4 de enero de 2017

La muerte de Virgilio


Recuerdo perfectamente las tentativas infructuosas.
El primer intento tuvo en un viaje en tren a Andalucía, a principios de los años 80; pensé que las 12 horas que tardaba el traslado de Barcelona a Córdoba –no existía aún el AVE-, la relativa tranquilidad de los convoyes de largo recorrido –tampoco existían los teléfonos móviles- y el vaivén monótono e hipnotizador del vagón configuraban la mejor situación para conseguir leerlo, después de posponer su lectura durante años. Aguanté unas 50 páginas y tuve que dejarlo.
El segundo intento fue alrededor de 1990, durante unas vacaciones de verano que pasaba en casa, ese período que permite ampliar las expectativas para todo aquello que precise de mucho tiempo libre y pocas distracciones cotidianas. No pasé de las primeras páginas, que, por cierto, no recordaba del primer intento. Volvió al estante de lecturas pendientes.
La tercera tentativa tuvo lugar a finales de los años 90, durante una ruta a pie de siete días siguiendo el sendero transpirenaico; accedí a soportar su peso, desproporcionado teniendo en cuenta lo que debía cargar en la mochila para estar tantos días sin pisar ningún lugar civilizado. Por suerte, y ya que lo del peso lo tenía por descontado, también me llevé el segundo volumen de la obras completas de Elias Canetti, que pude leer completo. El otro, nada, relectura de las primeras páginas y vuelta al fondo de la mochila.
También recuerdo, claro, la tentativa victoriosa.
El intento definitivo tuvo lugar en una estancia en el monasterio de Montserrat –estancia no confesional, que quede claro-, justo en el cambio de milenio. En lugar de encerrarme en la celda a leer, que era mi primera intención, me levantaba al amanecer y, después de desayunar, cogía el libro, el cuaderno de notas y el bolígrafo, y me iba al bosque que hay justo encima del monasterio, en un claro apartado de las rutas de los turistas; lo estuve leyendo durante cuatro días y cuando lo terminé tuve la sensación de haber superado el reto lector más difícil con que me había enfrentado; aún hoy, más curtido y más leído, pienso que es el libro más difícil que he leído.
Todo esto me ha venido a la memoria al ver el volumen de nueva edición “Trilogía de Los sonámbulos”, que contiene “Pasenow o el romanticismo”, “Esch o la anarquía” y “Huguenau o el realismo”. Teniendo en cuenta mi experiencia con Hermann Broch y mi edad, estoy por ir pidiendo  ya una prórroga al ángel de luto de la capucha y la guadaña…



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