La revista Étvdes, Revue de Culture Contemporaine, en su número de mayo de 2018, publicó una entrevista a Pierre Bergounioux bajo el título Écrire, forger, comprendre, cuya traducción al castellano transcribo a continuación.
Escribir, forjar, comprender
Entrevista con Pierre Bergounioux
A cielo abierto, sin dejar de asentar los pies sobre el suelo ni desatender el transcurso de las estaciones, Pierre Bergounioux se propone descifrar el «gran libro», donde se lee el sentido de la Historia y el profundo misterio que el hombre es para sí mismo. De la invención de la escritura a las posibilidades de la tecnología digital, de los ecos de mayo del 68 al desencanto político generalizado, del callejón sin salida de la ficción al arte de la chatarra, este maniático del sentido acepta el desafío de enfrentarse a las preguntas que plantea un mundo opaco.
Études: ¿Cómo definiría usted la constelación de escritores, editores, también de críticos, con los que le unen lazos de amistad, fuertes afinidades en su concepción de la literatura? Pienso en Jean Echenoz, Pierre Michon, François Bon... ¿Es un efecto de «generación»?
Pierre Bergounioux: Somos los hijos de la paz restablecida, tras los treinta años de guerra que asolaron Europa, de la abundancia, de la apertura de la enseñanza secundaria y superior, de la triple revolución, finalmente, de la producción, de los transportes y de las comunicaciones. Hemos vivido, en primer lugar, los últimos instantes de la era anterior. Los provincianos de mi clase tenían una especie de resabio acumulado de la sociedad del Ancien Régime, de los tiempos merovingios, del Neolítico. He visto, con mis propios ojos, al hombre trabajar en concierto con las bestias; los bueyes, bajo el yugo, encapuchados con arpillera, obedecer a la voz; he oído hablar occitano. Nada se sabía de lo que ocurría en la Tierra. La inexplorado comenzaba en la frontera de la provincia. Esa es, con algunos matices, ligados a la residencia, a la profesión de los padres, al temperamento, la experiencia que comparto con aquellos cuyos nombres usted menciona.
Études: Y en la crisis actual de la concepción del hombre, ¿acerca de qué reflexiona usted?
Pierre Bergounioux: Me parece que hay varios factores en la crisis actual. El primero es la desintegración de la URSS en 1991 y, con ella, la desaparición de la esperanza, mamntenida durante un siglo y medio, de una reconciliación de la Humanidad consigo misma en el reparto equitativo de los bienes materiales y de la sustancia de la mente. El segundo factor, que se deriva del primero, es la generalización de las relaciones monetarias, del capitalismo en todos los lugares de la Tierra, con todas sus consecuencias, las clásicas de la explotación del trabajo vivo, pero también las novedosas de la destrucción del medio ambiente, del cambio climático. Un tercer elemento contribuye a la desconcertante fisonomía de nuestro tiempo: es la tercera —¿y última?— revolución en el modo tecnológico de comunicación. La primera fue la invención de la escritura, hacia el año 4400 a. e. c.., en Mesopotamia. El hombre visualizó el habla, que es su atributo distintivo, y objetivó su pensamiento. La segunda fue la invención de la imprenta, en Alemania e Italia, en el siglo XV. La última, es digital. Se puede resumir en una sola palabra, que es la desmaterialización de los signos. Las tablillas de arcilla de Summer y Akkad y la Biblia de cuarenta y dos líneas por página de Gutenberg comparten el mismo defecto, que se debe a su propia sustancia, la tierra, el papel. Pero el significado está localizado. Es imprescindible que los materiales en los que se ha reencarnado, tras abandonar el cuerpo del autor, lleguen al lector. Las condiciones geográficas son más o menos adecuadas para ello. Por esa razón la civilización despertó cerca de los grandes ríos, esos caminos móviles —el Tigris y el Éufrates, el Nilo, el Yangtsé— o en las zonas costeras, Grecia, Fenicia, Roma, más tarde las ciudades-estado italianas, Génova y Florencia, Venecia, las ciudades hanseáticas alemanas, los Países Bajos, el Londres del Támesis, el París del Sena.
La tecnología digital ha volatilizado lo que el lingüista Louis Hjelmslev (1899-1965) llamó «la sustancia del significante». El significado, en forma digital, circula en flujos de electrones, en fibras ópticas a la velocidad de la luz. La totalidad de la información es accesible desde cualquier lugar y en cualquier momento. La tiranía de la distancia ha sido abolida.
Hace dos siglos, Kant formuló el lema de la Ilustración: «Sal de la infancia. Atrévete a saber». Sin embargo, era necesario tener acceso a las fuentes, disponer de los libros, lo que resultaba difícil, imposible, en las regiones periféricas, mal comunicadas, desfavorecidas. Esa época de escasez y lentitud ha terminado. Ahora podemos saber.
Études: Usted nunca ha dejado de enseñar, de 1974 a 2006 en el instituto, y después, hasta 2014 en la École nationale supérieure des Beaux-Arts de París. Su experiencia docente le ha hecho pasar del entusiasmo a un desánimo cercano a la indignación, que se nota especialmente en el segundo volumen de sus Carnets de notes, 2001-2010. Esto se debe en parte a su convicción de que la sociedad, tal como es, representa el obstáculo más poderoso para la transmisión del conocimiento.
Pierre Bergounioux: Mi experiencia, en su escala minúscula, es indicativa de la «gran transformación» —la expresión procede de Karl Polanyi (1886-1964)— a la que acabo de referirme. Cuando empecé a enseñar en 1974, todavía existía una perspectiva política. Los ecos de mayo del 68 seguían vibrando. Las fuerzas del progreso, como solíamos decir, el bloque socialista, los partidos revolucionarios de los países desarrollados, los movimientos de liberación nacional, trabajaban conjuntamente por la liberación de los explotados, de los oprimidos, de los humillados. Entonces el socialismo real se desintegró. Los partidos comunistas occidentales lo siguieron en su ruina. Los movimientos del Tercer Mundo iniciaron su deriva confesional. A partir de ahí, se adueñó de mí una desmoralización y un desencanto que experimenté a nivel humano, no pude aislarme de la degradación sin patrón ni precedentes de la profesión docente, del asco que me inspiraba, al final, lo que había ejercido, por primera vez y de forma permanente, con gran estusiasmo. Lo peor es, tal vez, que no veo una salida a la situación. Pero mi tiempo ya ha pasado, y es a las nuevas generaciones a las que corresponde ponerle remedio.
Etvdes: Usted ya no da clases, pero escribe todos los días «en la mesa del dolor». El esfuerzo y el dolor ocupan un lugar casi dramático en su trabajo y en su concepción de la vida.
Pierre Bergounioux: El trabajo que me esperaba, al salir del seno materno, era, en parte, el que se augura para todos los recién llegados, pero también el que no habían podido cumplir mis predecesores. Me di cuenta, aterrorizado, de la diferencia que existía entre la versión aproximada, exclusivamente oral, de la existencia que transcurría en mi pequeña patria, y la reflexiva, documentada, altamente elaborada, de la que la gran ciudad era el crisol. Nada me parecía tan estimulante como vivir con claro conocimiento de causa, conscientemente, de «lo que nos sucede», que es la definición que Wittgenstein da del mundo. Esto significaba comprender un pasado que sus habitantes —mis antepasados— no habían podido imaginar cuando era su presente porque no tenían los medios, el tiempo, la esperanza de conseguirlo. Todo era un misterio para ellos, empezando por quiénes eran.
Me formulé, sin darlo a conocer, el propósito de fijarme con la mayor precisión posible en el pequeño mundo que me había engendrado. No para contemplar platónicamente la idea, sino para escapar a su determinación negativa, a su estrechez, a sus deficiencias, a sus oscuridades. Si quería saber, era para actuar con más prudencia, para hacer lo que quería, para ser un individuo de mi tiempo, dentro de mis posibilidades.
Si un tercero o terceros se hubieran ocupado de marcar los límites, de fijar el contenido del mundo que heredé, si me hubieran dado la nota explicativa, estaría viviendo en lugar de estar todos los días con el lápiz en la mano, inclinado sobre mi papel y, cuando ya no tengo fuerzas para garabatear, empeñado en leer. En este trabajo, la cuota de exigencia es abrumadora; la única libertad que se me fue concedida era la de aceptar o no el trabajo plebeyo al que circunstancias ajenas a mi voluntad, objetivas, me condenaban. Yo dije «sí».
Études: Usted escribió algunas novelas, muy impregnadas de sus orígenes geográficos y de su historia personal, y luego, hacia 1990, abandonó la ficción. Pero no abandonó la narrativa: sus Carnets son una narración de su «segunda existencia», que, de hecho, con los años, adquiere cada vez más importancia en su obra. ¿Le parece que la ficción es un callejón sin salida en la búsqueda de sentido?
Pierre Bergounioux: La palabra escrita es el único medio de afrontar, con alguna posibilidad de éxito, el doble enigma al que nos enfrentamos, el mundo y nosotros mismos. Por eso su invención es el acontecimiento más importante de toda la aventura humana. Los límites naturales de la memoria, y, por tanto, de la conciencia, retroceden. El olvido no tiene poder sobre el hombre provisto de una pluma. La palabra migra del registro del oído al de la vista; del tiempo fugaz, evanescente, a la fijeza del espacio.
En cuanto a la narrativa, es una facultad antropológica. Es la recurrencia de la estructura elemental del lenguaje, que no es la palabra sino la frase. Por muy dispares que sean las cinco mil lenguas que existen sobre la faz de la tierra, todas presentan un rasgo común, un «universal». Todos los hombres, cuando hablan, combinan un signo de sustancia y un signo de duración, un sustantivo y un verbo, como dicen los gramáticos. De este modo, dan testimonio de una misma intuición del mundo como mezcla de espacio y de tiempo, que Kant, concluyentemente, sostiene como condicionales a priori de toda experiencia posible.
La ficción, mezclada verazmente con elementos de la vida misma, era un compromiso preliminar entre lo que yo tenía que decir y las supuestas expectativas del mundo editorial. Imaginaba que tenía que dar un tinte de imaginación a la pura y simple evocación de los hechos. Yo era joven. He envejecido, he madurado, un poco, he abandonado todo prejuicio para abordar, sin más preámbulos ni ceremonias, el fondo de la cuestión, es decir, la realidad a la que me enfrentaba, el déficit simbólico del que adolecía y que era parte constitutiva de esa misma realidad.
Las formas más aparentemente etéreas del pensamiento y de la expresión se relacionan de forma directa, paradójicamente, con los fundamentos materiales de la existencia. La literatura, la filosofía, las bellas artes, los refinamientos de la civilización, dependen de la renta de la tierra. Las «buenas tierras» de la economía política proporcionan un excedente que sus propietarios pueden utilizar para financiar los servicios de virtuosos que les construirán palacios, celebrarán en prosa o en verso sus logros, esculpirán sus rostros en mármol. Yo procedo de una región rural pobre, asentada en «las tierras menos buenas», sin excedentes, que se obstinó en el patois cuando el Edicto de Villers-Cotterêts, ya en 1539, decretó la nulidad de todos los actos públicos que no estuvieran redactados en «langaige maternel françoys». Mi vecino perigordino Michel Eyquem (1533-1592) lo comprendió perfectamente. Hablaba gascón con los vasallos de su finca de Montaigne, pero dictaba sus Essais en francés. Mis antepasados del Lemosín y de Quercy, no. Me dejaron la fastidiosa tarea de saldar las cuentas. Pero me beneficié del primero de los privilegios, que es el ocio estudioso, una escolarización prolongada. Tuve que sacar de las sombras nuestra propia condición, que era doblemente fatal, como tal y por no ser conscientes de la medida en que lo era.
Por qué perder el tiempo construyendo ficciones cuando tenía un mundo que desentrañar, sabiendo que todo aumento de conciencia es liberación. Para parodiar a Edmund Husserl, ahora he vuelto «a las cosas mismas» y no las he abandonado.
Études: Usted ha publicado, recientemente, con Editions Le Bord de l'eau, un pequeño «estudio de estilo» sobre The Reivers, de William Faulkner, un autor que, en su opinión, acabó con la narrativa tal y como se practicaba en la novela europea, a imitación de Homero. Este texto, más que un comentario estilístico, es una meditación sobre la historia y la literatura.
Pierre Bergounioux: El estilo es el valor diferencial que todos atribuimos, espontáneamente, a las formas de pensar, de ser, de actuar y, en ocasiones, de escribir, acerca de nuestros semejantes en las sociedades desiguales, y no hay ninguna que no lo sea. Sus resortes no se encuentran donde los filólogos y eruditos se esfuerzan por encontrarlas, en las palabras, en el lenguaje. Ninguno de ellos, además, ha podido establecer de qué manera la morfología o la sintaxis podrían provocar los efectos que asociamos a la experiencia estilística.
Hay un estilo, o varios, porque estamos desigualmente dotados de recursos, de puntos de vista. Algunos tienen acceso a más cosas que otros y, cuando informan sobre ello, sólo se puede constatar, cuando uno mismo se ve privado de ello, que la realidad es más amplia, más rica de lo que pensaba. La alegría que se experimenta ratifica una ampliación del mundo, un aumento de nuestro ser. La tristeza, en cambio, es el color subjetivo de los impedimentos, de las privaciones, de las pérdidas.
La literatura, desde sus orígenes hasta el siglo pasado, ha seguido siendo uno de los atributos estatutarios de la aristocracia terrateniente que dominó las sociedades históricas antes de caer en manos de la clase urbana —la burguesía— que la ha desbancado recientemente. El primer relato escrito, Gilgamesh, narra las andanzas de un legendario rey de Uruk en la tierra de las Aguas de la Muerte y los Hombres Escorpión. Los héroes de la Ilíada y la Odisea son ricos terratenientes del Peloponeso. A Ulises le gusta hablar de sus rebaños, de sus olivares, de sus esclavos. El primer texto de la literatura francesa, que data del siglo XI y se titula La chanson de Roland, ensalza las sangrientas y vanas proezas de la caballería carolingia en el paso de Roncesvalles, en el año 778. Lo fundamental de la literatura clásica procedía de las manos blancas de la nobleza.
Estos «intelectuales orgánicos», por utilizar anacrónicamente la expresión de Gramsci, tienen un punto de vista doblemente desplazado del mundo que describen. Verticalmente: hablan desde lo alto del edificio social, sólo se refieren a sus semejantes, a sus iguales. Lateralmente: no perciben que lo que ven se debe, en gran parte, a la postura de escribir, a la situación destemporalizada, deslocalizada, desde la que se escribe, en lugar de actuar. Proyectan el talante pensativo, contemplativo, que es el suyo, sobre los hechos que describen, sin pensar que al hacerlo les imponen una difracción esencial. Lo que nos entrega la literatura que acompaña, ilumina, a las sucesivas sociedades, no es la realidad, sino la idea que de ella tiene alguien que no está implicado, afectado. Se limita a hablar de ello, a distancia, después, con el espíritu sosegado, el corazón en paz.
Faulkner es quien se da cuenta, en 1925, de la distorsión prismática que el narrador imponía, sin su consentimiento y desde el principio, a los hechos relatados, y, en un gesto magnífico, democrático, salvador, cede la dirección de la historia a los interesados, los actores.
Étvdes: Su visión de la Historia, que se articula con un pensamiento marxista de la política, me parece a la vez la de una salida de la infancia —Homero fue quien introdujo a los hombres, a través de la narración, en la edad de la conciencia— y, al mismo tiempo, la de una caída irremediable hacia el vacío, hacia un abandono de la conciencia (recuerdo esta observación en tus Cahiers por Navidad: «Nos hemos convertido en un pueblo de niños grandes»). ¿Ve aún posibilidad de progresos en alguna parte?
Pierre Bergounioux: La autodestrucción del socialismo real no ha invalidado, en mi opinión, los axiomas de la filosofía materialista de la Historia. Desde el principio hasta hoy, el caos de los acontecimientos, los conflictos, las guerras, los peores abusos, se reducen a la lucha de clases, a la apropiación de los productos del trabajo. Cualquier otra visión de las cosas se asemeja a la fórmula establecida por Macbeth en su carrera hacia el abismo: «La vida es un cuento lleno de ruido y furia, contado por un necio y carente de sentido».
Los historiadores, los sociólogos, Weber, Braudel y otros coinciden en considerar que la razón es el rasgo distintivo de la cultura occidental. La narración homérica testimonia, con una brillantez prodigiosa, la nueva actitud existencial, racional, que tomó forma desde principios del primer milenio antes de nuestra era, en Grecia, y que se ha perpetuado —sorteando mil desafíos, saboteos, regresiones, eclipses— hasta nosotros.
Por deformación profesional, sin duda, soñé, en mi juventud, con una sociedad igualitaria, hecha de sujetos cartesianos, almas rousseaunianas y corazones corneilianos. Otros soñaron este sueño. Recuerdo cierto discurso de Robespierre en el que deplora que sus palabras queden confinadas al «angosto recinto» —la Convención— donde las pronuncia. No hay radio, ni televisión, ni Internet. Si resonaran en todas partes, «las antorchas de la guerra se apagarían, el crédito de las mentiras desaparecería, las cadenas del universo se romperían. Todos los pueblos se convertirían en un solo pueblo de hermanos, y tendríamos tantos amigos como hombres hay en la Tierra». Y cuando la situación de la República una e indivisible parece desesperada y enumera a sus enemigos, no deja de añadir «a los tiranos y a sus satélites, a las intrigas de los banqueros, a la hidra del federalismo —los girondinos—, todo lo que la filosofía ha dejado de absurdo en los noventa departamentos".
La educación jamás ha conocido el mismo grado de desarrollo. La escolarización es obligatoria hasta los dieciséis años. Todos los niños tienen acceso al primer ciclo de enseñanza secundaria. El 85 por ciento de la población, frente al 1 por ciento en 1914, tiene un título universitario, dos millones y medio de estudiantes frente a diez mil. ¿Qué no puede esperarse, al menos cuando se pertenece, como yo, a las generaciones intermedias, de tales cifras? Y entonces se recuerda que, cuando en 1964, Pierre Bourdieu desmontó el mito de la escuela liberadora, estableció, con hechos que lo avalaban, que ésta contribuía decisivamente a la conservación y a la reproducción del orden social. Aunque lo sé, a menudo tengo que reprimir un sentimiento de impaciencia cuando abandono los libros en los que vivo y me arriesgo a salir al exterior. Las palabras, los gestos, me afligen o me sublevan. Descubro, en un periódico tirado en un asiento del metro, que un tenista «va a volver a jugar con una camiseta sin mangas». Pero, ¿cuántos años tenemos, pues? ¡Qué bajo hemos caído! No hemos escuchado a Kant. Seguimos siendo niños, los idiotas que el Sistema Educativo Nacional ha ido dejando por todas partes.
Études: Paralelamente a su trabajo de escritor, siempre ha trabajado el metal, que colecciona y ensambla en figuras que a menudo imitan a lo viviente. ¿Es la chatarra un tributo a la materia? ¿Es una actividad productiva o simplemente una imitación de la producción? ¿Es una forma de reconciliar el pensamiento con la materia?
Pierre Bergounioux: Si hubiera visto la luz en una ciudad más grande o, mejor aún, en París, habría optado por una carrera como artista plástico en lugar de profesor. Desde que tengo uso de razón, los materiales, las formas, me han inspirado un interés apasionado. He atormentado, desde que tengo uso de razón, al cartón, a la madera, a los metales. Pero no había nada ni nadie a mi alrededor que me sirviera ejemplo, ni que me animara a perseverar. Vengo de una tierra sin excedentes y, por tanto, sin arte. Llegado el momento, emprendí los rigurosos estudios que conducen a un trabajo como asalariado, a la función pública, al profesorado. Era ya tarde, visto ahora, cuando me di cuenta de que esa no era mi verdadera vocación, mi destino. Mi inclinación más íntima me impulsaba hacia la investigación plástica, pero el momento y el lugar —la realidad— estaban en contra. Un triste pensamiento cruzó mi mente cuando me reclutaron para la École nationale supérieure des Beaux-Arts. Me equivoqué de puerta. No era la de los profesores la que tenía que abrir de un empujón, a los cincuenta, sino la de los estudiantes a los veinte. Pero la historia de mi provincia, de todo el mundo, todo el pasado, estaban en contra.
Etudes: Sus Carnets le muestran acompañado, cada día, por sus «sombras familiares»: «El odio a mí mismo, la irritación que me inspiran mis semejantes, el tiempo irreparable, el fin de la vida». No se hace muchas preguntas sobre lo que, precisamente, trae estas sombras a su vida. ¿Es simplemente la fatalidad de la sensibilidad?
Pierre Bergounioux: La sensibilidad, cuando es un poco aguda, acrecienta la realidad y complica la vida. Se perciben cosas que, para otros, no existen. Es una carga extra de trabajo y de dolor, de preocupaciones, de alegrías, es verdad, a veces, también. Añádale un toque de humor negro e irá de un extremo a otro, flanqueado por numerosas sombras, reiterativas, amargas. Los temperamentos son fatales. Freud los veía como el legado de la experiencia de generaciones pasadas.
Etudes: Sus Carnets, aunque oscuros, han conquistado a muchos lectores que encuentran en ellos preciosas intuiciones. Tiene palabras extraordinarias para describir el papel verdaderamente maravilloso y admirable de Catherine, su esposa, en su vida. ¿No es la compañía a lo largo de la vida una reconciliación con el paso del tiempo?
Pierre Bergounioux: No, es exactamente lo contrario, una sombra adicional, un dolor a cada momento, una angustia. Eso es. Los poderes ocultos me presentan, al final de la infancia, al ser cuyo nombre figuraba junto al mío en su gran libro, donde todo está escrito con tinta simpática, y puedo ver, en la misma huella incolora, un efímero centelleo. La muerte nos separará. Entonces, ¿para qué seguir y seguir? Shakespeare, de nuevo, lo ha dicho todo, a su deslumbrante y breve manera. Es en As You Like It, la respuesta de Orlando a Rosalinda que le pregunta cuánto tiempo será suya: «Forever and a day». Es decir: «Para siempre y un día».
Nota:
Los Carnets de notes que se citan en la entrevista han sido publicados por Éditions Verdier en cinco volúmenes: Carnet de notes, 1980-1990; Carnet de notes, 1991-2000; Carnet de notes, 2001-2010; Carnet de notes, 2011-2015 y Carnet de notes, 2016-2020
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Este artículo es la traducción al castellano de la entrevista Écrire, forger, comprendre, publicada por Étvdes, Revue de Culture Contemporaine, en su número de mayo de 2018, en https://www.revue-etudes.com/article/entretien-avec-pierre-bergounioux-19253
La imagen de la cabecera procede de: https://www.rts.ch/audio-podcast/2018/audio/pierre-bergounioux-jean-paul-michel-correspondance-1981-2017-25008754.html
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