1 de enero de 2021

La Comedia humana. Escenas de la vida parisiense. Volumen XI

 

La Comedia humana. Escenas de la vida parisiense.  Volumen XI. Honoré de Balzac. Hermida Editores, 2020. Traducción de Aurelio Garzón del Camino

Nuevo volumen de la edición integral de La Comedia humana, que continúa el ciclo de las «Escenas de la vida parisiense».

Un hombre de negocios. Esbozo del natural

Balzac localiza la acción de Un hombre de negocios (Un homme d’affaires. Esquisse d’homme d’affaires d’après nature1844) en una cena y sobremesa en casa de una lorette de seis hombres que serán los encargados de componer el retrato de Maxime de Trailles —un personaje que aparece ya en El tío Goriot, donde se ve obligado a huir a Inglaterra por una cuestión de deudas, paradigma del vividor en quiebra que consigue mantener el ritmo de vida de un millonario a pesar haber liquidado la fortuna familiar. Este es un carácter que, con apariciones frecuentes a lo largo de las Escenas de la vida parisiense, encarna a un tipo hacia el que Balzac no disimula su profunda antipatía: el descendiente, perfectamente pertrechado por la experiencia de muchos años para flotar en el proceloso mar de las deudas y los créditos, de familia noble venda a menos que es capaz de mantener las apariencias de un brillo perdido encadenando crédito tras crédito y estafa tras estafa, escudado tras el espejismo de su antigua nobleza, un especialista en salvarse en el último momento de la ruina gracias a la quiebra de alguno de sus acreedores. 

No es la primera vez que Balzac retira con discreción a sus omnipotentes narradores, limita su contribución a la simple presentación de personajes y descripción de ambientes, y traslada ese papel a un grupo de individuos cuya implicación en el asunto —o, más bien, con el protagonista— a tratar es mucho más estrecha que la del narrador supuestamente neutral —neutral, en teoría, porque en la realidad ningún narrador de Balzac es neutral—.

«—Lo ha pagado todo y no ha perjudicado a nadie —dijo Desroches —; pero, como decía hace un momento nuestro amigo Bixiou, pagar en marzo lo que no se quiere pagar hasta octubre es un atentado a la libertad individual. En virtud de un artículo de su código particular, Maxime consideraba como una estafa la estratagema que empleaba uno de sus acreedores para hacerse pagar inmediatamente. Desde hacía largo tiempo, la letra de cambio había sido comprendida por él en todas sus consecuencias inmediatas y mediatas. Un joven decía en mi casa, delante de él, que la letra de cambio era "El puente de los asnos". "No —dijo él —, es el puente de los suspiros, del que no se vuelve". De este modo, su ciencia en cuestión de jurisprudencia comercial era tan compleja que un abogado del tribunal de Comercio no hubiera podido enseñarle nada».

Facino Cane

Facino Cane (Facino Cane, 1837) es una de los relatos más cortos de La Comedia humana,  narrado en primera persona por el coprotagonista de la acción, el empleado de una biblioteca que dedica su tiempo libre a observar la vida del arrabal, confundiéndose con sus habitantes e implicándose en sus cuitas y sus aspiraciones, casi en el papel de un sociólogo de campo que observa y registra la conducta de los diferentes especímenes objeto de estudio. La asistencia a una boda de una familia paupérrima le descubre a un clarinetista ciego en quien se reúnen todas las particularidades de la desesperanza 

«Ninguna de las violentas pasiones que conducen al hombre lo mismo al bien que al mal y hacen un forzado o un héroe faltaban en aquel rostro noblemente cortado, lívidamente italiano, sombreado por cejas grisáceas que proyectaban su sombra sobre unas cavidades profundas que hacían temblar ente el temor de ver reaparecer en ellas la luz del pensamiento, del mismo modo que se teme ver aparecer en la boca de una caverna algunos bandidos armados de antorchas y de  puñales. Existía un león en aquella jaula de carne, un león cuya rabia se había agotado inútilmente contra el hierro de sus barrotes».

Mario Facino Cane, el clarinetista, es un anciano de ochenta y dos años descendiente de un famoso condottiero, sumido en la pobreza por la adversidad de un amor traicionado pero partícipe de un gran secreto: la ubicación del tesoro oculto de Venecia, de la que informa al narrador con el propósito de que le ayude a recuperarlo.

Con una temática relativamente inusual en La Comedia, próxima al relato de aventuras, se trata de uno de los textos más tristes del ciclo; la ausencia de prejuicio del narrador, que roza la fría objetividad, consigue, paradójicamente, acercar al personaje al lector, en manos del cual queda la veracidad del relato del clarinetista.

Los pacientes pobres

Los parientes pobres (Les Parents pauvres) responde a la vieja aspiración de Balzac de escribir dos novelas-espejo con una misma temática y propuestas narrativas semejantes pero bajo dos aspectos complementarios, intentando no tomar partido y dejando libre su desarrollo a partir de las pautas comunes establecidas.

Los parientes pobres I. La prima Bette

Uno de esos movimientos, en realidad un chantaje en toda regla, es el que emprende en La prima Bette (La Cousine Bette, 1846) un acaudalado perfumista retirado decidido a seducir a la esposa de un hombre que le robó a su amante, un matrimonio de largo recorrido que, además, son sus consuegros, aprovechando una situación financiera boyante, a diferencia de sus víctimas, arruinadas por la afición del marido, un barón coprotagonista que va perdiendo papel a medida que avanza la acción, a las mantenidas. Balzac pone de nuevo en escena la moral hipócrita de los modelos de una sociedad que ha perdido sus referentes éticos en los vaivenes políticos y sociales que sufrió Francia en la primera mitad del siglo XIX.

Bette —Lisbeth—, la protagonista que da nombre al relato, la prima hermana de Adeline, la esposa acosada por el perfumista, es una solterona diestra en el oficio de la pasamanería que vive con el matrimonio adúltero: otro prototipo balzaquiano, la pariente —mujer, salvo contadas excepciones— pobre de quien ha accedido, por matrimonio, a una buena posición, recogida en la casa y puesta en el mercado con el fin de encontrarle colocación.

«La prima Bette presentaba en las ideas esa singularidad que se observa en los caracteres que se han desarrollado muy tarde, en los salvajes, que piensan mucho y hablan poco. Su inteligencia aldeana había adquirido además, en las charlas del taller y con el trato de obreros y de obreras, una dosis de la mordacidad parisiense. Aquella muchacha, cuyo carácter se parecía de un modo prodigioso al de los corsos, trabajaba inútilmente por ese instinto de las naturalezas fuertes; hubiera encontrado un placer en proteger a un hombre débil. Pero a fuerza de vivir en la capital, la capital la había cambiado superficialmente. El pulimento parisiense era como un moho sobre aquella alma  vigorosamente templada. Dotada de una astucia que había llegado a ser profunda, como en todas las personas destinadas a un celibato real, y con el giro mordaz que imprimía a sus ideas, hubiese parecido temible en cualquier otra situación. De haber sido perversa, habría enemistado a la familia más unida».

En una gran ciudad como París no se puede pretender abarcar toda la variedad social con una sola mirada; cada estrato tiene sus particularidades y sus circunstancias, y son los prejuicios de unos hacia otros los que los convierten en opacos, no su mayor o menor visibilidad. Es más, la presencia constante de la buena sociedad en la vida pública expone a la vista de todo el mundo  sus grandezas pero también sus miserias, una exposición que impide la existencia de circunstancias que queden reservadas al ámbito privado. Los que no viven expuestos, en cambio, sea por propia voluntad o porque no poseen nada que pueda interesar a los demás, en particular a los citados anteriormente, disfrutan de elevadas dosis de privacidad. 

«¿Quién no ha asistido, una vez en su vida, a un baile de bodas? Cada cual puede apelar a sus recuerdos y es indudable que no dejará de sonreír al evocar todas esas gentes endomingadas, tanto por la fisonomía como por la indumentaria de rigor. Si algún hecho social ha demostrado la influencia del medio, ¿no es este? En efecto, el endomingamiento de los unos reacciona de tal modo sobre los demás que las personas más acostumbradas a llevar ropas decorosas presentan el aspecto de pertenecer a la categoría de aquellos para quienes la boda es una fiesta que cuenta en su vida. En fin, recordad a esas personas graves, a esos ancianos para quienes todo el de tal modo indiferente que llevan su ropa negra de todos los días; los viejos matrimonios en cuyos rostros se revela la triste experiencia de la vida que los jóvenes comienzan; los placeres, que son allí como el ácido carbónico en el champaña, y las jovencitas envidiosas, las mujeres preocupadas por el éxito de su tocado, los parientes pobres, cuya modesta indumentaria contrasta con la de los demás, los glotones que no piensan más que en la cena como los jugadores en el juego. Todos están allí, ricos y pobres, envidiosos y envidiados, los filósofos y los que tienen ilusiones, agrupados como las plantas de una canastilla en torno a una flor rara: la novia. Un baile de bodas es un compendio del mundo».

La familia del barón, por vivir de cara a la sociedad, no puede esconder sus vergüenzas; Bette, en cambio, después de una vida de reserva absoluta, puede mantenerse libre de cualquier injerencia externa. Entre los secretos que atesora en su privacidad, se halla su relación con Wenceslas, un exconde polaco refugiado en París y vecino suyo, a quien sostiene económicamente y auxilia en su incipiente carrera de escultor. Por supuesto, cuando una solterona con esos antecedentes decide ingresar en el campo de batalla de las intrigas amorosas y desplegar su arsenal de secretos acumulado tras años de confidencias, las consecuencias serán terribles, y su posición de superioridad arrastrará a todos los implicados por el fango de la maledicencia.

«En cerca de tres años, comenzaba a ver los progresos del trabajo de zapa en el que consumía su vida y al que consagraba su inteligencia. Lisbeth pensaba, y la señora Marneffe [una mantenida por las manos de la cual van pasando multitud de personajes de la novela] obraba. La señora Marneffe era el hacha, Lisbeth era la mano que la blandía; y la mano demolía a golpes continuos aquella familia que, de día en día, se le hacía más odiosa, pues el odio va en aumento, como se ama cada día más cuando se ama. El amor y el odio son sentimientos que se alimentan por sí mismos; pero de los dos, el odio es el que tiene la vida más larga. Las fuerzas del amor son limitadas, ya que sus poderes proceden de la vida y de la prodigalidad, pero el odio se asemeja a la muerte, a la avaricia, y es en cierto modo una abstracción activa, por encima de los seres y de las cosas. Lisbeth, entrada en la existencia que le era propia, desplegaba en ella todas sus facultades y reinaba a la manera de los jesuitas, con un poder oculto. Por eso, la regeneración de su persona era completa.»

Los parientes pobres II. El primo Pons

Sylvain Pons, el protagonista de El primo Pons (Le Cousin Pons, 1847), es un solterón, músico extemporáneo y coleccionista de arte aficionado de sesenta años; disfrutó de un éxito relativo durante un corto período de tiempo en la época del Imperio, pero, ya olvidado, sobrevive ahora con sus clases particulares y con la música para comedias y operetas en locales de segunda clase. Por razones económicas y de ciertas afinidades de carácter se asocia con un tal Schmuke, un pianista alemán, con quien decide compartir soltería, vivienda y economía.

«Por el perfil de aquel hombre huesudo, y no obstante su atrevido spencer, le hubierais clasificado difícilmente entre los artistas parisienses, tipo convencional cuyo privilegio, bastante semejante al del pilluelo de París, es el de despertar en las imaginaciones burguesas las jovialidades más estupendas. Aquel transeúnte era, sin embargo, Un Gran Premio, el autor de la primera cantata coronada por el Instituto con ocasión del restablecimiento de la Academia de Roma, en fin, el señor Sylvain Pons..., el autor de célebres romanzas arrulladas por nuestras madres, de dos o tres óperas representadas en 1815 y 1816, a más de algunas partituras inéditas. Este digno hombre terminaba de director de orquesta en un teatro de los bulevares. Gracias a su figura, era profesor de algunos pensionados de señoritas y no tenía otros ingresos que sus sueldos y sus lecciones. ¡Andar dando lecciones a esa edad!... ¡Cuántos misterios en una situación tan poco novelesca!»

Balzac enfrenta, a poco más que nivel anecdótico, a la pareja de músicos con otra pareja-espejo, dos secundarios en la novela, calcando los caracteres de ambas parejas con las diferencias de edad y fortuna: Fritz y Wilhem, dos amigos alemanes que huyeron arruinados de su país y a quien ha favorecido la fortuna el forma de herencia, y que están dispuestos a compartirla gracias a su franca amistad. Llevado por su inquebrantable generosidad, Pons planea la boda de Fritz con una joven pariente lejana, pero el asunto de no puede concretarse y los padres de esta, indignados, hacen recaer en Pons la culpa del fracaso provocando que todos los conocidos influyentes le den la espalda.

A diferencia de Bette, la otra pariente pobre, Pons es el representante del hombre benévolo y desinteresado que no ha progresado socialmente porque su sentido ético ha refrenado siempre cualquier asomo de ambición. El retrato de Balzac es magnánimo, en contraposición con la avaricia y el elitismo de la burguesía parisiense, a la que vuelve a conceder un papel inhumano en crudo contraste.

Pero ese aislamiento por parte de la buena sociedad al que es condenado Pons no es la única contrariedad a la que se enfrenta: la existencia de una colección de obras de arte que ha ido atesorando a lo largo de su vida espolea la ambición de su portera, que diseña un plan de intrigas contra Pons y Schmuke, implicando a varios individuos poco recomendables, desconocedores de cualquier forma de remordimiento, como aliados.

A pesar de que el individuo que da título a la novela puede considerarse protagonista, Balzac ramifica la trama incluyendo una respetable nómina de personajes secundarios, capaces de protagonizar una novela por sí solos, que dan pie a episodios colaterales cuya relación con la trama principal es, en ocasiones, accesoria; una vez más, el autor basa su trabajo en la descripción de caracteres más que de personajes, e incluye en la trama principal varias subtramas para lograr su objetivo.

«El envilecimiento de las palabras es una de esas singularidades de las costumbres que, para ser explicada, requeriría volúmenes enteros. Escribidle a un procurador calificándole de hombre de leyes y le habréis ofendido tanto como ofenderíais a un comerciante al por mayor en artículos coloniales al que dirigieseis así vuestra carta: "Señor tal, abacero". Un número bastante grande de personas de la buena sociedad, que deberían saber, ya que esa es toda su ciencia, ciertas delicadezas de la convivencia, ignoran todavía que el calificativo de "hombre de letras" es la injuria más cruel que se le pueda hacer a un autor. La palabra monsieur es el ejemplo más grande de la vida y de la muerte de las palabras. Monsieur quiere decir monseigneur. Este título, tan ilustre en otro tiempo, reservado ahora a los reyes por la transformación de sieur en sire, se da a todo el mundo, y, sin embargo, messire, que no es otra cosa que el doble de la palabra monsieur y su equivalente, suscita artículos en los periódicos  republicanos cuando se encuentra por casualidad en una participación de entierro. Magistrados, consejeros, jurisconsultos, jueces, abogados, oficiales ministeriales, procuradores, alguaciles, asesores, hombres de negocios, agentes de negocios y defensores son las variedades en las que se clasifican las gentes que hacen justicia o que la trabajan. Los dos últimos peldaños de esa escalera son el agente y el hombre de leyes. El agente, vulgarmente llamado "corchete", es el hombre de justicia por azar; está allí para asistir a la ejecución de las sentencias, siendo, para los asuntos civiles, un verdugo de ocasión. En cuanto al hombre de leyes, es la injuria particular a la profesión. Es a la justicia lo que el hombre de letras es a la literatura».

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