17 de octubre de 2016

Una voz a través de una nube

Una voz a través de una nube. Denton Welch. Alpha Decay, 2016
Prólogo de Eric Oliver. Traducción de Albert Fuentes
Una voz a través de una nube (A Voice Through a Cloudpublicada póstumamente en 1950) es la obra inacabada que cierra la autobiografía ficcionalizada de Denton Welch, completando la tetralogía que abarca también Primer viaje (Maiden Voyage, 1943), En la juventud está el placer (In Youth is Pleasure, 1944) y la no traducida Brave and Cruel (1949). Parece ser que fue el libro en el que estaba trabajando cuando murió a finales de 1948. 

Cuando contaba veinte años de edad y se desplazaba en bicicleta a casa de su tío, Welch sufrió un accidente de tráfico que le conllevó una larga hospitalización; de hecho, el título de la novela proviene de su primera sensación al recobrar la conciencia después del accidente cuando, tendido en la hierba, "oí una voz a través de una nube de dolor y vértigo", escena que da el punto de partida al relato que constituye la mayor parte del libro y que detalla su relación con la enfermedad. Dicho accidente le provocó secuelas que habría de arrastrar a lo largo de su corta vida, pues murió a los treinta y tres años como consecuencia de las afectaciones físicas.

"Vértigo" es la palabra más repetida para describir la sensación dominante tras ese despertar. Después del grave accidente que conlleva la pérdida de la conciencia, la estupefacción y el auto-extrañamiento se adueñan del siniestrado y, como si el impasse temporal tuviera si equivalente espacial, es imprescindible un período de adaptación, de re-ubicación en el que, a medida que progresa, se van manifestando las consecuencias del siniestro y se van adjudicando gradualmente a ese yo que las piensa.
"Dentro de mí, uno de los dolores comenzó a imponerse a todos los demás. No sabía qué estaba ocurriendo. Cuando no pude soportarlo más, llamé a gritos a las enfermeras, pero eran tan impasibles e inflexibles como unas matronas romanas. Me ordenaron que no me comportara como un crío y que no armara escándalo."
En contra de lo que pueda parecer al enfermo, no es la realidad lo que ha cambiado sino su relación con ella: se ha producido un décalage que deberá ser regularizado con el tiempo. 

Se impone asimismo otra sensación dominante: el desamparo, la soledad ante la invalidez, pero también la fragilidad ante el dolor, un proceso ante el cual cualquier ayuda es inútil.
"Ahora sabía que nada era real salvo el dolor, el calor, la sangre, el hormigueo, la soledad y el sudor."
Welch llega a considerar el accidente como una prueba, un desafío abierto a su cordura y a su humanidad; aprovechando la amnesia con respecto al atropello y a sus instantes cercanos, busca una explicación que le permita sobrellevar las consecuencias, una justificación que le ayude a comprender en términos causales y, tal vez, la retribución espiritual que debería compensar el martirio.

Parece que el hecho de que una sensación sea placentera o dolorosa es una cuestión de intensidad, aunque esta afirmación requiere muchas puntualizaciones. A nivel emocional, incluso, pueden considerarse tan unidas como si dolor fuera el precio a pagar por el placer conseguido, y éste la compensación positiva ante aquél.
"Aquellos días casi siempre imaginaba escenas que cabría llamar sórdidas. ¿Disfrutaba de su indecencia porque sí o temía más bien pensar en cosas agradables porque regresar luego a la realidad del pabellón habría resultado demasiado doloroso? Mi huida a un mundo hermoso o romántico habría de llegar más adelante, cuando ya acaso hube perdido todo contacto con la vida cotidiana."
La huida, la escapada y la disociación del dolor del sujeto que lo sufre es lo que persigue el protagonista de Una voz a través de una nube, la conversión de aquél en una entidad autónoma que se rige por sus propias reglas sobre las que no se tiene ninguna influencia. Una vez aislado, la instalación en ese lugar donde el dolor no existe, la ubicación en ese ensueño que no pueden provocar ni siquiera las sustancias con más poder alienante, donde la existencia cambia de coordenadas y el yo antiguo se disuelve entre ensoñaciones imposibles y realidades inventadas. Se trata de un duermevela de fondo onírico y discriminación imposible; recuerdos que abren vías alternativas de existencia quedan implantados en la realidad por la fuerza de los deseos, sustantividad que huye empujada por el sufrimiento y el malestar.
"La paz que sentía en mí era toda una novedad. Estaba perfectamente satisfecho de quedarme tumbado en la cama y soñar despierto, excavando, remontándome en el tiempo por toda la eternidad. A veces tenía la impresión de que nunca antes había conocido una felicidad o satisfacción tan grande e intuía vagamente que ese sentimiento era peligroso, puesto que me hacía apartarme de cualquier "realidad" con disgusto o inquietud. No quería hacer esfuerzos. Sólo quería que me dejaran solo."
Acompañamos a Welch en su peregrinaje por varias salas de distintos hospitales, una especie de freaks parade, graciosos y patéticos a partes iguales, en la que cada sujeto exhibe sus carencias con la intención de que la suya sea la más insólita pero intentando dejar claro que las de los demás son mucho más graves; las relaciones con sus compañeros de internamiento en el submundo de la enfermedad, su trato diario con las enfermeras, el enlace con la vida real, y los nexos con los médicos, representantes del poder incuestionado, la jerarquía: la imposición, pero también la última esperanza de redención. Las posibilidades de recuperación son consideradas como el desencadenante de la percepción de su minusvalía, como generador del autocastigo de su propia imagen, como agente provocador de la autoexigencia de rehabilitación: no cumplir con las expectativas de los demás es mucho más grave, social pero también individualmente, que no satisfacer las propias.
"Pero al día siguiente casi había olvidado la muerte de Ray por completo. Mi vida no era más que una larga duermevela, formada de recuerdos soñados e imágenes inventadas de mi infancia. En esa vida hundida, sepulta, los hechos del día a día se sucedían como un arroyo de aguas onduladas y centelleantes y parecían ocurrir tan deprisa que no tenía tiempo para reflexionar sobre ellos. Todo lo más podía tomar nota de lo que ocurría con un interés intermitente y luego los hechos desaparecían, escondidos y sumergidos por una nueva remesa de acontecimientos."
Welch explota la mirada inocente del desvalimiento, la imposibilidad de especular acerca de conductas traidoras de los demás cuando no se pueden concebir en uno mismo, sea debido a las limitaciones de la enfermedad, sea por una disposición innata a la benevolencia.

Comprimir la totalidad del mundo en una sala de hospital significa que el campo de relaciones queda reducido al personal sanitario -aunque el carácter de autoridad de que están revestidos impida una relación de igual a igual- y al resto de pacientes internados; al formar la colectividad un microcosmos en sí misma, se tiende a ver reproducidos los caracteres y los conflictos que se producen en el exterior; es, por supuesto, una reproducción defectuosa por parcial, pero el hecho de esa identificación procura al interno un marco de referencia conocido. La solidaridad cruzada, por ejemplo, entre los internos, que intentan reproducir, ellos mismos, las relaciones y los roles del exterior.
"Vi cómo se lo llevaban y supe que estaba condenado. Pensé en toda la gente que había muerto desde que ingresé en el hospital, la monótona línea de muertos en sus camas."
El regreso paulatino del protagonista a lo más parecido a la "vida normal" acaba convirtiéndose en una carrera de fondo para recuperar la vida anterior, un objetivo que ha estado siempre presente pero que ha visto acercarse o alejarse en función de su estado de ánimo y del proceso de la enfermedad, proceso en el cual cada transgresión, por insignificante que parezca, se convierte en una gran conquista, y cada renuncia en una rendición vergonzante. 
"Caminando de vuelta a la habitación por el margen de hierba, para que nadie oyera mis pasos sobre la grava, sentí en mí la efervescencia de un gran impulso de vida. "Sin duda he estado dormido", pensé, "embotado por la grisura de aquel espanto irreal, y ahora me estoy despertando. Los bulbos de los jacintos, cuando llega la primavera, de pronto sienten que han dejado de ser crujientes y viles cebollas para convertirse en recias torres verdes donde doblan frescas campanas, sumidas en un trance perfumado, denso y etéreo como el cloroformo. Eso soy yo." Y no me burlaba de mí mismo."
Pero también debe lucharse contra un cierto sentimiento de acomodación, una especie de resignación asociada a la carencia, a ese estado de conformismo basado en las pocas conquistas conseguidas a partir del "momento cero" después del accidente. El sentido común recomienda un cambio de aires que disocie el estado anímico del lugar físico, pero es difícil asumirlo porque más allá de lo conocido se halla lo imprevisible y, por tanto, lo potencialmente peligroso.
"Encuentra la paz. Avanza raudo por los campos y los bosques. Siente el viento en tu cara. Encuentra la muerte."
Con la inmediatez de lo experimentado en las propias carnes y la amenaza de la proximidad de la muerte, Welch compone su obra quizás más personal huyendo por igual del efectismo y del sentimentalismo, un inventario del dolor que sorprende por su franqueza y su naturalidad, un documento que lleva más allá de los límites conocidos la honradez de un escritor mayúsculo.

Calificación: ****/*****

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