Una cuestión anecdótica entre Pierre Bergounioux y Pierre Michon se suscita a raíz de la dedicatoria de este al primero que encabeza el texto La bailarina (La petite danceuse) de Cuerpos del rey, una escultura de lo que parece una persona bailando que le regala Bergounioux a Michon y el texto Pequeño bailarín (Petit danseur) que este publica en Pierre Bergounioux. Les Cahiers de l'Herne. Éditions de L'Herne, 2019.
Petit danseur aparece por primera vez como postfacio de Pierre Michon al libro de Pierre Bergounioux Esthétique du machinisme agricole de 2016. La bailarina, el relato incluido en Cuerpos del rey, fue publicado en 2002: parece, pues, que el regalo de la figura danzante fue la contrapartida de Pierre Bergounioux a la dedicatoria de Pierre Michon.
Contenido relativo extraído del post Cuerpos del rey:
Charles-Albert Cingria —La bailarina—, escritor suizo de lengua francesa de la primera mitad del siglo XX, hace aparecer la imagen de una bailarina en sus tres libros más conocidos —La Civilisation de Saint- Gall, Pétrarque y La Reine Berthe—.
«Es una miniatura románica. La vemos en las páginas de un tropario lemosín del siglo X, uno de esos libros en que los monjes escribían los tropos, esos cantos que metían de clavo en las pausas del aleluya, si no lo he entendido mal. Representa a una mujer bailando. Se nota que baila porque tiene algo dobladas las piernas, que le cubre una falda ceñida en las rodillas y con vuelo en la parte de abajo; y alza un pie, mientras con el otro pega atrevidamente en el suelo, aunque no exactamente en el suelo: ese pie que da impulso pega en los pequeños neumas cuadrados escritos directamente debajo. Alza los brazos. Lleva en las manos dos pesados crótalos que une entre sí una cadenilla ancha y muy en evidencia: recuerda a una niña saltando a la comba muy formalita. La boca abierta canta con mucha formalidad. El aire del baile ahueca un poco a ambos lados de los brazos los largos pliegues de un chal que recuerda a una estola. A primera vista, parece ingenua, como lo parecen con frecuencia las imágenes de aquella época. Pero los pliegues de la falda, la flexión de la danza, todo denota mucha ciencia».
Convencido de que se trata de una especie de código, Michon rastrea en las obras de Cingria las apariciones —multiformes o uniformes, explícitas o implícitas, también simbólicas— de esa figura: en forma de oso apaciguado por un santo en el siglo VII; el propio Cingria bailando en la desolación y la suciedad de su cuartucho, en 1904; la danza sobre la nieve de Adelaida, futura reina de los germanos y emperatriz de Roma, descendiente de la estirpe carolingia a finales del siglo X; el baile de Geo Chávez, el primer aviador que atravesó los Alpes, en 1910, y que desde entonces es visto, en noches estrelladas, renovar su danza por encima de la cadena montañosa a bordo de su Gypaète; la danza del grupo de peregrinas, especialmemnte la de una pelirroja vestida de blanco, que se cruzan en el camino de Petrarca hacia el Mont Ventoux; la estatuilla femenina de una bailarina javanesa que deviene objeto de culto para Sylvain Pitt, compañero de fatigas y cogorrzas de Cingria en la década de 1910; y, finalmente, las dos comas en medio de una frase de Cingria que se transforman, por transposiciónm en los movimientos danzantes de los hortelanos llevando sus mercancías a la ciudad.
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