Exhalación. Ted Chiang. Sexto Piso, 2020. Traducción de Rubén Martín Giráldez Pocos autores con una obra publicada tan reducida pueden alardear de la profusión de premios con que puede hacerlo el escritor norteamericano de origen chino Ted Chiang. Descubierto para la mayoría de lectores en lengua castellana a raíz de la adaptación cinematográfica del relato La historia de tu vida (Story of Your Life, 1998) bajo el título de La llegada, este segundo volumen de relatos, Exhalación (Exhalation: Stories, 2019) confirma su completo dominio de la pluralidad de registros de la narrativa corta. Como el alquimista de "El comerciante y la puerta", Chiang actúa sobre los resquicios de la realidad para hacer emerger de ellos los fragmentos de imaginación que sostienen su edificio, esas vidas ocultas que mantienen firme la construcción, no por encubiertas menos fundamentales. Ese extrañamiento que puede sufrir el lector habitual de ciencia-ficción clásica ante algunos de los relatos de Chiang puede tener varias razones; entre ellas, la ubicación de algunos relatos en ambientes no usuales de la literatura de SF, particularmente en el pasado, algunos parodiando estilos extraños al género y reformulando escenarios míticos con nuevos parámetros, aunque conservando los lugares comunes para que no se extravíe el reconocimiento, como la moraleja final en el cuento oriental clásico; o la exposición de las tramas, por ejemplo, apoyada en la ausencia de planteamiento teórico pero con la exposición de antecedentes insertada en la acción: el narrador actúa como si el lector ya supiera de qué habla y, con frecuencia, escribe –o graba– con destino a lectores futuros. Los relatos de Chiang trascienden la SF clásica -en la misma medida que en el caso de J. G. Ballard, por ejemplo- para centrarse en los laberintos de la condición humana.
La temática que abarca los relatos de Exhalación es múltiple y va desde el cuento oriental clásico hasta el steampunk más radical: una resolución imaginativa de la paradoja del viajero del tiempo; el autómata –que no sabe que lo es– que se apercibe de que el universo y todo lo que contiene es fruto de un inestable equilibrio muy frágil y cuyo fin puede ser previsto; la alegoría futurista de la crisis climática con distintos actores y diferente desarrollo, pero con la misma intención e idéntico planteamiento; el fenómeno de la extinción de las especies como ejemplo de la indolencia humana: al tiempo que se lanza a la búsqueda de especies extraterrestres, se castiga al planeta a una extinción irremediable por pura dejadez. Pero esta variedad, encomiable en un volumen de relatos, no es solamente un despliegue insustancial de oficio; Chiang va mucho más allá de la ficción especulativa, sobre todo cuando cede el protagonismo especialmente a dos instancias: el tiempo y el libre albedrío. |
Cuando una parte de la literatura de SF especula acerca de las dificultades en la interacción entre seres humanos y máquinas, Chiang da una vuelta de tuerca a los argumentos habituales centrándose en los beneficios mutuos de esa interacción, por más que el conjunto de experiencias en la relación actúe únicamente en beneficio del ser artificial, al que se considera inmaduro, sobre todo en cuestiones emocionales, y, por tanto, susceptible de aprender y progresar.
«La IA soñada por los ingenieros: una entidad de pura cognición, un genio libre del peso de las emociones y el cuerpo, un intelecto vasto y frío pero empático»
El avance de la tecnología provoca la mejora progresiva de la reproducción virtual; su diseño a medida permite reforzar ciertos elementos favorables y obviar los inconvenientes. De este modo se puede aspirar a un mundo perfecto, pero se debe ser consciente de que esa perfección no se puede exportar al mundo real, y hay quien no consigue asimilar esa limitación. El mundo virtual acaba colapsando debido a su aislamiento por su nula conexión con una realidad a la que no puede sustituir a pesar de los constantes avances en programación; y tampoco consigue, en contra de lo que parecían amenazar las distopías más pesimistas, sustituir en su totalidad al mundo real. Es decir, colapsa no por ningún defecto sino por un exceso de perfección. Ahora, la pregunta pertinente sería qué parte de responsabilidad en ese fracaso recae en el hecho de que su programación se lleve a cabo por humanos reales en el mundo real; llevar la capacidad del mundo virtual a su total expresión significaría dejar esa programación en manos de las criaturas generadas virtualmente, un opción que cerraría el mismo círculo que se halla completado en el mundo real desde la aparición del homo sapiens.
¿El perdón es posible gracias al olvido, o es olvidar la desavenencia lo que nos lleva a perdonar? Si perdonamos sin olvidar, la afrenta siempre puede volver a hacerse presente; si la olvidamos, tal vez no sea necesario el acto explícito del perdón, con lo que este, en su papel de restablecimiento de una condición anterior, deja de tener sentido.
«Nuestros recuerdos no son la acumulación imparcial de cada uno de los segundos que hemos vivido; son la narrativa que hemos ensamblado a partir de momentos escogidos».
Otros recursos en este blog relativos al autor:
Notas de Lectura de La historia de tu vida y otros relatos
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