22 de julio de 2019

Hiere, negra espina

Hiere, negra espina. Claude Louis-Combet. Editorial Periférica, 2019
Traducción de David M. Copé
"Estaba sentado en silencio, en una taberna abandonada, bajo vigas ennegrecidas, a solas con mi vino; un radiante cadáver inclinado sobre una forma tenebrosa, a mis pies, un cordero muerto. Del azul putrefacto surgió la lívida figura de mi hermana, y así habló su boca ensangrentada: "Hiere, negra espina"."
Georg Trakl, el poeta expresionista austríaco de principios del siglo XX, sostuvo durante su infancia una estrecha relación con su hermana menor Gretl, de la que le separaban cuatro años, que desembocó en un idilio incestuoso; ese hecho marcó de manera concluyente la vida de ambos y fue, con toda probabilidad, una de las razones que les condujo al suicidio: Georg, por sobredosis, en el campo de batalla en 1914; Gretl, tres años después, saltando al vacío en un sanatorio en el que se había recluido tras las crisis provocadas por la muerte de su hermano. El escritor francés Claude Louis-Combet recrea esa relación en Hiere, negra espina (Blesse, ronce noire, 1995), título que toma prestado de un fragmento de "Revelación y ocaso" del propio Trakl.

Inmersos en una atmósfera general de degradación y desvalimiento morales, los fantasmas del pasado, con incansable insistencia, invaden el presente y lo recubren con una pátina de envilecimiento, inutilizando los enseres que materializan la cotidianidad y saldando cuentas cuyo origen, de tenerlo, se remonta a un pasado enterrado por los eones. En este ambiente enrarecido transcurre la infancia de dos niños separados por cuatro años de edad pero unidos por un asombroso parecido y un extraño vínculo. El niño, el mayor, en posición dominante; la niña, la menor, "aquella que trae la tiniebla", en completa dependencia emocional, pero también física, de su hermano. A pesar de esa circunstancia, algo que les trasciende parece manipular su voluntad, algo ubicado en un impreciso más allá de sus existencias dirige sus pasos hacia un lugar ignoto, una inspiración de la que el niño no sería más que el intérprete y ejecutante mientras que ella figuraría como mero apéndice, inefectivo pero no inútil, el objeto sobre el que él despliega su dominio.
"Una vez consumado el sacrificio de la muñeca, y después de que el muchacho hubiera guardado el sable en su vaina y lo hubiera colgado de nuevo, la luz estaba tan deliciosamente teñida de malva, el dolor por las fechorías cometidas era tan etéreo en los corazones distendidos y un secreto tan grande unía ya a los niños que estos bien podían dar, juntos, un paso más en su común camino, un paso el uno hacia el otro, el uno en el otro, un paso que fue decisivo y quedó inscrito para siempre en la noche de los sentidos. Toda la belleza de aquella hora, en el corazón del otoño, se aliaba con la belleza de aquellas dos infancias indiferenciadas."
Sin embargo, y a pesar —o precisamente debido a ello— de esa desigualdad, ambos parecen compartir un destino que se adivina aciago, pero inevitable: la unión traspasará la frontera de la fraternidad y vagará por terreno prohibido hasta atravesar los límites que la moral ha establecido por razones cuyo significado se ha perdido entre las brumas del pasado.

Cuando la belleza suprema se halla en el sufrimiento, la redención solo puede buscarse en la destrucción. La virginidad, la integridad más íntima, será el sacrificio que ella ofrecerá a su hermano y solo a él; desde su adolescencia febril, no concibe recompensa más valiosa, porque mediante esa inmolación quedará sellada la unión de una vez y para siempre. La ausencia de su hermano no hace más que incrementar esa fiebre, sabiendo que el placer de él redundaría, con la misma intensidad, en el suyo propio, un rol de reflejo compensatorio que la hace responder con el ascetismo más estricto a la degradación progresiva del hermano en los bajos fondos de la ciudad.
"No buscaba competir con su hermano. La distancia era demasiado grande. Pero entendía que esta podía acortarse poco a poco. Solo precisaba ejercitarse con empeño en la lengua, con una paciencia análoga a la que empleaba su cuerpo de niña en convertirse en el cuerpo de una mujer. Sentía, sin saber cómo expresarlo, que las palabras pertenecen, en cierto modo, al orden de las realidades orgánicas como la saliva, las lágrimas o la sangre, y que maduran igual que los atributos del cuerpo, y que, llegados a ese punto, si no se vuelcan en el poema, la única salida que les queda es el grito. Quizá fuera esa su vocación: para el hermano, el canto; para ella, el clamor. Pero que sea el hermano y solo él quien la haga gritar."
Todo ese proceder forma parte del rito, y aunque la finalidad no sea únicamente sexual, sí que tiene a la sensualidad como paso imprescindible cuando la distancia física es el condicionante. Una sensualidad que se recrea y se multiplica en la dilación, como madura en el árbol una fruta que no se recoge a tiempo, como explota un grano que no se siega. Es la delectatio morosa agustiniana llevada al paroxismo.

La complementariedad de dos almas que se buscan constantemente, que se añoran en la lejanía, que se buscan con avidez para integrarse en la Unidad, hace necesario que también los cuerpos, esas envolturas terrestres destinadas a la putrefacción, se transformen también en Uno para consumar una vuelta al origen que será definitiva y sin retorno, un regreso a lo fundamental, el amor en su máxima expresión, el sexo perfecto, la elevación suprema, el regreso al ser angelical previo a la caída.
"Soñó, al igual que en su vida, que era un maestro de las palabras y que las palabras traducían, con una exquisita y precisa finura, los lineamientos sutilmente trazados de sus emociones y sus pensamientos. Por ello se veía a sí mismo como aquel cuyo verbo se impondría siempre a la barbarie, decidido a expresar tan solo lo inviolable: la soledad radical del ser y su miseria constitutiva frente a un amor que lo devora y un Dios que lo abandona."
Mientras tanto, en la obligada separación, el papel redentor corre a cargo de las palabras: las espaciadas cartas de él, las retenidas cartas de ella, nunca enviadas a su destino pero cuidadosamente redactadas y atesoradas en su corazón, y, sobre todo, la poesía, la máxima expresión del tormento que cura, del suplicio que redime, del veneno que salva, de la sombra que da luz, de la servidumbre que hace libre, de la depravación que regenera. 
"Quería pertenecer por completo, y a través de las palabras, a la hermana sombría que el destino le había deparado. Era una ardua tarea de creación de sí mismo, un obstinado desvelo del ser y del mundo, lejos de toda efusividad romántica y de todo formalismo en la escritura. El propio lenguaje había de ser reinventado ateniéndose a la exigencia del mayor de los despojamientos, y era una tarea interminable."
Menos poética, pero mucho más metafórica, es la persecución a través del bosque, el deseo que la hace subir a ella sin desfallecer, y el tallo de escaramujo empuñado por el hermano que golpea y hiere, marca y sangra.
"Lo veían con claridad: habían nacido en el mismo planeta de desmesura y desasosiego, y si luchaban contra ellos mismos, cada cual en su registro, en la economía del verbo y la precisión expresiva, les quedaba terreno suficiente, por otra parte, para precipitar el movimiento de sus vidas en el movimiento de su deseo. Se parecían como una pasión se parece a otra, con su ascensión demoníaca y su caída mortal. Por mucho que corriera la hermana, los separaba apenas un suspiro, y desde lo más profundo del tiempo se abatía sobre ellos el instante en que sus carnes, unidas en la dicha, serían una sola."
La consumación del acto, la entrega definitiva, la unión de las carnes para hacer una sola, es una experiencia transcendente que genera un ser de fuego, efímero, suma de tiniebla y sangre, destinado a superarles, cuyo acceso será vedado a los seres de este mundo y al que solo tendrán entrada ellos dos en las pocas ocasiones que, sumando de nuevo oscuridad y linfa, puedan convocarlo.
"El uno en los brazos del otro comprendieron, con un mismo pensamiento, que aquel instante de gracia y de equilibrio con el mundo, ese instante de armonía carnal y espiritual, contradecía la idea que se habían hecho de su destino. Ese momento no podía ser sino una excepción en el curso de sus vidas. El flujo romántico de palabras y sentimientos que los irrigaba los llevaba a creer que solo se habían encontrado para perderse. La pervivencia de su amor, más allá de la inmediata transgresión, exigía como contrapartida la renuncia a la felicidad en el tiempo."
Pero es tal la excepcionalidad del acto, tal su trascendencia, que aunque pueda repetirse tantas veces como apetezca en el plano físico, es poco probable que ese ser espiritual acuda a la cita. La herida primera puede infligirse una sola vez; repetir la acometida se limitaría a hurgar en la cicatriz y, si bien puede reabrirse, nada podrá igualar el primer corte de la carne y el brote de la primera, pura, prístina sangre.
"La escritura era una forma de trabajo con uno mismo con miras a una ofrenda más lícita. Experimentaba ese esfuerzo sostenido por dar forma a sus sentimientos como un preámbulo para su propio destino —con el propósito de ser digna de él y de acogerlo en toda su profundidad— y como la paciente gestación de su alma de mujer. Devenir se presentaba, por el momento, como una larga ensoñación de la pluma, con la amenaza de las ideas pecaminosas y bordeando una y otra vez los abismos del corazón. Las cartas significaban, simplemente, que la existencia ya estaba minada."
Inviable pues la salvación por el cuerpo, que en su elevación suprema pagó el precio de cometer el pecado definitivo, solo es viable la redención espiritual que puede venir por las palabras: el lenguaje no conseguirá la expiación del pecado, pero podrá tomar la función de penitencia para un delito de imposible perdón.
"Compartimos un alma, de la misma sustancia que la noche; no pertenece ni al cielo ni al infierno; está separada del árbol cristiano; es un alma arcaica, el último aliento de los lémures y las estirges; el abrazo amoroso la sacó de su sueño; se reconoció en tu cuerpo y en el mío; somos su espejo azul; nos atravesó con un mismo placer; nos atraviesa ahora en el dolor; no puede abandonarnos; nos mantiene unidos en una misma tiniebla; no será diferente cuando estemos muertos, acostado el uno junto al otro, bajo tierra y cogiéndonos de la mano; nuestra alma se impondrá al gusano; ya fuimos devorados; los que queda de nosotros es incorruptible; juntos formamos un pozo, la vagina de la noche; los niños que fuimos cayeron al agua negra; nacimos, juntos, de su descomposición; y nuestra alma interior nos reunió, al fin, en lo alto de la montaña."
Calificación: *****/*****

Lectura complementaria


Revelación y ocaso. Georg Trakl. Abada Editores, 2005
Edición bilingüe de Juan Barja. Ilustraciones de Alfred Kubin

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