29 de julio de 2024

Danza humana

 

Danza humana. Rafael Argullol. Acantilado, 2023

La travesía literaria, difícil de clasificar en la selva de los géneros, que comenzó con Visión desde el fondo del mar (2010) y siguió con Poema (2017), alcanza su tercera etapa con esta Danza humana (2023): es narrativa porque parte de la narración de hechos; es también ensayo porque incluye numerosos fragmentos relativos a la historia del arte y de las ideas —si es o no poesía, deberían juzgarlo criterios más templados que los de este lector, que se confiesa y reconoce ignorante en estos asuntos—. El texto parte de un decálogo de preguntas a las que Argullol no da respuesta —sería sumamente presuntuosa tal pretensión—, sino que son tomadas como motivos de reflexión con respecto a los cuales el autor desgrana sus consideraciones. De los tres volúmenes que forman parte de esa travesía, Danza humana es, probablemente, el más maduro.

El texto se estructura en diez libros que intentan responder a esas diez preguntas —es posible que estén ahí los «fragmentos de eternidad» que cita la contracubierta—: ¿has sido fiel a la verdad?, ¿has restituido aquello que se te ha entregado?, ¿has sido generoso?, ¿has respetado el enigma?, ¿has sido jovial?, ¿te has interrogado sobre lo divino?, ¿has confrontado con la violencia?, ¿has amado?, ¿has buscado la luz?, ¿has sido libre? La búsqueda de las posibles respuestas personales, intransferibles, es el germen de esos diez libros —«Libro de la verdad», «Libro de la restitución», «Libro del desprendimiento», «Libro del enigma», «Libro de la jovialidad», «Libro de la divinidad», «Libro del antagonismo», «Libro de la afinidad», «Libro de la luz« y «Libro de la verdad»—, que abordan la búsqueda de manera no conclusiva, sino intelectual, una búsqueda sin resolución más allá de uno mismo.

En cuanto a la forma, se estructura a través de un cuaderno con datación consecutiva cronológicamente para la actualidad —una primera anotación el 9 de mayo de 2019, septuagésimo aniversario del autor, y una última el 6 de octubre de 2021—, con interpolación de capítulos datados en otras épocas, no necesariamente contemporáneas del autor, que abarcan fechas desde la remota prehistoria hasta futuros indeterminados.

No puedo leer ensayos —sé que esta constatación parte de una carencia estrictamente personal, pero, a pesar de ello, no estoy demasiado interesado, ahora mismo, en repararla— sin que mis prejuicios salgan a flote y me vea impelido a cuestionar algunas de las afirmaciones, aseveraciones o incluso planteamientos del autor. Si, después de diversas lecturas de su producción, mi desacuerdo sigue siendo irreparable, sencillamente abandono cualquier otro intento; con Argullol, igual que con otros escritores, esas disensiones, extremas en algunos casos, no han bastado para detener mi admiración no tanto por sus conclusiones como por lo que muestra del proceso intelectual para llegar a lo que se concluye, en sus escritos, acerca de su propio criterio.

Así pues, debo reconocer que, igual que me deslumbró su propuesta intelectual en Visión desde el fondo del mar, las conclusiones a que llegaba no me interesaban demasiado —o, si así se quiere, estaban muy lejos de las que, intentando seguir su mismo criterio, podía deducir yo mismo—. Una de las razones, seguramente debidas a mi mala interpretación, fue que la propuesta literaria tenía la apariencia de exhibición del personaje del autor más que de incitación a la reflexión; pero también percibí que cuanto más volátiles me parecían sus razonamientos, cuanto más irreconciliables las diferencias con mi propio criterio, más recompensa intelectual me proporcionaba su lectura. Así que, cuando apareció Poema, me dispuse a insistir en las desavenencias como el boxeador que, al principio del combate y desde su rincón, observa a su contrincante, sabiendo que jamás podrá tumbarlo en el cuadrilátero, pero que va a vender cara su derrota. El resultado de esta confrontación no fue, para mi sorpresa, el esperado, pero, ante la ausencia de confirmación, decidí suspender las hostilidades hasta que se presentara la ocasión para un nuevo enfrentamiento —«algunas veces exigimos libros que afecten a nuestra mirada y, como consecuencia, que nos abran nuevas perspectivas en nuestra visión del mundo y de nosotros mismos. Poema cumple a la perfección con ambas demandas», manifesté en las Notas de Lectura correspondientes a este último—; este combate aplazado se ha materializado, este 2023, tras la publicación del tercer volumen —la continuidad es una apreciación personal— de ese work in progress con visos de testamento intelectual, cuya lectura, como parece natural en un caso como este, no solo me ha reconciliado con el autor de Visión desde el fondo del mar y, en menor medida, debido al punto de partida menos belicoso por mi parte, con el de Poema, sino que también ha cambiado mi percepción acerca del autor y de sus circunstancias: Argullol ha ido perdiendo en el camino cierto afán doctrinario que, personalmente, ha provocado en este lector un progresivo aumento del interés por el conjunto de esa supuesta trilogía porque lo que en principio percibí como una exhibición de los poderes del intelectual desplegados desde su inexpugnable torre de marfil, también institucional, se ha ido convirtiendo en un retrato del erudito sometido no solo a la crítica, sino también al irremediable paso del tiempo, que, insisto en el carácter testamentario, fundamenta desde el punto de vista personal una determinada apuesta intelectual. En ese trayecto, el conjunto de páginas consecutivas más personales que ha publicado, pienso que Argullol ha ido abandonando una sensibilidad enormemente presuntuosa en favor de la razón, lo que ha conllevado la pérdida de ciertos visos de autoindulgencia —y, en parte, también de autocomplacencia— que este lector valora muy afirmativamente.

Los desacuerdos siguen presentes; algunos, debidos a los prejuicios y apetencias cruzados entre este lector y el autor; por ejemplo, ante dos conceptos en los que la desavenencia es total: psicología y poesía. Argullol yerra —yo pienso que, en parte, conscientemente— en su concepción de la psicología, obviando —de ahí la intencionalidad— tanto su vertiente clásica como la científica y limitándose a las sandeces del psicoanálisis, de sus epítomes y de sus fanáticos émulos; la psicología existe, a pesar de algunos de sus practicantes —cierto que son mayoría y que se hacen oír más y mejor gracias a unos medios para los que su discurso es intelectualmente útil—, y los psicólogos legítimos —algunos psicólogos— buscan el lugar que en realidad les corresponde en el ámbito de la ciencia, que es el que, desde principios del siglo XX, jamás deberían haber abandonado —o haberse dejado  sustraer—. Enfrente, y esta vez el error es achacable al lector, la divergencia en la concepción de la poesía —si se quiere, tanto o más difícil de definir que la psicología—; sospecha este lector que no existe ya tal cosa, que murió al nacer el cristianismo, y que tal defunción es responsabilidad de sus supuestos practicantes; aquellos que, en nuestros días, insisten en llamarse poetas, no son más que descuidados saqueadores de tumbas. En todo caso, y esta es una conclusión válida, a mi parecer, para cualquier apuesta intelectual, siempre me ha parecido más estimulante la disensión que el acuerdo, la diferencia que la unanimidad.

Por cierto, a pesar de lo que puedan considerarse juicios negativos a esta y a las dos obras anteriores citadas, estoy plenamente convencido de que si algún día yo mismo tuviera la tentación de publicar un libro, se parecería mucho, al menos en su planteamiento, a alguno de estos tres; y no estoy en condiciones de asegurar que no sería merecedor de las mismas censuras que he expuesto acerca de ellos; bien, no es que no pueda asegurarlo, estoy más que convencido de que sería así.

«7 de mayo de 2020, Barcelona. Me gustaría vivir otra vida para poder cometer otro error. No digo: para no cometer error. Digo: para cometer otro error. No cometer error alguno lo dejo en el horizonte de los santos y en la realidad de los puritanos y de los hipócritas. Insistir en el mismo error es un patrimonio de los dogmáticos y de los necios».

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