La Comedia humana. Estudios Filosóficos. Volumen XVI. Honoré de Balzac. Hermida Editores, 2022. Traducción de Aurelio Garzón del Camino |
Décimosexto y penúltimo volumen de la edición integral de La Comedia humana, que incluye el resto de Estudios filosóficos (Études philosophiques) no incluidos en el volumen XV.
El conscripto
Le Réquisitionnaire fue publicada en 1831 en La Revue de France y se incorporó definitivamente a los Études philosophiques de La Comédie humaine en 1846.
El relato está ubicado en 1793, año de la ejecución de Luis XVI, en plena Revolución. Madame De Dey, noble refugiada en la Baja Normandía, es madre de un exiliado, Auguste, por su fidelidad a la familia real; es cortejada, a pesar de su situación, por las principales autoridades del nuevo régimen. El anuncio, en secreto, del regreso de su hijo provoca una revuelta en el pueblo, pone sobreaviso a los guardianes políticos y altera enormemente a la madre, que se debate entre la alegría por la llegada anunciada y la angustia porque pueda ser descubierto.
«Temió haberse quedado más tiempo de lo que debía en aquella habitación, en la que creía en la vida de su hijo al tener ante sus ojos todo lo que le atestiguaba su vida. Bajó, pero antes de entrar en el salón permaneció dutante un momento al pie de la escalera para escuchar si algún ruido despertaba los silenciosos ecos del pueblo. Sonrió al marido de Brigitte, que estaba de centinela, y cuyos ojos parecían alelados a fuerza de prestar atención a los rumores de la noche y de la plaza. Veía a su hijo en todo y en todas partes. Volvió pronto al salón, fingiendo alegría, y se puso a jugar a la lotería con unas muchachitas. Pero de vez en cuando se quejó de estar molesta y volvió a ocupar su butaca junto a la chimenea».
El hijo maldito
L'Enfant maudit fue publicado, fragmentariamente, en 1831 y 1836. Se incorporó definitivamente a los Études philosophiques de La Comédie humaine en 1846.
«Cuando hemos dado algunos pasos en la vida conocemos la secreta influencia ejercida por los lugares sobre las disposiciones del ánimo. ¿Para quién no ha habido instantes malos en los que ha visto no sé qué prendas de esperanza en las cosas que nos rodean? Feliz o miserable el hombre presta una fisonomía a los menores objetos con los que vive; los escucha y los consulta, pues hasta tal punto es naturalmente supersticioso».
La acción transcurre a finales del siglo XVI, durante las guerras de religión, una datación notablemente antigua en comparación con la mayoría de obras del ciclo pero que, curiosamente, albergará también la acción de la última novela de los Estudios filosóficos, Sobre Catalina de Médici.
El protagonismo está en manos del matrimonio de los condes d'Hérouville, formado por Jeanne, de dieciocho años, y su marido, de cincuenta, católico acérrimo pero partidario de Enrique IV; el matrimonio de un viejo aristócrata con una joven socialmente inferior pero con cierto resto de nobleza es un lugar común a lo largo de La Comedia humana; traicionadas sus expectativas ilusorias por la inefable realidad, estas esposas suelen ser invariablemente desgraciadas debido a la intransigencia, a la dureza de carácter y, sobre todo, a los celos de sus provectos esposos, incapaces de discriminar si la conducta de sus jóvenes parejas, habitualmente tan lejanas de la suya propia, es producto de la inocencia o de la traición.
El conflicto, en el caso de los condes d'Hérouville, se desata por el nacimiento de un hijo antes de que haya transcurrido el tiempo señalado para el embarazo, lo que provoca la ira del conde, que cree que ese hijo es el fruto de una relación de la madre anterior al matrimonio, mientras que esta afirma que se trata de un alumbramiento prematuro. Étienne d'Hérouville, débil y enfermizo, es tan menospreciado por su padre como amado y cuidado por su madre, que lo convierte en su cómplice y aliado para sobrellevar los malos tratos de su marido.
«Dio gracias a Dios, que colocaba a Étienne, como a una multitud de criaturas, en el seno de la esfera de paz y de silencio, la única en que podía criarse favorablemente. Con frecuencia, las manos maternas, para él tan suaves y tan fuertes a la vez, le transpotaban a la alta región de las ventanas ojivales. Desde allí sus ojos, azules como los de su madre, parecían estudiar las magnificencias del océano. Ambos permanecían entonces horas enteras contemplando el infinito de aquella vasta sabana, alternativamente sombría y brillante, muda y sonora. Estas largas meditaciones eran para Étienne un secreto aprendizaje del dolor. Casi siempre, los ojos de su madre se mojaban de lágrimas, y durante aquelloos penosos sueños del alma, las facciones juveniles de Étienne parecían una ligera red de la que tirase un peso demasiado grande».
El nacimiento de un hermano, Maximilien, viva estampa de su padre, conllevó tranquilidad respecto del futuro de Étienne, a quien se reservó para la carrera eclesiástica, quedando su hermano menor como heredero de los bienes y los títulos de la casa d'Hérouville. Ocupado desde entonces por el cuidado y la formación de Maximilien, el conde se olvidó de su primogénito y su madre pudo educarle y proporcionarle una instrucción acorde con sus deseos y sus capacidades.
Balzac plantea el conflicto en términos exageradamente maniqueístas, en los que los oponentes ni son conscientes de su rivalidad ni generan por sí mismos ningún tipo de enfrentamiento —de hecho, pasada la adolescencia de ambos, ni siquiera eran conscientes de la existencia del otro—, aunque el autor no es neutral ni en sus apreciaciones ni en sus simpatías. Sin embargo, este equlibrio inestable pero fuertemente asentado, se rompe el día que la madre, el único contacto de Étienne con el mundo, fallece después de una grave enfermedad; su universo se derrumba y al aislamiento físico al que le había condenado su condición de hijo maldito se une el abandono afectivo provocado por la desaparición del único ser capaz de ofrecerle su amor.
«Étienne fue dominado por el más intenso y más duradero de los dolores, dolor mudo por otra parte. No corrió ya a través de las rocas ni se volvió a sentir con fuerzas para leer y cantar. Permaneció días enteros encogido en el hueco de una roca, indiferente a las intemperies del aire, inmóvil, pegado al granito, semejante a uno de los musgos que en él crecían, llorando rara vez, pero perdido en un solo pensamiento, inmenso, infinito como el océano, y que como el océano adquiría mil formas haciéndose terrible, tempestuoso, sereno. Fue más que un dolor, fue una vida nueva, un irrevocable destino otorgado a aquella hermosa criatura que no debía ya sonreír. Hay penas que, semejantes a la sangre vertida en un agua corriente, tiñen momentáneamente sus ondas. Pero estas, al renovarse, restauran la pureza de su caudal. En Étienne, la fuente misma quedó adulterada, y cada onda del tiempo le llevó la misma dosis de hiel».
Pero el cambio más relevante en la vida de Étienne fue consecuencia de la muerte de su hermano, cuando su padre lo reconoce, se arrepiente de su conducta con él e intenta recuperarle para que sea el heredero de los bienes y sucesor de los honores de la familia.
Balzac exhibe sus dotes para el melodrama haciendo avanzar el relato hacia lo que se adivina como final feliz, pero sembrando la duda en el lector acerca de la ocurrencia de los hechos que anticipa; posteriormente, cuando ha alcanzado el clímax dramático y cuanto más favorables parecen los indicios, se desencvadena la inevitable tragedia.
La posada roja
L'Auberge rouge fue publicada en 1831 e integrada en La Cómedie humaine en 1846.
Balzac ubica el relato en el entorno de una pesada sobremesa, después de que un opíparo banquete y los vapores de los alcoholes consumidos hayan provocado sus efectos en los comensales. El autor usa el recurso del narrador interpuesto: uno de los asistentes a la comilona reproduce, según lo recuerda, el relato que cuenta otro de los invitados —un recurso común en la literatura gótica, subgénero en el que podría encuadrarse el presente relato; además, al adjudicar a este la nacionalidad alemana, Balzac lo caracteriza mediante los tópicos al uso hacia aquellos nacionales y, no sin cierto humor, se ahorra una personificación más pormenorizada—. El autor siembra la sospecha de cierta relación, oculta e inconfesable, entre los hechos narrados en el relato y alguno de los comensales presentes en la reunión.
«Todos los días ocurre ante nuestros ojos un fenómeno moral de una profundidad asombrosa, y que es demasiado sencillo, sin embargo, para ser notado. Si en un salón se encuentran dos hombres, uno de los cuales tenga derecho a menospreciat o a odiar al otro, sea porque conozca un hecho íntimo y latente de que está manchado, o por un estado secreto, o incluso por una venganza venidera, aquellos dos hombres se adivinan y presienten el abismo que los separa o ha de separarlos. Se observan con disimulo y se preocupan de sí mismos, de sus miradas, de sus gestos. Dejan transpirar una indefinible emanación de su pensamiento, hay entre ellos un imán. No sé qué se atrae con más fuerza, si la venganza o el crimen, el odio o el insulto. Semejantes al sacerdote que no podía consagrar la hostia en presencia del espíritu maligno, ambos están recelosos y desafiantes: el uno es cortés, el otro, no sé cuál, está sombrío; el uno se pone pálido o enrojece, y el otro tiembla. Con fecuencia el vengador es tan cobarde como la víctima».
El relato es protagonizado por dos estudiantes de medicina enrolados en el ejércirto republicano francés estacionado el Alemania en 1799; el tema, un individuo es condenado por unos hechos de los que no es responsable tras haberse negado a una defensa que implicaría incriminar a un amigo, que parece ser el verdadero culpable.
Formalmente, Balzac teje una estructura triple en cuanto a la narración: 1) el narrador del texto, que cita a 2); 2) el narrador del relato en la fonda, que cita a 3); y 3) el protagonista de lo relatado, que ha explicado el caso a 2). Esta misma estructura es la que aplica a la ubicación física de la trama: 1) la fonda en la que se ha celebrado el banquete; 2) la prisión donde el protagonista le cuenta al narrador lo sucedido; y 3) la posada roja donde sucedieron los hechos.
Maese Cornélius
Maître Cornélius apareció en 1831 y se publicó en la serie Études philosophiques de La Comédie humaine en 1846.
Balzac data su historia, de nuevo, en un pasado lejano, 1479, incluye en ella personajes históricos y adjudica el protagonismo implícito a las iglesias como escenarios de hechos contrarios a la religión, incluso en una época tan lejana en la que la Iglesia ostentaba un poder omnímodo. El punto de partida del relato no es nada original, y ha sido utilizado por Balzac con profusión: la historia de amor entre un muchacho y la joven y bella hija natural de Luis XI, esposa de un viejo carcamal, conde para más señas, con quien se casó por orden real. Maese Cornélius, usurero y misántropo, banquero de Luis XI, un personaje absolutamente dickensiano, de nacionalidad flamenca y que da nombre al relato, tiene reservado un papel decisivo en el futuro de ambos amantes,
«Estaba constantemente abismado en un pensamiento abrumador, devorado por un deseo que le quemaba las entrañas, pero roído más profundamente aún por las angustias renacientes del duelo que tenía entablado consigo mismo desde que su pasión por el oro se había vuelto contra él, especie de suicidio sin fin que comprendía todos los dolores de la vida y los de la muerte. Jamás vicio alguno se había vuelto de tal modo contra sí mismo; porque el avaro que se encierra por imprudencia en el calabozo subterráneo en que está su oro tiene, como Sardanápalo, el goce de morir en el seno de su fortuna. Pero Cornélius, ladrón y robado a la vez, no teniendo el secreto ni del uno ni del otro, poseía y no poseía sus tesoros. Tortura completamente nueva, enteramente singular, pero continuamente terrible».
Jesucristo en Flandes
Jésus-Christ en Flandre, datada en 1831, es el resultado de la fusión de los relatos Jésus-Christ en Flandre (1831) et L'Église (1831) y fue incluída en 1846 en los Études philosophiques de La Comédie humaine.
El autor advierte, en las primeras páginas del relato, ubicado en la provincia de Brabante (actual Bélgica) en una época indeterminada, de que la que va a contar es una historia con elementos fantásticos y cuya porción imaginaria y supersticiosa puede dotar a la parábola de cierto sentido oculto que el lector, de acuerdo con sus expectativas, deberá, o no, interpretar.
En una barca de transporte de personas, con el pasaje físicamente segregado —los pobres a proa y los ricos a popa—, llega un extranjero de apariencia insólita que, rechazado por los potentados, se acomoda entre los humildes. Ante la amenaza de tormenta y la posibilidad de naufragar, los ricos, temerosos y cobardes, se lamentan por la pérdida de sus bienes, mientras que los pobres se afligen por sus seres queridos. Estos, los que tuvieron fe, son salvados milagrosamente por el desconocido, que no es otro que el mismo Jesucristo en persona.
El que empieza siendo un relato de misterio se convierte, a través de la religión —mejor dicho, de la religiosidad— en una historia ejemplarizante de valor literario muy relativo y cuya moraleja, simple y poco elaborada, remite a las parábolas de las Escrituras y se acerca a la más pura superstición.
«[...] esta historia se resiente de un modo extraño de la vaguedad, de la incertidumbre, del elemento maravilloso que los oradores favoritos de las veladasa flamencas se han complacido repetidas veces en verter en sus glosas, tan diversas en cuanto a poesía como contradictorias por sus detalles. Dicha de generación en generación, repetida de hogar en hogar por las abuelas y por los narradores de día y de noche, esta crónica ha recibido de cada siglo un matiz diferente. Semejante a esos monumentos dispuestos según el capricho de los arquitectos de cada época, pero cuyas masas negras y borrosas agradan a los poetas, constituiría la desesperación de los comentaristas, de los escudriñadores de palabras, de hechos y de fechas».
El elixir de la larga vida
L'Élixir de longue vie fue publicada por primera vez en 1830 y añadida a los Études philosophiques de La Comédie humaine en 1846.
El mnarrador, en primera instancia, advierte al lector de que no se trata de un relato original; en realidad, no hace falta acudir a la tradición ni a los autores consagrados a la fábula o al cuento moral para hallar en ellos el germen del relato, pues el propio Balzac lo ha tratado con profusión en La Comedia humana, si bien más en forma circunstancial que con el protagonismo que le reserva en esta historia fantástica: las herencias.
«¿No sorprende con frecuencia la muerte de un padre a los jóvenes en medio de los esplendores de la vida y en el seno de las locas ideas de una orgía? La muerte es tan repentina en sus caprichos como una cortesana en sus desdenes. Pero es más fiel. Jamás ha engañado a nadie».
Balzac reviste al relato de una pátina de misterio al estilo de sus contemporáneos Edgar Allan Poe y Washington Irving. Para ejemplarizar su tesis, el autor echa mano del literarioo Don Juan —en la versión de Molière—, sumando al relato de sus desmanes la existencia de un elixir que prolonga la vida, una pócima que niega a su moribundo padre para poder entrar en posesión de su herencia y del que reserva el uso para el momento de su propia muerte.
El verdugo
El Verdugo, titulado así, en castellano, fue publicada en 1830 en la revista La Mode e incorporada en 1846 a los Études philosophiques de La Comédie humaine.
Balzac ubica la acción del relato en Menda, una aldea de la provincia de Pontevedra, durante la ocupación napoleónica. Se trata de una fábula moralizante sobre los límites de la empatía, hasta dónde puede el interés personal imponerse sobre el bien común, incluso cuando entra en escena la muerte.
El relato bien podría haberse titulado Una tragedia española, teniendo en cuenta que Balzac echa mano, sin disumular, de todos los tópicos y prejuicios de la época con respecto a España y a los españoles.
«A pesar del respeto del que se le rodea, y no obstante el título de verdugo que el rey de España ha dado como título de nobleza al marqués de Leganés, este se halla devorado por la tristeza, vive solitario y aparece en público rara vez. Abrumado bajo el peso de su admitable crimen, parece esperar con impaciencia que el nacimiento de su segundo hijo le dé derecho para ir a reunirse con las sombras que le acompañan incesantemente».
Las Marana
Les Marana es un relato publicado por primera vez en 1834 e incorporado a los Études philosophiques de La Comédie humaine en 1846.
De nuevo ubicada en España, en concreto en Tarragona, en los años de la guerra napoleónica, después de la conquista de esa ciudad y del saqueo a la que fue sometida; un pillaje que Balzac adjudica a la composición de uno de los regimientos del ejército francés.
«Desde la sublime constitución de las sociedades, la doncella se encuentra entre los horrendos dolores que le causan los cálculos de una virtud».
Seducciones malintencionadas, mentiras planificadas, traiciones inesperadas, venganzas insoslayables, todo el mal que puede desencadenar un libertino dirigido a un alma inocente, contra renuncias voluntarias, esperanzas ilusionantes, todo el bien que puede esperar un espíritu cándido como compensación a sus desvelos. Todo el mundo tiene derecho a cometer errores, pero solo en los estratos extremos, superiores e inferiuores, de la sociedad, esas equivocaciones jamás se olvidan y, mucho menos, se perdonan; ni los más ricos ni los más pobres pueden disculpar aquellas falsedades en las que un día caerán, inevitablemente.
Un drama a orillas del mar
Un drame au bord de la mer, publicado por primera vez en 1834, en 1843 bajo el título La Justice paternelle, fe incorporado a los Études philosophiques de La Comédie humaine en 1846.
«Podría decirse, casi de un modo absoluto, que la juventud dispone de un compás con el que se complace en medir el futuro. Cuando su voluntad concuerda con los grados del ángulo que abre, el mundo es suyo. Pero este fenómeno de la vida moral se realiza únicamente a cierta edad. Esta edad, que para todos los hombres se encuentra entre los 22 y los 28 años, es la edad de los grandes pensamientos y de las concepciones primeras, porque es también la de los deseos ilimitados, aquella en que nada se duda, y quien dice duda dice inepcia. Tras esa edad, que es fugaz como una sementera, viene la de la ejecución. En cierto modo hay dos juventudes, aquella durante la cual crecemos y aquella otra en la que obramos. Con frecuencia se confunden ambas en los hombres favorecidos por la naturaleza y que como César, Newton y Napoleón sobrepujan a los más grandes».
El relato consiste en un escrito dirigido por el narrador a su tío Louis Lambert, y puede considerarse complementario de la novela del mismo nombre, perteneciente a este mismo ciclo.
El joven narrador y su pareja se encuentran con un pescador que, a su requerimiento, les cuenta las estrecheces económicas en las que subsiste, una circunstancia que, aunque ellos no son más que una pareja humilde, les conmueve profundamente. La grandiosidad del paisaje circundante y el sentimiento de la propia insignificancia que les provoca enciende un rescoldo de melancolía en sus jóvenes almas. Todas esas circunstancias les hacen más sensibles a la trágica historia de un habitante solitario de la zona, Pierre Cambremer, un hombre sujero a una maldición a causa de uno de los peores crímenes que se pueden cometer.
Louis Lambert
Louis Lambert apareció por primera vez en 1836 y se integró en los Études philosophiques de La Comédie humaine en 1845.
De marcado carácter autobiográfico —el protagonista, Louis Lambert, comparte algunos rasgos con el autor—, la novela, narrada en primera persona, expone algunas de las ideas que sostuvo Balzac con respecto a las ciencias paranormales y la metafísica, a la vez que su admiración, que desarrollará más tarde, por las supersticiones del místico sueco Emmanuel Swedenborg.
Louis, hijo de una familia modesta y alumno del colegio de los oratorianos de Vendôme —una escuela de la que fue alumno el propio Balzac, subvencionado, al igual que Louis, por Madame de Staël—, es un precoz lector voraz que lee, desordenadamente, libros sobre los más diversos temas, pero que tiene una especial predilección por las lecturas religiosas; esa inclinación le conduce a obras místicas y esotéricas, particularmente las del mencionado Swedenborg, cuyas ideas teosóficas influyeron en el propio autor.
«La llegada de Louis Lambert fue como el texto de un cuento digno de Las mil y una noches. Yo estaba entonces en la cuarta, con los pequeños. Teníamos por regentes a dos hombres a quienes dábamos por tradición el nombre de padres, aunque fuesen seglares. En mi tiempo no existían ya en Vendôme más que tres verdaderos oratorianos a quienes perteneciese tal título legítimamente; en 1814 abandonaron el colegio, que se había secularizado insensiblemente, para refugiarse cerca de los altares en algunos presbiterios rurales, a ejemplo del cura de Mer».
Louis ingresa en el colegio con fama de individuo cultivado que provoca la admiración, cuando no la envidia, de sus compañeros —también debido a la persona de su madrina—, un deslumbramiento que perdura después de las inevitables novatadas; sin embargo, su carácter soñador y su incipiente rebeldía le enfrentan con sus maestros, una circunstancia que redunda en el buen trato y la favorable consideración de aquellos, más cuanto que soportaba con un estoicismo absoluto los castigos, que no conseguían doblegarlo. Pero esa inusual precocidad —realmente, el retrato que dibuja Balzac es el de un mocoso bastante repelente— provoca cierto menosprecio por parte de los compañeros menos dotados intelectualmente, aunque levanta la admiración entre aquellos que eluden los prejuicios, entre los que se encuentra, en lugar destacado, el narrador.
Este testigo es el encargado de abocetar el sistema filosófico de Lambert, en realidad, un pastiche de las ideas filosóficas dominantes en la época mezcladas con una acomodación de las fantasiosas teorías que la imaginación de Swedenborg diseminó para la iluminación de ilusos e indocumentados. El interés, para el lector actual, al menos el poco dado a misticismos alucinatorios, de estos pasajes filosóficos de la novela se ve notoriamente afectado, y su lectura posee el solo aliciente de conocer al ofuscado Balzac que se esconde detrás de ese parapeto autobiográfico.
Esa concepción idealista del mundo de Louis que, en realidad, le es completamente ajeno debido a su reclusión en el internado, se viene abajo cuando entra en contacto con el mundo real, cuando se traslada a París. Esa colisión psíquica se materializa en un largo escrito que dirige a su tío y tutor —sus padres han muerto—. La misma intensidad vitalista, la pasión mal concebida y peor dirigida, es la que hace fracasar su proyecto matrimonial y arruina su vida, sumido en un estado extático y secuestrado por la locura.
«Louis permanecía en pie, como lo estaba viendo, día y noche, con los ojos fijos, sin que jamás bajase y levantase los párpados como tenemos por costumbre. Después de haber preguntado a la señorita de Villeboix si un poco más de luz no causaría ningún dolor a Lambert, y oída su respuesta negativa, abrí ligeramente la persiana y pude ver entonces la expresión de la fisonomía de mi amigo. ¡Ay! Arrugado ya, canoso, en fin, sin luz en sus ojos, que se habían vuelto vidriosos como los de un ciego, todas sus facciones parecían estiradas por una convulsión hacia la parte superior de su cabeza. Intenté hablarle varias veces, pero no me oyó. Era un despojo arrancado a la tumba, una especie de conquista hecha por la vida sobre la muerte o por la muerte sobre la vida».
Séraphîta
Séraphîta fue publicada por primera vez en 1834 e incluida en los Études philosophiques de La Comédie humaine en 1846. Está dedicada "a la señora Éveline de Hanska, nacida condesa Rzewuska" —junto con Modeste Mignon y Los pequeños burgueses, aunque en Séraphîta es la única de ellas en la que figura con su nombre—, con la que se casó en 1850.
El relato comienza al modo de las fábulas orientalizantes, arcaizantes y sobrenaturales tan queridas por el Romanticismo —sin movernos de Francia, el Salambó de Flaubert serviría de ejemplo— y acaba convirtiéndose en lo habitual: un pastiche desubicado e inverosímil de misticismo mal comprendido —eso, en el caso de que exista el misticismo bien comprendido, pero esa es otra cuestión— y peor traducido a la sensibilidad occidental, aparatoso y artificial, fuera de contexto histórico y cultural. Aunque, en este caso, el habitual entorno orientalizante se sustituye por otra exoticidad, para hacerlo más próximo a la atea e insolente Europa: una aldea aislada en un fiordo noruego, a principios del siglo XIX.
Séraphîtus —que, posteriormente, resultará ser trambién Séraphîta— es un ser sobrenatural de apariencia celestial y belleza resplandeciente, más allá de lo humano, de género cambiante y, todo hay que decirlo, con cierto aire de superioridad hacia los pobres mortales. Al comienzo del relato, bajo forma masculina, rechaza a una joven perdidamente enamorada de él, Minna, por su baja condición espiritual —es solo nuna mujer terrena—, ordenándole que se limite a cortejar a Wilfrid, una especie de novio. El mismo Wiolfrid que, por su parte, está irremisiblemente enamorado de Séraphîta, el avatar femenino del ser sobrenatural, que le rechaza por razones parecidas a las que lo hace con Minna.
Ese conflicto triangular entre Wilfrid, Minna y Séraphîta/Séraphîtus bebe en la doctrina irracionalista del ya citado Emmanuel Swedenborg, cuya pseudofilosofía fue admirada por Balzac. La parte central del relato —uno sospecha de su intención última— está ocupada por las lecciones que dicta Séraphîta/Séraphîtus, una infumable muestra de doctrina ultracatólica, espiritualismo pseudoateo y misticismo caricaturesco, un conjunto delirante y anacrónico ya en tiempo de Balzac.
Adiós
Adieu fue publicada por primera vez en 1830 e incluida en los Études philosophiques de La Comédie humaine en 1846.
Dos cazadores, Philippe de Sucy, barón, antiguo coronel con Napoleón, y el marqués de Albon, magistrado, que se han perdido en su batida se encuentran, en un paraje desconocido, una construcción en ruinas y una mujer, rústica y asilvestrada, que resulta ser la condesa de Vandières, que, presumiblemente, ha perdido la razón.
Después de esa introducción, Balzac, del boca del otro habitante de las ruinas, traslada la acción a la batalla de Berézina, con el ejército napoleónico intentando culminar su retirada de Rusia al fin de la desafortunada invasión. En medio del caos de la huida, Philippe de Sucy ayuda a abandonar el campo a Stéphanie, condesa de Vandières, y a su marido, poniéndolos camino de la evasión. Balzac destila su mejor estilo describiendo la llanura atestada de soldados muertos o heridos, con un ritmo galopante que emula la rapidez de los pocos que consiguen cruzar el río, pasea su mirada por el grupo de militares agotados, incapaces de ponerse en pie, y con una cadencia endiablada los acompaña en su asedio al puente que debe significar su salvación.
«Los rusos bajaban con la rapidez del incendio. Hombres, mujeres, niños, caballos, todo siguió la misma dirección. El mayor y la condesa se hallaban todavía, por fortuna, alejados de la orilla. El general Eblé acababa de incendiar los pontones de la orilla opuesta. Ahora bien; a pesar de las advertencias hechas a los que invadían aquella tabla de salvación, no quiso nadie retroceder, y no solo se hundió el puente con todos los que sobre él se hallaban, sino que, además, fue tan impetuosa la oleada de hombres lanzados contra aquella funesta orilla que una masa humana se precipitó en las aguas como un alud. No se oyó ni un grito, pero sí un rumor sordo como el de una peña que cae al agua; después, el Berésina quedó cubierto de cadáveres».
El conde muere en el intento y su esposa se salva a costa de perder el juicio después de vagar durante años en pos del ejército y ser rescatada, finalmente, por su tío, que es quien la tiene recogida.
El reencuentro, después del extravío de los cazadores, entre Philippe y Stéphanie no puede ser más desventurado, pues ella no lo reconoce y lo rehúye; el coronel empleará todos los recursos a su disposición para devolverle el juicio perdido, y la historia terminará, aunque trágicamente, con el único final posible.
Sobre Catalina de Médici
Sur Catherine de Médicis, dividida en tres partes y una larga introducción, se publicó por primera vez entre 1830 y 1842 y fue incluida en los Études philosophiques de La Comédie humaine en 1846.
«La inteligencia que se cierne sobre una nación no puede evitar una desgracia: la de no encontrar iguales para ser bien juzgada cuando sucumbe bajo el peso de un acontecimiento».
Catalina de Médici, uno de los personajes más relevantes del siglo XVI en Francia, fue la esposa del rey Enrique II y reina consorte de Francia de 1547 a 1559; una vez muerto el rey, ejerció de regente y consejera de sus hijos Francisco II, Carlos IX y Enrique III. Fue testigo y personaje clave, a menudo activamente, de las constantes guerras civiles y religiosas que asolaron Francia entre 1562 y 1598. Tras la reciente muerte de Enrique II, esposo de Catalina, la novela se centra en los años de reinado de Francisco II y hasta la muerte de Carlos IX.
«"Sois lo bastante poderosa para guardar el equilibrio entre los grandes y para verles competir en celo por vuestro servicio; tenéis vuestra casa llena de reyes y no debéis temer ni a los Lorena ni a los Borbones si los oponéis unos a otros, pues unos y otros quieren arrebatar la corona de vuestros hijos. Sed ama y no sierva de vuestros consejeros, y sujetad a los unos con los otros, sin lo cual, el reino irá de mal en peor y podrán declararse grandes guerras". Comunicación que Michel de L'Hospital, canciller, dirige a Catalina».
Balzac escribe una extensa introducción para poner en antecedentes al lector —especialmente útil para aquellos que desconozcan esa etapa de la historia de Francia— sobre la época y el personaje, con detalles de algunos hechos anteriores pero determinantes a su reinado y que, en opinión del autor, fueron infliuyentes en el futuro.
«En aquel momento, aquellos dos hombres [los dos jefes de la familia de los Guisa, los dirigentes del bando católico, que disputaron a los Valois la corona] eran los árbitros de la mayor revolución intentada en Europa después de la Enrique VIII en Inglaterra, y que fue la consecuencia del descubrimiento de la imprenta. Adversarios de la Reforma, tenían en poder en sus manos y querían ahogar la herejía. Pero si bien fue menos famoso que Lutero, Calvino, su adversario, era más fuerte. Calvino veía entonces el gobierno allí donde Lutero no había visto sino el dogma. Mientras el grueso bebedor de cerveza, el enamorado alemán, contendía con el diablo y le tiraba su tintero al rostro, el picardo, soltero enfermizo, hacia planes de campaña, dirigía combates, armaba príncipes y levantaba pueblos enteros sembrando las doctrinas republicanas en el corazón de la burguesía, con el fin de compensar sus continuas derrotas en los campos de batalla con nuevos progresos en el espíritu de las naciones».
La historia, en su afán de fidelidad, acaba recogiendo demasiadas creencias populares, que, debido a los muchos prejuicios, se alejan de lo que sucedió realmente. La historia es más falsa cuanto más recientes sean los hechos de que trata; si esos hechos objeto de estudio sucedieron en la antigüedad, la falta de información suele ser la principal fuente de errores; si son recientes, la razón es casi siempre la implicación de personajes actuales en los hechos sujetos a investigación.
«En estos estudios y en estas comparaciones, el autor adquirió la convicción de la grandeza de Catalina. Al iniciarse en las dificultades renovadas de su posición, reconoció cuan injustos habían sido hacia esta reina los historiadores, influidos todos los protestantes. De ello sacó los tres esbozos que ahora presenta, en los que se combaten algunas opiniones erróneas sobre ella, sobre los personajes que la rodeaban y sobre las cosas de su época. Si este trabajo se encuentra entre los Estudios filosóficos es porque muestra el espíritu de una época y porque en él se manifiesta claramente la influencia del pensamiento».
Fiel a su sistema de avance de la acción, Balzac no fija su primer punto de mira en los grandes sucesos ni en las personas que han pasado a la historia, suponiendo que ambas circunstancias están ya en los libros de historia y son sobradamente conocidos por el público lector, sino que cede el protagonismo a las capas sociales intermedias, aquellos que no deciden directamente la dirección ni la resolución de los hechos históricos, pero que dan una idea más aproximada acerca del papel que representan, aunque no aparezcan en los textos y, a la vez, debido a su extracción social, pueden ser considerados como más cercanos, más accesibles, al lector habitual de sus relatos —es decir, los pertenecientes al que posteriormente sería designado como Tercer Estado, que tanta infuencia tendría en el futuro—. Los planes de estos, pues, constituyen el núcleo del relato, unos planes que, considerados como pertenecientes al provecho personal de la reciente burguesía, son, en realidad, la urdimbre oculta del tejido de la Historia.
En este caso, ese subprotagonismo recae en un elemento perteneciente al gremio de los peleteros, la familia Lecamus, una familia católica notable, proveedores de pieles de Catalina de Médici y de María Estuardo, su nuera; este desvío momentáneo e introductorio es utilizado por Balzac para la descripción de los barrios artesanales, típicamente medievales, de la ribera del Sena y, al mismo tiempo, para lamentar que el París moderno haya prescindido de ese paisaje. En concreto, el miembro de menor edad de esa familia, Christophe Lecamus, el hijo del maestro peletero, tiene reservado ese papel de protagonista secundario sobre el que descansa la primera parte del relato.
La Reforma fue abrazada pòr cierta nobleza venida a menos en el favor real y por nacientes burgueses que veían peligrar su estatus a manos de la nobleza católica de la corte, pero también por damas segundonas de las realezas europeas. Una delegación de reformados quiere aliarse con Catalina, la reina regente, para apartar a la aristocracia católica del trono.
«Estos comprendieron que a la reina le importaba muy poco aquella asamblea y que quería contemporizar con sus aliados para llegar a la época de la mayoría de edad de Carlos IX. Pero engañaron al condestable haciéndole creer en una colusión de intereses entre los Borbones y Catalina, mientras que Catalina los engañaba a todos. Esta reina, como se ve, había llegado a ser extremadamente fuerte en poco tiempo. El espíritu de discusión y de disputa que reinaba entonces favorecía singularmente aquella proposición. Los católicos y los reformados debían brillar todos, los unos después de los otros, en aquel torneo de palabras. Esto fue precisamente lo que sucedió. ¿No es extraordinario que los historiadores hayan tomado las tretas más hábiles de la reina por vacilaciones?»
«—Lo más gracioso —exclamó la reina— es que los Borbones engañan a los hugonotes, y que los señores Calvino, De Bèze y otros engañan a los Borbones. Pero ¿seremos nosotros lo bastante fuertes para engañar a hugonotes, Borbones y Guisas? Frente a estos tres enemigos ¡está permitido tentarse el pulso!»
Sin embargo, la proliferación de conspiraciones hace difícil discernir, en un momento dado, el bando al que está adscrito un personaje determinado. La traición está a la orden del día incluso entre los grandes señores, y los burgueses, como Christophe, no son más que títeres manejados aleatoriamente en función de los intereses de cada momento de las personalidades notables de cada bando y, una vez cumplido su cometido, su vida es un asunto que carece de importancia.
«"¡No halaguéis sino a vuestros enemigos!" Tal es la gran frase de Catalina, que parece haber sido la ley política de esta familia de comerciantes [los Médici] que no careció de grandes hombres hasta el moimento en que sus destinos se hicieron grandes, y que quedó sometida algo prematuramente a esa degeneración en la que acaban las estirpes reales y las grandes familias».
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