Traducción de Verónica Martínez Lira y Adriana Rieta Lira
"No lineal. Discontinuo. Como un collage. Un montaje. Como ya es más que evidente [...] Una no semificción semificcional. Tercamente intertextual y de sintaxis interconectiva críptica. Es probable, a estas alturas, más que obvio; de cierto, para el lector atento."
Supongamos, aunque sea un suponer que supone muchas presuposiciones, que un innominado, o nominado con este grado tan lamentable de precisión, Autor, a quien adivinamos una edad avanzada, que tal vez sea mucho adivinar, pero nos da esa sensación, e incipientes problemas de equilibrio, equilibrio físico, digo, no de cualquier otra clase, como psíquico o de balanzas comerciales, por ejemplo, no, de éstos no, decide escribir una novela, "escribir un libro, uno cualquiera, lo que fuese", bajo dos supuestos: él no quiere aparecer en la trama, y ésta tendrá algo que ver con la cultura, así, en general, que en un estado tan inicial de algo tan importante como escribir una novela, el Autor no ha decidido aún con más precisión. No tiene, pues, tema, pero sí que piensa someterse a un método: escribirá notas, muchas notas, con todo aquello que le venga a la cabeza y que pueda ser explotado -aquello, no la cabeza- con vistas a la redacción, plural provisional o única definitiva, del texto futuro en cuestión; guardará esas notas cuidadosamente, que ya se sabe que los Autores, como buenos artistas, suelen ser bastante descuidados; para ello, establece unos cuantos irrevocables, fijos y, ay, ampliables, puntos de archivo: la repisa del lavabo, la mesilla de noche, el cajón de los cubiertos, el aparador de la vajilla, el infiernillo de la americana, para el invierno, el bolsillo de la camisa, para el verano, y debajo de la maceta de los geranios. Ahora supongamos, sí, seguimos con la convención, que ha transcurrido cierto tiempo, digamos prudencial, aunque la literatura y la prudencia no es que se complementen demasiado, y el Autor no acaba de ver claro su proyecto, no se decide, la máquina de escribir está fallando últimamente, sigue tropezando con los muebles, está metido en otros proyectos, incluso tal vez se decida a aprender informática; en fin, duda. Decide que va a recoger todas las notas y que, si su lectura le inspira la proyectada y otrora tan ansiada novela, tal vez la escriba; si, en cambio, las notas ni fu ni fa, desestimará el proyecto y las tirará todas a la basura, oh, no, al contenedor de papel para reciclar. O tal vez, si encuentra algún editor que le deba un favor, se decida a publicarlas así mismo, tal como están.
Arropado, tal vez a su pesar, por el impreciso término de "escritor postmoderno", contemporáneo de monstruos como John Updike o Philip Roth, hermanado con una generación literaria de transgresores de la talla de David Foster Wallace o Kurt Vonnegut, David Markson fue un escritor inusual en una época en la que la búsqueda incesante de nuevos caminos para el género llevó a selvas impenetrables o a atajos sin salida. Calificado por parte de la crítica como otro "escritor para escritores", es autor de una obra reducida pero no por ello menos influyente, y sistemáticamente ignorado por los editores en lengua española, idioma en el cual apenas puede accederse, en librerías de segunda mano, a su obra cumbre, La amante de Wittgenstein (Wittgenstein's Mistress, 1989; "A work of genius . . . an erudite, breathtakingly cerebral novel whose prose is crystal and whose voice rivets and whose conclusion defies you not to cry", D. F. Wallace dixit), editada sin pena ni gloria al final de los años 80. En estos días, siete años después de su publicación en la lengua original, la editorial mexicana Verdehalago pone al alcance del lector en español este Punto de fuga (Vanishing Point, 2004), texto que pertenece a la la tetralogía que se ha llamado "The Notecard Quartet", que completan Reader’s Block, 1996, This Is Not a Novel, 2001, y The Last Novel, 2007.
Punto de fuga es, pues, un texto raro, un híbrido entre un libro de citas, una colección de aforismos (no moralizantes: Pascal no aparece por aquí, ni tampoco Lichtenberg, menos aún Vauvenargues), una relación de ocurrencias, un work in progress continuo sin objetivo explícitamente definido pero que, a pesar de esa fragmentación, se revela como un texto unitario y potente que explora y explota, en su conjunto, los recursos más escondidos de la narrativa contemporánea, experimento fructífero de deconstrucción de la trama novelesca clásica a partir de unas supuestas notas originalmente destinadas a ser el germen de una novela que nunca fue. Una enciclopedia crítica erudita y laberíntica de la historia de la cultura en la que cada fragmento podría inspirar por sí mismo un texto de la que no salen indemnes ni los actores ("Hannah Pritchard, la más fina actriz trágica del siglo XVIII, nunca leyó un libro. Una idiota inspirada, la llamó Johnson"), ni los personajes históricos ("Cleopatra nunca aprendió a hablar latín. Evidentemente alojó bajo sus sábanas a César y a Marco Antonio por la vía del griego"), ni los filósofos ("De la verdad interior y de la grandeza del nazismo habló Martin Heidegger"), ni las religiones ("Asnos que cargan muchos libros. Como Mahoma, quien no sabía leer ni escribir, calificó a los judíos"), ni los críticos literarios ("No hay críticos ingleses de peso que consideren a Mr. Joyce un autor importante. Dijo Edmund Gosse, dos años después de la publicación de Ulises"), ni el sistema educativo ("Un análisis por computadora prueba que las lecturas asignadas de las escuelas superiores modernas son menos difíciles que las que leía el Autor cuando estaba en octavo grado"); y con jugosas anécdotas referidas a su propio gremio, el de los escritores: "La probabilidad de que James Joyce y Lenin intercambiaran chistes. En el Café Odeón de Zurich, en 1915, donde ambos pasaban mucho tiempo"; "Había 945 libreros en París en 1845"; "La lectura o no lectura de ningún libro nunca ha mantenido abajo ninguna falda. Dijo Byron"; "La teoría de que la mayoría de los editores son escritores frustrados. A lo que Eliot añadió: también lo son la mayoría de los escritores"; "No los entiendo. Para mí eso no es literatura. Dijo Corman McCarthy de Henry James y Marcel Proust"; "Tonterías de estudiantes. Dijo Edith Wharton de Ulises".
Una lectura fresca, excitante, sugerente, desafiante, imprescindible. No se la pierdan.
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