29 de enero de 2024

Los meteoros (#1043)

 

Los meteoros. Michel Tournier. Alfaguara, 1992
Traducción de Clemente Lapuerta 

«Existe una notable concordancia entre mi tempo humano y el ritmo del desarrollo meteorológico. En tanto que la física, la geología, la astronomía nos cuentan historias que nos resultan totalmente ajenas, bien por la formidable lentitud de su evolución, bien por la rapidez vertiginosa de sus fenómenos, los meteoros viven con gran exactitud a nuestro ritmo. Están dirigidos —como la vida humana— por la sucesión del día y la noche, y por la ronda de las estaciones. Una nube se forma en el cielo como una imagen en mi cerebro, el viento sopla igual que respiro, un arcoíris se extiende de un horizonte a otro en el tiempo que necesita mi corazón para reconciliarse con la vida, el verano transcurre conforme pasan las vacaciones».

Incluida en la sección de filosofía natural del Corpus Aristotelicum figura el texto Μετεωρολογικά, traducido al latín como Meteorologica o Meteora, en el que Aristóteles trata de las interacciones entre los cuatro elementos y sus efectos. Inspirándose en ese título, Tournier titula una de sus obras más complejas Los meteoros (Les Météores, 1975).

Maria-Barbara, viuda de marino, casada en segundas nupcias con Édouard, es una ubérrima madre entre cuya descendencia se encuentran dos gemelos, Paul y Jean; la gran familia se localiza en Bretaña, en un complejo que incluye una fábrica de tejidos, Pierres Sonnantes, heredada por Édouard de su suegro, y un asilo para disminuidos en una antigua cartuja; una ubicación que Édouard comparte con un nidito de amor en París en el que se cita con mujeres como Florence, una cantante de cabaret. La familia se completa con dos hermanos del cabeza de familia: Gustave, el mayor, fallecido en un accidente en la obra que realizaba la empresa que dirigía; y Alexandre, el menor, que vive a cuerpo de rey en París, al cuidado de su madre, hasta que la muerte de Gustave le obliga a hacerse cargo de la empresa, que dirige especialmente hacia la recogida y transformación de basura. Alexandre y los gemelos —por separado y fusionados en un ente al que Paul llama «Jean-Paul»— tomarán la voz narrativa primordial a lo largo de la historia, combinados con un narrador omnisciente e imparcial, pero es el primero, un personaje literariamente extraordinario, libertino, descreído, epicúreo, canalla, esteta, irrespetuoso, lenguaraz y excéntrico, el verdadero protagonista, por cuestiones de peso, de la mayor parte de la novela, con predominancia, aparte de las cuestiones familiares, del sexo, solitario y acompañado, y la basura, acerca de la cual enuncia diversas y variadas teorías que se presentan como una poetización de los desechos, regeneración, recogida y eliminación, un proceso en el que la incineración se ve como una degradación.

«De la masturbación. El cerebro suministra al sexo un objeto imaginario. Incumbe a la mano encarnar ese objeto. La mano es actriz, juega a ser esto, luego aquello. Se convierte, a placer, en pinzas, martillo, visera, silbato, peine, máquina de calcular para los primitivos, abecedario para los sordomudos, etcétera. Pero su obra de arte es la masturbación. Aquí se convierte a voluntad en pene o vagina. Después de todo no hay nada más natural que el encuentro de la mano con el sexo. La mano, abandonada a sí misma, balanceándose al azar al final del brazo, tarde o temprano —de hecho, casi inmediatamente— encuentra el sexo. Tocarse la rodilla, los riñones, la oreja exige un particular esfuerzo de contorsión. Pero el sexo, no. No hay más que dejarla caer. Además, el sexo, por su dimensión y configuración, se presta admirablemente a la manipulación. ¡Piénsese hasta qué punto una cabeza, un pie o incluso otra mano ofrecen menos agarraderos, o agarraderos menos satisfactorios para la mano! De todas las partes del cuerpo el sexo es, sin duda, la más manejable, la más fácil de manipular».

Precisamente en cuanto al sexo, una conversación con un antiguo colega de la escuela se convierte en una teoría general de la homosexualidad, una característica considerada elitista, en contraposición a las vulgares y pedestres hetereosexualidad y procreación, pero también —mediante unas conexiones realmente imaginativas— un tratado religioso sobre la relevancia del Espíritu Santo sobre las otras Personas de Dios.

«El deseo me ha simplificado, me ha dejado en los huesos, me ha reducido a un diseño. ¿Cómo enganchar a este tropismo elemental los perendengues de un estado civil? En estos momentos críticos comprendo el miedo que el sexo inspira a la sociedad. Niega y escarnece todo lo que constituye su sustancia. Entonces, la sociedad le pone un bozal —la hetereosexualidad— y lo encierra en una jaula —el matrimonio—. Pero en ocasiones la fiera sale de su jaula e incluso llega a arrancarse el bozal. Enseguida todo el mundo retrocede dando alaridos y llama a la policía».

Paul, un individuo inteligente, obsesivo, perfeccionista —y, ocasionalmente, Jean, en ocasiones verdadera y declara némesis de su hermno— centra sus intervenciones sobre la gemelaridad, dando a conocer la extraña complicidad con su hermano y su explotación en propio beneficio —de ambos—, y sobre la indistinción fraternal, anunciando la futura desaparición de Jean y su propia invalidez. Jean, por su parte, efectúa sus intervenciones dando la réplica a su gemelo desde su no-existencia, un estatus que le otorga una cierta superioridad que refleja la que ya sentía en su infancia y que ahonda en unas diferencias imperceptibles para el resto del mundo —e ignoradas por Paul—.

«Riendo al notarnos tan salobres... [...] Solo estas pocas palabras resultarán perfectamente inteligibles para el lector sin hermano gemelo. Y es que dos seres normales que ríen juntos se aproximan —pero solamente en este caso— al misterio de la criptofasia. Entonces, sobre un fondo común —a partir de un nudo de implicaciones cuyo secreto comparten— profieren un seudolenguaje, la risa, en sí mismo ininteligible, cuya función es reducir la divergencia de su situación respectiva que les aleja de este fondo».

Esa multiplicidad de voces narrativas evidencía lenguas particulares que confieren al texto un doble efecto: dificulta a los demás, a los ajenos, comprender lo que se dice y sirve de nexo de unión para los gemelos; además, en este caso, no puede traducirse a una lengua singular o impar.

Como anécdota, Abel Tiffages —el protagonista de El Rey de los Alisos— aparece en una feria e interactúa con Jean en una atracción, sorprendiendo a Paul por su tamaño y llevándole a reflexionar sobre ese fenómeno que denomina gemelaridad.

«Escucha esta maravilla y calcula sus inmensas implicaciones: todo hombre tiene primitivamente un hermano gemelo. Toda mujer encina lleva dos niños en su seno. Pero el más fuerte no tolera la presencia de un hermano con el que tiene que compartir todo. Le estrangula en el vientre de la madre, se lo come y viene al mundo solo, mancillado por este crimen original, condenado a la soledad y traicionado por el estigma de su monstruosa estatura. La humanidad está compuesta de ogros, de hombres fuertes, sí, con manos de estrangulador y dientes de caníbal. Y esos ogros que con su fraticidio original han desencadenado la cascada de violencias y de crímenes que se llama Historia vagan por el mundo, locos de soledad y de remordimiento. Solo nosotros, me oyes, somos inocentes. Solo nosotros hemos svenido al mundo cogidos de la mano y con una sonrisa fraternal en los labios».

Alexandre se aprovecha de su anonimidad para infiltrarse en grupos a los que no tendría acceso bajo su propia identidad, y pasa a formar parte, de este modo, de colectivos marginados o herméticos, a los que no le une ningún interés ni rasgo en común, un contacto tanto más regocijante cuanto mayor sea la distancia social, intelectual o económica que les separa, sean los clientes de unos baños de beneficencia o los trabajadores de su propia empresa que planean una huelga; a este respecto, manifiesta él mismo que «odio todo tipo de relación desprovista de un mínimo de cinismo».

Alexandre pasa los primeros meses de la guerra y la toma de París entre la capital y el vertedero de basura, otra capital en sí mismo, lamentándose de la pérdida de su amante y de su perro; esta situación tan poco habitual le permite desarrollar una inusitada teoría del sexo o reflexionar acerca de las semejanzas entre la guerra de ocupación y la recogida y eliminación de aquello que, en un monento determinado, la ciudad considera desechable.

«El vertedero es como la cebolla, que está formada de pieles superpuestas, y así hasta el corazón. La sustancia de las cosas —pulpa de la fruta, carne, pastas, artículos de limpieza o de tocador, etcétera— se ha desvanecido, consumida, absorbida, disuelta por la ciudad. El vertedero —esta anticiudad— acumula las pieles. Una vez fundida la materia, la forma se convierte ella misma en materia. De aquí la riqueza incomparable de esa seudomateria que no es más  que un montón de formas. Desaparecidos los líquidos y las pastas, solo queda una acumulación, de un lujo inagotable, de membranas, películas, cápsulas, cajas, barriles, cestas, sobres, sacos, alforjas, talegos, ollas, damajuanas, jaulas, jaulones y nasas, por no hablar de trapos, marcos, lienzos, lonas y papeles».

Poco después, es inculpado por sostener una red de mercado negro; pero la ocupación ha dejado más huellas en la familia: Édouard ha articulado un grupo clandestino —y de dudosa utilidad—, mientras Maria-Barbara es detenida por haber sostenido un comando de resistencia —esta realmente efectiva— contra el invasor; estos hechos provocaron el definitivo salto de los gemelos de la infancia a la adolescencia, que profundiza en su particularidad. Sin embargo, la verdadera dimensión trágica tendrá lugar una vez terminada la guerra: la desaparición confirmada de Maria-Barbara, la muerte de Édouard y el posterior asesinato de Alexandre.

Paul, por su parte, sale en peregrinaje en busca del desaparecido Jean, de la otra cara de la moneda, en definitiva, en busca de sí mismo: Venecia, Túnez, Islandia, Japón, Canadá, Alemania —Berlín, en tiempos de la construcción del Muro—, donde sufre el accidente que le revelará la sustancia más profunda de la gemelaridad. 

«El reencuentro es posible, pero no de esta forma tan simplona. ¿De qué forma? No sabría decirlo, pero está seguro de que cada etapa del viaje —desde los espejos venecianos a los agrimensores de la Pradera— tendrá su parte en la fórmula de la célula gemelar. Insensiblemente, el sentido de su carrera  a través del mundo ha cambiado, es inútil tratar de engañarse. Primero se trataba de una simple persecución, como podrían haberla emprendido dos impares, de no ser por algunos detalles típicamente gemelares, como el fulgor alienante. Pero poco a poco ha ido revelándose que el objetivo trivial de la empresa —alcanzar al hermano fugitivo y devolverle a casa— solo era una careta cada vez más seca, transparente, deshecha. Al principio, la obligación que sentía Paul de tener que seguir con exactitud el itinerario de Jean —renunciando a la ventaja que le hubieran proporcionado algunos atajos— podía pasar por un agravamiento de la habitual subordinación del perseguidor al perseguido. En realidad, iniciaba la autonomía de Paul al mostrar que para él era más importante recoger el beneficio de cada etapa que alcanzar a Jean por la vía más rápida. Luego, la travesía del continente americano había sido la primera ocasión de una divergencia de las dos trayectorias y, paradójicamente, en el tren rojo fue al final Jean quien alcanzó a Paul. Y he aquí que esta progresión de topo por el subsuelo berlinés constituía una prueba original, solitaria, con la que Jean no tenía nada que ver. No hay duda de que Paul acaba de cruzar un umbral decisivo y va al encuentro de metamorfosis radicales. ¿Una nueva vida, una vida distintas, tal vez simplemente la muerte?»

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