10 de junio de 2024

Les Trois Mousquetaires XIV

 

Le roi vient quand il veut. Propos sur la littérature. Pierre Michon. Albin Michel, 2007, 2022

«Todo el lenguaje, y en particular la literatura, que es como el alma del lenguaje, miente como un sacamuelas. Pero aquel a quien le sacan la muela, el lector, tiene que creer ciegamente en las palabras del charlatán, porque ese es el precio de su alivio, su paz y su goce. Nos creemos muy diestros por saber que la literatura miente, pero somos aún más diestros cuando caemos en la debilidad de creer en ella. Quien sabe gozar de esa hermosa falsificación a veces se topa con un poco de verdad».

Le roi vient quand il veut, Propos sur la littérature, traducido parcialmente al castellano en Llega el rey cuando quiere, es la recopilación de treinta entrevistas mantenidas por el autor con diversos medios de comunicación relativas a la literatura y a la escritura. El propio escritor lo resume así:

«De entre todas las entrevistas que he concedido desde 1984, he reunido treinta. En ellas encontrarán el juego de máscaras que exige este género, algunas falsedades, tal vez, algunas incongruencias, algunos trazos de mala fe, pero seguramente, también, algunas verdades, no todas involuntarias. Después, releyendo estas observaciones, me digo que a falta de la verdad inencontrable, encontramos entrelazados en ellas los recuerdos y las lecturas que me han constituido: el panteón azteca y la caza de Dios en Moby Dick, la "novelita de treinta páginas" de Lautréamont y la navaja de un teólogo inglés, una escucha infantil de Salammbô, que es mi escenario primitivo, lugares y nombres. Melville y Faulkner, Beckett, viajan entre los topónimos del Lemosín. Mis muertos locuaces, Flaubert, Rimbaud y Villon, Giono y Borges, Hugo, se encuentran con proletarios que han muerto sin hablar».

La nómina de autores que cita Michon e implica en su obra es numerosa. Los más citados son evidentes si de lo que se trata es de literatura: Balzac, Faulkner, Flaubert, Giono y Gracq, Rimbaud, Hugo y Proust;  sin embargo, la lista se completa con autores contemporáneos, algunos incluidos en ese cuarteto inexistente que insisto en llamar Los Tres Mosqueteros.

En la conversación mantenida con Thierry Bayle para Le Magazine Littéraite (abril de 1997) y publicada con el título «Pierre Michon, un autor mayúsculo», responde a la pregunta de a qué escritores se siente más cercano:

«Los escritores, puede que particularmente los contemporáneos, son una especie de mónadas augurales, cada una aislada en su propia pendiente, que descienden como pueden. Para limitarme a los de mi generación, puede que haya cierto parentesco entre  Bergounioux y Quignard, hasta cierto punto, [Richard] Millet y [Gérard] Macé, y yo. Al menos, esto es lo que se dice. Pero no me siento lejos de escritores como [Jean]Echenoz, [Antoine] Volodine y [Jean] Rolin, por ejemplo: su camino no es el mío, pero sus premisas son las mismas».

Cuando el entrevistador le pregunta cómo se convirtió en escritor le cita la respuesta que dio Bergounioux a esa pregunta: que él ha vivido tres vidas, una vida rural, una vida como lector y después una vida como escritor con la esperanza de librarse del peso del pasado. Michon responde:

«Esta es una de las experiencias que Bergounioux y yo tenemos en común, aunque para mí es menos clara y hay muchos solapamientos entre los tres periodos. Yo no tengo la fuerte obstinación metódica de Bergounioux. Por supuesto, está la infancia rural, es decir, donde se fundamenta mi indignidad y el deseo de convertir esa indignidad en su contrario, pero en cuanto al resto... es menos sucesivo. No está primero el lector, luego el escritor, y finalmente el hombre del silencio: los tres están siempre entremezclados en mí, coexistiendo, enemigos mortales los unos de los otros. Puedo decir, a grandes rasgos, que lo que soy generalmente desde los veinte años es un escritor que no escribe, es decir, una figura majestuosa, más bien cómica, en definitiva, de la alienación —una figura que, sin embargo, a veces, en destellos, en pequeños destellos inexplicables de liberación, se ha convertido en un escritor que  escribe. Como ve, siempre estoy obligado a volver a esta historia de liberación, no hay forma de escapar de ella. Es así: no sé qué instancia dentro de mí decidió que tenía que escribir, que no podía eludirlo, y que al mismo tiempo la literatura era imposible para mí, o simplemente imposible, o irrisoria, o grotescamente arrogante, o indecente, o demasiado bella. Es como si planteara a la vez mi objetivo y aquello que lo niega. Mi objetivo no existe, pero es mi objetivo. Mi deseo no tiene objetivo, pero es mi deseo. Y claro que preferiría no escribir, que "preferiría no hacerlo", como dice Bartleby».

En la entrevista con Michel Jourde y Christophe Musitelli, titulada «Châtelus, Bénévent, Mégara» publicada en la revista Les Inrockuptibles (junio de 1993), la conversación gira en torno al relato Vie de Joseph Roulin y a la «muerte justa» que regala el autor al protagonista, a pleno sol, en lugar de confinarlo en un hospital, víctima de la cirrosis, como hubiera sido más verosímil; dice Michon: 

 «Es una oración. Cuando he terminado un texto y veo que está bastante bien, es tal la euforia que me entran ganas de hacer algo bueno por todo el mundo. Me acercaba al final de ese texto: era hermoso, se lo debía en cierto modo a Joseph Roulin, y a cambio podía concederle una muerte gloriosa. En mi trabajo siempre tengo periodos de contención. Me digo a mí mismo que se acabó. Me pongo a ello y veo que no hace falta, que voy a incluir más retórica. Entonces, de repente, me aparece el ángulo de ataque correcto. A partir de ahí, todo va muy deprisa. Después de seis meses de maceración morosa, o más, todo viene de carrerilla, y en una semana está terminado. Así que al final, en plena vigilia, es una gran alegría, que se convierte en oración, en acción de gracias, o lo que sea. Pierre Bergounioux cita una frase de Faulkner —pero debe haberla arreglado a su manera, porque nunca la he leído en Faulkner: basta con situarse en medio de la corriente, y cuando se está allí, se puede tomar cualquier cosa, este adjetivo aquí, aquella rama allá, todo está bien. Pero si se estás ligeramente fuera de la corriente, por mucho que intentes coger los troncos más grandes, las palabras más raras, todo se te escapa de las manos. Es necesario que esa posición central, ese mainstream, que es imprescindible, se haya alcanzado desde el principio».

Alain Girard-Daudon enttevistó a Michon para la revista Encrte de Loire (octubre de 2001), titulada «Une heure avec Pierre Michon: le monde qui appelle», y también le preguntó acerca de a qué contemporáneos se sentía más próximo; Michon respondió:

«Sobre todo de Pierre Bergounioux, del que no comprendo cómo una obra tan considerable es tan poco leída. Mi gusto por lo arcaico y lo breve me acerca mucho a Pascal Quignard. Y me gustaría que mis relatos tuvieran el fulgor, la exactitud, el temblor a la vez desesperado y sacudido por la risa de las de Antoine Volodine. Menciono sólo estos tres nombres, porque si no, no acabaría: son muy numerosos aquellos que siento que son de los míos».

En la entrevista publicada en Le Magazine Littéraire (junio de 2007), titulada «Entretien avec Pierre Michon: une littératurev de l'attente», Pierre-Marc de Biasi le pregunta  acerca de su exigencia por la palabra inusual y exacta, que parece compartir con otros escritores, entre ellos Julien Gracq; Michon responde:

«Sí, por supuesto que tengo esa exigencia, pero hay una gran diferencia entre lo que hacen los de la barba de chivo, Gracq o Bergounioux, y lo que hago yo. Ellos utilizan el glosario preciso sólo cuando es necesario, mientras que yo lo uso a mi antojo, y a menudo metafóricamente. Si utilizan un término propio de un oficio, una palabra rara para designar un gesto profesional, es porque saben exactamente cómo se descompone ese gesto, con qué herramienta se hace, para qué sirve, por qué no se puede hacer de otra manera, etcétera. Yo utilizo la palabra como intrusión, por su sonido, porque crea una imagen o porque afectará violentamente lector. La utilizo como un puñetazo, no como un acto intelectual».

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