17 de marzo de 2017

Hystopia

HistopíaDavid MeansSexto Piso, 2017
Traducción de Jon Bilbao. Prólogo de Rodrigo Fresán
La Guerra de Vietnam, que tuvo el dudoso honor de ser la primera guerra abiertamente perdida por la potencia bélica más importante y más invencible de la era contemporánea, es, por esa misma razón, una piedra en el zapato de los EE. UU. de América; la misma estructura militar que, por dos veces en el mismo siglo, acudió en auxilio de una Europa extenuada contra naciones fuertes, ejércitos disciplinados y armamento de última generación, tuvo que retirarse de un conflicto contra una nación del tercer mundo, escasamente armada y organizada mediante una eficaz aunque endeble estructura militar. No es extraño -o sí, pero por las mismas razones- que la literatura, el cine o el teatro, entre otras manifestaciones artísticas, sigan ancladas, cuarenta años después, en lo que sucedió en ese pequeño país del sudeste asiático. A pesar de haber transcurrido en la parte opuesta del globo, la guerra de Vietnam, por la cantidad de tropas norteamericanas implicadas y por el tiempo que duró, afectó de manera directa o tangencialmente a la práctica totalidad de los habitantes: uno mismo, un hermano, el novio de una hermana, un novio, un amigo, siempre se encuentra un implicado a menos de tres pasos de relación; todos los personajes principales de Histopía cumplen con esa condición.

Si bien es cierto que durante el fragor de la confrontación el reflejo en la literatura consistió principalmente en obras de exaltación patriótica, maniqueísmo elemental y orientación heroica -aunque en mucha menor medida que durante la IIGM, donde se publicaron y rodaron verdaderos panfletos de vergonzante propaganda-, años después de finalizado el conflicto empezaron a surgir obras mucho más críticas con la posición oficial de EE. UU. en la guerra, con los incumplimientos de las convenciones internacionales y, recogiendo tal vez la tradición europea en la estela del soldado Svejk, la aparición de la figura del héroe desengañado, tan fuera de lugar después del conflicto como lo estuvo en las impenetrables selvas indochinas, o directamente del antihéroe.

Parafraseando el título de la novela de Isaac Rosa, uno, desde este lado del Atlántico, tiende a pensar que para qué nos hace falta otra maldita novela sobre la guerra de Vietnam cuando, a) nos pillan tan lejos en el espacio los contendientes -100º al Este uno, 100º al Oeste el otro-; b) nos queda tan lejos en el tiempo su transcurso-1955 a 1975; la mayor parte de los habitantes actuales de la Tierra no había nacido aun-; y, c) el imaginario colectivo formado por los libros que hemos leído -desde Las cosas que llevaban los hombres que lucharon hasta Árbol de humo- y las películas que hemos visto -desde Apocalypse Now hasta la saga de John Rambo- nos ha rellenado hasta la saturación de sádicos  charlies y heroicos Bufones. Eso es lo que debió pensar el reconocido autor de relatos norteamericano David Means, que no podía escribir otra maldita novela sobre la guerra de Vietnam, así que abandonó su registro acostumbrado y escribió Histopía (Hystopia, 2016), que sí que es una novela pero no es ni otra ni maldita.

Todas las historias son, en definitiva, historias de personajes y, a efectos de simplificación -las malas historias- o de complicación -las buenas historias-, todas remiten a una serie de arquetipos en los que el lector pueda reconocer una batería de características sin que el autor tenga la necesidad de detallarlas. La Guerra de Vietnam ha reutilizado algunos tan viejos como las propias guerras -el villano, el traidor, el vengativo, el héroe... -, pero si algún lugar común puede considerarse propio de ese conflicto -y, por tanto, de sus narraciones- es el llamado Transtorno por Estrés Post-Traumático (TEPT o PTSD, tipificado como [309.81] (F43.10) según el DSM-V), que no deja de ser una extensión del trauma vivido que afecta al resto de la vida del paciente por más tiempo que haya pasado desde su exposición. Esta psicosis es el paisaje en el que Means enmarca su novela, pero esta no es la única característica ni, diría, la más definitoria, de Histopía.

Para empezar, Histopía no es una novela de David Means sino una novela escrita por Eugene Allen, un excombatiente de Vietnam que, a la vuelta poco heroica del campo de batalla, redactó una historia alternativa, en forma de ucronía, acerca del regreso, de la adaptación y posterior y definitivo derrumbe de los veteranos del conflicto. 
"Dejemos que sea Eugene Allen quien lo imagine. Le dejo el trabajo de reconstruir mi vida."
Para ello, urde una trama que, situada temporalmente en un tercer e inconstitucional mandato de John F. Kennedy -que multiplica irracionalmente sus actos en público para conseguir ser asesinado-, con un país desangrado -y parcialmente carbonizado- por los enfrentamientos locales, sigue las andanzas de dos excombatientes y de sus respectivas parejas, ambas relacionadas con víctimas del conflicto. 

En la trama adquieren un papel principal una sustancia y un proceso pensados para el PTSD. La sustancia es el Tripizoide, una droga legal encargada de combatir los efectos del trauma instaurando una nueva verdad aunque a costa de multiplicar la violencia del sujeto. Y el tratamiento que tienen los damnificados a su disposición, el Plegado, un proceso mediante el cual las experiencias conflictivas son sustituidas por episodios neutros hasta tal punto que es casi imposible distinguir un individuo que no fue a Vietnam con un plegado, siempre que el tratamiento fuera eficaz; de los pocos indicios para la distinción, la edad es tal vez el más fiable, junto con la existencia o la ausencia de cicatrices. Lo peor del proceso es saber que has sido plegado, y que al no poder recordar el motivo del trauma, puedes adjudicar como posible recuerdo borrado la barbaridad más horrible; con lo cual, el plegado es casi peor que no haberlo experimentado; aunque existe otra disonancia que provoca el tratamiento: existen personas no plegadas que pueden reconocerte, y recordar cómo eras antes del plegado, un pasado al que tú no puedes acceder a través de tus recuerdos y que te es tan extraño como si fuera el de otro individuo. El hecho de que sea posible manipular estas situaciones, e incluso que, orgasmo mediante, uno pueda desplegar, al menos teóricamente, algunos episodios de su pasado, hace que las personas vivan en una especie de realidad flotante, siempre susceptible de ser modificada de acuerdo con los cambios adquiridos. La tentación por desplegarse y conocer su historia, a riesgo de revivir el trauma, puede incluso en ocasiones prevalecer sobre la hipnótica inopia que facilita el proceso.
"Te sientes bien, limpio, con el trauma superado, pero al mismo tiempo quieres saber lo que pasó. Estoy seguro de que en el post-tratamiento te hablaron de la picazón que sentirías, de la cápsula, de la bola de pelusa neurológica. Pero no sé si te dijeron, si te dejaron bien claro que querrás saber lo que escondes en la cabeza y al mismo tiempo, y esto es lo paradójico, hijo, querrás no saberlo nunca, nunca, porque saberlo supondría volver al horrible estado en que estabas antes del tratamiento."
Pero puestos a romper los esquemas, Histopía no comienza cuando comienza la novela -esa distinción que ya hemos señalado como fundamental-, sino en unas sorprendentes Notas del Editor en las que éste justifica la publicación a pesar de sus reparos -notas, pues, falsas de un falso editor- que sirven al lector para ponerlo en situación, facilitándole algunas afirmaciones fundamentales para que pueda desenvolverse con facilidad en la realidad alternativa en que se enmarca el relato -no el de la novela de Means, sino el del manuscrito de Eugene Allen-; se inserta un Manual Básico de la Teoría del Plegado debido a la autoría del propio Allen; y se incluyen, después del texto propiamente dicho, unas cuantas Notas de Suicidio, ninguna de ellas definitiva, que redactó el autor años antes -y anteriormente a la publicación de Histopía- de suicidarse de veras, aunque la Nota decisiva ha desaparecido debido al descuido de su destinatario.

Otro de los recursos utilizados se refiere al avance de la trama: a medida en que los dos escenarios principales y las dos parejas de protagonistas confluyen en una sola línea argumental, Means hace uso de los capítulos de transición, que mantienen la tensión narrativa mediante la dilación de las resoluciones parciales de las tramas secundarias, sin recoger ningún hecho relevante. Esta es una estrategia  ampliamente utilizada por los novelistas clásicos de siglo XIX; Dickens acostumbra a hacer un uso magistral de ese recurso, abriendo tramas paralelas que sólo tangencialmente se relacionan con la trama principal o introduciendo personajes irrelevantes cuyo efecto sobre la lectura parece de simple distracción aunque conectan, de forma casi imperceptible, con la línea argumental.

Rake, el personaje central alrededor del cual, aun en ausencia, gira la acción, es un veterano de Vietnam que vive al margen de la ley llevado por un furor homicida ya que, aun después de haber pasado por el tratamiento oficlal de desprogramación, experimenta en sus propias carnes su ineficiencia. Meg, otra desprogramada en fase de post-tratamiento, le acompaña en sus correrías en una especie de autosecuestro voluntario. Sus antagonistas son Singleton y Wendy, dos miembros de los Psych Corps, una organización gubernamental de carácter policial encargada de lidiar con los plegados, sobre todo con los casos fallidos; la pareja encarna, en contraposición a la pareja de delincuentes, la vida que llevan los mortales comunes, los que después del plegado han podido retomar sus profesiones, más bien pocos, o los que han decidido cambiar; sin embargo, parece que el plegado deja siempre un rastro visible que señala a aquellos individios susceptibles de ser “desplegados”. Ambas parejas, por otra parte, constituyen la estructura especular a partir de la cual Means construye su novela, una especie de espejo inverso que funciona por contraposición: la carrera hacia ninguna parte que emprenden Rake y Meg, que terminará en un idílico enclave entre los bosques que han sobrevivido a los incendios, y que acabará con su relación, tiene su contrapartida en los Psycho, que también transgreden la ley, aunque no está claro que no sea una desobediencia espoleada por sus superiores: Singleton y Wendy, en clara ilegalidad por haber salido juntos y sin permiso, están persiguiendo los indicios que han podido ir recogiendo acerca de Rake; pero ese viaje es también un viaje de autoreconocimiento, en el que su relación, con alto contenido sexual, se afianza y no se limita únicamente a su parte productiva, el desplegado que consigue Singleton cuando Wendy se lo folla vivo. Ambos dudan de que su relación sobreviva a la finalización de la misión, como si perdido su carácter utilitario no quedara ninguna razón para mantenerla. Se trata, en definitiva, de un claro juego de contrastes con la idea de que no hay nada más diferente que aquello que es similar. Pero existe también una evolución paralela de los protagonistas y de la propia novela: los personajes evolucionan desde sus caricaturas iniciales, en los primeros capítulos, hasta los personajes de carne y hueso; van escaseando los fragmentos irónicos, los satíricos, y los rastros de parodia van cediendo el paso a descripciones más realistas; el tono general de la novela va tornándose más sombrío porque también van cambiando las reflexiones de los protagonistas, sus motivos de preocupación y los episodios en los que se ven envueltos. Y es que el motivo central de la trama es, y de nuevo aparecen esas capas superpuestas a través de las cuales se articula la novela, la traición; por una parte, dentro de la historia de Histopía, la traición acaecida en tiempo de guerra, la más miserable y menos justificable de las traiciones, que sobrevive a los tratamientos de deshabituación, adquiere  vida propia, como un organismo, y procura por su supervivencia incluso saltando de huésped en huésped y se alarga en el tiempo esperando el momento concreto en que se pueda llevar a cabo la venganza; y, por otra, enmarcada en la historia que da pie a Histopía, la venganza del propio Allen, esa por escrito y menos sangrienta, con respecto a algunos de sus compañeros y a sus actuaciones en el sudeste asiático: cada personaje principal de la novela corresponde a uno de la vida real de Eugene, aunque éste cambió fue el destino de algunos, como el de su hermana Meg, que no escapó a Canadá con Hank sino que fue encontrada muerta en una zanja.
 "Se puede plegar el trauma pero no la época que te ha tocado vivir."
Calificación: ****/***** 

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