¿Qué decir de Châtain?
Pierre Bergounioux sobre Pierre Michon
Como forma elaborada, revalorizada, de la experiencia, la literatura no ha reflejado, durante mucho tiempo, más que una fracción de la existencia colectiva, la de los grupos con título, acomodados, que viven en las fincas prósperas o en las grandes ciudades, la nobleza menor del Périgord, la burguesía de Touraine o Rouen, la gente de París. Existe una especie de afinidad recíproca entre el resplandeciente espejo de los libros y la gente importante; los demás, han permanecido ahogados en las sombras, extraños a sí mismos, ignorados por el mundo entero.
La fantasía de escribir puede prender en cualquiera, pero determinadas circunstancias facilitan ese capricho, mientras que otras se oponen ferozmente. Un nativo del departamento de Creuse, por ejemplo, actuaría con prudencia si se abstuviera de pensar en ello. Ondulada franja del desierto central, con su prefectura de nombre frondoso, Creuse nunca ha sido escenario de nada. En toda su historia, quizá solo haya aportado una palabra a la lengua francesa, la de Croquants, con la que los señores llamaban, antaño, a los campesinos rebeldes. Proviene de Crocq, una aldea en los bosques, por encima de Aubusson, de donde partió una mañana un grupo de descalzos exasperados por alguna amarga injusticia. Fueron masacrados antes de que acabara el día. Aparte de eso, nada. Al menos, nada que justifique tomar lápiz y papel. Gente de escasos recursos, con días deprimentes, farfullando en patois en sus tristes cantones, el vacío, el viento, diría Michon, una nada irredimible.
No se puede hacer libros con eso.
Esta es la conclusión que se impone al ingenuo de cuya mente haya podido aflorar semejante pensamiento, hace unos cuarenta años, cuando el mundo exterior irrumpió en este reducto aislado desde la noche de los tiempos. Para quien se esfuerce en desentrañar lo que ocurrió, hay que imaginar, sin ningún orden en particular, la súbita desaparición del campesinado parcelario, la huida de las muchachas a Limoges, la apertura en Guéret de una tienda de ropa con el rótulo «La moda de París», la ampliación, para algunos niños, de su escolarización, y el descubrimiento, por un puñado de ellos, de que la vida puede encontrar, en las páginas de los libros, una claridad de la que carecería sin ellos.
Pierre Michon escribió sobre este deslumbramiento y la desesperación que lo siguió. Todo le predestinaba a la incomprensión, al extravío. Los libros extraían, al parecer, su brillo de universos invariablemente alejados cientos de leguas o de años. Nada, de lo que había vivido, era digno de traducirse al magnífico lenguaje que le había sobrecogido.
Hace falta tiempo para entenderlo, tanto más cuanto más antiguas son las obviedades con las que uno se topa. Aquella que, por ejemplo, condena al silencio o al deslumbrante ridículo a los escolares lemosinos, los «escholiers limouzins». Data del siglo XVI. Rabelais la estableció ya en el capítulo VI de su Pantagruel. Irritado por un sabelotodo que imita la bella lengua, nuestro gigante le agarra por el cuello. El otro, inmediatamente, se ensucia, y pide clemencia en su lengua natural: «Ne me touquas gran!», «¡No me toques!».
Pierre Michon experimentó la gran frustración que todo, desde siempre, le había sido impuesto. Contó su larga penitencia y luego la Anunciación, en un día ya avanzado, en el desolado patio de la escuela donde había sido niño, con el campo indigente, a su alrededor, los muertos sin gloria a los que había rechazado, traicionado, para escribir cualquier cosa vana, inventada. Lo que parecía condenarle se ofrecía para salvarle si aceptaba abdicar de sus pretensiones grandilocuentes para volver a lo que había sucedido allí, sin ruido, casi sin enunciados, ante sus ojos, antes de desvanecerse.
Sus Vidas minúsculas hacen salir a la luz a aquellos a quienes se la había negado. Y es justo que ofrezcan una voz, por fin, a aquel que los había ignorado desde buen principio. Pierre Michon ha roto el silencio secular en el que los hombres, y las mujeres, estaban enterrados; ha llevado su existencia al segundo registro, específico, inteligible, de la palabra escrita. La literatura no es otra cosa que este poder de revelación, esta fuerza liberadora.
_______________________________________
Este artículo es la traducción al castellano del texto Que dire du Châtain?, de Pierre Bergounioux, procedente del volumen Pierre Michon. Cahier de L'Herne, Éditions de L'Herne, Paris, 2017.
Imagen del encabezamiento procede de: https://fr.wikipedia.org/wiki/G%C3%A9ographie_de_la_Creuse
Como todo el contenido de este blog, este artículo está publicado bajo la licencia de Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 España
No hay comentarios:
Publicar un comentario