«Cada frase debe ser un auténtico relámpago»
Entrevista con Pierre Michon. Nicolas Dutent
Nicolas Dutent ha encontrado a Pierre Michon en un sanatorio situado en un paraíso de verdor en la región francesa de la Creuse. Aún era primavera, pero el verano abría sus brazos de par en par. La ventana de Pierre Michon da a este lugar delicioso, si se olvidan los tormentos de la enfermedad. El fervor del escritor sigue tan intacto a los 80 como a los 20 años. Para la revista Esprit, habló largo y tendido de literatura, por un lado, y de su propia literatura, por otro. Una ofrenda en un momento en que se publica su último texto, Les Deux Beune1, una unificación, o quizás incluso una reconciliación.
En lugar de empezar por el final, con el último libro recién publicado, comencemos por el principio. ¿Qué le atrajo de la literatura? ¿Qué le impulsó a escribir? ¿Quién le abrió la puerta?
Fue mi gusto infantil por los poemas aprendidos de memoria en la escuela. De ahí viene. Me dije que nunca podría dedicarme a eso. Estudié literatura y renuncié a cualquier otra vocación, sabiendo que era lo único que podía y sabría hacer: escribir. Durante casi quince años, no tuve el valor de hacerlo. Y un día, por primera vez, con Vidas minúsculas (Gallimard, 1984), sucedió.
¿Ve hoy, con más claridad, las razones que le impidieron escribir durante tanto tiempo, y por qué un día el obstáculo se convirtió en trampolín? Esta resistencia o dificultad me trae a la memoria un pensamiento de Philippe Jaccottet: «Hablar, pues, es difícil, si significa buscar... ¿Buscar qué? / Una fidelidad a los únicos momentos, a las únicas cosas / que descienden hasta nosotros lo bastante bajo, que se nos escapan, / si significa tejer un vago refugio para una presa esquiva…». (Chant d'en bas, 1984)
No me veo capaz de hablar de lo que escribo, en profundidad, como hace aquí Jaccottet. Puedo hablar de lo que escribo o de lo que he escrito con sentido, con afecto... pero no puedo hablar de mi escritura conceptualmente. Tengo muchos problemas con la teoría. No sé lo que hago. Personalmente, no sé si estoy profundizando en mí mismo o si, por el contrario, me estoy liberando para conectar con el lenguaje universal, con el mundo.
¿Se atrevería a decir que la literatura le salvó?
Sí, pero la literatura nunca me ha curado del todo. Cuando escribo, estoy curado, estoy encantado... pero entre escritura y escritura, vuelvo a ser el hombre que era a los 20 años, diciendo: nunca podré escribir. Si me hubiera psicoanalizado, quizá sabría un poco más...
Georges Steiner señala que «a medida que la civilización urbana e industrial ha ido imponiéndose, el nivel de contaminación sonora ha aumentado exponencialmente, hasta llegar a la locura. Para unos pocos privilegiados, en la era clásica de la lectura, el silencio, sigue siendo un bien asequible, pero su precio no deja de aumentar2». Los libros alternan silencio y ruido, paz y guerra. ¿Es para usted la lectura una violenta tormenta o una tierna calma? ¿Qué busca en los libros y qué cree encontrar?
Depende del libro del que estemos hablando. Si estoy en un periodo de escritura, es una tormenta. Si estoy en un período en el que no escribo, suele tratarse de una indeferencia. Leo con interés, con placer... Tomo nota de algunas cosas que podría poner en un lugar diferente, pero a los 80 rara vez me disgusto. Cuando tenía 20, 40 o incluso 60, estaba más abierto a la alteración. Cuando esté mejor, volveré a ello. Me conmueven muy fácilmente los grandes textos. Pero los grandes textos, ya sabe, los conozco. Empecé con la gran poesía del siglo XIX, después Maldoror, después la prosa, después Balzac, después Flaubert, después Proust, como todo el mundo. ¿Dónde se pueden encontrar hoy esos grandes textos? Para conmocionarme con un texto, cada frase tiene que ser un auténtico relámpago. Cuando escribo, no puedo escribir una frase que no parezca un relámpago. Tanto si ese relámpago es descriptivo como si es otra cosa. «El hermano de la sanguijuela caminaba lentamente por el bosque» en Los cantos de Maldoror: ¡eso sí que es una deflagración!
En su último libro, vuelve a expresar su sensibilidad ante las apariciones, su disposición a dejarse deslumbrar...
Más que una aparición, diría que este tipo de relámpagos me provocan una especie de trance. Un trance tranquilo, pero una embriaguez perpetua. Si la embriaguez me abandona, ya no puedo escribir. No podría, por ejemplo, escribir a la manera de Nulla dies sine linea, «Ni un día sin una línea», eso me es totalmente ajeno. En los tres meses que llevo en el hospital, no he escrito ni una línea. Ni una sola. Pero cuando me haya recuperado un poco, quizá siga una idea que me conecte con las frases... Antes de Vidas minúsculas, andaba a la búsqueda de un lugar en el panorama literario y me preguntaba: ¿dónde voy a encajar? ¿Qué voy a hacer? De repente, eso se acabó. Ese cuestionamiento desapareció. Me dije: no me importa. Voy a hacerlo. Voy a escribir este recuerdo de mi infancia, de mi juventud, y todo se aclaró. Escribir es una totalidad: el corazón, la inteligencia, la disponibilidad de todas las palabras que existen, la sensación de participar uno mismo en el pulso del mundo... No es mi hondura intelectual lo que estoy esperando, estoy al acecho de ese momento en el que mi ritmo vuelva al ritmo que nos ha estado impulsando desde el «big bang». Este ritmo, cuando nos ajustamos a él, nos conduce a la belleza.
Incluso después de Vidas minúsculas, nunca ha vivido su vida de autor como algo distinto a un corredor de fondo. Pero cuando está ahí, cuando llega, ¿se siente como un velocista de la frase, dispuesto a correr por ella, a devorarla tal vez?
Por supuesto que sí. La frase simplemente viene. Eso es lo maravilloso. La rítmica de las frases, lo que esa rítmica implica para el significado de lo que estoy escribiendo, todo viene en un bloque, en sintonía. No soy un velocista, no corro a toda velocidad con la frase, pero sí, voy bastante rápido cuando está ahí. Si siento que voy por el buen camino, voy rápido. De repente, aparece. Escribo, digamos, en la continuación del texto. Si tres páginas de escritura van mal, si van en la dirección equivocada, se acabó. La primera continuación de La Grande Beune (Verdier, 1997) había tomado ese rumbo, ese camino equivocado, y la abandoné. Era como si la escritura se hubiera equivocado y confundido.
Usted admite en Le roi vient quand il veut (Albin Michel, 2007) que la poesía podría haber captado quién es usted. ¿Por qué no lo hizo? ¿Qué decide la forma que creemos haber elegido, el género en el que nuestras frases fluyen mejor, lo que se convierte en nuestra manera definitiva de decir y de dudar?
La poesía que me inspiró fue la poesía métrica. Sigo amando la poesía, sigo leyéndola, incluida la poesía menos rígida formalmente, pero la poesía que más me influye, la que está regulada, persigue a mi escritura. Tengo la impresión, en mi cabeza, de que escribo mis frases en alejandrinos. Después borro todo eso. Mi ideal habría sido vivir a finales del siglo XIX, en la época de Mallarmé, que me parece, por lo demás, demasiado intelectual, sin aliento, aunque era capaz de maravillas. Los grandes románticos son modelos, como Rimbaud. Rimbaud es un milagro. A nadie se le ocurriría decir: no me gusta Rimbaud.
¿Su delicioso texto sobre Rimbaud3 es fruto de esta obsesión?
No es una elección. Jean-Bertrand Pontalis me pidió que hiciera un Rimbaud para su colección. Al principio, quería escribir sobre hermano de Rimbaud. Lo que escribí era sólo el comienzo del todo. A menudo, no sé cómo terminar.
¿Quizás el hecho de que no sepa o no pueda terminar dice algo sobre su relación con la vida?
Acabar es morir. Mis Deux Beune son más felices que la muerte. Es otro final. En Les Onze (Verdier, 2009), hay una tercera parte, que debería escribir algún día, que termina con la muerte del pintor Corentin. Me he pasado la vida, y lo que me queda de ella, terminando cosas.
Usted concibe cada libro como «un saludo» y «un insulto» a los padres. ¿Quiénes son esos padres a los que saluda e insulta de un libro a otro? ¿Han cambiado con el tiempo?
Siempre son los mismos, y diría que son todos los que he leído y que me han conmocionado, y hay una lista bastante larga. Faulkner, por ejemplo, y no por casualidad: es quizás el último verdadero novelista. Es un capítulo final. Maurice Nadeau me pidió que escribiera un artículo sobre qué autor me había influido más. Acababa de leer Absalon, Absalon, que me dejó boquiabierto, y le tocó a él. Desde entonces, me invitan a todas los coloquios sobre Faulkner, en Oxford, en Mississippi. Hay algo muy fuerte cuando escribo, a medida que pasa una frase, me digo: «Ah, fue fulano quien escribió eso, no fui yo». Es Flaubert, es Rimbaud, pero si es bueno, lo dejo.
Usted ha afirmado que no sabe hacia dónde se inclina literariamente. ¿Aceptaría el calificativo de lirismo crítico?
Lirismo irónico Mis despegues me estimulan y me hacen reírme de mí mismo. Se tiene que notar.
¿Doblar el talento con un poco de autoburla, aumentar la brillantez con un poco de mordacidad?
Burla es demasiado fuerte. Yo diría que es más bien una forma de risa irónica. No me siento burlón cuando escribo, al contrario. Esa risa irónica es también, en cierto modo, una risa de triunfo. ¡Cómo me gusta conseguir una frase! Con respecto a mi manera de escribir, alguien comentó hace poco que escribir es como empalmarse. Algo hay de ello.
«No soy un estilista», dijo hace algún tiempo: ¿está tan seguro? ¿Un casamentero de estilos? ¿No es un estilista alguien cuyo estilo es reconocible al instante, alguien cuya voz es absolutamente única? Si es así, según esa definición, sin duda usted lo es.
Claro que sí. Sabe, a medida que envejeces, te vuelves menos coqueta. Y ha habido mucha coquetería en el pasado. No soy estilista en el sentido peyorativo. Cuando digo que una frase debería provocar una erección, eso es elm propósito de un estilista. Pero la frase no debe pretenderlo, debe hacerlo a través del significado, a través del afecto que la hace escrita, a través de lo que siento. La frase es sensación y sonido, no un decreto.
La caducidad del estilo: ¿culpa de las vanguardias?
Esto no es cierto para todas las vanguardias. Philippe Sollers tenía una frase con estilo. Algunos surrealistas tenían estilo, Aragon, Breton... El problema del que hablamos es más reciente que eso. Defender el estilo es tomar partido por la defensa de la belleza de las palabras juntas, simplemente. Una de las finalidades de la escritura, recordémoslo, es producir belleza.
Le gustan mucho las obras en las que sobrevive todavía ese fantasma llamado hombre. ¿Tiene la impresión de que el hombre está desapareciendo de la literatura contemporánea al mismo tiempo que retrocede el estilo? ¿Cómo explica esta relativa ausencia?
En cierto sentido, Foucault tenía razón: el hombre está desapareciendo. En beneficio, para la literatura, de lo social. Eso es todo lo que hay ahora, lo social. Es decir, historias sobre familias, sobre divorcios, sobre jóvenes turbulentos que se enfrentan con la generación anterior, etcétera. Yo leo todo eso. No me disgusta necesariamente. Pero enseguida me digo: ¿cómo podía imaginar hace cuarenta años que la literatura se convertiría en esto? También es una cuestión de números, pero corresponde a una demanda de los lectores. Eso es lo que quieren los lectores, y eso es lo que les lanzamos... Me sorprendió la acogida unánime de mi último libro. Una unanimidad que podía asustar. No había escrito nada desde hacía casi diez años, y creía que podía ser, para los lectores, como si hubiera muerto. Yo no hago sombra a nadie. El que escribe todos los años hace sombra a muchos competidores. Yo no tengo sombra. Escribo una vez cada... ni siquiera lo sé. Mi último libro es diferente a todo lo que hay por ahí. Hay otros así, como yo, fuera de lo común, Pascal Quignard, Jean-Claude Bailly, Pierre Bergounioux... pero lo hacen todos los años, así que ellos sí que me hacen sombra [risas].
Es el momento de hablar de un gran tema, la historia, que es lo que llena sus frases. Los hombres, en sus libros, no sólo se enfrentan a sus afectos, sino que están en contacto con lo que les ha precedido. Están llenos de emoción y repletos del ayer. ¿Compartiría usted, como Pasolini, el descaro de defender esta culpabilidad, de considerar como una virtud el hecho de ser un hombre antiguo, «que ha leído a los clásicos, que ha recogido las uvas en la viña, que ha contemplado la salida o la puesta del sol sobre los campos»? ¿Es la literatura uno de los lugares que pueden salvar el pasado?
Naturalmente. ¿Pero puede conseguirlo? Puede intentarlo. Y es cierto que en todo lo que he escrito la historia está presente, incluso en el último libro, a través de la prehistoria. La historia literaria está presente en todo momento, desde el principio, con esa historia del barco y la travesía... Tenía en mente el viaje en Los tres mosqueteros... Este tipo de collages literarios se me ocurren y encajan. En la página.
Sus libros también rebosan geografía. ¿De dónde le viene esta sensibilidad por la tierra? Resurge la poesía. Como Virgilio, el poeta latino nacido en los albores de la era cristiana, usted comparte la preocupación por la tierra. ¿Cómo trabaja con esta materia que se vuelve carnal bajo su pluma, los lugares? Al mismo tiempo, sentimos que los caracteres, los personajes, las tipologías... son como los lugares principales de sus libros.
Es difícil de decir... En cualquier caso, ha mencionado a Virgilio, las Geórgicas es uno de mis textos favoritos, eso seguro, y hay una traducción reciente muy buena de Frédéric Boyer4. No me dedico a estudiar los lugares con objetividad y paciencia. En cualquier caso, para este libro, es puramente una metáfora sexual. Es, como dice la portada que tanto me gusta, un órgano sexual femenino que el mundo entero disfraza. Riéndome, podría decir que el mundo son las braguitas de Yvonne. Ya ve, todo es una metáfora, geográfica, prehistórica, sexual…, los ríos caudalosos, la gruta blanca, no blanca, todo esto es una metáfora del placer femenino, es un texto bastante fetichista al fin y al cabo... Al mismo tiempo, señalemos que si se lee bien este libro, está conducido de principio a fin por el deseo femenino y no por el masculino. Es Yvonne quien lo decide todo. Volvamos a la geografía. En otros libros, Vidas minúsculas, por ejemplo, la tierra no está muy presente, es un libro sobre los campesinos... Creo que la tierra está más presente a través de la pintura, en mi libro sobre Van Gogh5. Pero no me apasiona describir cosas. Es necesario que cuando aparezcan en el texto tengan algún significado. Por ejemplo, cuando la niebla se levanta en La Petite Beune, envuelve los abetos como gasa, y entonces es cuando digo: el mundo es una mujer. Había cierta urgencia en decir eso, en escribir el final y la continuación de este texto, estaba enfermo cuando lo escribí y sigo estándolo.
Hay un sabor espiritual en sus frases, un aire de espiritualidad que las impregna regularmente. Tanto, que cabe preguntarse si se siente guiado por sus creencias. ¿Cuál es su relación con la trascendencia y lo que la gente hace con ella hoy en día? Usted entrelaza los destinos de la literatura y de lo divino, argumentando que «la literatura es una forma declinante de oración, la oración de un mundo sin Dios». El Antiguo y el Nuevo Testamento son compañeros. La Biblia es su patria.
El ateísmo total es imposible en mi caso... Intentaré reproducir un historial de texto en texto. Las Vidas minúsculas se colocan bajo el signo de la Trinidad católica. Esta metáfora ha calado. En aquella época, cuando escribía Vidas minúsculas, yo era católico. Lo era. Eso hacía avanzar mucho el texto, me hacía llorar mucho, como cuando rezas. No sé por qué, pero es un libro que me hizo llorar mucho porque trataba sobre todo de cosas intensas, internas... Después escribí La vida de Joseph Roulin, que era un contraveneno porque el Dios era el Grand Soir, el Dios era Lenin. No había sólo ese Dios, estaba el Dios de Van Gogh, que era la energía creadora, pero en fin... Si pienso en otros textos, Rimbaud vuelve a la Trinidad, y el texto sobre Rimbaud vuelve al catolicismo. Los Once es, evidentemente, diferente. En mi mente, es un texto freudiano, es Tótem y Tabú, son los hermanos matándose...
En cuanto a La Grande Beune, es un texto sobre Afrodita. No Eros, sino Afrodita. ¿Cuántas veces he tachado la palabra Afrodita y su referencia en mi texto? Creo que no aparece en el texto porque tampoco quería exagerar. Fueron los griegos, claro, pero ¿y antes de los griegos? ¿Quid de la gente del Paleolítico y su incomprensible religión, que siempre será incomprensible? ¿Existía entonces algo más que el cuerpo social? ¿Existía algo llamado religión? El origen, la idea del hombre, del lenguaje, del arte, es una de las cuestiones que más me fascinan. Podría haber pisado un poco más a fondo ese pedal en mi último texto. En un lugar, digo que el arte, todo el arte figurativo, las pinturas, todo lo que se ha hecho desde el principio... sólo está ahí para dar a las mujeres el rostro que tenía Ava Gardner. El lector se ríe...
La pintura aparece como una luz oblicua en sus libros. Si la literatura es un don, ¿qué deuda tiene con los,lienzos y la pintura? Lo que técnicamente le acerca a la pintura es el arte del retrato. Es casi puntillismo. Recompone una unidad a partir de una yuxtaposición de trazos minuciosos.
Sí, tengo una gran deuda con la pintura porque este simbolismo del mundo del que hablaba, es decir, el hecho de presentar un árbol porque tiene un significado, por ejemplo, la pintura lo hace directamente. Así que si me refiero a la pintura, es aún más visible, un roble pintado es aún más visible que un roble. En literatura, lo que está escrito y lo que existe se entrelazan en el texto sin un pasaje declarativo, sin que yo lo diga. Ahora los libros están hechos para idiotas. Un novelista que va a hablar de Van Eyck tiene que decir: «Van Eyck este pintor holandés que esto que lo otro... ». La literatura no es para eso. La literatura es algo elitista. La literatura es una disciplina extremadamente elitista.
«Sólo me importan las apariciones», escribe en La Grande Beune. Colette decía que vivía de deslumbramiento en deslumbramiento. ¿Ha tenido la impresión de vivir así, suspendido en lo inesperado milagroso, sujeto a lo maravilloso? Cabe señalar que el deslumbramiento es a menudo óptico, en su caso. El surgimiento de la belleza: ¿punto de partida de la creación, destino, meta?
Paso por periodos depresivos, así que cuando no estoy deprimido, todo es para mí un deslumbramiento. La depresión lleva mucho tiempo... Los periodos de abatimiento, o más bien de desidia, se deben a veces a lo que pienso de mi trabajo, es decir, a veces me digo: qué diablos, he puesto tanto empeño en esto, he trabajado tanto para tan poca notoriedad. A veces me digo que me he desfondado tanto para nada y a veces me digo que no todo es alcohol, no es nada. Es curioso, la gente siempre habla de los mismos libros, pero yo he escrito otros de los que no se habla, como Abbés (Verdier, 2002), por ejemplo, que me gusta mucho. La depresión en sí se puede superar, volviendo al punto de su pregunta. Faulkner dice que cuando escribes, a veces te pones al borde del agua, al borde del río, hay troncos de árboles que pasan por en medio, no puedes cogerlos, pero si te pones en medio del río todo lo que tienes que hacer es estirar la mano y sentarte.
¿Qué diría de la expectación, la religiosa expectación de la frase, la expectación, a cambio, de sus frases por parte de los lectores, una expectación ferviente si nos atenemos a la resonancia de su último texto? Esta expectativa tiene sin duda algo que ver con el contrato amoroso entre autor y lector. ¿Cómo vive usted esta expectativa? ¿Es apacible o, por el contrario, inquieta?
La expectación puede ser algo maravilloso. En todos los casos, la expectación está marcada por la imprevisibilidad, la llegada de la cosa es imprevisible. En cuanto a la cuestión del lector, sí, siempre me dirijo a un lector y a veces, en Los Once, también me dirijo directamente a él. Como si lo estuviera apostrofando. Pero es un lector, y es como una entidad sagrada, es el gran lector, el gran lector con sus gafas, el gran lector... Así que cuando los lectores me escriben, qué vergüenza, desde hace unos cuarenta años, no contesto. No sé qué o cómo responder. Entre el lector y el escritor hay una beune, un abismo, a través de la cual nos saludamos. El hecho es que siempre, casi siempre, me aburro mucho durante las firmas de libros.
¿Tenemos derecho a preguntarle quién es la sombra de Yvonne, igual que Denise Lévy inspiró a la Bérenice de Aragon en Aurélien? Este fantasma puede tener varias caras...
Esta sombra no es la misma al principio que al final. Es decir, la del principio era, principalmente, una mujer a la que había deseado apasionadamente cuando yo tenía diecisiete años y ella cuarenta, sin ningún acto al respecto, sin ninguna confesión... pero apasionadamente. Nunca había deseado a nadie tanto como a esta mujer. En cuanto a la segunda parte... no hace mucho conocí a alguien que dio la vuelta a esta representación de Yvonne, pero se parecen físicamente, así que... La primera parte es un cuento de hadas, la segunda es una historia de la vida real. ¿Es eso bueno, deseable? ¿No debería haber continuado con el cuento de hadas? A pesar de las apariencias, tengo una especie de sentido de la realidad y sé cómo preservarme y no destruirme por completo, excepto con el tabaco.
Cada uno elige a sus guías. ¿Es su guía el deseo? ¿Quién preside sus acciones, quién ordena sus elecciones? ¿Por qué compara aquí el significado con una «doble cara»?
Se me ocurrió así, es una doble cara porque tiene dos lados, el deseo femenino, el deseo masculino, también es una cosa de dos caras porque... según una palabrería pesimista, el otro lado es lo contrario de una salamandra en el fondo de un pozo, es decir, algo que desborda completamente. El narrador pasa a la acción. Este bifaz es también un arma paleolítica, la utilizada para matar al rival de mi novela. Cabe señalar que nunca he representado el apareamiento en mis libros. A menudo hay metáforas sexuales, pero nunca se aborda directamente la cuestión de la unión del hombre y la mujer. Es la primera vez que lo hago, y en mi primer texto se evitaba cuidadosamente. Eran los padres, los abuelos, los antepasados míticos, etc.
Una vez más, el contraste es poderoso en su último libro. La cultura popular, el paquete de Marlboro, por ejemplo, se mezcla con las cuevas de Lascaux. La prosa se mezcla con lo prosaico. La hipermodernidad dialoga con lo más profundo de la humanidad. El ayer y el hoy están en constante conversación. Este contraste se refleja naturalmente en el lenguaje. ¿Este efecto de contraste es deliberado o natural?
Me gusta menos lo común que lo ordinario, pero el contraste resulta natural, porque enriquece la prosa con todo el peso de lo visible, de lo inmediato, de todas las referencias que encajan por detrás. Hay frases en las que hay cincuenta referencias entrelazadas.
Usted dice que «escribir es hacer arte con la muerte». ¿Es la muerte una ficción que le interesa?
Hay que aplazarla todo lo posible, incluso cuando se está aparejado como un RoboCop, como es mi caso en este momento. Hay que aplazar la muerte muy, muy lejos, como en la famosa frase de Lacan, que también convendría a mi Jean-Jean, según la cual vivir significa «aplazar la muerte y dominar al rival6».
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Notas
- Pierre Michon, Les Deux Beune, Lagrasse, Verdier, coll. «Jaune», 2023.
- George Steiner, Le Silence des livres [2006], suivi de Ce vice encore impuni de Michel Crépu, Paris, Arléa, 2017,
- P. Michon, Rimbaud le fils, Paris, Gallimard, coll. «L’un et l’autre», 1991.
- Virgile, Le Souci de la terre, nouvelle traduction des Géorgiques par Frédéric Boyer, Paris, Gallimard, coll. «Blanche», 2019.
- P. Michon, Vie de Joseph Roulin, Lagrasse, Verdier, coll. «Jaune», 1988.
- Jacques Lacan, Encore. Le séminaire, livre XX (1972-1973), éd. Jacques-Alain Miller, Paris, Seuil, coll. «Points»
Este artículo es la traducción al castellano de la entrevista «Il faut que chaque phrase soit un véritable éclair», publicada en el número de agosto de la revista Esprit: https://esprit.presse.fr/article/pierre-michon/il-faut-que-chaque-phrase-soit-un-veritable-eclair-entretien-avec-pierre-michon-44736
La imagen de la cabecera procede de: Portrait de Pierre Michon, le 22 septembre 2007 aux «Rencontres de Chaminadour» à Guéret (Creuse, France). Copyright (c) 2007 David Farreny
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