En la Corte del Lobo. Hilary Mantel. Destino, 2020 Traducción de José Manuel Álvarez Flórez |
Descendiente de una humilde familia de artesanos, Thomas Cromwell, después de una difícil infancia llena de privaciones y de golpes de su padre borracho, desarrolla la capacidad de hacerse imprescindible a su patrón ―el primero de ellos Thomas Wolsey, arzobispo de York, legado pontificio y Lord Canciller de Enrique VIII justo en el inicio del proceso de anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón― tanto en la fortuna como en la adversidad, y de sacar provecho de ambas circunstancias: un hombre en la sombra que sabe mover sus piezas escondiendo la mano, consiguiendo siempre que alguien emprenda la tarea que le beneficia aunque perjudique al ejecutor.
Pero el protagonismo de Cromwell en En la Corte del Lobo (Wolf Hall, 2009) es indirecto, y ese es tal vez el logro narrativo de mayor entidad de Mantel que, en lugar de hacer descansar la trama en él, construye una telaraña narrativa que comienza con la caída en desgracia de Wolsey, sigue con el ocaso y muerte de Thomas Moro y termina con el ascenso y el inicio de la inevitable caída de Ana Bolena, y convierte al secretario real en una la sombra que se cierne sobre cualquier acto, por nimio que pareciera, en el que esté implicada su Majestad o cualquier otra persona que le concierna. Si tuvieran que resumirse las 746 páginas del volumen en una sola palabra, esa podría ser intriga.
«El destino de los pueblos se hace de este modo, dos hombres en habitaciones pequeñas. Olvida las coronaciones, los cónclaves de cardenales, la pompa y los desfiles. Así es como cambia el mundo: la carta que se empuja sobre una mesa, un trazo de pluma que altera la fuerza de una frase, el suspiro de una mujer cuando pasa dejando en el aire un rastro de azahar o de agua de rosas; su mano cerrando la cortina del lecho, la discreta visión de piel sobre piel. El rey (señor de generalidades) debe aprender ahora a trabajar el detalle, conducido por la codicia inteligente. Como hijo de su prudente padre, conoce a todas las familias de Inglaterra y lo que tienen. Ha registrado sus posesiones mentalmente, hasta el último curso de agua y el último soto. Ahora van a quedar bajo su control los bienes de la Iglesia, necesita conocer su valor. La ley de quién posee qué (la ley en general) ha adquirido una complejidad parasitaria, es como el fondo de un navío cubierto de percebes, como un tejado resbaladizo de musgo. Pero hay suficientes abogados, y ¿cuánta habilidad hace falta para raspar lo escrito cuando te dicen lo que debes raspar? Los ingleses pueden ser supersticiosos, pueden tener miedo al futuro, pueden no saber lo que es Inglaterra, pero no escasea entre ellos la habilidad de sumar y restar. Westminster tiene un millar de plumas raspadoras, pero Enrique necesitará hombres nuevos, piensa, nuevas estructuras, un pensamiento nuevo. Entretanto, él, Cromwell, pone en marcha a sus emisarios. Valor ecclesiasticus. Lo haré en seis meses, dice. Nunca se ha intentado una tarea igual, es cierto, pero él ya ha hecho muchas cosas que nadie había imaginado siquiera».
Una reina en el estrado. Hilary Mantel. Destino, 2020 Traducción de José Manuel Álvarez Flórez |
El segundo volumen de la trilogía de Thomas Cromwell desplaza el centro de atención de la trama desde los grandes movimientos políticos a la privacidad de la corte de Enrique y, en particular, a la relación de este con su nueva esposa, la arribista Ana Bolena, en quien está depositada la esperanza de sucesión masculina que pueda prevalecer sobre María, la hija que concibió con Catalina. Sin embargo, esa esperanza se malogra con el nacimiento de Isabel y la posterior imposibilidad de la reina ―o del rey, o de ambos, por incomparecencia― para engendrar más hijos.
Una reina en el estrado (Bring Up the Bodies, 2012) sigue pues la caída de Ana Bolena en la consideración de Enrique debido a esa imposibilidad, el ascenso de Jane Seymour y el papel primordial de Cromwell en todos los movimientos cortesanos, principalmente en el repudio y posterior ejecución de la reina. Se acentúan las intrigas en la corte, que se incrementan cuando fallece Catalina y Ana pierde el hijo que estaba esperando. Cromwell, mediante hábiles movimientos, va cerrando el cerco sobre la reina repudiada mediante las amenazas a sus partidarios y los halagos a sus enemigos.
La acción se ralentiza porque Mantel concede a las intrigas un tiempo de incubación inviolable, insalvable. Las personas toman el lugar de los hechos y, una vez han pasado por la residencia de Cromwell, ni las unas ni los otros volverán a ser lo que fueron. La palabra clave es evidente: conspiración.
«Todos nuestros trabajos, nuestras estratagemas, toda nuestra sabiduría, tanto la adquirida como la fingida; las estratagemas del Estado, los pronunciamientos de los letrados, las maldiciones de los eclesiásticos y las graves resoluciones de los jueces, sagrados y seculares, todas y cada una pueden ser derrotadas por el cuerpo de una mujer, ¿no es así? Dios debería haber hecho sus vientres transparentes y nos habría ahorrado así la esperanza y el temor. Pero tal vez lo que crece allí dentro tenga que crecer en la oscuridad».
El trueno en el reino. Hilary Mantel. Destino, 2020 Traducción de José Manuel Álvarez Flórez |
(The Mirror and the Light, 2020)
Thomas Cromwell sigue acumulando poder en la corte y consideración ante el rey, pero empieza a ser consciente de que en cada ascenso ha dejado innumerables cadáveres a su paso y a temer que esa ristra de represaliados vuelva para ajustar cuentas: los fieles a Catalina y los partidarios de Bolena, los pretendientes al trono descendientes de la Casa de York, los papistas seguidores de Thomas Moro y todos aquellos no adscritos que han sufrido su autoridad.
«Todos hemos oído los sermones. Podríamos escribirlos nosotros mismos. Pero somos vanos y ambiciosos a pesar de eso, y nunca vivimos tranquilos, porque nos levantamos por la mañana y sentimos la sangre corriendo por las venas y pensamos, ¡por la Santa Trinidad! ¿La cabeza de quién puedo destrozar hoy? ¿Qué mundo hay a mano, para que yo lo conquiste? O pensamos, como mínimo, si Dios me hizo un tripulante de este barco de los locos, ¿cómo puedo asesinar al capitán borracho y conducirlo a puerto sin hundirlo?»
A sus cincuenta años, Cromwell empieza a sentir remordimientos por algunas de sus intrigas; visita con frecuencia su pasado, intentando encontrar justificaciones cuando se convence que la obediencia a Enrique no le basta para justificarlas. Sigue actuando por inercia y por lo que se espera de él, pero las sombras de sus actos le acosan.
«Eso es lo que queremos, piensa él: ayuda en la prosperidad. Podemos prepararnos para resistir los siete años de vacas flacas. Pero cuando llegan los años de abundancia, ¿estamos preparados? Nunca sabemos cómo afrontarlo cuando empezamos a gozar de una situación privilegiada».
La narración se vuelve introvertida y oscura; los hechos pierden prevalencia ante los remordimientos de conciencia de un hombre cansado. Tal vez empieza a darse cuenta de que los tiempos están cambiando y él, que ha pasado de ser útil a necesario y de necesario a imprescindible, se está convirtiendo en un incordio.
«Julio. Las noches son cortas. Cuando la luz empieza a esfumarse, envía al muchacho otra vez a buscarle la cena mientras él piensa en el Cielo y el Infierno. Cuando se imagina el Infierno solo puede pensar en un lugar frío, un páramo, un muelle, una marisma, un desembarcadero, Walter [su padre, Walter Cromwell] en la lejanía gritando, luego los gritos van acercándose. Así es como será: no el dolor en sí, sino el temor constante al dolor; el temor constante a incurrir en culpa, la certeza de que vas a ser castigado por algo que no podrías evitar y que ni siquiera sabrías que estaba mal; y la discordia será constante en el Infierno, repitiéndose siempre y siempre, con una violenta y constante discusión en la habitación contigua. Cuando piensa en el cielo lo imagina como una vasta fiesta organizada por el cardenal [Wolsey]; como aquel campo de Picardía, el Campo de la Tela de Oro, con palacios construidos en terreno insólito y marginal, acres de cristal claro captando el sol. Pero su amo lo habría construido en un clima más suave. Tal vez, piensa, mañana a esta hora yo habite en una ciudad más amable: las sombras azules alargándose, los últimos rayos del sol suavizando las líneas de los campanarios y las cúpulas; damas en nichos entregadas a sus oraciones, un perrillo de rabo emplumado paseando por las calles; palomas indiferentes posándose en torres doradas».
Narrativamente, la acción pierde fuerza; los hechos parecen seguir una pauta fijada, invariable, iniciada por acontecimientos que casi nadie recuerda pero que proyectan su alargada sombra sobre un presente inestable y volátil. Mantel se concentra en la conciencia de Cromwell y muestra el franco y progresivo retroceso de su seguridad en las propias fuerzas y en los defectos de su intuición.
«He tenido mi alma durante diez años, piensa, aplanada y presionada hasta el punto de no alcanzar siquiera el grosor del papel. Enrique me ha molido y molido en el molino de sus deseos, y ahora que estoy reducido a polvo y ya no le soy útil, se me espolvorea al viento. Los prínciupes odian a aquellos con los que han incurrido en deuda».
Enrique ha conseguido, por fin, un heredero, pero la madre, Jane Seymour, murió por una fiebre puerperal. Cornwell siente que el cerco del descontento de Enrique, injustificado ―o fundamentado por los mismos motivos que antes le halagaban―, se cierra en torno a él.
«—Yo discuto —dice él — para conseguir que él [Enrique VIII] discuta también, para hacerle decir lo que piensa y lo que quiere. Siete años llevo a su lado viéndole seguir un rumbo. Le encontré en marea baja, había desaparecido el cardenal [Wolsey] que era el capitán de su barco; se hallaba privado de buenos consejos, atormentado por ansias intermitentes, frustrado por sus asesores, paralizado por sus propias leyes. Yo llené su tesoro, hice sólida su moneda; despaché a su vieja esposa y le conseguí una nueva de su propia elección; mientras hacía esto, moderaba su temperamento y le contaba chistes. Si, como una princesa en un cuento de hadas, pudiere haber hilado un bebé con la paja, habría trabajado sin descanso para conseguirlo. Pero él tiene ya su príncipe. Ha pagado un precio por él, pero la buena suerte nunca es gratis. Ya era hora de que él supiese eso; era hora de que se hiciese mayor».
El rey va acabando, con la inestimable ayuda de Cornwell, con los pretendientes al trono con el fin de mantener su línea sucesoria, un hecho que provoca la diferida excomunión y el reavivamiento de las hostilidades, de momento verbales, con Roma, con el rey de Francia y con el emperador; tal vez por esa razón, y espoleado por la traición de algunos de sus oponentes ―y con la colaboración de ciertos personajes que se ganaron su confianza―, Cornwell es encerrado en la Torre, procesado y ajusticiado, compartiendo destino con Wolsey y Moro.
«El poder está en manos de lector, no del que escribe».
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