitud incondicional para facilitarme el trabajo como guardarme los tiquets de caja, por ejemplo, o poner a buen recaudo las facturas de proveedores. 


Mi generación nota para los que son más jóvenes que yo: aunque pueda parecerlo, no era nada excepcional; de hecho, conozco algunos que iniciaron su educación, digamos sentimental, en uno de esos lugares ha sido tal vez la última ¿en cuántas cosas no habrá sido la última? que hizo del comercio sexual un uso distintivo, terminal, emblema de un malentendido poder y marca de una supuesta hombría a la que la represión moral, tanto de hombres como de mujeres, condenó, pero facilitando, al mismo tiempo, su desacertada liberación. Yo no puedo decir que no he entrado nunca en un local de esos que se llamaban, eufemísticamente, barra america; lo cierto es que he entrado en solo uno, Chez Monique, pero unas cuantas veces; concretamente, cada viernes, excepto festivos, durante más de dos años. Y no, no hice nunca, a pesar de la insistencia de Doña Pilar y de la buena y explícita predisposición de las empleadas, uso de sus servicios.

02022022. El inventario XIII

 

Ulises. James Joyce. Obras Completas Aguilar, Tomo I. RBA Coleccionables, 2004
Traducción y estudio preliminar de José María Valverde

La segunda traducción publicada del Ulises al castellano fue la realizada por el profesor José María Valverde en 1976, una traducción que ha permanecido como canónica hasta nuestros días y reproducida en  innumerables ediciones. Este volumen pertenece, originalmente, a la colección Obras Completas de la extinta Editorial Aguilar, posteriormente resucitada como sello del Grupo Penguin Random House.

19 de enero de 2022

02022022. El inventario XII

 

Ulises. James Joyce. 2 volúmenes. Pluma y Papel Ediciones. Buenos Aires, 1993
Traducción de José Salas Subirat. Prólogo de Jacques Mercanton

Edición en dos volúmenes de la traducción de Salas Subirat, autorizada por convenio especial de la editora con Editorial Rueda, que reproduce también el prólogo de Jacques Mercanton.

18 de enero de 2022

02022022. El inventario XI

 

Ulises. James Joyce. Santiago Rueda Editor. Buenos Aires, 1967
Traducción de José Salas Subirat. Prólogo de Jacques Mercanton

La traducción de José Salas Subirat tiene el honor de ser la primera que se realizó al castellano y fue publicada en Buenos Aires en 1945; este ejemplar pertenece a la quinta edición del texto por parte de la editora original. El prólogo, que acostumbra a acompañar a todas las ediciones de Santiago Rueda, se debe a Jacques Mercanton, el escritor suizo de lengua francesa, que conoció a Joyce y al que dedicó, en 1967, la obra titulada Las horas de James Joyce.

17 de enero de 2022

Malos pensamiento y otros

 

Malos pensamientos y otros. Paul Valéry. Abada Editores, 2021
Traducción de Malika Embarek López. Epílogo de José Luis Gallero

Es posible ―o eso dicen los entendidos― que la poesía de Valéry haya envejecido mal; es más, probablemente, era ya anacrónica en su tiempo ―una aseveración bastante arriesgada; hay quien dice lo mismo de la música de Johann Sebastian Bach―; personalmente, no estoy cualificado para  juzgar una tesis semejante. En cambio ―y ahí ni sé si coincido con los expertos, pero no me importa nada―, el Valéry prosista resiste de forma espléndida la tiranía de la edad ―es más, se diría que mejora―: los Cahiers son una crónica íntima comparable en algunos aspectos, como el retrato que se obtiene del autor, a los Essais de Michel de Montagne, y sus prosas breves ―me resisto a la denominación de aforismos― se hacen más vigentes con el paso del tiempo.

No me siento capaz más que de dejar fe de la relectura en castellano de Malos pensamientos y otros (Mauvaises pensées et autres, 1942) a principios de este 2022, que será un año de cambios para el cual me conviene pertrecharme con un equipamiento de esta categoría. Pero recomiendo a todo lector que busque algo más que entretenimiento a este Valéry de las formas breves; y para comentarios o notas de lectura, remito al excelente epílogo de José Luis Gallero incluido en esta edición. Y solo con valor de muestra, transcribo a continuación algunos de estos pensamientos malvados, con la intención de motivar la lectura del volumen completo.

«Cada pensamiento es la excepción a una regla general: la de no pensar».
«Que todos los sistemas acaban en mentiras es indudable. Lo contrario sería imposible y antinatural. En cuanto a sus comienzos, podemos debatir sobre la buena fe».
«Todo se compone, se combina, se sustituye, se compensa, se enreda y desenreda, y eso es la Mente».
«Debemos aprender a no creer en nuestro pensamiento porque sea nuestro. Debemos, por el contrario, contenerlo y tratarlo con una desconfianza mayor, porque es el nuestro».
«Los Optimistas escriben mal».
«Érase una vez un hombre que se volvió sabio. Aprendió a no hacer ningún gesto ni dar ningún paso que no fuesen útiles. Poco después, lo encerraron».
«Solo hay una cosa que hacer: rehacerse. No es sencillo».
«Lo que no se parece a nada no existe».

«La rana quiso ser tan grande como el buey. 

El inicio de esa operación fue satisfactorio. Antes de explotar, pudo albergar la ilusión de que engordaba según su objetivo.

Pero otra rana quiso ser tan pequeña como una mariposa. Ni siquiera pudo empezar encogerse.

Moraleja: es más fácil volverse más grande, o, al menos, soñar con ello, que volverse más pequeño. Ello se ve en los poetas y artistas que adquieren demasiado pronto las maneras, el vozarrón, la escritura apretada, de trazo somero y los atajos fulminantes que los grandes hombres adoptaron con naturalidad en su “tercera manera”, y ello desde el principio.

Les resultaría más penoso hacer lo contrario, asimilar lo que emprenden, reducir el deseo de ser geniales, a la voluntad y la paciencia que exige el simple rigor. Pasad primero diez años dibujando un pie desde todos los ángulos, y luego podréis abordar el retrato de una manzana o un pez. Pero, dicen, es la creación a través del arrebato lo que mueve… y sus prodigios. No, eso es lo fácil. Si os tenéis estima, temedlo… »

«Si quieres vivir, quieres también morir; o no comprendes la vida».

Otros recursos relativos al autor en este blog:

Notas de Lectura de Valéry. Tratar de vivir

Notas de Lectura de Proust y otros estudios literarios

Notes de Lectura de Tal Qual

Notas de Lectura de Alfabeto

Notas de Lectura de Monsieur Teste

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16 de enero de 2022

02022022. El inventario X

 

Ulises. James Joyce. Círculo de Lectores, 1991
Traducción de José Salas Subirats
Ulises ilustrado. Eduardo Arroyo y Julián Ríos. Círculo de Lectores, 1991

Ante la negativa de Stephen Joyce, nieto del autor y propietario del legado, de autorizar ediciones ilustradas del Ulises, Círculo de Lectores publicó esta obra, publicitada como Ulises ilustrado, en dos volúmenes, como homenaje al autor en el cincuentenario de su muerte; en el primero, reprodujo la traducción de José Salas Subirats, la primera en castellano; en el segundo, imprimió las ilustraciones realizadas por Eduardo Arroyo, inspiradas en el texto, acompañándolas de un escrito de Julián Ríos, el autor de Larva y joyceano confeso, relacionando la lectura del Ulises con una imaginada visita a la también imaginaria galería donde se exponían las ilustraciones de Arroyo. 

15 de enero de 2022

02022022. El inventario IX

 

Ulysses. James Joyce. Harper Collins Publishers. Londres, 1992

Edición basada en el texto de 1922, sin corregir. A pesar de la publicación de la Edición Gabler, con pretensión de definitiva, en el mundo anglosajón se han seguido publicando ediciones del texto original.

14 de enero de 2022

02022022. El inventario VIII

 

Ulysses. James Joyce. Oxford University Press. Reino Unido, 1993
Introduction by Jeri Johnson

Edición perteneceinte a la colección The World's Classics de la OUP, basada en la edición del Ulises de 1922, con tipografía de la época.

13 de enero de 2022

02022022. El inventario VII

 

Ulysses. James Joyce. Annotated Student Edition. Penguin Books. Londres, 2011
Introduction and Notes by Declan Kiberd

Otra edición anotada, esta a cargo del escritor y académico irlandés Declan Kiberd.

02022022. El inventario VI

 

Ulysses. James Joyce. Alma Classics. Richmond, Reino Unido, 2012
Annotations by Sam Slote

La edición anotada de Sam Slote, profesor de Trinity College de Dublín, basada en la edición del Ulises de 1939 de Odyssey Press, forma parte de las numerosas ediciones críticas con anotaciones, a las que habría que sumar la respetable cantidad de conjuntos de anotaciones publicadas sin el acompañamiento del texto.

12 de enero de 2022

02022022. El inventario V

 

Ulysses. James Joyce. A Reader's Edition. Picador, Londres, 1997
Edited by Danis Rose

En 1997, Danis Rose, el crítico y especialista irlandés en James Joyce, publicó una edición corregida de lectura fácil que, con la intención de acercar el texto al lector común, soliviantó al mundo académico anglosajón; una edición que no ha tenido continuidad y que sirvió de poco más que para agitar a los especialistas y generar una airada discusión sobre los límites de las ediciones críticas.

11 de enero de 2022

02022022. El inventario IV

 

Ulysses. James Joyce. A Critical and Synoptic Edition. The Bodley Head, Londres, 1993 
Afterword by Michael Groden

Edición en un solo volumen de la Edición Gabler, sin texto comparado. Con posterioridad a esta edición, los herederos de James Joyce exigieron que todas las ediciones y traducciones de ajustaran a ella, lo que, en algunos ámbitos, se interpretó como el intento de estos para poner a cero el contador del plazo de extinción de los derechos de autor.

10 de enero de 2022

Taba-Taba


Taba-Taba. Patrick Deville. Editorial Anagrama, 2021
Traducción de José Manuel Fajardo

Los motivos por los que los seres humanos emprenden un viaje son tan múltiples como dispares, pero todos implican, en mayor o menor grado, la condición de búsqueda. Taba-Taba (Taba-Taba, 2017), el sorprendente último libro publicado de Patrick Deville, es, aunque no solo, una indagación acerca de los antecedentes familiares del escritor; no de las raíces, inamovibles y sedentarias, sino de la memoria, dinámica y voluble, tanto en el transcurso como en el lugar, que abarca desde mediado el siglo XIX, la fecha más lejana a considerar para evitar que el recuerdo se transforme en mito, siguiendo las etapas de la historia de Francia, esa historia que es, en este caso, la suma de las historias individuales que se mueven en el espacio del hexágono, y que se resiste a fijarse, como si en la inmovilidad se alojara el germen de la extinción; pero también es la crónica de una soledad, inevitable cuando se convocan tiempos en los que el buscador no estaba presente, pero a los que puede trasladarse, desubicado en el tiempo y en el espacio, pero cuyo carácter de testigo le es otorgado por propia indagación.

El punto de partida de esa búsqueda es uno de los primeros recuerdos conscientes de Deville, emplazado en la niñez transcurrida en un antiguo lazareto, que dirige su padre y que va a permanecer presente a lo largo de su periplo, cuando el chiquillo no sabe aún qué es un lazareto, pero de cuya ubicación es más consciente a través del recuerdo que del tiempo; y de la impresión ―si es que el recuerdo es una impresión y no un reflejo, el resultado de una mirada furtiva al espejo del tiempo― del solitario melancólico ―el sentido de la palabra loco no está todavía a su alcance; hasta tal punto es asumida e incuestionable la cotidianidad en el niño― que repite, dando ritmo a su movimiento estereotipado, un incomporensible y misterioso Taba-Taba/Taba-Taba, como si esa sucesión de sílabas resumiese, conteniéndolo, todo su mundo, o invocara un enigma situado fuera del recinto de la clínica y, también, del transcurso del tiempo.

Existen muchas formas de encierro, el que se materializa entre cuatro paredes no es el peor. Taba-Taba sufre un encierro doble, aunque tal vez no sea consciente de ninguno de ambos: el del lazareto y el de su mundo interior; el pequeño Patrick, debido a una intervención quirúrgica que le somete a la inmovilidad, suma al del sanatorio ―del que tampoco es consciente; el sanatorio abarca también para él la totalidad de su mundo― la reclusión de su convalescencia y, aunque invoque a Taba-Taba, también formula la letanía que le ha de librar de su aislamiento.

«Pero a lo largo del día me dejan a solas con el Caballero Negro dentro, la vista en el techo, maquinando los proyectos más oscuros contra los otros, a veces contra la pequeña Redon, que se sienta en la ventanam de enfrente y siempre está mirándome de reojo los mejillones: un día me pondré mis pantalones cortos, demasiado anchos para mis patas de palillo, y me largaré. Leo en el atlas, paso mi dedo por él, preparo mis expediciones. Atravesaré a pie el desierto de Tassili, desde Argelia hasta Libia, recorreré los uadi secos del desierto de Rub al-Jali, atravesaré las junglas de África, remontaré el río Níger y luego el Mekong. Yo soy el Caballero Negro. Quien se oponga a mi avance será hecho pedazos. Estrangularé con mis propias manos a un cocodrilo, con él me haré unos zapatos y un cinturón. Lucharé contra diez con una simple navaja. Me rodearán en algún paraje lejano. Los indios me clavarán gritando en un poste. Navegaré por los océanos y bailaré sobre la línea del ecuador. Luego regresaré. Mis padres no habrán envejecido. Seguirán habitando en la puerta monumental. Yo saludaré a Taba-Taba, sentado sobre los escalones. Todavía seguiré llevando pantalones cortos demasiado anchos, pero mis zapatos serán de cocodrilo. Ocuparé mi lugar en la mesa de la cocina y canturrearé: "tres veces he dado la vuelta al mundo y los peligros me hacen dichoso"».

Patrick ubica en esa época de doble inmovilización su primera relación seria con los libros, también en una doble faceta: la de lector, no demasiado victoriosa debido a ser una actividad forzosa, ya que su inmovilidad le impedía hacer otras cosas que le apetecían más ―y que implicaban actividad física―, y la de escritor, provocada por la sensación de inmediatez y caducidad de una obra de teatro  representada en el sanatorio y su intención de hacerla duradera; es decir, de convertirla en un libro permanente.

«Los libros son rapaces que sobrevuelan los siglos, cambian a veces de lengua y plumaje en el camino y se lanzan sobre el cráneo de niños deslumbrados».

Después de La alfombra mágica vinieron, en caótica sucesión, El libro de la selva y Moravagine, y la redacción, en proceso, de su propia enciclopedia. Una vez abandonado el lazareto, esos recuerdos, junto con el Taba-Taba, quedaron implantados indeleblemente en su memoria de modo que muchas de las decisiones que tomó en su edad adulta, convertirse en escrito o una singular tendencia al aislamiento, puede que fueran un intento de revivir esas insistentes reminiscencias.

Contra el aislamiento físico, Deville interpone los viajes en busca de las huellas que ha dejado Francia allende sus fronteras y las que dejó su familia en el interior; contra el aislamiento mental, uno de los pocos remedios que salvan de la incomunicación, la escritura; ambos, remontándose a la segunda mitad del siglo XIX, el punto de partida del relato de su familia, el momento en que el mito se convierte en historia.

«La vida de los pueblos, como la de los hombres, no es cronológica, a veces en la duermevela estos se ven de nuevo jóvenes y fogosos, y se entristecen al despertar y descubrirse tan viejos a los ojos de los otros; así, acontecimientos que parecían olvidados bajo el polvo de los siglos actúan de golpe sobre el presente y perturban el porvenir».

El propósito es recorrer los lugares en los que ha transcurrido la vida, revisitar la geografía, perseguir los hitos de cada localización, que sea la historia la que actúe de guía, sobreponiendo ambos procesos en una recreación imposible físicamente y cuya anacronía lo convierte en irreproducible ―ni el lugar es el original ni el visitante es el mismo sujeto que vivía en el pasado―, pero que puede ser materializado a través del recuerdo, directo o indirecto, que crea la falsa ilusión de realidad: el viaje geográfico como viaje en el tiempo.

Esa doble búsqueda, en la Historia de Francia y en la historia familiar, es un intento de sustituir el "qué sucedía mientras" por el "qué sucedía cuando"; no existe un relato principal y otro secundario, sino dos crónicas que avanzan al unísono; las interdependencias y las desconexiones de ambos son los motivos de la indagación. Rastrear la historia de los antepasados es perseguir fantasmas fugaces de los que fueron seres efímeros recluidos en sus circunstancias, cuyo resultado jamás podrá lograr su pretensión ―la del que busca, la del que es buscado― de verdad. Todo ello, punteado por el insistente alejandrino del chiflado melancólico que, en su cabeceo insistente y permanente inmovilidad, ofrece, tal vez y en su propio idioma, la clave oculta del ansia de búsqueda de Deville: Taba-Taba/Taba-Taba...

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9 de enero de 2022

02022022. El inventario III

 

Ulysses. James Joyce. A Critical and Synoptic Edition, 3 volums. Garland Publishing, U.S.A., 1986

Los tres soberbios volúmenes de la Edición Gabler, preparada por Hans Walter Gabler con la colaboración de Wolfhard Steppe y Claus Melchior, establecieron el texto canónico del Ulises; presentan, en páginas contiguas, el texto de la edición original de 1922 y el corregido por el profesor y crítico literario alemán.

8 de enero de 2022

02022020. El inventario II

 

Ulysses. James Joyce. A Facsimile of the Manuscript. Octogon Press, U.S.A., 1975
Annotated by Clive Driver

Tercer volumen de la edición de Octogon Press; contiene las primeras galeradas del Ulises con las correcciones de la mano del propio Joyce, que no siempre fueron definitivas.

7 de enero de 2022

02022020. El inventario I

 

Ulysses. James Joyce. A Facsimile of the Manuscript. 2 volums. Octogon Books, U.S.A., 1975

Esta edición en facsímil del manuscrito del Ulysses en dos volúmenes es el libro más valioso de mi biblioteca. Su adquisición, en tiempos en los que la compra virtual no existía, fue muy laboriosa, realizada a través de varios envíos, desde la solicitud de información hasta el pedido en sí, por correo tradicional; una vez realizado el pago, mediante transferencia bancaria a la propia editorial, recibí los libros por el mismo medio; el envío incluía un tercer volumen, las primeras galeradas con las correcciones de la mano del propio Joyce.

3 de enero de 2022

La Comedia humana. Escenas de la vida campestre. Volumen XIV

 

La Comedia humana. Escenas de la vida campestre. Volumen XIV. Honoré de Balzac. Hermida Editores, 2021. Traducción de Aurelio garzón del Camino.

Nuevo volumen de la edición integral de La Comedia humana, que incluye las cuatro obras que componen la serie Scènes de la vie de campagne. "Escenas de la vida campestre".

El lirio en el valle

Le Lys dans la vallée fue publicada en 1836; en 1844 se incluyó en las Escenas de la vida de provincia; póstumamente, por deeeo expreso del autor, pasó a formar parte de las Escenas de la vida campestre de La Comedia humana; fue calificada como "verdadera epopeya doméstica" por el narrador. Balzac incluye multitud de elementos autobiográficos y algunos de los protagonistas que aparecen en la novela tienen su personaje correspondiente en la vida real: madame de Mortsauf es madame de Berny, la primera pasión del autor; Natalie de Manerville, a quien dedica la novela, es Ewelina Hanska, futura esposa de Balzac; lady Duddley es Francesca Sarah Lovell, la condesa Guidoboni-Visconti, aristócrata inglesa, amante y amiga del escritor; y Félix de Vandenesse encarna al propio Balzac.

Balzac utiliza de nuevo el narrador el primera persona que se dirige directamente a la lectora, la destinataria de la dedicatoria, para buscar su aprobación o para contrastar sus afirmaciones. Este  narrador se introduce la historia dando cuenta de su infancia infeliz, carente del afecto materno y con una fría relación fraternal; una situación que provocará un vacío afectivo difícil de conllevar para alguien aue se confiesa tan afectuoso. A esa niñez le seguirá una adolescencia solitaria, con pocos amigos, apartado de sus semejantes, que será determinante para su vida adulra. Sus padres, emperñados en sacarse al joven de encima, le mandan a la propiedad campestre de unos conocidos, un lugar en el que Félix experimentará su primera epifanía, provocada por la belleza del lugar. 

«Cuando me senté bajo mi nogal, el sol del mediodía hacía brillar las pizarras de su tejado y los cristales de sus ventanas. Su vestido de percal era el punto blanco que distinguí entre sus viñas, bajo un albérchigo. Ella era, como sabéis, ya, sin saber todavía nada, el lirio de aquel valle, el que crecía para el cielo, llenándolo con el perfume de sus virtudes. El amor infinito, sin otro alimento que un objeto apenas entrevisto, pero del que mi alma estraba llena, lo encontraba representado por aquella larga cinta de agua, que resplandece al sol, entre dos verdes orillas; por aquellas hileras de álamos que adornan con sus móviles encajes aquel valle de amor; por los bosques de encinas, que avanzan entre los viñedos sobre las laderas que el río rodea siempre modo distinto, y por horizontes esfumados que huyen contraponiéndose. Si queréis ver la naturaleza bella y virgen como una novia, id allí un día de primavera; si queréis curar las heridas sangrantes de vuestro corazón, volved en los últimos días del otoño: en la primavera, el amor abate allá sus alas en pleno cielo; en otoño, obliga a pensar en los que ya no existen».

En ese lugar idílico, ese locus amoenus que se contrapone al locus eremus que representa la ciudad, se produce el encuentro ―de hecho, es un reencuentro― con la mujer que desata su primera pasión amorosa, madame de Mortsauf, y con su familia: su marido, el conde, y sus dos hijos. 

«El contento que hinchaba todas mis velas me impedía ver las inextricables dificultades puestas entre ella y yo por la vida tan coherente de la soledad y del campo. Yo estaba a su lado, a su derecha, y le servía la bebida. Sí, ¡felicidad inesperada!, rozaba su vestido y comía su pan. Al cabo de tres horas, ¡mi vida se mezclaba con su vida! Finalmente, estábamos ligados por aquel beso terrible, especie de secreto que nos inspiraba una vergüenza mutua. Me mostré gloriosamente cobarde, estudiando el modo de agradar al conde, que se prestaba a todas mis lisonjas de cortesano; hubiera acariciado al perro y satisfecho los menores deseos de los niños; les habría llevado aros, bolitas de ágata, les hubiese servido de caballo, y me lastimaba que no se apoderasen ya de mí como de una cosa suya. El amor tiene sus intuiciones, como el genio las suyas, y yo veía confusamente que la violencia, la aspereza y la hostilidad arruinarían mis esperanzas. La comida transcurrió llena toda ella de alegrías interiores para mí. Viéndome en su casa, ya no pensaba ni en su frialdad real ni en la indiferencia que cubría la cortesía del conde».

Deslumbrado en la inocencia de sus veinte años, Félix experimenta por primera vez las tribulaciones del amor, sin que el hecho de que el objeto de su deseo, su anfitriona, esté casada y forme parte de una familia establecida constituya ninguna cortapisa: el amor, en especial el amor adolescente, no entiende ni quiere entender de limitaciones.

La convivencia con la pareja se alarga y el pésimo caráctere del conde, que ya no se reprime ante Félix, eleva la consideración de este hacia su esposa, que, gradualmente, parece apercibirse de sus sentimientos y, en la medida de lo posible, empieza a corresponderle: el papel de Félix ha pasado de incómoda compañía a activa complicidad.

Tal vez debido al especial carácter autobiográfico de El lirio en el valle, Balzac abandona el usual aire de crítica social ―de la que ningún estamento de la sociedad francesa se ha librado―, y su narrador se concentra en la expresión de sus emociones y en la justificación de sus acciones en función de la caracterización del resto de protagonistas. Hay que tener en cuenta que Balzac escribe su novela antes de 1836, a los treinta y siete años de edad, mientras que su alter ego, Félix, contaba con veinte años cuando conoció a madame de Mortsauf.

A pesar de ese narrador en primera persona, Balzac mantiene la omnisciencia; en cambio, debido probablemente al mencionado carácter autobiográfico de la obra, es mucho más indulgente de lo habitual tanto en sus reflexiones como en sus comentarios y, por supuesto, en ese humor políticamente incorrecto habitual con que acostumbra a censurar, a veces implícitamente, la conducta de sus protagonistas.  

«A mi edad, ningún interés distraía mi corazón, ninguna ambición atravesaba el curso de aquel sentimiento desencadenado como un torrente y que lo arrastraba todo en sus ondas. Sí; más tarde amamos a la mujer en la mujer, mientras que de la primera mujer amada lo amamos todo: sus hijos son los nuestros, su casa es la nuestra, sus intereses son nuestros intereses, su desgracia es nuestra desgracia mayor; amamos sus vestidos y sus muebles; sentimos más ver sus trigos agostados que la pérdida de nuestro dinero, y estamos tentados a enfadarnos con el visitante que altera la colocación de nuestros adornos sobre la chimenea. Este santo amor nos hace vivir en otra persona, en tanto que, más tarde, ¡ay!, atraemos otra vida a la nuestra, pidiéndole a la mujer que enriquezca con la lozanía de sus sentimientos nuestras facultades empobrecidas».

Es cierto que la descripción del enamoramiento de Félix, caracterizado mediante todos los tópicos del amor romántico ―en un momento histórico en el que el Romanticismo empieza a batirse en retirada, agotado por sus hipérboles―, transpira notables gotas de humor provocados por las hipérboles que se evidencian cuando la pasión habla de sí misma, y que en la pretenciosa sutilidad del narrador parece esconderse un sentimiento verdadero cuyo único exceso se da en su formulación, pero, de nuevo, el carácter autobiográfico modula la rimbombancia, tanto en su concepción como en su formulación, y da las claves precisas de una medida justa y racional.

«[...] para descubrir el infinito de los sentimientos profundos, es preciso haber echado en la juventud la sonda en esos grandes lagos a orilla de los cuales se ha vivido. Si para muchos seres han sido las pasiones torrentes de lava que corren entre riberas abrasadas, ¿no hay también almas en que la pasión, contenida por dificultades invencibles, llena de un agua pura el cráter del volcán?».

Por supuesto, y como no podría seer de otro modo, reaparece en todo su esplendor el Balzac moralista. Los deseos del protagonista, los anhelos de Henriette y las esperanzas depositadas en sus hijos dan juego para que el autor especule acerca de asuntos como la fidelidad, el amor o las dudas;  pero quien es objeto de un escrutinio más severo es el conde de Mortsauf, con respecto al cual el juicio del narrador se debate entre el respeto social debido a que es el padre de los hijos de Henriette y la censura hacia su agrio carácter y la poca consideración para con su esposa, pero cuidando ―y no siempre consiguiéndolo― que las motivaciones personales no puedan contaminar su honestidad.  En cuanto a la formación moral del protagonista, recordemos, un pisaverde inexperto e ingenuo de poco más de veinte años, Henriette le procura un verdadero manual de instrucciones en una carta que le tiende cuando este da por finalizada su estancia campestre ―cuya inspiración se encuentra, palabra por palabra, en las cartas que envió Laure de Berny al propio Balzac―. 

«El hombre está compuesto de carne y de espíritu; la animalidad viene a terminar en él, y en él comienza el ángel. De aquí, esta lucha que experimentamos todos entre un destino futuro que presentimos y los recuerdos de nuestros instintos anteriores de los que no estamos enteramente desprendidos: un amor carnal y un amor divino. Un hombre los resuelve en uno solo, y otro se abstiene; éste registra el sexo entero para buscar en él la satisfacción de sus apetitos anteriores; aquel lo idealiza en una sola mujer en la cual resume el universo; unos flotan indecisos entre las voluptuosidades de la materia y las del espíritu, y los otros espiritualizan la carne pidiéndole lo que no podría dar».

Otra diferencia destacable en el tratamiento que brinda Balzac a su protagonista ―quizá también achacable al carácter autobiográfico―, en comparación con lo habitual, es la transigencia, artificialmente neutral, y la condescendencia que muestra hacia una conducta que, aunque revestida de la fuerza de los incontrolables sentimientos y de retóricas palabras, y embozada con unas dudas  difícilmente justificables, deja mucho que desear en el aspecto moral; sus grandes razonamientos de cara a la galería pueden servirle al protagonista como autojustificación, pero sus argumentos no pasan la prueba del examen desde el punto de vista ético.

«[...] toda pasión pesa con tal fuerza sobre nuestro carácter que rechaza hacia el fondo, en primer lugar, las asperezas y colma la huella de los hábitos que constituyen nuestros defectos o nuestras cualidades; pero, más tarde, en dos amantes bien acostumbrados el uno al otro, reaparecen los rasgos de la fisonomía moral. Ambos se juzgan entonces mutuamente, y, con frecuencia, en el transcurso de esta reacción del carácter sobre la pasión se declaran las antipatías que preparan esas divergencias que utilizan como un arma las gentes superficiales para acusar de inestabilidad al corazón humano».

Una condescendencia de la que da buena cuenta, en rigurosa aplicación del sentido común, injustamente expulsado del terreno del amor romántico, su corresponsal, la mujer a la que se dirigía el relato, en una impagable carta de advertencia ―y, tal vez, de despedida―, que seguro que provocó la madurez inmediata del insoportable y alocado protagonista.

El médico rural

Le Médecin de campagne fue publicada em 1833 y se incluyó en La Comedia humana en 1846. El episodio "El Napoleón del pueblo" fue publicado, de forma separada, en varias ediciones. La novela está dedicada a Anne-Charlotte-Laute Sallambier, madre del autor.

La novela se estructura alrededor de dos personajes, presentes en toda la acción, pero con diferente peso específico y distinta función: el protagonista y el testigo. El papel de testigo de la trama es Pierre-Joseph Genestas, antiguo soldado de Napoleón, un hombre inútil y consentido que intenta  adaptarse a una vida civil para la que no está preparado. Una vez terminadas las guerras napoleónicas y alcanzada una relativa paz dentro y fuera de las fronteras más próximas, las ciudades francesas sufrieron una invasión pacífica de los soldados licenciados o desocupados, sobre todo de aquellos procedentes de familias plebeyas que no disponían de un castillo, un palacio, una gran propiedad o una posición distinguida a la que regresar. En algunos lugares socialmente sensibles, esa inmigración fue la causa de diversos problemas de convivencia.

Al ubicar la acción en un pequeño pueblo de la región de los Alpes, Balzac se recrea en la descripción de un entorno amable para la visita pero hostil para sus habitantes; en el ámbito rural de granjas y aldeas cercanos al núcleo urbano, la miseria y la carencia de bienes de primera necesidad relega a los residentes a una vida en la que ni siquiera la supervivencia está asegurada, ya que la pobreza y la adversidad del lugar afectan gravemente la salud de los aldeanos y constituyen, junto con el aislamiento, un perfecto caldo de cultivo para la enfermedad, las epidemias y la regresión genética. Si alguna esperanza pueden albergar los desgraciados habitantes es que alguna persona de alma generosa se ocupe de sus necesidades de forma firme y desinteresada; este es el caso del doctor Benassis, el médico rural del título, el verdadero protagonista de la novela.

Con una mezcla de socialismo y de economía de libre mercado ―una versión anticipada e incompleta de lo que posteriormente  se asemejaría a una incipiente socialdemocracia―, el doctor Benassis consigue hacer progresar a la comarca, y sus entrevistas con el militar le sirven a Balzac para exponer sus teorías, basadas en la coexistencia pacífica y cómplice de las "tres togas": la del sacerdote, la del hombre de leyes y la del médico, que representan a la sociedad en los tres principales aspectos de la existencia: la conciencia, la propiedad y la salud; de su hábil combinación dependen el progreso económico y social de la comunidad.

El relato de la convivencia del doctor y el militar compone un verdadero estudio antropológico y sociológico del entorno general. Aunque Balzac otorgue, comúnmente, gran relevancia a la descripción de los ambientes en los que ubica sus novelas ―la agrupación del ciclo en "escenas" confirma su pretensión―, en este caso su intención se cumple de forma evidente: parece que la trama se sostenga y se subordine a la descripción del entorno y de las relaciones entre sus habitantes. En este sentido, es demostrativa la reunión en casa del doctor ―en el capítulo "El Napoleón del pueblo", publicado de forma autónoma, con posterioridad, al resto de la novela― a la que acuden como invitados Dufau, el juez de paz; Tonnelet, el notario; Cambon, el lugarteniente de Benassis; y Janvier, el párroco, además del propio médico y de Genestas; la descripción de la compañía, como es habitual en Balzac, es toda una declaración de principios.

«Las cabezas vigorosas de Benassis y de Genestas contrastaban admirablemente con la cabeza apostólica del señor Janvier; de igual modo que los rostos marchitos del juez de paz y del adjunto hacían resaltar el joven semblante del notario. La sociedad parecía estar representada por aquellas fisonomías diversas en las cuales se reflejaba igualmente el contento de sí mismo, el del presente, y la fe en el futuro. Únicamente el señor Tonnelet y el señor Janvier, poco adentrados en la vida, gustaban de escrutar los acontecimientos futuros que sentían pertenecerles, mientras que los otros comensales debían llevar con preferencia la conversación hacia el pasado. Pero todos consideraban gravemente las cosas humanas, y sus opiniones reflejaban un doble matiz melancólico. Por una partte, la palidez de los crepúsculos de la tarde era como el recuerdo casi borrado de las alegrías que no debían ya renacer; por otra, la aurora era como la esperanza de un hermoso día».

Una reunión en la que cada participante expone su propuesta de sociedad ideal, de las relaciones entre las clases y de estas con el poder, siempre de acuerdo y actuando en función de su posición; en este sentido, Benassis aboga por una sociedad meritocrática y estratificada, regida por un gobierno reducido o por un solo gobernante con el apoyo de la Iglesia y de las agrupaciones sociales, sujeta al control popular por parte de personalidades representativas. El cuadro social queda completo con la intervención a favor del bonapartismo de un campesino ―de ahí el nombre del capítulo― que, a través de fórmulas entresacadas de la sabiduría popular y de la fascinación que provocaba aún el Emperador en las capas sociales más populares ―y que parece reflejar, a grandes trazos, el pensamiento del propio Balzac con respecto a Bonaparte―, configura un panegírico que, al parecer, era compartido por una gran parte de la población. A continuación, es Benassis quien toma la palabra para hacer un repaso de su vida y de las razones que llevarona un joven epicúreo con un brillante porvenir social en París a convertirse en el filántropo retirado del mundo en un recóndito valle de los Alpes; su errática juventud y la cantidad ingente de errores cometidosun monólogo en el que aparece, por cierto, una tal Evelina, el nombre de la condesa Hanska, futura esposa de Balzac―.

La confianza depositada por Benassis en Genestas provoca en este la contrapartida de su sinceridad: una triste historia de amor traicionado guardada en secreto durante años cuya confesión forja entre ambos una amistad inquebrantable.

El médico rural es una novela con una unidad temática poco consistente, formada por los monólogos de los personajes, con poca conexión entre sí, y en la que las relaciones entre los dos protagonistas principales actúa únicamente como excusa para dar pie a las intervenciones de ambos y como amalgama para los del resto.

El cura de aldea

Le Curé de village se publicó en 1839 y se incluyó en La Comedia humana en 1846. Fue originalmente dedicada a Hélène Valette, pero tras descubrir el fraude de su falso ennoblecimiento y de su estado civil ―ocultó su condición de viuda―, Balzac suprimió la dedicatoria en su edición final.

Sauviat, un usurero que esconde su condición bajo la profesión de chatarrero y su fortuna mediante una vida austera y miserable, es padre de una niña muy hermosa pero maltratada por la viruela en su adolescencia, Véronique. No es la primera vez que Balzac alumbra el papel del avaro; recuérdese, a título de ejemplo, el Saumur de Eugénie Grandet, o las constantes referencias, en varias obras del ciclo, a Harpagon, el protagonista de El avaro de Molière, y la constante reprobación de ese carácter.

Una lectura provoca en Véronique un súbito despertar de una vida sosegada y recluida, el descubrimiento de un nuevo mundo lleno de oportunidades, pero también de tentaciones para cuyo advenimiento no poseía ninguna preparación. En estos casos, Balzac acostumbra a enfrentar  dos circunstancias que, a pesar de su semejanza, pueden provocar consecuencias muy distintas: la ignorancia y la inocencia.

«En aquella muchacha solitaria, confinada en la negra casa, educada por unos padres sencillos y casi rústicos, que nunca había oído una palabra inconveniente y cuya cándida inteligencia no había recibido jamás la menor idea mala; en la angelical discípula de la hermana Marta y del buen vicario de Saint-Étienne, la revelación del amor, que es la vida de la mujer, le fue hecha por un libro apacible, por la mano del genio. Para cualquier otra, esta lectura no hubiese tenido peligro; para ella, tal libro fue peor que un libro obsceno. La corrupción es relativa. Hay naturalezas vírgenes y sublimes a las que un solo pensamiento corrompe, haciendo en ellas tanto mayores estragos cuando la necesidad de una resistencia no ha sido prevista».

La mezcla de ambas, ocasionada por la educación brindada por sus padres, la conducen a un matrimonio económica y socialmente muy favorables pero que, a medida que va superando la primera y perdiendo la segunda, no colma sus aspiraciones de vida ni sus deseos románticos, y la convierte, con el rechazo de las comadres que habían envidiado su enlace con un opulento banquero, en una gris y menospreciada beata. De nuevo Balzac arremete contra los matrimonios de conveniencia perpetrados por los parientes de ricas herederas sin tener en cuenta sus deseos ni la mínima preparación para la vida que se supone que deberían haberles inculcado.

Ese matrimonio, nacido ya con mala estrella, no supera la fase nominal: no ha supuesto ningún cambio en la conducta del marido, centrado en sus negocios y relegando la consideración a su esposa a la prestada a sus lujosos muebles adquiridos con motivo del enlace, pero sí que ha representado, en cambio, una variación en Véronique, que sigue manteniendo su ingenuidad pero que ha dejado atrás su antigua inexperiencia.

En efecto, la instrucción no solo pertrecha a Véronique con los útiles para mantener una vida más rica, sino que también le lleva a apercibirse de la tristeza de su existencia y de la mezquindad de su marido, que ha ido restándole la asignación con la que ella, además de administrar los gatos domésticos, realizaba numerosas obras de beneficencia. Esa combinación de instrucción y piedad le valieron el favor de la buena sociedad y de los representantes de la iglesia local, y su salón contaba con la existencia de personas notables que se sentían cómodas en un ambiente inteligente y reservado. En ese contexto, cuando más independientemente de la de su marido parece transcurrir la vida cotidiana de Véronique, esta anuncia su embarazo.

Llegado a este punto, Balzac traslada la acción a una aldea en los días previos al ajusticiamiento de un asesino que no ha querido defenderse para no inculpar al que debería ser el último responsable del asesinato. A pesar de no ser el tema principal, el autor le concede tal relevancia que se sospecha que debe formar parte de la trama desarrollada con anterioridad y que permanecerá secreta hasta las últimas escenas. La aldea cuenta entre sus habitantes con la familia del reo y con un particular párroco, el señor Bonnet, el cura de aldea del título, un hombre pletamente integrado en la comunidad, querido por sus feligreses y respetado por sus conciudadanos, amable, humilde y apóstol de una religiosidad basada en la caridad y el perdón, algo alejada del cristianismo jerarquizado, más acorde con las relaciones sociales en las grandes ciudades que en pequeños asentamientos con necesidades, también pastorales, de diferente naturaleza.

«Esa grandeza puramente física, de acuerdo con la grandeza moral, daba al sacerdote algo de altivo y de desdeñoso, desmentido enseguida por su modestia y por su palabra, pero que no predisponía en su favor. En una jerarquía elevada, estas ventajas le hubiesen hecho obtener sobre las masas ese ascendiente necesario y que ellas dejan que adquieran unos hombres así dotados. Pero los superiores no perdonan jamás que sus inferiores posean los exteriores de la grandeza ni que desplieguen esa majestad tan apreciada por los antiguos y que falta con frecuencia a los órganos del poder moderno».
Bonnet es el sacerdote que recoge la confesión del reo antes de su ejecución, una revelación que implica a algún personaje relevante, pero que aquel protege debido al secreto de confesión. Posteriormente, una operación de compraventa de su marido pone en contacto al párroco con Véronique. Después de la muerte de Graslin, su viuda se traslada a la aldea donde ha tomado posesión de una grandiosa propiedad y fortalece su amistad y complicidad con Bonnet.

«Si Dios lo permite, moriré cura de Montégnac. Yo hubiese querido que mi ejemplo lo siguiesen otros hombres distinguidos que han creído hacer mejor convirtiéndose en filántropos. La filantropía moderna es la plaga de las sociedades. Solo los principios de la religión católica pueden curar las enfermedades que afligen al cuerpo social. En lugar de describir la enfermedad y extender sus estragos con lamentos elegíacos, cada cual hubiese debido poner mano a la obra y entrar como simple obrero en la viña del Señor. Mi labor está lejos de encontrarse terminada aquí, señor. No basta con moralizar a las gentes que he encontrado en un estado horrible de sentimientos impíos; yo quiero morir en medio de una generación enteramente convencida».

Vsrónique encarna al pecador arrepentido: alertada por una notable inteligencia, adquirida a un alto precio, el apercebimiento de su falta no se limita al sentimiento, al corazón, sino que le provoca una crisis de signo depresivo al que ni la religión, descartado el entendimiento, puede poner remedio, hasta que un análisis de conciencia, lejano también del examen que prescribe el cristianismo, es capaz de aislar la falta de su germen y, sobre todo, de sus consecuencias, y de este modo encontrar el camino de la expiación; paradójicamente, es la participación de un religioso, el padre Bonnet, la que consigue esbozar el camino de la redención, tan alejada de la liturgia cristiana. Su penitencia no buscará tanto el perdón de Dios como el restablecimiento de su paz de conciencia. Bonnet ejercerá de intermediario y conseguirá que la expiación de Véroniqjue redunde en beneficio de la comunidad, y que sus efectos, a largo plazo, persistan incluso después de su muerte.

Los campesinos

Les Paysans fue publicada, en su primera parte, en 1844, y quedó inconclusa a la muerte de Balzac; su edición final, en el formato actual, fue corregida por la condesa Hanska, esposa del autor, y publicada en 1852.

Parece que Balzac tenía la intención de escribir la obra definitiva sobre el campesinado, una especie de summa que otorgara el protagonismo real que merecían los millones de franceses de las zonas rurales; esa intención se apoya en un doble propósito: en primer lugar, dar voz a un estamento olvidado por la literatura, centrada en la búsqueda de temas que puedan parecer innovadores, y para hacer justicia a los hombres que, mediante un trabajo duro y minusvalorado, mantienen la estabilidad de la vida en toda la nación; pero también porque considera al campesinado una clase con futuro, tal vez destinada a suceder a la burguesía de modo parecido a como esta reemplazó a la aristocracia. Superada por vana la visión idílica del campo de Rousseau, Balzac pretende una nueva formulación, menos bucólica, más real, con sus luces y sus sombras, en la que el entorno rural dejara de ser el campo de batalla de la inagotable codicia de los burgueses parisinos, el signo de estatus de la reducida aristocracia remanente y el lugar de expiación de pecadores penitentes o de retiro discreto de viejas examantes reales, el balneario de militares retirados por la edad, por la derrota o por no haberse puesto bajo la sombra del árbol apropiado, con perspectivas más amplias, de la vida campestre, a partir de la cual edificar una sociedad más justa e igualitaria.

Los personajes ceden parte de su protagonismo a las relaciones mutuas; entre estas, adquiere un papel relevante la astucia de los campesinos para burlarse de los capitalinos y para sacarles los cuartos como estrategia de defensa, alabándoles su inteligencia al mismo tiempo que les toman el pelo; bajo la apariencia de una ignorante sumisión, el campesino consigue imponer su voluntad y lograr todo aquello que se propone para asegurar su supervivencia ―vendiendo a los burgueses el vino robado de sus propias viñas, la caza obtenida furtivamente de sus prados, la leña extraída de sus bosques, siempre con su falaz actitud sumisa y su fraudulenta ignorancia―, generalmente en unas condiciones más que aceptables.

«Aunque todo le mundo sabía cuán pocos principios y escasos escrúpulos tenía esta familia, nadie decía nada de las costumbres de la Grand-I-Verte [la taberna del lugar]. En el comienzo de esta escena se hace necesario explicar, de una vez por todas y a las personas habituadas a la moralidad de las familias burguesas, que los campesinos no tienen ninguna delicadeza en cuestión de costumbres domésticas. Cuando se trata de una de sus hijas seducidas no invocan la moral sino cuando el seductor es rico y pusilánime. Hasta el momento en que el Estado se los arranca, sus hijos son capitales o instrumentos de bienestar. El interés ha llegado a ser, sobre todo después de 1789, el único móvil de sus ideas. Jamás se trata para ellos de saber si una acción es legal o inmoral, sino de si es provechosa. La moralidad, a la que no hay que confundir con la religión, comienza en la holgura. Como se ve, en la esfera superior florece la delicadeza en el alma cuando la fortuna ha dorado el mobiliario. El hombre absolutamente probo y moral es, en la clase de los campesinos, una excepción. Los curiosos preguntarán el porqué. De todas las razones que se pueden dar de este estado de cosas, esta es la principal: por el carácter de sus funciones sociales, los campesinos viven una vida puramente material que se aproxima al estado salvaje a que les invita su unión constante con la naturaleza. El trabajo, cuando abruma el cuerpo, quita al pensamiento su acción purificadora sobre todo en las gentes ignorantes. Finalmente, para los campesinos, la miseria es su razón de Estado, como decía el abate Brossette».

A pesar de esa convivencia forzosa, obligada por la dependencia mutua, la hostilidad siempre está presente: la de unos, porque es el modo de hacer patente su superioridad; la de los otros, para compensar esa desigualdad y por el sentimiento de injusticia originado por la misma. Cuanto más grave y acentuada sea esa hostilidad, más lejano estará el enfrentamiento directo, que solo ocurrirá cuando se rompa el frágil equilibrio sustentado en el hecho de que cada bando comprenda y represente su papel.

Toda la fuerza de la ley, la capacidad de influencia de los grandes personajes y, a menudo, el sentido común ―Balzac se abstiene de dictaminar, pero el tono de su narración y las intervenciones de los personajes dan una idea bastante precisa de su postura; recuérdese la poco favorable consideración hacia cierto tipo de caracteres en las Escenas de la vida parisiense―, se ven obligados a retroceder, vencidos, ante la conspiración de toda una comarca; un hecho que pone en evidencia la disparidad en la configuración de los mecanismos de poder establecidos políticamente y los fundamentos de las complicidades a que dan lugar las comuniones de intereses; cómo la ley puede ser inutilizada por la red tupida e insalvable que se establece entre quienes comparten réditos; la persistencia y omnipotencia de la ley se muestra incapaz ante la inquebrantable tenacidad de los administrados, que tienen en su favor, por medio de la corrupción, a las cuatro patas del poder: La Iglesia, la Magistratura, la Municipalidad y la Administración. Se trata de un conflicto perfectamente delimitado y, aunque con algunos actores no adscritos, localizado en las dos sedes contrapuestas que contribuyen a la caracterización: la taberna Grand-I-Verte y el castillo de Les Aigues. Todo ello, sin olvidar el papel fundamental de los infiltrados: algún partidario de la Grand-I-Verte empleado en el castillo y algunos burgueses del pueblo con aspiraciones conspirando a favor de los que creen sus semejantes, con la intención de dar el salto a Les Aigues; y los agentes dobles, los que intentan pescar en ambos ríos, tanto menos desenmascarables cuanto mayor sea el fanatismo de sus interlocutores.

La evidencia que supone que Los campesinos sería una de las grandes novelas del ciclo, como había comunicado el propio Balzac a su editor, se muestra a través de varias señales: multitud de personajes, con detalle de sus antecedentes, uno a uno; varias líneas argumentales, históricamente justificadas y bastante complejas, que avanzan al unísono ampliándose y complementándose; la misma extensión de la primera parte ―doscientas setenta páginas en esta edición―, que hace presagiar una extensión parecida a la esbozada segunda ―que ocupa apenas ciento cuarenta―, en el caso de que se diera por concluida ahí; las llamadas al lector con respecto a episodios apuntados en los que el narrador anuncia un desarrollo futuro; y, finalmente, el protagonismo compartido por toda una clase, relegando a las individualidades a la actuación como motores auxiliares de la trama principal, y materializando esa intención de otorgar a La Comedia humana la naturaleza de estudio de caracteres, un propósito insistentemente formulado por el autor.

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