«El acontecimiento nunca se presenta ante el escritor en su desnudez virginal, silenciosa, devastadora. Está ya revestido de ciertos significados que la literatura, que es solamente una interpretación entre otras, debe tener en cuenta. El lenguaje del siglo XX es político. Su reciente eclipse en favor de un economicismo deprimente puede que no sea más que su nuevo avatar. No hay ningún escritor digno de ese nombre que no haya tenido que tomar posición, a partir de 1920, frente al marxismo. Cualquier relato estaba destinado a abrazar las divisiones operadas por el materialismo dialéctico o a perderse en la confusión y la oscuridad a las que Beckett dio una brillante formulación.
La crisis de la narración adelantó a la de la civilización y esta siguió su curso, como si los escritores detectaran, mediante signos ocultos, temblores imperceptibles, los seismos que iban a arruinar a los mundos».
«Lo que distingue a Claude Simon, así como a sus contemporáneos agrupados bajo el estandarte del Nouveau Roman, es la importancia que confieren a la descripción. Reemplaza, prácticamente, a la narración, asegura, por sí sola, la marcha del relato. En lugar de marcar el paso del tiempo, las transiciones, con los verbos, se yuxtaponen dos cuadros, de los cuales el segundo no difiere del precedente más que por algunas modificaciones, como diría Butor. Las diferencias puntuales, con ligeros desplazamientos, traicionan, por sí solas, la acción del tiempo. Lo que distingue a Claude Simon es el cuidado maníaco, contundente, que pone para describir las cosas o ciertos aspectos de las cosas que no vemos ni en la vida ordinaria ni en circunstancias extraordinarias porque carecen por completo de interés».
«La particularidad del pesado protocolo descriptivo, en la obra de Claude Simon, es su objetivo referencial, su punto de aplicación. Se dedican páginas enteras, frases desproporcionadas, un costoso trabajo, a una superficie de unos pocos milímetros cuadrados que carece perfectamente de interés no sólo en la realidad extraliteraria sino también dentro de la narración. Un pedazo de tela invade el campo perceptivo, el espacio mental, con su tono exacto, su grado de desgaste, sus imperceptibles asperezas. La evidencia opaca, desesperante, de un detalle contingente absorbe la esencia del acontecimiento, terrible, a veces, del que sólo era un aspecto menor, casi inexistente».
«Lo que Claude Simon viene repitiendo desde que se aventuró a buscar el sentido de lo que le ocurrió, a él y a la sacrificada generación nacida a principios del siglo anterior, es que su historia no significó nada, por utilizar la sentencia que Macbeth lanza, de pasada, en su carrera hacia el abismo y que Faulkner le tomó para titular su primera novela verdaderamente faulkneriana. Hay mil maneras de decir que el tiempo no es la culminación de un proceso lineal, un devenir inteligible cuya fuerza motriz sería, por ejemplo, la contradicción entre las relaciones sociales de producción, por un lado, y el desarrollo de las fuerzas productivas, por otro, y todo lo que dialécticamente se deriva, sino un cuento contado por un idiota, carente de sentido. Una experiencia trágica de la historia ha privado a sus protagonistas no sólo de la felicidad, de su libertad, de su vida, a menudo, sino de aquello que nos califica por derecho propio, de su sentido. Claude Simon lo estableció en el segundo registro, distinto del literario. Dio forma y sentido a la ausencia de significado».
«Claude Simon», en La invención del presente. Pierre Bergounioux. Shangrila Textos Aparte, 2023. Traducción de Rubén Martín Giráldez
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